domingo, febrero 09, 2020

La entrevista póstuma de George Steiner: “Me faltó valor para crear”

La entrevista póstuma de George Steiner: “Me faltó valor para crear” | Cultura | EL PAÍS

George Steiner

George Steiner, en la puerta de su casa en Cambridge (Reino Unido) en 2016. 



“El secreto de una buena vejez no es más que un pacto honesto con la soledad”; no pude evitar pensar en esta maravillosa reflexión de Gabriel García Márquez cuando me enteré de la desaparición de George Steiner. Murió el lunes hacia las 14.00, por complicaciones derivadas de una fiebre aguda, en su casa de Barrow Road, en Cambridge. La última vez que hablamos fue el sábado pasado, por teléfono, y me confió, con voz muy ronca: “Ya no soporto el cansancio de la debilidad y la enfermedad”.
Así, Steiner, uno de los críticos literarios más agudos e importantes del siglo XX, vivió los últimos años de su vida lejos del foco de atención, de los medios de comunicación, de los congresos y conferencias, de cualquier cita pública. He tenido el privilegio de estar con él también en esta última fase de aislamiento voluntario.
Después de más de veinte años de encuentros en París, Italia y otras ciudades europeas, las llamadas mensuales y la visita anual a Cambridge se habían convertido en un ritual. Pero a la última cita, fijada para el 14 de junio de 2018, no le sucedió ninguna otra: el día anterior George la canceló porque no se encontraba bien y no quería mostrarse cansado y desanimado. Fue en una de estas reuniones (el 21 de enero de 2014, hace exactamente seis años), cuando a Steiner se le ocurrió concederme una entrevista póstuma: reunir algunas de sus reflexiones y no publicarlas hasta el día siguiente a su desaparición. Una manera discreta de romper el silencio y despedirse de sus amigos, sus alumnos, sus numerosos lectores.



