domingo, septiembre 27, 2015

Pocos vieron esas raras fotos históricas.

Pocos vieron esas raras fotos históricas. De №8 los pelos de punta. | Agligator



La mujer judía en Austria está sentado en el banco con la inscripción "Sólo para Judios."

Fotos históricas que evidencian la infamia y la crueldad de los NAZIS
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Los niños juegan con un fajo de dinero en el período de hiperinflación. Alemania 1922.
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Y esta hermosa foto 
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zarista expediente de la policía secreta de Stalin en 1911.
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10.) Joseph Stalin (derecha) y su homólogo Félix Dudayev.
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11.) El hijo de Stalin Yakov Dzhugashvili capturado por los alemanes en 1941. Más tarde fue asesinado en los prisioneros de los campos.
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12.) Un soldado alemán comparte una comida con una mujer rusa con un niño.
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13.) Luchador podkurivaet usar el lanzallamas.
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14.) Los soldados soviéticos acompañaron al prisionero de guerra alemán después de la victoria en la batalla de Stalingrado.
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15.) 57.000 prisioneros alemanes marchando a Moscú después de la derrota de Belarús en 1944.
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16.) Los prisioneros de guerra alemanes, literalmente, embalados en estrecha campo de prisioneros corral.
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17.) Simone Ségouin 18 años viejo luchador resistencia francesa 1944.
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18.) Joseph Goebbels da la mano soldado muy joven, 1945.
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19.) La reacción de los soldados alemanes en la fotografía de los campos de concentración.
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Esta visión desde la esquina opuesta de la pantalla.
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20.) Las ruinas de Dresde después de la Segunda Guerra Mundial.
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21.) Los restos del cosmonauta soviético Vladimir Komarov después del desastre.
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22.) Fidel Castro fumando un cigarro durante una reunión en el Kremlin de 1963. En su mano relojes Rolex, dos piezas.
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23.) con Margaret Thatcher después de que soldados británicos después de la derrota de Argentina en la guerra de Malvinas.
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Escondiéndose en Montaigne, por ANTONIO MUÑOZ MOLINA

Escondiéndose en Montaigne | Babelia | EL PAÍS



Escondiéndose en Montaigne

Uno se esconde como puede en la vida privada y se retira a un silencio que está hecho en gran parte de las palabras luminosas y acogedoras de unos cuantos libros

 26 SEP 2015
La torre de Montaigne en Saint Michel-de-Montaigne. / ROMAIN CINTRACT













Cuando arrecia la bronca pública y la temperatura del delirio, entre nosotros siempre tan alta, va llegando al punto de ebullición, mi instinto es el de esconderme y el de retirarme. Uno se esconde como puede en la vida privada y se retira a un silencio que está hecho en gran parte de las palabras luminosas y acogedoras de unos cuantos libros, o más bien de las voces de quienes los escribieron, preservadas en ellos desde hace siglos. “El mundo está demasiado encima de nosotros”, decía Saul Bellow. El chantaje de la actualidad y el descrédito de todo lo que no sea nuevo o inmediato lo acosan a uno más insidiosamente que nunca. Por eso, y por supervivencia, por salud mental, cuando el estrépito es ya como un martillo neumático taladrando la acera bajo la ventana, yo busco para esconderme, de manera instintiva, las voces que más me acompañan y me serenan,como hacía Josep Pla cuando pasaba un día entero de invierno en la cama leyendo a Montaigne, que tenía sobre él un efecto a la vez tónico y sedante.
Vivió muy cerca de los horrores de su propia época y los interpretó a la luz de sus lecturas de los clásicos griegos y latinos
A Pla, Montaigne lo abrigaba contra el frío crudo y el tedio funeral de la posguerra franquista. A mí me alivia del espectáculo usual de la palabrería intoxicadora y del encono estéril, y de la extraña propensión española y antiespañola a echar leña al fuego y preferir lo peor a costa de lo razonable. Un dicho americano me viene a la memoria: to cut off your nose to spite your face: literalmente, cortarse uno la nariz para injuriarse la cara, o, en términos de la política española, hacer todo lo posible por perjudicar al otro, sabiendo o no queriendo saber que ese otro está tan entreverado a uno mismo que no es posible hacerle daño o prevalecer sobre él sin precipitar la propia ruina. Montaigne vivió muy de cerca los horrores de su propia época, desatados por la mezcla letal de la ambición política y el fanatismo religioso, y los interpretó a la luz de sus lecturas de los clásicos griegos y latinos, del estoicismo de Séneca, el epicureísmo de Lucrecio, la perspicacia histórica y psicológica de Plutarco. Ahora, el risueño cretinismo de los propagadores de la ignorancia ha puesto de moda la llamada “caducidad de los saberes”: en la Francia trastornada de mediados del siglo XVI, Montaigne reconoció en las obras de escritores romanos de más de mil quinientos años atrás el diagnóstico de las debilidades y las estupideces humanas que había presenciado él mismo: la facilidad del error, el éxito del engaño, lo incierto y variable de las inclinaciones y las capacidades humanas, la utilidad de la ironía, la necesidad de modelar la propia vida autónoma y el ejercicio soberano y escéptico de la razón. Viviendo en tiempos oscuros, Montaigne no concedía ningún crédito intelectual a la pesadumbre, y consideraba que uno de los indicios más seguros de la sabiduría era un disfrute constante de los placeres de la vida, más valiosos todavía por ser pasajeros e inseguros. Los profesionales de la ortodoxia, con independencia de las fantasías políticas o religiosas que los animaban a matarse entre sí, y de paso a cualquiera que se les cruzara por delante, tenían en común la convicción de que sólo existe una manera legítima de pensar y vivir, y que fuera de ella no cabe más que la condenación al fuego eterno, anticipado en ocasiones por el fuego terrenal de un auto de fe: Montaigne se complace en enumerar la variedad inaudita de las creencias y las costumbres en las sociedades no europeas, y hasta hace el elogio de la buena salud, el coraje, la dulzura de trato de los caníbales del Nuevo Mundo, que, al fin y al cabo, dice, mutilan y se comen a sus víctimas cuando ya están muertas, en vez de atormentarlas vivas, como prefieren los matarifes militares y los inquisidores europeos.
A Pla, Montaigne lo abrigaba contra el frío crudo y el tedio funeral de la posguerra franquista. A mí me alivia del espectáculo usual de la palabrería intoxicadora
Cuando vuelvo a Motaigne es raro que no vuelva también a Cervantes. Hay un aire común, una música semejante de naturalidad en el estilo, una observación cercana, meticulosa, escéptica, cordial. Cuando leo, en el Quijote de 1615, los capítulos que suceden en la casa del Caballero del Verde Gabán, me parece que estoy visitando una versión manchega y por lo tanto más modesta del castillo del señor de Montaigne, coronado por esa torre en la que él se retiraba a leer y a escribir, y en la que también habría ese silencio laborioso del que habla con admiración y probablemente con íntima envidia Cervantes, que casi nunca disfrutaría de comodidades semejantes: “El maravilloso silencio que en toda la casa había, que semejaba un convento de cartujos”. Don Diego de Miranda, el Caballero del Verde Gabán, lleva una vida que habría aprobado Montaigne: apartada en el sosiego de su casa y en la lectura —tiene “hasta seis docenas de libros”—, pero también activa, de una manera equilibrada, porque se ocupa de administrar su hacienda y se distrae con la caza menor, y disfruta de recibir invitados y de ofrecerles una comida “limpia, abundante y sabrosa”. Montaigne dice que la conversación es “el ejercicio más fructífero y natural de nuestro espíritu”, “más dulce que ninguna otra acción de nuestra vida”. Don Diego de Miranda, igual que sin duda lo era Cervantes, es un excelente conversador, y hasta Don Quijote, cuando se encuentra en su casa, habla con más conocimiento y lucidez que nunca, y hay momentos en los que sus reflexiones sobre la invención literaria, y sobre el uso noble y natural en ella de la propia lengua en lugar del latín, nos hacen pensar en la prosa de Montaigne.
Que en la política española predomine el monólogo mitinero y que todo diálogo sea un diálogo de sordos y un guirigay de insultos quizás tenga que ver con la falta de la tradición reflexiva y conversadora de Montaigne y Cervantes. En el siglo XVII hubo tentativas de traducción al español de los Ensayos, pero se quedaron en nada por la presión del integrismo religioso y político. Montaigne sólo llegó a nuestro idioma a finales del XIX, cuando ya llevaba varios siglos ejerciendo una influencia vivificadora en la cultura francesa y también en la inglesa, irradiando su espíritu de indagación y de irreverencia, su ejemplo de claridad expresiva. Una gran parte del pensamiento racional y democrático y la escritura crítica vienen de Montaigne, de manera semejante a como la tradición de la novela viene de Cervantes. En los Ensayos, como enDon Quijote, se examina la vida tal y como es, con plena conciencia de la dificultad del conocimiento, y de las fantasías que inventa la imaginación, y de la capacidad humana para ponerlas por encima de la realidad, y para cometer estupideces y atrocidades en su nombre, y para obstinarse en no ver lo que está delante de los ojos.
De la trastienda de uno mismo o la “arrière-boutique” en la que, según Montaigne, hay que saber esconderse a solas aprendió Virginia Woolf la idea de la habitación propia que una mujer necesita para escribir. Entre Montaigne y Cervantes, yo busco el camino para retirarme sin hosquedad ni misantropía y para estar presente con dignidad y con los ojos abiertos, y a ser posible sin angustia.

lunes, septiembre 21, 2015

Homenaje a Eduardo Galeano

Homenaje a Eduardo Galeano | lamarea.com



Homenaje a Eduardo Galeano, que ni vendió ni alquiló su escritura

El próximo 17 de septiembre en el Centro Social La Tabacalera de Madrid tendrá lugar un acto en recuerdo al escritor uruguayo fallecido el pasado mes de abril
04 septiembre 2015


Homenaje a Eduardo Galeano, que ni vendió ni alquiló su escritura
El escritor uruguayo Eduardo Galeano. Fábio Rodrigues Pozzebom/Agência Brasil


Este jueves, Eduardo Galeano hubiera cumplido 75 años de edad. La editorial Siglo XXI de España, que ha publicado toda su obra y debería reeditar ahora alguno de sus libros menos conocidos, tiene previsto un homenaje al periodista y escritor uruguayo que tendrá lugar el próximo 17 de septiembre en Madrid, meses después de su llorado fallecimiento. El acto se celebrará en el centro social La Tabacalera, en la calle Embajadores.
Se contará para tal ocasión  con la lectura de sus textos o los recuerdos personales a cargo de amigos, conocidos y gente pública y anónima que formaron parte del universo literario y humano de Galeano. Entre ellos estarán el cineasta Fernando León de Aranoa, el escritor Marcos Ana, el actor Juan Diego Botto, los periodistas Iñaki Gabilondo, Vicente Romero o José Manuel Martín Medem. También habrá vídeos del propio Galeano, así como de gente que no podrá estar ese día, pero que quiere sumarse al homenaje, como es el caso del capitán de la selección de fútbol de Uruguay, Diego Godín.
La directora  de la editorial, Cristina Martínez, explica que “es un acto en el que se recordará a Galeano en todas las facetas que este enorme escritor abarcaba. Desde el mundo de la cultura, del fútbol, de la política, de la gente y sus historias. Se le recordará, sobre todo, a través de las palabras legadas por un escritor que ha marcado a generaciones con su pensamiento lúcido, comprometido, revelador”.
Acabo de terminar la lectura de la biografía de urgencia que sobre Eduardo Galeano escribió su colega argentino Fabián Kovacic. En Días y noches de amor y muerte, uno de los libros en los que Galeano repasa la memoria de sus amigos y compañeros perseguidos y asesinados por las dictaduras militares del Cono Sur, el autor reflexiona sobre lo que desde entonces fue su declaración de principios: “Aquella noche me di cuenta de que yo era un cazador de palabras. Para eso había nacido. Ésa iba a ser mi manera de estar con los demás después de muerto y así no me iban a morir del todo las personas y las cosas que yo había querido”. Vivas siguen sus palabras y su nombre.
A pesar de la posible precipitación con la que el libro de Kovacic fue escrito -apareció al poco de la muerte del escritor y periodista-, su lectura es sumamente interesante pues nos participa detalles muy significativos de la vida y la evolución del pensamiento de su protagonista, así como las reiteradas veces en que estuvo amenazado de muerte, tanto en su país como en Argentina, debido a su comprometido trabajo profesional en publicaciones como Marcha Crisis. Galeano fue militante socialista desde la adolescencia, cuando empezó a colaborar como dibujante en El Sol y de él se puede decir, tal como afirmó en una entrevista publicada en el semanario Búsqueda en 1987, que cumplió a lo largo de su existencia con el principio que movió su escritura: “Tengo fe en el oficio de escribir, la certeza de que es posible hacerlo sin venderse ni alquilarse”.
En la biografía se incluyen fragmentos magníficos de algunos discursos especialmente significativos pronunciados por Eduardo Galeano, como el que dio en Santiago de Chile en julio de 1988 con motivo del Encuentro Internacional del Arte, la Ciencia y la Cultura por la Democracia “Chile vive”, y con el que regresó a aquel país quince años después del golpe militar contra Salvador Allende: “Se multiplica la pobreza para multiplicar la riqueza. Se multiplican las armas que custodian esa riqueza, riqueza de poquitos que mantienen a raya la pobreza de todos los demás. Y también se multiplica mientras tanto la soledad. Nosotros decimos no a un sistema que no da de comer ni da de amar, que a muchos condena al hambre de comida y a muchos más condena al hambre de abrazos”. (Nosotros decimos no será luego el título de uno de sus libros).
Las últimas páginas del libro de Kovacic son especialmente emotivas. Evoca los paseos de Galeano por Montevideo, una ciudad que para el escritor seguía poseyendo la posibilidad de respirar y caminar, dos ejercicios suntuarios en las grandes ciudades inseguras y enfermas. Hasta última hora, Eduardo siguió escribiendo, pero sólo “cuando le picaba la mano” y siempre a mano, porque la mano es la extensión de todo el cuerpo “y es todo él el que escribe”, según decía. Cada mañana paseaba por la playa hacia su bar El Brasilero, en la ciudad vieja. Puede que dialogara en silencio con sus amigos muertos y compañeros de lucha: Raúl Sendic. Emilio Frugoni, Carlos Quijano, Juan Carlos Onetti, Paco Espínola, Haroldo Conti, Rodolfo Walsh…
“Hasta que llega a su mesa en el bar, se pide su café y se alimenta de los saludos y los abrazos y piensa en los libros y en toda esa aventura que es la vida de un tipo que eligió como oficio ser un cazapalabras, para que la memoria de los otros se quede entre nosotros”.

martes, septiembre 08, 2015

El mundo a través de los pasillos: ENTEVISTA A ANTONIO DE LAS MORAS. Por Irene Álvarez

El mundo a través de los pasillos: ENTEVISTA A ANTONIO DE LAS MORAS. Por Irene Álvarez







 "yo digo lo que me da la gana y tú lo escribes"





ENTEVISTA A ANTONIO DE LAS MORAS.
Por Irene Álvarez

Todos conocemos al profesor de historia Antonio de las Moras profesionalmente,pero no conocemos como a llegado hasta aquí. La entrevista tuvo lugar en el seminario de Historía y las primeras palabras de Antonio fueron muy claras: "yo digo lo que me da la gana y tú lo escribes"



-EMATDLP:  ¿Dondé nació?