Volvió a este texto el año pasado, modificando algunas palabras aquí y allá y pidiéndome que volviera a escribir algunas frases. Quién sabe cuántos aspectos desconocidos de su vida y su pensamiento saldrán a la luz en 2050, cuando se puedan estudiar los cientos de “cartas autobiográficas” ahora selladas en los archivos del Churchill College de Cambridge.
Ahora que ya no está –su hijo David me dio la noticia–, además del profundo dolor por la pérdida de un amigo querido y un verdadero maestro, ni siquiera cuatro meses después de la desaparición de Harold Bloom, advierto más claramente las consecuencias de ese silencio forzado y el vacío insalvable que deja entre los defensores de los clásicos y la literatura. Pienso en sus libros, en su conocimiento enciclopédico animado por una sorprendente curiosidad. Y pienso, sobre todo, en su pasión por la enseñanza, en su capacidad para compartir el amor por la literatura y el conocimiento con los estudiantes y el público.
George no solo destacó en la palabra escrita. Era también un gran orador: su elegante elocuencia fue capaz de inflamar a estudiantes y colegas.
Pregunta: ¿Cuál es el secreto más importante que quiere revelar en esta entrevista póstuma?
Respuesta: Puedo decir que durante 36 años he dirigido a una interlocutora (su nombre debe continuar siendo secreto) cientos de cartas que representan mi “diario”, en el que he contado la parte más representativa de mi vida y los eventos que han marcado mi cotidianidad. En esta correspondencia he hablado sobre los encuentros que he tenido, los viajes, los libros que he leído y escrito, las conferencias y también episodios normales y corrientes. Es un “diario compartido” con mi destinataria, en el que es posible encontrar incluso mis sentimientos más íntimos y mis reflexiones estéticas y políticas. Se conservará en Cambridge, en un archivo del Churchill College, junto con otras cartas y documentos que dan testimonio de las etapas de una vida quizá demasiado larga. Estas cartas-diario, en particular, se sellarán y solo podrán consultarse después de 2050, es decir, después de la muerte de mi esposa y (quizá) de mis hijos. En resumen, se harán públicas solo cuando muchas de las personas cercanas a mí ya no estén. ¿Las leerá alguien después de tanto tiempo? No lo sé. Pero no podía hacerlo de otra manera... 
P: ¿Por qué una entrevista póstuma?
R: Siempre me fascinó la idea. De algo que se hará público precisamente cuando yo ya no pueda leerlo en los periódicos. Un mensaje para los que se quedan y una manera de despedirme dejando que se oigan mis últimas palabras. Una ocasión para reflexionar y hacer balance. He llegado a una edad en que cada día más o menos normal debe considerarse un valor añadido, un regalo que te da la vida.
En esta fase los recuerdos del pasado se convierten en el único y verdadero futuro interior. Es un viaje hacia atrás basado en el recuerdo lo que nos permite alimentar algunas esperanzas. No disponemos de las palabras exactas para definir el recuerdo que encierra en sí el mañana. Me encuentro en un momento de mi vida en el que el pasado, los lugares que he frecuentado, las amistades que he tenido, la imposibilidad de ver a las personas que he amado y sigo amando y hasta la relación contigo, constituyen el horizonte de mi futuro más de lo que puede ser el futuro real. 
P: ¿Se reprocha algo en particular?
R: Claro. Más de una cosa. Escribí un pequeño libro, Errata, en el que hablo sobre los errores que he cometido. No he conseguido captar algunos fenómenos esenciales de la modernidad. Mi educación clásica, mi temperamento y mi carrera académica no me permitieron comprender completamente la importancia de ciertos grandes movimientos modernos. No entendía, por ejemplo, que el cine, como nueva forma de expresión, pudiera revelar talentos creativos y nuevas visiones mejor que otras formas más antiguas, como la literatura o el teatro. No he entendido el movimiento contra la razón, el gran irracionalismo de la deconstrucción y, en algunos aspectos, del posestructuralismo. Debería haberme dado cuenta de que el movimiento feminista, que apoyé en Cambridge con gran convicción al reconocer la importancia del papel de la mujer, asumiría después, en la lucha por ocupar un lugar dominante en nuestra cultura, una función política y humana extraordinaria. 
P: En el ámbito personal, ¿qué errores ha cometido?
R: Esencialmente, habría debido tener el valor de probarme en la literatura “creativa”. De joven escribí cuentos, y también versos. Pero no quise asumir el riesgo trascendente de experimentar algo nuevo en este ámbito, que me apasiona. Crítico, lector, erudito, profesor, son profesiones que amo profundamente y que vale la pena ejercer bien. Pero es completamente diferente a la gran aventura de la “creación”, de la poesía, de producir nuevas formas. Y, probablemente, es mejor fracasar en el intento de crear que tener cierto éxito en el papel de “parásito”, como me gusta definir al crítico que vive de espaldas a la literatura. Por supuesto, los críticos (lo he subrayado varias veces) también tienen una función importante; he intentado lanzar, a veces con éxito, algunos trabajos y he defendido a los autores que creía que merecían mi apoyo. Pero no es lo mismo. La distancia entre quienes crean literatura y quienes la comentan es enorme; una distancia ontológica (por usar una palabra pomposa), una distancia del ser. Mis colegas universitarios nunca me perdonaron que apoyara estas tesis; muchos barones y cierta crítica estrictamente académica no aceptaron que me burlara de su presunción de ser, a veces, más importantes que los autores de los que estaban hablando… 
P: ¿A quién desea enviar un mensaje?
R: Pienso en algunos estudiantes, más brillantes que yo, que están completando trabajos importantes; su éxito es una gran recompensa para mí. Pienso con profunda gratitud en algunos de mis colegas que me han acompañado en el camino académico. Y pienso, sobre todo, en personas más íntimas, como tú, que han entendido lo que he intentado hacer y gracias a quienes he podido vivir una intensa aventura intelectual y emocional. Pero, en este momento, ante todo, trato de entender por qué la distancia que me separa del irracionalismo moderno y, me atrevo a decir, de la creciente barbarie de los medios, de la vulgaridad dominante, es cada vez mayor. Creo que estamos atravesando un período cada vez más difícil... 
P: ¿Qué es lo que más le ha hecho sufrir?
R: Me ha hecho sufrir el ser consciente de haber publicado ensayos que me habría gustado escribir mejor. Por supuesto, hay páginas de mi trabajo que he defendido y defiendo con convicción, y también con amargura. Pero sé que probablemente no era eso lo que me habría gustado escribir. Y a menudo pienso en la injusticia del gran talento: nadie entiende cómo surgen estos dones supremos y cómo se distribuyen. Pienso en un niño de cinco años y medio que dibuja un acueducto romano cerca de Berna y luego, de repente, representa un pilar con zapatos; desde entonces, gracias a Paul Klee, que así se llama, los acueductos caminan por todo el mundo. Nadie puede explicar las sinapsis neurológicas que pueden desencadenar en un niño este “flechazo” de la metamorfosis, esta brillante intuición que cambia la realidad. Pensé que era una injusticia que pudiéramos intentar, volver a intentar, esforzarnos de nuevo, solo para poder permanecer en la estela de los adultos, pero sin llegar a ellos, porque son diferentes a nosotros. 
P: ¿Y lo que le ha hecho más feliz?
R: La felicidad de haber enseñado y vivido en muchos idiomas. La felicidad que he tratado de cultivar todos los días, hasta el final, sacando de mi biblioteca un poema para traducirlo a mis cuatro idiomas (francés, inglés, alemán e italiano). Y aunque no lo haya traducido bien, tengo la impresión de que he dejado entrar un rayo de sol en mi cotidianidad. 
P: ¿Qué deseos no ha podido cumplir?
R: Muchísimos: viajes que no me he atrevido a hacer, libros que quería escribir y que no he escrito, sobre todo encuentros cruciales que evité por falta de valor o disponibilidad o energía. Podría haber conocido, por ejemplo, a Martin Heidegger, pero no me atreví. Y creo que tenía razón. Siempre he respetado un principio: no hay necesidad de importunar a los adultos, tienen otras cosas que hacer. Y además, nunca he soportado a quienes se consideran importantes porque coleccionan citas con grandes nombres. Las personas excelentes tienen el derecho a escoger con qué interlocutores quieren “perder” su tiempo. Luego ocurre que un día, al abrir libros de memorias, se leen frases como: “Me importunó el señor X, que insistió en reunirse conmigo, pero no tenía nada interesante que decir”. Siempre me ha dado miedo caer en el error burdo. Pienso en Jean-Paul Sartre, por ejemplo, especialista en revelar circunstancias ligadas a famosos “pesados”. Y me costó mucho renunciar, en los últimos tiempos, a la compañía de un perro. Después de la muerte de Muz me di cuenta de que, a mi edad, era muy arriesgado tener otro. Adoro a estos animales, pero en el umbral de los 90 años me parece terrible ofrecerle una casa para dejarlo solo.
P: ¿Cuál es la victoria más hermosa?
R: Insistir en la idea de que Europa sigue siendo una necesidad importantísima, y de que, a pesar de las amenazas y los muros que se construyen, no debemos abandonar el sueño europeo. Soy antisionista (postura que me costó mucho, hasta el punto de no poder imaginar la posibilidad de vivir en Israel) y detesto el nacionalismo militante. Pero ahora que mi vida está llegando a su fin, hay momentos en que pienso: ¿quizás me equivoqué? ¿No habría sido mejor luchar contra el chovinismo y el militarismo viviendo en Jerusalén? ¿Tenía derecho a criticar, cómodamente sentado en el sofá de mi hermosa casa de Cambridge? ¿Fui arrogante cuando, desde el extranjero, intenté explicar a las personas en peligro de muerte cómo deberían haberse comportado? 
P: ¿Recuerda haber llorado en su vida?
R: Desde luego. En los últimos tiempos me encuentro a menudo recordando circunstancias particulares. Pienso, por ejemplo, en grandes experiencias humanas que concluyeron sin que yo hubiera previsto el final. La repentina desaparición de algunas personas que nunca volverás a ver. O lugares que no has visitado y que ya no podrás visitar. Y también pienso en más cosas, sencillas, quizá banales: pescado y alimentos que ya no podrás probar. Y a veces, encontrar en la esquina de una calle o en un jardín la sombra de una persona que amas y que necesitas enormemente, pero que sabes que ya nunca podrás alcanzar.