-ANTONIO:  En Santander.

-EMATDLP:  ¿Por que eligió benidorm como lugar de residencia?

-ANTONIO:  Porque es un asilo con balneario.

-EMATDLP:  ¿Como llegó a ser profesor de este instituto?

-ANTONIO:  Como todo el mundo, como funcionario.

-EMATDLP:  ¿Siempre quiso ser profesor de historia?

-ANTONIO:  No, yo no estudié historia.

-EMATDLP:  ¿Que es lo que verdaderamente quería ser?

-ANTONIO:  Artista.

-EMATDLP:  ¿Artista?,¿Por qué?

-ANTONIO:  Para vivir del cuento, del alambre, como hacen todos los artistas.

-EMATDLP:  ¿Entonces como sabe tanto sobre historia?

-ANTONIO:  Leyendo (Rie)

-EMATDLP:  ¿Comó consiguió este puesto si no había estudiado para ser lo que hoy es?

-ANTONIO:  Haciendo oposiciones como todo el mundo. Te examinan de la materia.

-EMATDLP:  ¿Cual es su ideología política?

-ANTONIO:  Ácrata.

-EMATDLP: ¿Que opina sobre la normativa de salidas para fumar?

-ANTONIO:  Estan nerviosos,es absurdo,veo bien que no dejen fumar en zonas cerradas pero en el patio....

-EMATDLP: ¿Que opina sobre la crisis económica que atravesamos en estos momentos?

-ANTONIO: Han dejado a los tiburones sueltos y estos nos dan bocados. Tenemos lo que nos merecemos.



El fulgor de las palabras, por JOSÉ-CARLOS MAINER

El fulgor de las palabras | Cultura | EL PAÍS

El fulgor de las palabras

El poeta Carlos Sahagún deja una obra poética escrita en carne viva





El poeta Carlos Sahagún.
Lo escribió al frente de su último y ya lejano libro de poemas (Primer y último oficio, 1979): “Y todo gira perezosamente, / todo es ceniza derramada a ciegas / alrededor del sueño. / Porque tu mundo es este: / por él avanzas como quien sostiene, / a vida o muerte, un cuerpo sobre el agua”. Veinte años antes, al final de “Cita en el mar” (Como si hubiera muerto un niño, 1960), hallamos el primer atisbo de esa imagen: “Te llevé con dulzura entre mis brazos. Hijo / mío. Salvajemente nos esperaba el mar”. Quien lea estos versos de Carlos Sahagún (Onil, Alicante, 1938-Madrid, 2015) puede tener la tentación de pensar en el hombre huraño, pesimista aunque lúcido, que dejó de escribir por falta de estímulos para hacerlo y porque estaba enfadado con casi todo. Pero el Sahagún verdadero era otro, no dejando de ser nunca aquel existente desazonado: era aquel conmovido y tenaz cirineo que “sostiene, a vida o muerte, un cuerpo sobre el agua” o que lleva hacia el mar de una vida incierta su propia infancia en brazos. Aquel cuerpo vencido o este niño significaban la inocencia y la felicidad, que había que poner a salvo. No sólo las suyas sino las de todos… Por ello Sahagún declaró su hostilidad intransigente a la guerra civil perdida, al silencio cómplice, a la injusticia consentida, a la prepotencia dulcificada por el compadreo.
Pero antes fue el poeta de la esperanza. Ganó el Premio Adonais de 1957 con un libro que escribió a los diecinueve años y que, no por casualidad, habló de las profecías del agua. En forma de manantial, de río, de nube, de lluvia en la noche, del mar al que se llega, del experimento vivido en el aula escolar de química, el agua es símbolo de lo mejor del ser humano. Se trata de un libro que habitan insolentemente niños pero también el hombre maduro que ha sido “familiar de los muertos más caídos, / espectador heroico de las cenizas”, y las muchedumbres que se reconocen “todos juntos / viendo crecer el trigo y caer la lluvia” y aquellas que “le llamaron posguerra a este trozo de río, / a este bancal de muertos”. A despecho de los tributos dulzones a la poética de una época, Profecías del agua es un libro que habla de una guerra perdida y que impone su sencillez vehemente y la asombrosa riqueza de sus imágenes, como sólo lo hizo entonces otro poeta veinteañero, Claudio Rodríguez. Poco después, Como si hubiera muerto un niño, el poemario que ganó el premio Juan Boscán en 1960, fue un paso más hacia su madurez: el niño gozoso pasa a ser ahora el que se ha perdido y “si no encuentra / el hilo del amor, dale la mano”. Y es también el retrato de un niño que nos reprocha en silencio porque “la vida es como un río grande. No debimos crecer”. Escrito dilatadamente entre 1961 y 1972, y publicado en 1973, Estar contigo fue un libro de amor que recapitulaba la incipiente madurez y el paso del tiempo, que es conocimiento, para llegar al tiempo de la historia: la miseria entrevista encuentra su nombre (“Visión de Almería”); la posguerra se muda en desesperanza cuando no hay “nada en el horizonte de color Normandía” (“Desembarco”), y el amor de adultos es ya cuestión de “nuestros cuerpos solidarios”.
Primer y último oficio (1979) fue un título veraz y premonitorio, aunque nadie pudo pensar que sería el postrero. Todas sus imágenes son poderosas; los versos, más cincelados y sonoros que nunca, pero la realidad es sombría: se habla de “la innoble luz de la memoria” y si “arde la memoria”, es para recordarnos que “lentamente / renace para lastimarnos / la adolescencia irreparable”. Todo se convierte en destierro y derrota, en noche insomne y arenas desoladas, que impregnan incluso los hermosos “Lugares” que describe la IV parte del libro. La tercera sección, “País natal”, incluye los más duros y sobrecogedores poemas que se han escrito sobre las condenas a muerte de “Septiembre 1975” y sobre la muerte de Franco (“su descenso al infierno, un largo epílogo / de ávidos bisturís y transfusiones. / Más no bajan con él los días aciagos…”).
Ojalá que, entre los primeros avisos de otro otoño (no menos lleno de signos de vergüenza), Carlos Sahagún, poeta, catedrático de literatura, ciudadano y rebelde, haya encontrado la paz que se negó a sí mismo y halle los lectores que nunca buscó para sus versos en carne viva.