P: ¿Qué importancia ha tenido la amistad en su vida?
R: Una importancia enorme. Nadie lo sabe mejor que tú. Habría vivido muy mal mis últimos decenios sin ti y sin otros dos o tres amigos con los que he intercambiado una abundantísima correspondencia, interlocutores distinguidos con quienes he compartido una profunda intimidad afectiva. Quizá la amistad sea más valiosa que el amor. Sostengo esta tesis porque la amistad no tiene nada del egoísmo del deseo carnal. La amistad, la auténtica amistad, se basa en un principio que Montaigne, en un intento de explicar su relación con Étienne de la Boétie, condensó en una frase bellísima: "Porque era él; porque era yo". 
P: ¿Y el amor?
R: El amor ha tenido muchísima importancia, tal vez demasiada. En primer lugar, la felicidad que me ha dado mi matrimonio y que no puedo explicar con palabras, racionalmente. Y luego uno o dos encuentros que han sido decisivos en mi vida. Creo que, en potencia, las mujeres tienen una sensibilidad superior a la de los hombres. He tenido el enorme privilegio de tener relaciones amorosas en diferentes lenguas (he escrito mucho sobre este tema). El donjuanismo políglota ha sido una enorme recompensa para mí, una ocasión de vivir múltiples vidas. Y es curioso que ni la psicología ni la lingüística se hayan ocupado nunca de este fenómeno apasionante. Por eso, en Después de Babel acuñé una definición original de la traducción simultánea como un buen orgasmo. Siempre he considerado el fenómeno de las palabras y los silencios en relación con el erotismo un tema capital. 
P: ¿Piensa alguna vez en la muerte?
R: Continuamente. Pero no solo ahora; también cuando era joven. Crecí a la sombra de la amenaza hitleriana y recuerdo perfectamente que los únicos supervivientes de mi clase del instituto fuimos un compañero y yo. Mi padre y la vida me prepararon para afrontar la pérdida y el peligro de la muerte. Ahora pienso que el encuentro con la muerte tal vez sea interesante; quizá se revele como una manera de entender mejor muchas cosas. 
P: ¿Cree que hay algo después de la muerte?
R: No. Estoy convencido de que no habrá nada. Pero el momento del paso puede ser muy interesante. Encuentro infantil la reacción de quienes, después de haber pensado siempre en la nada, en la fase final de su vida cambian y se imaginan un mundo ultraterrenal. Pienso que no tener miedo es una cuestión de dignidad; no se debe perder el respeto a la razón, hay que llamar las cosas claramente por su nombre. Es verdad que se puede cambiar de manera de pensar. He tenido la fortuna de vivir siempre en contacto con grandes científicos y sé que cada día se aprenden cosas nuevas y se corrigen otras. En la ciencia, esto es normal. Ahora bien, creer en una vida más allá es algo muy distinto. 
P: En esta entrevista póstuma, ¿querría pedir disculpas a alguien con quien se haya peleado?
R: Sí, querría disculparme con una persona cuyo nombre no puedo decir. Creo que él también preferiría permanecer en el anonimato. Se trata de un hombre eminente, durante mucho tiempo amigo íntimo, con el que discutí por un asunto estúpido. Una frase mal escrita en una carta hizo saltar por los aires nuestra relación de años. Aprendí mucho de esa experiencia; cómo a veces un instante insignificante puede transformarse en un hecho decisivo en la vida. Es un riesgo que corremos a menudo. Un gesto sin importancia, una simple palabra, en un solo segundo, pueden causar verdaderas tragedias. Y ahora, después de tantísimos años, me gustaría decirle a mi amigo, “ven, vamos a comer juntos y a reírnos de lo que pasó”. Pero, con gran dolor, me doy cuenta de que ya no hay tiempo. Es demasiado tarde. 
P: Sin embargo, es famoso por su irascibilidad. ¿Siempre ha sido un punto débil de su carácter?
R: Sí, es verdad, pero no solo en la edad adulta. Recuerdo que cuando era niño me alteraba por cosas pequeñas, a veces sin una verdadera razón. Esta manera de comportarme me ha creado muchas enemistades. Después, con los años, tuve que aprender a moderarme. Pero también he pagado un precio por mi ironía, a menudo muy mordaz y no siempre bien recibida. Y tal vez la tristeza, fruto de la conciencia de mi mediocridad, ha incomodado no pocas veces a mis interlocutores. Por desgracia, a lo largo de tantos años he coleccionado muchas hostilidades y he roto muchas amistades. Es triste reconocerlo, pero es así. 
P: ¿Le han dado algún consejo que le haya cambiado la vida?
R: Por supuesto. Sobre todo los que me dio mi madre con todo su cariño. A ella le debo que me animase a convivir de manera fructífera con mi discapacidad. Cuando era niño, para hacerme reaccionar en los momentos de desesperación, me decía que la "dificultad" era un "don" divino. Además de librarme del servicio militar, mi defecto me brindó la oportunidad de aprender a mejorar, de intentar entender que sin esfuerzo no se obtiene nada en la vida. Lo he recordado en diferentes circunstancias. Uno de los logros más bellos de mi existencia fue cuando conseguí atarme los zapatos por primera vez con la mano impedida.
© Corriere della Sera. Traducción de NewsClips

jueves, febrero 06, 2020

afribuku Djaimilia Pereira de Almeida: "No solo es la raza o el género, queremos participar en la gran conversación de la literatura" : afribuku

afribuku Djaimilia Pereira de Almeida: "No solo es la raza o el género, queremos participar en la gran conversación de la literatura" : afribuku





El nombre de Djaimilia Pereira de Almeida apareció en la literatura hace unos años cuando publicó Esse Cabelo, ficción autobiográfica, clasificada en un subgénero que recibió el nombre de autoficción. Es una especie de novela-ensayo que despertó la atención de los lectores y de la crítica para la que parecía ser una voz innovadora de una generación que hablaba de raza, identidad, género, cuestionado clichés asociados a la condiciones de la negritud o de lo que es vivir en un mundo de extrañeza, ya sea en el lugar de donde nació, Angola, como en el que creció y vive, Portugal. Djaimilia fue entonces comparada a otras escritoras femeninas que surgieron en Estados Unidos, Inglaterra, en países de África como Nigeria o Etiopía; mujeres que escriben desafianado lo que se espera de ellas. 
A los 36 años, regresa, confirmando que ese libro no fue el acto solitario de una obra por construir, sino que ahora asume, de distancia de ese yo narrativo inicial y autobiográfico, para acercarse a la creación más pura. Está descubriendo lo que eso significa. Luanda, Lisboa Paraíso es un paso en esa dirección. Como telón de fondo hay una guerra, pobreza, los retornados de la guerra, los que se quedaron, los que sobreviven en territorio extraño, la enfermedad, la exclusión… Pero hay, entre todo lo anterior, dos hombres como protagonistas, un padre y un hijo, y la memoria de cada uno; un pasado que se quiere olvidar, alguien que decide que ya no será angoleño. Es una construcción de identidades condicionada por un presente que nunca se compadece de esa memoria, que no la respeta. En el nuevo libro de Djamilia Pereira de Almeida se olvida para sobrevivir. La escritora acaba también de ganar una beca de creación literaria. 
Esse Cabelo fue un libro muy bien considerado y la consagró como autora que abordaba cuestiones como raza, feminismo, identidad, a partir de una escritura autobiográfica. ¿Cómo se ve en cuanto al modo en que la situaron en la literatura?
No se puede controlar la manera en que se es recibido ni lo que los lectores hagan con lo que escribimos. Así que lidio con todas esas categorías, titulares sobre lecturas, lo que sea que fuere, con enorme curiosidad y también con alguna sorpresa. Lo que no ha ocurrido hasta ahora es que en ningún momento he sentido que no me estuvieran haciendo justicia. Tal vez no utilizaría todas esas categorías para describir lo que hice, pero la recibo con gran serenidad. 
Imaginemos que le dieran a elegir entre las categorías que le asignaron para que la identificasen.
Preferiría no elegir. Hay muchos aspectos de la historia de la literatura portuguesa que son importantes para mí. Es la tradición que conozco mejor y la que está en mi cabeza cuando estoy escribiendo. La literatura portuguesa, la lengua portuguesa. Pero la literatura portuguesa es algo muy vasto y todos esos titulares son lecturas a posteriori.  Además, los libros surgen en un cierto momento y la recepción tiene que ser percibida según los momentos históricos que estamos viviendo. Esse Cabelo apareció en un momento muy particular en que tenía sentido ser abrazado por una serie de causas. 
Llegó en un tiempo que lo recibió bien.

Exactamente. 
En esa amplitud histórica y geográfica de la literatura portuguesa hay espacios y temas que están, sin embargo, menos explorados, que son periféricos. Su escritura trata de esa experiencia.
Sí, me reconozco en esa descripción de que el género de historias que he estado contando hasta ahora es sobre la historia periférica, pero no me siento periférica con respecto a la lengua portuguesa en general, sobre todo como lectora. Es cierto que mi recorrido de vida es muy parecido al de personas que vinieron de África; algunas incluso nacieron aquí; pertenezco a ese conjunto de personas. Pero tuve un acceso privilegiado a la tradición literaria que muchas de esas personas no tienen.