José Carlos Mainer es catedrátrico emérito de Literatura española en la Universidad de Zaragoza.

lunes, septiembre 07, 2015

Marina Garcés: “La filosofía nace como arte callejero” | EL PAÍS Semanal | EL PAÍS

Marina Garcés: “La filosofía nace como arte callejero” | EL PAÍS Semanal | EL PAÍS





Defiende la filosofía como una forma de vida. Un arte que nace en la calle y que continúa sin interrupción en el espacio privado, la casa, un hecho al que han contribuido especialmente las mujeres. Madre de dos hijos, profesora en la Universidad de Zaragoza y ensayista, Marina Garcés sostiene que frente a las preguntas inaugurales de la filosofía –¿cómo vivir?, ¿cómo pensar?, ¿cómo actuar?– debemos dar respuestas y soluciones desde el compromiso común, pero también “mientras hacemos la comida, cuidamos a nuestros mayores, riendo, luchando, amando y contando cuentos”. Primera lección práctica. Esta entrevista se desarrolla en la cocina.



En su libro Un mundo común (Bellaterra, 2013) habla de la filosofía como un medio para la conquista de una vida compartida, frente al yo y la individualidad. ¿Qué le llevó a estudiarla en una época, los noventa, en que se consideraba una disciplina muerta y enterrada, como la historia y como tantas otras certezas? Era 1992, año de triunfalismo en Barcelona y en el conjunto de España. También eran los años de la globalización feliz. El mundo se había unido por fin en un mercado único. Se celebraba el fin de la historia, de las ideologías, y parecía que ya solo podíamos estar llamados a triunfar en la sociedad de la comunicación y del consumo. Yo, que estaba a punto de entrar en la carrera de Periodismo, tuve un presentimiento, un impulso, una inquietud que me apartó de todo aquello. Tomé la decisión como un acto solitario y me alejé de aquel ambiente de éxito para ingresar en una Facultad de gente rara, pasada de moda. Sin embargo, me encontré que las aulas rebosaban. Aquella decisión me salvó, fue como caer a mar abierto, y así empecé a encontrar otras alianzas: amigos, interlocutores, gente valiente. También encontré la aventura del pensamiento y el descubrimiento de la acción colectiva. La decisión de estudiar Filosofía me permitió pinchar la falsa burbuja del éxito.



Afirma que “el cuerpo del filósofo quiere dejarse tocar, es un cuerpo enamorado”. Ese nuevo romanticismo, ese amor como potencia de colaboración social, ¿es el retorno al ágora griego? Para mí, la filosofía es la declaración de un compromiso. Es una forma de interpelación y de encuentro que se inventa en las calles griegas y que no ha dejado de hablarnos. Aunque no lo parezca, la filosofía nace como un arte callejero. Es una relación con la sociedad, con el mundo natural y con la propia vida que implica que los otros también puedan pensar y rebatir nuestras ideas. Por eso la filosofía, aunque parezca elitista y extraña, es radicalmente igualitaria. Parte del hecho de que todos podemos pensar, aunque normalmente no lo hagamos. Y eso implica dejarse tocar por lo que otros han pensado. En este sentido, es una forma de amor. La palabra “filosofía” lleva en su raíz el impulso del deseo, philein. El deseo de saber no admite torres de marfil. Implica ir al encuentro del mundo.



Pero siempre se ha visto al filósofo como un ser apartado del mundo. Sí, incluso como torpe, como una figura que no funciona bien en la ciudad. Y es porque el compromiso de la filosofía es disfuncional. No acepta la normalidad ni el sentido común. Pregunta cuáles son los presupuestos de aquello que consideramos bueno, justo, aceptable. Para mí no hay mayor compromiso que hacernos estas preguntas y asumir sus consecuencias prácticas, tanto a nivel personal como colectivo.



Marina Garcés





Nació en Barcelona en 1973. Es ensayista y profesora titular de Filosofía en la Universidad de Zaragoza. Ha impulsado la Fundació Espai en Blanc de pensamiento crítico y colectivo. Autora de En las prisiones de lo posible (Bellaterra, 2002), Un mundo común (Bellaterra, 2013) y, lo más reciente, Filosofía inacabada (Galaxia Gutenberg). Como explica en esta conversación, si tuviera que elegir un libro para una vida de amor y compromiso sería el Tratado de la servidumbre voluntaria, de Étienne de La Boétie.

¿Tiene algún sentido la filosofía en el espacio privado? ¿Es un traje que uno puede dejar en el colgador cuando entra en casa? La filosofía no es un abrigo, es la piel. No es un vestido, es la carne. No es un papel, es una forma de vida. Por tanto, no se deja ni en el ropero ni en el puesto de trabajo. Tampoco se deja en el espacio público. Hay que rectificar cierta idea de la filosofía tal como la entendieron los hombres griegos, que separaban el ágora, donde tenía lugar la vida política y la vida filosófica, y el oikos, la casa, donde tenía lugar la reproducción de la vida. Allí estaban las mujeres, los hijos, los viejos, la vida corporal y material… Pero allí no se pensaba. Hoy, sobre todo las mujeres, hemos acabado con esta separación. Se piensa y se transforma el mundo haciendo la comida, trabajando, cuidando a nuestros hijos y a nuestros viejos, riendo con los amigos, jugando y contando cuentos. Pensar no es un acto solemne.



Usted es madre de un niño y una niña. ¿La maternidad puede ser una dependencia positiva? Hay que distinguir dependencia de sumisión. La sumisión es una determinada manera de ejercer las relaciones de dependencia, pero hay formas de dependencia libre y recíproca que son las que sustentan nuestra vida. Todos hemos nacido del cuerpo de otros y hemos sido criados por las manos, palabras y mirada de otros. Vivimos en continuidad. Somos, por tanto, radicalmente interdependientes, pero la sociedad moderna ha creado la ficción de que podemos ser individuos autosuficientes. Nos hemos equivocado mucho confundiendo libertad con autosuficiencia y ahora la humanidad entera paga las consecuencias.



En su último ensayo, Filosofía inacabada (Galaxia Gutenberg), plantea una misión filosófica frente a la posible extinción de la vida humana en el planeta. Siempre podemos reaprender a ver el mundo, en esto consisten la filosofía, el arte y la poesía. Igual que somos interdependientes, estamos siempre retomando visiones, representaciones, ideas, legados culturales. Y el desafío es recibirlos libremente para poderlos transformar. No puede haber novedad sin receptividad. La novedad por la novedad es la tiranía del mercado. Lo que ha cambiado, quizá, es que actualmente estamos en condiciones de acabar con el planeta, o por lo menos con nuestra vida en el planeta. Este es el problema más serio de nuestro tiempo. Frente a él, defiendo que la filosofía tiene la misión de “inacabar” lo que amenaza con agotarse, abrir proyectos posibles en este mundo que se acaba.



Ada Colau, en Barcelona, y Manuela Carmena, en Madrid, acaban de ganar la alcaldía. Son dos mujeres que piensan que todavía es posible establecer nuevas relaciones entre igualdad y democracia. ¿Se lo cree? Las instituciones democráticas que conocemos no son garantía de igualdad social, como hemos comprobado en los últimos años con la crisis. Los países ricos, supuestamente democráticos, contribuyen a la desigualdad en el mundo y también vemos crecer en ellos nuevas formas de pobreza. ¿Es posible “una democracia real ya”, como lanzó a las calles el 15-M? Democracia real es inseparable de igualdad social. Los Ayuntamientos de ciudades como Madrid, Barcelona, Badalona, Valencia, Zaragoza, Cádiz… tienen ahora la oportunidad de iniciar un movimiento de transformación de las instituciones. El reto, para mí, es crear una red de contrapoder municipal desde el que trabajar tanto en la justicia social como en la transformación política.