Es natural que cuando empiezo a contar historias, vengan de un lugar de donde hasta ahora hayan llegado pocas historias, pero nunca es algo premeditado. Y tampoco sé si voy a continuar haciendo siempre lo mismo, porque me interesa también explorar el atrevimiento de que una persona que venga de una posición más periférica pueda contar relatos que no se ciñan a la periferia. Es colocar en la conversación a personas que tal vez ni siquiera llegarían a leer en los libros. Me interesa también, sin embargo, hablar de otras cosas desde un punto de vista menos periférico. Hace tres años, cuando hablamos, ya decía esto, que es necesario que empecemos a oír historias de personas de varias periferias.
Tengo mucha curiosidad por muchas historias. No solo por las de los afrodescendientes, sino por las de otras comunidades que viven en Portugal. Por ejemplo, estoy deseando que empecemos a escuchar historias de los asiáticos que viven en Portugal, o de las comunidades indias. No encaro todo esto como si de repente tuviésemos que acceder a todas esas identidades, sino que todos podamos participar en una conversación, que es una conversación muy antigua, a la que se le llama lengua portuguesa. 
¿De qué nombres, de esa tradición, se siente más cercana y hacen que tenga ese sentido de la pertenencia?
No me restrinjo a la literatura portuguesa, porque pude leer muchas otras cosas. Además los autores que más suelo retomar son sobre todo franceses. Pero de la literatura portuguesa me interesan muchas cosas que van desde Sá de Miranda hasta… no sé por dónde empezar (ríe), pero Raul Brandão, Fernando Pessoa, muchos poetas. A los 18 años, cuando empecé a pensar en lo que me gustaría escribir, hacer, cuando empecé que me gustaría escribir, hacer eso mi vida, leía a Manuel Gusmão. Soy una apasionada de los libros más que de los autores; por lo tanto, más que decir autores, conozco los libros que me marcaran. El libro de Manuel Gusmão se llama Teatros do Tempo [Caminho, 2001] y fue muy importante para mí. Durante cierto momento Álvaro de Campos. En otra fase, aún muy joven, Os Pescadores de Raul Brandão, fue muy importante para un cierto periodo y me acompañó a lo largo de muchos años. En este momento presente de mi vida, sigue siempre muy importante para lo que voy a hacer a continuación. 
Hace poco decía que ya no se acuerda del contenido de su nuevo libro. Acaba de salir. ¿Cómo se borra la memoria de esa forma?
No lo sé. Pero después de que el libro estuviera listo y publicado, normalmente no lo vuelvo a leer. Me cuesta bastante, me voy olvidando. En el momento en que el libro está listo me sé todo de memoria. Después lo cierro y me olvido. Leyendo ahora Esse Cabelo es toda una sorpresa ver que está ahí porque ya me olvidé. 
¿Volvió a ese libro?

No. Pero cuando voy, cuando toca volver por cualquier razón, ya no me acuerdo de nada. Se borró. 
¿Es un mecanismo de defensa, miedo de enfrentarte al texto?
No. Creo que es necesario vaciar el espacio para ocuparlo con otras cosas. Cuando publico un libro siempre estoy nerviosa y enseguida empiezo a pensar en otras cosas. 
¿Ya ha empezado? 
Sí. Cuando más ansiosa me siento, escribir me ayuda mucho. En los momentos de mayor tensión me pongo a escribir. Normalmente, me pongo a escribir otra cosa y voy olvidando lo que quedó atrás. 
Este nuevo libro aporta un gran oralidad a la escritura, una oralidad casi antigua. ¿Está de acuerdo?
 Nunca había pensando en eso. Pero sí, no hice ninguna investigación. Quizá son coas que no sabía y emergen a medida que voy escribiendo, aparecen naturalmente; modos de hablar, pronuncias… Están en un subterráneo cualquiera y la imaginación abre una caja. Esta semana estuve pensnado en esto, cómo es esto de escribir un libro. Ahora que estoy dedicada a un texto que ocurre en otro período, en otro siglo, y estaba pensando que es como agarrar un plato de cristal o una jarra de vidrio, tirarlo al suelo y partirlo en mil pedazos. El momento de la escritura es como si muchos, muchos de esos pedazos de vidrio venidos de muchos lugares se constituyesen en un mosaico reconocible. Hay cosas que no sabía que sé, o que ya no me acuerdo que sabía, que las viví. Puede ser una mirada vista en no sé dónde, el aspecto de una casa que vi en algún lugar. Son pedazos que después toman forma…
¿Y sentido?
Sí.
Ha escrito un libro-ensayo, donde hay un yo asumidamente autobiográfico, y pasa a una novela con algunas cosas autobiográfica. Los dos se sitúan más o menos en la misma época, en comunidades más o menos semejantes, donde sale del yo ficcional. ¿Cómo ocurrió?
Sí. Lo que pasó entre un libro y otro fue que percibí que lo conseguía hacer. No escribí Esse Cabelo en tercera persona porque creo que aún no sabía cómo se hacía. Pasé tres años intentando percibir cómo se hacía porque sólo me interesaba hacer eso. 
¿Salir del yo?
Sí. Completamente. Ahora cada vez  me interesa menos y ya no tengo ningún interés en escribir desde el punto de vista del yo. Me interesa alejarme de mi propio punto de vista y plegarme hacia fuera, hacia el punto de vista de los demás y acercarme a otras figuras que no son yo. Yo y mi particularidad han dejado de interesarme. Lo que me interesa es pensar en cómo se cuenta un historia, cómo se hace un libro y, de proyecto en proyecto, trabajar esto. Es como si fuese un vector que antes apuntaba hacia mí y ahora pasa a apuntar en dirección contraria, en el sentido del mundo que hay ahí fuera. 


Hace poco Zadie Smith contaba la dificultad de realizar el recorrido inverso, dejar la tercera persona y escribir en la primera, algo que solo aconteció en su último libro. 
Sí, me acuerdo de entrevistas antiguas de Zadie Smith en que decía que encontraba fútil escribir en primera persona. Para mí fue lo contrario, porque me gustaba escribir libros como los que me gusta leer y el tipo de historia que me gusta leer es de aventureros y marineros. 
Que resultan de la imaginación.
Sí. Hombres en alto mar, piratas. Hay un sentido de aventura que el punto de vista de la primera persona, la centrarse en nuestras propias angustias, no permite mucho. Sobre todo, me interesa contar historias y me interesa contarlas desde el punto de vista del número más variado de personas que yo aún desconozco. 
¿Cómo fue ese aprendizaje, por ejemplo, de construir personajes? 
A base de muchos intentos; intento y error. El libro no es muy largo, pero hubo mucho desperdicio… Para mí nunca es ningún desperdicio porque en todo ese camino no desecho nada, siempre voy a buscar otras cosas, acaba siempre por ser útil, tal y como se usan las sobras de la costura para hacer otras cosas. Pero hubo mucho, mucho material sobrante. Especialmente porque en este caso también intenté buscar una forma clara, más clara; frases más claras; buscar un cierto ritmo, un modo menos reflexivo de expresión. 
¿Alejarte más del ensayo?
Exactamente. Es intentar encontrar la forma adecuada de contar la naturaleza de las vidas de las que estaba hablando. Me interesaba más una escritura más terrenal. Quizá eso haya sido más difícil que la mera construcción de los personajes. Quizá lo más difícil haya sido es proceso de desaprendizaje necesario para expresarme de forma sencilla. En mi cabeza el libro siempre tuvo el aspecto de un equilibrio y, a partir de un cierto punto, escribí como si les estuviese contando a los personajes sus vidas, como si me preguntase: “¿Y entonces, cómo fueron nuestras vidas? Me interesaba contárselo de forma que ellos lo logran entender. Fue muy difícil porque tenía toda una serie de vicios y tics. 
¿Académicos?
Académicos y no solo, pero de los que tenía que distanciarme. Es necesaria mucha paciencia para eso – paciencia conmigo misma – para llegar ahí. 
El territorio de Luanda, Lisboa, Paraíso, sin embargo, es familiar. No fue para nada universo imaginario.
Aún no. Hasta un cierto mucho este es un mundo que conozco, pero también solo hasta cierto punto. No hubo un gran proceso de investigación. Sí que recogí muchos objetos y los personajes fueron construidos según esos objetos. 
Como la historia de una maleta encontrada en un mercado de antigüedades.  
Sí, allí está [apuntar hacia el otro lado de la casa]. Son objetos que encuentro en los mercados de antigüedades. Voy todos los domingos a esos mercados. Llevo muy poco dinero y voy buscando ese tipo de cosas. 
¿Qué le interesa en esa búsqueda? ¿Las historias? 
Sí, historias, pero sobre todo me gustan las antigüedades, pero no son cosas valiosas. Colecciono algunas cosas y eso es lo que más estimula mi imaginación. Empiezo a pensar: aquí hay un vaso, de quién fue ese vaso. Me da muchas ideas. Lo hago desde hace muchos años y nunca pensé en historias a partir de ahí. Fue sucediendo naturalmente. En un cierto momento me di cuenta de que estaba comprando objetos sin nexo entre ellos, cosas que no necesitaba para nada, auténtica basura, chatarra, y después empecé a mirar todo lo que tenía y pensaba: todo esto podría ser de una misma persona, podrían ser objetos de alguien en concreto. Era como una especie de ajuar de una persona que no conocía. 
Y empezó a atribuirle un dueño a ese ajuar. 
Exactamente. Eran artículos de hombre. Un cinturón, unas gafas de sol… Así fueron naciendo mis personajes. Después empecé a dibujar, unos dibujos sin interés, unos hombres; al principio fue todo así. Después les asigné un nombre y fueron naciendo. También tenía muchas imágenes. Fotografías importantes de la historia de la fotografía, que también me dan muchas ideas; ver libros de fotografía me ayudan mucho, a percibir matices, principios de personajes y principios de historias. Todo eso, sumado a las lecturas del momento, me ayudaron a concluir este libro.