¿Es el éxito de estas mujeres el primer efecto de superación de la gran ­desigualdad, en este caso una desigualdad existencial, que segrega a las personas por su género? Estamos viviendo una feminización de la política que tiene lugar a la vez que hay un rebrote muy fuerte del machismo en otros ámbitos de la sociedad. Fíjese que las profesiones se han ido feminizando a medida que han perdido poder: la medicina primaria, la vida académica precaria y ahora la política. ¿Dónde están los hombres que aspiran a mantener el poder? En los bancos, en los consejos de administración, en los palcos del fútbol, en los quirófanos… Hay que ir con cuidado y no dejarse engañar. Y, sobre todo, no hay que dejarse sacrificar, como si dijeran: ahora que la política está tan desprestigiada, hacedlo vosotras, que le daréis otro aire. Pero creo que hay que aprovechar la ocasión, vamos a cambiar la política, la medicina, la vida académica. Y eso quiere decir: vamos a cambiar las relaciones de poder. Es un nuevo estadio del feminismo, que no pasa solamente por reivindicar derechos.



La filosofía nace como arte callejero. Implica que los otros puedan rebatirnos

¿Es la política un asunto estético? La política es un asunto de sensibilidad, y en ese sentido tiene que ver con la estética en el sentido más literal de la palabra. El peligro es la estetización de la política, que hoy pasa por formas muy banales de espectacularización. La política tiene que ver con la estética en el sentido de que solo se puede cambiar la política haciéndolo desde otra sensibilidad.



Propone la idea de anonimato, de liderazgos compartidos. ¿Lo entiende bien la sociedad? El proyecto de Podemos en Madrid no se hubiera entendido sin la autoridad “moral” de Manuela Carmena, o casos como el de José Mujica en Uruguay, incluso el del papa Francisco… El 15-M demostró algo que muchos defendíamos desde hacía tiempo: que los verdaderos cambios políticos los hace la gente anónima. La fuerza del anonimato no es la de la masa uniformizada. Es la de cada uno y cada una cuando estamos dispuestos a luchar juntos. Sin esto, los líderes no son nada. Y acaban siendo sacrificados. Ahora hay que ir con cuidado: si la gente anónima se retira de su desafío, no habrá verdaderos cambios políticos.



“La cultura ha sido apropiada por las marcas corporativas, por naciones, por ciudades-marca”, escribe. Propone desapropiarla. ¿Cómo hacerlo? La cultura no puede ser una esfera separada de la sociedad. No puede ser solamente una opción de ocio, ni un sector de la industria, ni un apartado del PIB. Hemos convertido la cultura en un recurso potentísimo del capitalismo a la vez que nos empobrecemos culturalmente. Desapropiar la cultura es sacarla de esta captura sectorial capitalista y entenderla como algo vivo que forma parte intrínseca de la vida humana. Para ello, creo que hay un sentido del servicio público al que no podemos renunciar, pero que no necesariamente significa estatalizar ni burocratizar la cultura.



Propondría un apagón institucional, o un eclipse, de museos, de teatros? Estamos inundados de opciones imposibles de digerir y, en cambio, hay muy poco espacio para hacer, crear, proponer. La cultura convertida en un menú es indigestión, como dice un amigo mío. Hay que dejar más espacios en blanco y, a la vez, cultivar (cultura es cultivo) desde abajo, desde la educación. No creo en una cultura consistente sin una buena educación. Tienen que encontrarse de nuevo en las aulas, en las calles, en las ciudades y pueblos.



Aboga por una educación expandida que pueda surgir en cualquier momento y lugar. Es un desplazamiento de la Universidad a la calle, ese “todos tenemos derecho a pensar”, que fue la pregunta ­inaugural de la filosofía. ¿Cómo lo pone en práctica desde su docencia en la Universidad de Zaragoza? Lo que me preocupa es cómo crear la situación para que nos asalten ideas que nos obliguen a pensar lo que nunca habíamos pensado. Cómo mantener encendido ese deseo de comprender qué es la filosofía y hacerlo circular dentro y fuera de la academia, en conexión. Y, sobre todo, cómo evitar que muera. Y tras bastantes años ya de experiencia, puedo decir que no es nada fácil. La Universidad se está convirtiendo en un espacio de circulación en el que no se espera hacer experiencia de nada, sino adquirir “competencias competitivas”. Esto no funciona en el caso de la filosofía. Y entonces lo que se crea es una extraña situación en la que nadie sabe muy bien qué hace allí. Hace un par de años les escribí una carta a mis estudiantes. Les decía: “Solo tenemos dos opciones: o huimos de aquí, como muchos ya están haciendo, o hacemos de nuestra extravagancia un desafío. (…) El rendimiento de lo que hacemos ahora no depende de vosotros. La riqueza, sí”.





VANESSA MONTERO

Usted ha comparado el éxito de la “marca Barcelona” con la explotación de los recursos naturales en Latinoamérica. La industria turística de una ciudad no sería muy diferente de la que rentabiliza una colonia para buscar, digamos, petróleo, madera. El turismo no es un fenómeno natural, es un hecho inducido que tiene una historia muy corta y que en el caso de una ciudad como Barcelona ha sido promovido por los sucesivos Ayuntamientos, especialmente desde 1992. Hay que hacer una crítica de cómo hemos llegado hasta aquí, una reorientación no solo de los efectos, sino también de la concepción de lo que creemos que es una ciudad y un territorio. Para mí, la industria turística funciona hoy como cualquier industria extractivista: es decir, que convierte todo lo que toca en un recurso que explotar de manera intensiva y destructora. Crea una riqueza empobrecedora. Me alarma ver cómo Barcelona está tan explotada como una mina o como un campo de soja.



¿Cuál es la gran diferencia entre la Barcelona de 2015, la de su abuelo, el poeta Tomás Garcés, y la de su padre, el arquitecto Jordi Garcés? Mi abuelo nació en 1901, hijo de la inmigración castellana que llegó a trabajar a Barcelona para construir la Exposición Universal de 1888. A los 20 años ya era un poeta catalán que gozó de reconocimiento y toda la vida participó activamente de la vida cultural catalana, a pesar del franquismo. Mi padre, como arquitecto, ha formado parte de esa generación que dio a Barcelona una identidad basada en cierto rigor cultural antes de que empezaran a llegar los edificios emblemáticos y los fichajes estrella. Yo vivo en Barcelona, pero mi trabajo está en la Universidad de Zaragoza. En un siglo, por tanto, llegada, consolidación y salida. Aunque en mi caso la salida de Barcelona sea intermitente, porque me puedo permitir ir y venir, me siento un poco parte de un tiempo histórico en el que Barcelona ya no acoge, sino que expulsa. Se ha convertido en una ciudad de paso. Y en muchos casos en una ciudad de salida. Me preocupa. Porque solo se enriquecen socialmente las ciudades que permiten llegar, no solo circular por ellas.



Recomiende un libro para una vida de amor y compromiso. El Tratado de la ­servidumbre voluntaria, de Étienne de La Boétie. Está escrito en el siglo XVI por un joven francés que veía con ojos muy comprometidos la vida de su ciudad, Burdeos. Planteó dos cuestiones para mí imprescindibles: por qué obedecemos si podríamos dejar de hacerlo, y por qué nos maltratamos tanto si lo más natural es confraternizar unos con otros. Cómo vivir juntos sin dominarnos: esta es la cuestión imprescindible con la que nos interpela y no deja de inquietarnos, aún hoy, este libro.



elpaissemanal@elpais.es

jueves, septiembre 03, 2015

Rifaat Atfé. El hispanista sirio pasa unos meses en España para escapar de la “asfixia” | FronteraD

Rifaat Atfé. El hispanista sirio pasa unos meses en España para escapar de la “asfixia” | FronteraD







Rifaat Atfé. El hispanista sirio pasa unos meses en España para escapar de la “asfixia”

Laura Cano - 03-09-2015


Salas vacías. Pero antes, puertas cerradas. El Centro Cultural Árabe Sirio, que ya no existe, todavía se anuncia como tal en el porterillo de entrada (y también aparece en Google Maps). La realidad es que estamos frente a un bajo en alquiler, y el portero se ha llevado las llaves de vacaciones. Rifaat Atfé, fundador y exdirector del centro, no puede hacer nada por mostrármelo, salvo animarme a que lo intente cuando vuelva el portero. Él ya estará de vuelta en Siria.

En solo dos encuentros la conversación con Rifaat Atfé ha atravesado todos los campos de inquietud del hombre lúcido actual, esa especie en extinción (y de esto, de la apatía y el conformismo, también hablamos): política, conflictos, mercados financieros y de armas, radicalización islámica, Siria, Europa, luchas de poder, democracia… Pero también independencia, familia, libros, autores y anécdotas personales. Dos ocasiones se quedan cortas para hablar del mundo con Rifaat Atfé, y casi no bastan para abarcar su trayectoria.

De Misyaf a Madrid

Tenía veintiún años cuando descubrió las becas internacionales anunciadas en el tablón de su universidad siria. Por entonces, Rifaat estudiaba historia y ya había entrado en contacto con la literatura española a través de los poemas de Federico García Lorca. No recuerda que otros estudiantes se interesaran por España: “la mayoría optaba por otros países europeos o por Rusia”. Sus padres solo quisieron saber por qué (por qué marcharse y por qué este país). En 1968, Rifaat pisó por primera vez Europa para estudiar Filología Hispánica en la Universidad Autónoma de Madrid. Su beca era fruto de un acuerdo entre los gobiernos sirio y el español, que se repartían los costes de cada curso académico.

El Madrid de los últimos años del régimen del general Francisco Franco no le pareció muy distinto a Siria en cuanto a estructura económica. Las costumbres y la comida sí eran extrañas, pero no requerían esfuerzos extraordinarios de adaptación. En 1974 se licenció con su tesis sobre las obras teatrales de Lorca, y ese mismo regresó a Siria para convertirse en redactor jefe de la revista española Ecos de Damasco. Cuatro años después, en 1978, adquirió por oposición el puesto de director del Centro Cultural Árabe en Misyaf, su ciudad natal.

La información sobre cualquier lugar sirve para aproximarse a su belleza. Misyaf se levanta en las montañas, al oeste de la provincia de Hama, muy cerca del Mediterráneo. Es una ciudad bella que encierra una verdad sobre el hombre y el abandono. La he descubierto a través de las palabras de Rifaat y, entre ellas, una repetida, muy tajante, humillación, que aparece cuando nos referimos a la huida, al refugio en una España conocida, “ahora que todavía se puede salir y entrar de Misyaf…”.  Pero el gesto se le ensombrece. “Mi casa es un museo”. Allí ha construido el refugio de toda una vida. Allí, su carrera internacional y su legado tienen su base de operaciones. Allí está, todavía, el núcleo de su familia.

En el Centro Cultural Árabe de Misyaf ha sido profesor de español y ha organizado conferencias, seminarios, exposiciones y ciclos culturales sobre diversos temas y autores, como el propio Lorca, el filósofo musulmán Averroes (nacido en Córdoba) o el pensamiento arábigo-andaluz. También ha impartido conferencias en las ciudades sirias de Alepo, Homs, Hama, Salamiye y otras ciudades sirias. En el Instituto Cervantes de Damasco ha sido profesor de español y ha participado en eventos como cinco Coloquios Internacionales sobre Al-Ándalus, en colaboración con el Museo Nacional celebrados en la capital siria mucho antes de que la guerra los rompiera todo. Allí conoció a algunas figuras de la literatura española contemporánea (como Rosa Regás, Fernando Sánchez Dragó o Rafael Argullol). En 1999 se convirtió en el enlace oficial entre el Ministerio de Cultura sirio y el Instituto Cervantes. Su curiosidad le ha llevado a impartir conferencias en las universidades de Jordania y Líbano. Su huella es menos  conocida En España, pero tan honda como en su país de origen: seminarios, cursos, colaboraciones, jornadas… como da fe su prolífico empeño como traductor y crítico de literatura española e hispanoamericana. Uno de sus logros más reconocidos ha sido la traducción al árabe de Don Quijote de la Mancha. Pese a la amplitud de sus inquietudes su tarjeta solo reza “Rifaat Atfé”.


Democracia a la sombra


Hace dos meses que Rifaat Atfé pasea de nuevo por las calles de Madrid. Nos hemos conocido en la terraza de un restaurante italiano del barrio de Almagro. Rifaat sugiere que nos movamos a otra mesa porque allí la sombrilla cubre mejor. Es agosto y el sol todavía pica en la piel. Pedimos refresco y caña. Para abrir boca, tiramos de la manta literaria y salen títulos tan variopintos como sus autores, casi todos españoles. Nos detenemos en la cúspide cervantina.

La primera vez que leyó el Quijote fue en el año 1972, durante su época de estudiante. Ni siquiera existía un diccionario del árabe al español y tuvo que utilizar el inglés y el francés como intermediarios. Sí existía entonces la traducción de Abdul-Aziz Al-Ahwani, el primer traductor al árabe de la novela de Cervantes, pero lleva tantos años agotada y sin reeditarse que Rifaat no la ha leído nunca. Reconoce que la traducción posterior del poeta y filósofo existencialista egipcio Abd al-Rahman Badawi le pareció “demasiado solemne, casi como un tratado de filosofía o literatura”. Rifaat Atfé empezó su traducción del Quijote en el año 2000 y la terminó cuatro años después. En menos de un lustro añadió una nueva hazaña a la labor de sus predecesores: el respeto de la picaresca y de la “enorme vitalidad” de la novela.

“Nosotros [los árabes] tenemos una literatura casi novelesca anterior al Quijote. Piensa en Las mil y una noches. Conociendo el lenguaje de la literatura de entonces es fácil la traducción  y el respeto de los arcaísmos hispánicos. El espíritu del idioma era muy similar”. Además, los vínculos hispano-árabes hacen según Afté más fácil la traducción del Quijote que de muchas obras modernas. “Casi todos los proverbios pronunciados por Sancho tienen un equivalente en la tradición oral árabe. Fue cuestión de buscarlos”.