Un libro en el que, como dijo, los protagonistas son hombres…
Fue totalmente espontáneo. No surgieron mujeres y , no sé por qué, pero últimamente cuando escribo, escribo sobre hombres y no al contrario…
¿Cómo planteó la estructura de este libro que se divide en dos partes? 
Esa división fue muy tardía. Quería ser capaz de escribir un libro que, desde la primera hasta la última línea, no tuviese capítulos, interrupciones, que fuera un texto continuo. Le doy mucha importancia a la disposición del texto, pero como no lo he conseguido aún, lo divido en capítulos. 
El libro salió hace relativamente poco, las reacciones aún están empezando a salir. ¿Cómo gestionas este momento?
Esta vez, como no hubo presentación oficial, estoy menos nerviosa. 
¿Fue decisión suya?
Sí. 
¿Por qué?
Nunca voy a las presentaciones de libros[se ríe]. No es mucho mi estilo, y como podía no hacerlo, decidí que mejor no. Al mismo tiempo fue un poco extraño. No hubo que concertar citas, de un día para otro el libro estaba en las librerías; todavía no lo he visto en ninguna librería, no voy a comprobarlo. 
¿Lee las críticas?
Sí, algunas sí. Pero tampoco las leo integralmente. No me interesa. Lo que siento es que lo que yo tenía que haber hecho ya lo hice. 
Pero le interesa que le lean.
Sí me interesa. Si hubiera habido una presentación tal vez me habría sentido nerviosa. Pero ahora estoy feliz porque lo terminé. Mi manera de lidiar con esta fase es ponerme a escribir. Es un periodo muy productivo a nivel literario para mí. Es una especie de abrigo con el que me visto. Soy lectora de algunas de esas personas y creo que su contribución es muy importante. Pero cuando se habla de escritores con un recorrido como el mío, en ocasiones ya deja de hablarse de literatura. Se pasa a hablar del lado social, político… Creo que es importante que nunca perdamos el punto de vista del aspecto literario. La contribución social y política es tan fuerte y perenne como ; la conversación: esa conversación antigua, la conversación de lo que se expresa en los libros. Me interesa participar en esa conversación. La contribución de todas esas personas es cuanto más subversivo que la inscripción en esa conversación y continuar más allá del momento en que las discusiones fuera de la literatura estaban ocurriendo. Los libros preservan el sentido de la discusión y mantienen entre sí una discusión propia que nos sobrepasa, que se prolonga más allá de nosotros y del momento que estamos viviendo.
No se siente representante de tipo de literatura concreta. 
No. Quizá sienta una gran responsabilidad. Pero es antes que nada, una gran responsabilidad en relación al propio trabajo lo que estoy haciendo y de respeto hacia los personajes de las cuales estoy hablando. Rindo cuentas a los personajes. Pero no me siento representante de ninguna literatura. Siento que estoy contribuyendo a una conversación, que es también una conversación política, social, etc. Pero cuando escribo no pienso en esto. Entiendo cómo se hace lo que me gustaría saber hacer. Y preservo un cierto disfrute haciendo esto. Escribir es la actividad que más me satisface. Es algo asociado a la felicidad. Si encima los libros sirven para que se cree debate, se llame la atención sobre ciertas cosas, si se leen para el beneficio de las personas, más feliz me quedo. Pero no es algo premeditado, porque si solo me concentrara en esto, me aterra que los libros acaben siendo malos. 
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* Esta entrevista fue publicada en el periódico Público y en Buala. Para leer el texto original en portugués, clic aquí.
*Traducción: Alejandro de los Santos.

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