No hay que olvidar el contexto histórico en el que se escribió el Quijote. Entre 1605 y 1615, fechas de publicación de la primera y la segunda parte de la novela, el rey Felipe III ordenó la expulsión de los moriscos. Este destierro forzoso se completó en cuatro años (1609-1613). La rebelión de las Alpujarras en 1568, la recesión económica de 1604, la creciente desconfianza de los gobernantes y el escepticismo europeo hacia la firmeza de una estructura de poder cristiana en España favorecieron esta decisión. Para entonces, los moriscos ya habían sido sometidos al catolicismo mediante la evangelización y muy pocos conservaban el árabe, que había sido relegado por el castellano. La expulsión de los moriscos supuso la desmembración de dos culturas muy mezcladas, también en las familias. Cervantes –que fue soldado contra el Imperio Otomano, estuvo cautivo en Argel durante cinco años y sometido a tortura–, pone en entredicho la intolerancia de las gentes en su obra. El Quijote refleja una convivencia amable entre moriscos y cristianos. Cervantes atribuyó la autoría de la novela a un morisco, un tal Cide Hamete Benengeli. Reivindicaba, así, la importancia de los moriscos en la cultura hispánica.

La traducción de obras contemporáneas es otra cosa. Rifaat Atfé menciona dos razones: el uso del árabe clásico y la censura de los editores árabes. “La traducción al árabe siempre se hace en árabe clásico, y el árabe clásico no puede abarcar el argot juvenil y de las sociedades europeas modernas. Además, el editor árabe no acepta los términos vulgares”. Escenas, expresiones y palabras comprometidas deben sortearse.

La libertad, esa inquietud, necesidad y ambición inherente al ser humano, orienta cada uno de los asuntos que entrelazan la conversación con Rifaat Atfé. Al fin y al cabo, literatura, historia y actualidad discurren en función y acerca de las libertades del hombre. Pero es la palabra “democracia” la que más a menudo acude a nuestros labios. Rifaat Afté cree que en Europa a la democracia le falta algo fundamental: la costumbre de “rendir cuentas”.

La responsabilidad ante lo que no se hace, se incumple o se hace mal se ha sustituido por otra costumbre: la de la justificación y el desafío. Me lo explica entre pausas, con calma dialéctica pero intensidad expresiva. Es el estilo del que escoge las palabras para explicar una necesidad, o razones y argumentos de importancia que deben fabricarse con tiento para sostenerse con firmeza.

Llama la atención su voluntad por proyectarse fuera de su propia tragedia. Se me ocurre que, tal vez, no cree en el conflicto sirio como un problema exclusivo de los sirios, por ser sirios, aunque sobre ellos se cebe ahora la crueldad. Siria se ha convertido en un escenario más de una crisis mundial, llevada a la barbarie más extrema. Y la victimización de los sirios puede hacernos olvidar que los individuos tenemos, todos, la misma importancia ilusoria, dependiente de conflictos de intereses que detonan el estado de las cosas. Mientras en Siria impera la atrocidad, los europeos tiemblan ante un mercado financiero que dicta la legislación laboral. Lo curioso es que apenas protestan por una ni por otra causa, y esto sorprende a Rifaat.


La deshumanización del conflicto

Siria vive hoy una violación atroz de todas sus libertades y de la dignidad humana. Durante cuarenta años y hasta el estallido de las revueltas en 2011, fue un país próspero, sometido a la tiranía de un régimen absolutista. Los países europeos se rigen por democracias bajo la sombra de otras tiranías: las de los mercados y la corrupción política. La especulación financiera y la deuda han sometido, hasta ahora, a todas las ideologías. La evidencia más flagrante de su poder ha sido la reciente claudicación de Syriza en Grecia. Todo esto y mucho más preocupa a Rifaat, que pasa unos días en Madrid para “escapar de la desolación y de la asfixia”.

“Para que prosperen los derechos y las libertades hace falta que sirvan a una lucha de poder”. Durante la Guerra Fría, esgrime, Occidente se convirtió en defensor de los derechos humanos “como estandarte contra el comunismo”. Lo paradójico es que el propio sistema económico que parecía garantizar estos derechos justifica ahora su pérdida paulatina. Los derechos del hombre se convierten, así, en una herramienta susceptible de desecharse. “Y eso no puede ser. Las garantías sociales y todos aquellos derechos que se refieren a la dignidad y la igualdad del ser humano deben ser irrevocables”, recalca el traductor del Quijote.

Pero lo único irrevocable, hoy, es la muerte. La destrucción y la violencia. El daño y la pérdida. El 10 de agosto de 2015, casi cinco años después del estallido del conflicto en Siria, el diario español El País publica la noticia del secuestro de 230 civiles, entre familias suníes y cristianas, por parte del conocido como Estado Islámico (EI). En la imagen que acompaña a la noticia, “soldados fieles a Al Asad devuelven a una iglesia de Malula un retablo cristiano”. La guerra parece haber evolucionado desde aquella interpretación mediática de los rebeldes sirios pro-democracia contra el despiadado régimen y su ejército. Las facciones islamistas se multiplican, el régimen se atrinchera en Damasco y el EI domina ya las provincias interiores.

Quiero saber cómo es; qué queda. Cualquier persona al otro lado, atenta a los medios pero ignorante de Siria, que solo recibe noticias sobre destrucción y caos, no puede hacerse a la idea de lo que queda, o de cómo es y cómo era la vida en Siria. El recuento de víctimas y de refugiados, o las imágenes del espanto, son de una importancia incuestionable para seguir el curso de la guerra y denunciar sus consecuencias más devastadoras. No sirven, en cambio, para caminar por sus calles y entender lo que supone arrebatarle a una sociedad entera su país, su seguridad, sus estructuras e instituciones, su dignidad, su vida.

Quiero saberlo, pero no pregunto demasiado, porque ya lo recibo en pequeños incisos personales de Rifaat, intercalados entre sus explicaciones sobre el conflicto: “Fui a Damasco y no quise mirar. Cerré los ojos durante el trayecto para no ver la ciudad totalmente destruida”. “Las autopistas a la capital todavía funcionan”, añade. Y algunas secciones de la administración, también, pero solo en Damasco.

Funciona, además, todo un entramado de activismo y servicios voluntarios encabezado por la sociedad civil. Comités divididos en ámbitos como cultura, infancia, atención psicológica o cooperación y desarrollo intentan salvar la sociedad del futuro. Para conocer los proyectos sobre el terreno y las historias individuales –los esfuerzos de una población que quiere sobrevivir– es preciso acudir a fuentes más primarias que los medios, tan pendientes de la noticia. Como Syria untold (la Siria no contada), por ejemplo, es una página web con testimonios y reportajes diarios sobre la organización de la sociedad siria.


Los diarios de Atfé

Llego tarde a nuestro segundo encuentro y Rifaat me espera con un café. Esta vez invita él, advierte. Voy al baño. “Pero no pagues”. Su firmeza de palabra es siempre amable, ya trate de política o de hacerse cargo de la cuenta. Podría considerar cualquier objeción y admitirla. Todo lo escucha y, si no lo entiende, contesta con un “eh”, atento a la repetición del mensaje. Frente al aperitivo (dos empanadillas mustias), primero, y en tranquila caminata, después, desgranamos los despropósitos del mundo. Hombro con hombro pero a alturas distintas (constato que es de baja estatura), avanzamos despacio por las calles de Madrid y nos perdemos.

Mientras los refugiados sirios colapsan el Líbano y Europa vive una oleada de inmigración sin precedentes, el presidente británico, David Cameron, es criticado por hablar de una “plaga” migratoria. Cameron advierte que así no se puede garantizar el sistema de bienestar europeo.

“Hoy en día, más que nunca, lo que sucede en un punto del planeta afecta al planeta entero”. Y además, obedece a una orquestación, a una lucha en la sombra mediática. Rifaat Afté habla de un “caos creativo”. Está convencido de que la guerra de Siria traerá importantes consecuencias a Occidente, que ya tiene mucha más responsabilidad en la entrada de armas y de facciones de lo que se permite admitir. “Me sorprendió ver a Daesh (el EI) con armas modernas, con coches todoterreno. A mi parecer, estamos viviendo la época de la tercera guerra mundial, o de sus principios”.

Así, sabiéndose en el borde de un abismo que parece abrirse para el mundo, un sumidero de violencia que se ensancha desde su epicentro en Siria, no se puede dormir. No se puede, tampoco, desde la distancia, desde el refugio temporal madrileño o desde el otro lado del mundo, en Buenos Aires. Rifaat Atfé descubrió, hace algunos años y por casualidad, una rama argentina de la familia, gracias a Facebook y a la feliz coincidencia de los burócratas en la transcripción de sus apellidos como Atfé y no como Atfá. A ellos, sus parientes lejanos, y al insomnio que provoca la guerra, hace referencia en su diario personal, cuyos fragmentos fueron publicados en ‘La sombra del ciprés’, suplemento cultural del periódico El Norte de Castilla, en abril de 2015:

Parece que va a llegar un día en que no durmamos. Me acordé de lo que me dijo Paula, la hija de Reinaldo Atfé en Argentina: “Mi padre no duerme. Desde que os conoció está pegado a la pantalla de su ordenador, buscando noticias de Siria” […] No abro el ordenador al despertarme. Quiero otorgar un poco de espacio a mis ojos, un poco de silencio a mis oídos.

El silencio a sus oídos no se lo puede conceder Madrid. Pero aquí, menos mal, no se oyen las bombas. La guerra y Oriente Próximo están al otro lado, fuera del barullo protector y en la sección internacional de las noticias. A Rifaat esas noticias le llegan también por whatsapp. Son noticias de casa. En el móvil guarda fotos de su jardín, de sus nietos y de su nevera reconvertida en armario. La ausencia permanente de electricidad ha obligado a reconsiderar la utilidad de algunos electrodomésticos.

Allí en Misyaf, Rifaat Atfé todavía trabaja en sus traducciones. A pesar los obstáculos inherentes al oficio (la mencionada censura editorial), se ha consagrado como traductor del español al árabe con una vasta nómina de autores: Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Isabel Allende, Manuel Altolaguirre, Rafael Argullol, Bernardo Atxaga, Calderón de la Barca, Julia Castillo, Camilo José Cela, José Echegaray, Antonio Gala, Gabriel García Márquez, Ramón Mayrata, Juan Goytisolo, Miguel Hernández, Julio Llamazares, Pablo Neruda, Mario Vargas Llosa… 

Con Fernando Sánchez Dragó tuvo un trueque de intereses. Rifaat tradujo su novela El camino del corazón y Dragó lo entrevistó en 2004 en Negro sobre blanco, el programa de literatura que dirigía en TVE.

Ramón Mayrata lo une la amistad y la admiración mutuas. Su afinidad mezcla la vida y la obra, lo personal y lo profesional. Mayrata, poeta y novelista traducido al árabe por Afté, se hizo cargo de la columna introductoria a sus diarios personales. Dice Mayrata que “para Rifaat el mal solo existe negativamente. Comparte con Camus esa intuición mediterránea, convertida en rareza, en un mundo dominado por visiones siniestras”.

En sus fragmentos, Rifaat describe una rutina de espera, su ansia de desahogo y la búsqueda de paz en un área de paz aparente, de funesto sosiego:

He bajado al jardín en un intento de alejarme un poco de las noticias. […] La madreselva y el limonero mezclan sus fragancias. ¡Dios mío, que bella es la naturaleza! ¡Cuánto la deformamos y nos dejamos llevar por ideas insignificantes, prefabricadas, por la sangre derramada y no por ella! Un pájaro ha pasado dejando su excremento en mi hombro. Lo he considerado como una condecoración. Lo he dejado.


Último paseo

Hemos dejado el Centro Cultural Árabe Sirio, algo resignados por no haber podido franquear sus puertas, y hemos echado a andar. Rifaat quiere saber mis planes. Le preocupa el futuro de los jóvenes europeos. Le preocupan, también, el incumplimiento de los programas electorales y el sectarismo de los medios. “¿Quién lo va a cambiar?”, me pregunta. Le digo que “la intelectualidad”, por ocurrencia y sin mucho convencimiento. Pero la intelectualidad es Rifaat Atfé, y también la impotencia, que reconoce llevar adherida a la voluntad desde el estallido de la guerra.

Google Maps nos ha llevado por la calle Juan de Austria. Allí vivió Rifaat  durante su primera etapa de estudiante. Cree haber reconocido el portal en un edificio con la fachada amarilla y todavía se acuerda del nombre de la dueña (Leticia). Por una suerte de casualidad intencionada nos hemos detenido en Tuuu Librería de la calle de Covarrubias. Aquí los libros se encuentran por azar y se amontonan en secciones según el género. Es fácil descubrir títulos traducidos por Rifaat Faté: en apenas unos minutos me señala cuatro (de Antonio Gala y Rosa Regás, entre otros). Me he llevado tres.

De vuelta a las calles y a la preocupación primordial, al asunto que le hace perder la mirada –seguir o no seguir en Siria–, me sorprende oírle hablar de humillación respecto a otro fenómeno que poco o nada puede afectarle: el de los jóvenes obligados a seguir en casa de sus padres porque no les da el presente para vivir independientes y el futuro no pinta mejor. Me sorprende, especialmente, después de haber hablado de la humillación del refugiado de guerra. ¿Y si la aspiración suprema del hombre fuera la independencia, entendida ésta como el poder de construir y construirse (vida personal, entorno mejor, carrera próspera), y fueran muchas las maneras de arrebatárselo en la escala de la brutalidad? La humillación consiste en la incapacidad (forzosa) del individuo capaz, convertido en ser indefenso, necesitado de asilo por haber sido despojado de oportunidades. Y la humillación suprema implica arrebatarle a un hombre todas las oportunidades, hasta la vida propia (o de sus hermanos, amigos y familiares) y el futuro, el presente y el pasado; la dignidad a golpe de bombas, morteros y armas químicas.

Rifaat Atfé seguirá en Misyaf, por ahora. Aún le quedan unos pocos días para caminar por un país sin guerra, antes de atravesar la frontera del Líbano con Siria. Acabamos el paseo en el bar italiano del primer día. Y la conversación sigue.




Laura Cano Sastre (Madrid, 1989) es periodista y correctora. En marzo de 2014 fundó la tertulia literaria La Habitación Propia, que organiza actividades, debates y eventos literarios en Bruselas y en Madrid. Ha sido redactora de los periódicos Sierra Madrileña y El Pueblo de Albacete. Desde diciembre de 2013, colabora con la revistaAcentos, que se publica y distribuye en Bruselas.

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