lunes, noviembre 04, 2013

Camus cumple cien años

Camus cumple cien años | Cultura | EL PAÍS

Camus cumple cien años

El autor de 'La peste' sigue siendo un extranjero en Francia. Su hijo Jean y el hijo de su maestro Jean Grenier, Alain, glosan su figura


Albert Camus en Bougival en noviembre de 1945, en la propiedad de Guy Schoeller. / EL PAÍS

Jean Camus, el hijo de Albert Camus, atiende el teléfono gracias a la mediación de Alain Grenier, el hijo del filósofo y escritor Jean Grenier, que fuera profesor en el instituto de Argel y amigo íntimo del autor de El extranjero. Camus hijo es abogado, está delicado de salud, y prefiere no recibir a nadie en la casa de sus padres, en la Rue Madame de París. “Está destruida”, dice. Nacido en 1945, el mellizo de Catherine Camus siempre ha dejado que sea su hermana, la albacea del escritor, quien se ocupe de hablar de su padre y de gestionar sus derechos.

Pero ahora que se acerca el centenario del nacimiento del novelista, periodista, dramaturgo y ensayista, Jean Camus ha aceptado dejar ese segundo plano para compartir los —escasos— recuerdos que atesora de su padre; para reivindicar la importancia de Grenier (1898-1971) en su vida y su obra —“Camus no se entiende sin Grenier, y su libro sobre él es el más profundo que se ha escrito nunca sobre Camus”, dice—; y para afirmar que “Francia todavía no ha comprendido bien que Camus no fue un filósofo ni un pensador, sino un hombre que habitaba entre nosotros, un narrador de mundos, un extranjero”.

Camus siempre fue diferente de Sartre, nunca quiso jugar un papel político. Quizás nunca estuvo cerca de él”, dice Alain Grenier
Alain Grenier es hijo del maestro de Camus
“Camus tenía verdadera necesidad de los demás para vivir”, añade Jean Camus. “Yo lo leí tarde, después de su muerte, pero antes había leído a Borges y a Pascal, y comprendí enseguida que no era un filósofo”. Él mismo lo dijo en 1959: “Me pregunto las mismas cosas que los otros. No soy un filósofo”.

“La visión que ha dado gente como Michel Onfray y Benjamin Stora” —los dos filósofos que han competido por coordinar la truncada exposición del centenario— “son bobadas”, continúa Jean Camus, que ríe y se emociona al recordar a su padre, fallecido cuando él y su hermana tenían 15 años: “Mi libro preferido es El extranjero. Lo he leído más de 20 veces y siempre veo cosas distintas. Es el más fácil de leer, el más corto, y también el más misterioso. Está escrito para la gente. Un compositor dijo que tiene música dentro, un bajo continuo, como Bach. Recuerdo que un día mi padre estaba triste, sin dinero, tenía no sé qué problemas con el contrato de Gallimard, llamó al poeta Francis Ponge, y este le dijo: ‘No te preocupes, El extranjero quedará para siempre”.

Aquella novela de 1942, escrita y publicada durante la ocupación nazi de Francia, que interrogaba al mundo sobre el absurdo destino de la gente decente obligada a vivir en medio de la abyección moral y sometida a la arbitrariedad de fuerzas colectivas y anónimas, fue la catapulta a la fama de Camus, que había llegado a París en 1940 desde Argel, donde había publicado el ensayo El revés y el derecho, que solo reeditaría en Francia 20 años más tarde.

Camus era en ese momento colaborador de Combat, el diario de la Resistencia contra Vichy y el Tercer Reich, que duraría cuatro años pero que fue elogiado por el general De Gaulle como un ejemplo de periodismo insobornable y libre, “intratable”. Antes, el joven licenciado en Filosofía había codirigido Le Soir Républicaine en Argel, la oprimida capital de la provincia francesa de ultramar, donde publicó en 1939 un artículo-manifiesto con los mandamientos que deben guiar la acción de los periodistas en tiempos de guerra —y de paz—. El texto lo rescató Le Monde el año pasado, y se lee hoy tan moderno como entonces. Camus defendía el derecho de cada ciudadano a “elevarse sobre el colectivo para construir su propia libertad”, y definía las cuatro columnas del buen periodismo: lucidez, desobediencia, ironía y obstinación. Los puntos cardinales que inspirarían su obra.

Camus había nacido en Mondovi el 7 de noviembre de 1913. Su padre pied-noir (colono francés) había muerto luchando en la Primera Guerra Mundial, y su madre, Catalina Sintes, nacida en Mahón (Menorca), semianalfabeta y con fama de ser casi completamente sorda, se había encargado de su educación. Jean Camus recuerda que cuando su abuela llegó a Francia, dijo: “Es bonito, pero ¿no hay árabes?”, y desmiente que fuera sorda: “Hablaba poco pero oía perfectamente”.

“Ante mi madre siento que pertenezco a un noble linaje: el que no envidia nada”, diría Camus. Su infancia y adolescencia en Argel, la figura de su brava madre española y su profesor de secundaria, Jean Grenier, marcaron profundamente la sensibilidad literaria y humanista de Camus, cuenta Alain Grenier, de 82 años, el hijo del autor de Les Îles, uno de los libros que, según ha escrito José María Ridao, más influyó en Camus. “Albert venía a menudo a nuestra casa”, recuerda Grenier sentado ante un café que acaba de traer su mujer, la encantadora Elisabeth. “A mi padre le gustaba reunir a los alumnos en casa, se interesaba mucho por ellos, y Camus y él se hicieron muy amigos. Camus se quedó deslumbrado con mi padre un día que estaba enfermo. Llevaba días sin ir al instituto, y mi padre decidió acercarse a su casa para ver cómo estaba. Camus y su madre se quedaron asombrados”.

Mi padre pensó que si Camus quería hacerse comunista era mejor no decir nada, que tenía que vivir esa experiencia”
“Grenier y mi padre se querían mucho”, añade Jean Camus. “Eso es un hecho. Mi padre solía decir que tenía un amigo inglés para subrayar la elegancia y la caballerosidad de Grenier. Y es maravilloso ver que en su libro de recuerdos titulado Albert Camus. Souvenirs (1968), escribe: ‘Releyendo El extranjero y otros textos de juventud, me emociono por las cosas que creo entender’. Nadie ha hablado nunca tanto de la parte de silencio involuntaria, de esa parte secreta que mi padre no quería ver ni que se viera”.

Años más tarde, la guerra separaría a las familias. “A pesar de que mantenían posiciones distintas, mi padre y Camus se escribieron docenas de cartas y mantuvieron un lazo permanente”, recuerda Grenier. “Mi padre se fue a Lille, y aunque también se escribió con otros alumnos, Camus siempre fue especial. La luz que desprendía era tan grande que oscurecía a los demás, aunque fuera injusto era así. Era excepcional, y mi padre le aconsejó que escribiera, le ayudó a publicar, le presentó a editores. Luego, cuando yo era estudiante en París, Camus y su segunda mujer —Francine Faure— se ocupaban de mí, yo iba mucho a su casa de Rue Madame, y a veces íbamos juntos a ver a mi padre cuando se instaló en Bourg la Reine, en la periferia de París. Camus decía: “¡Vamos a ver a mi buen maestro!”.

Jean Grenier y Albert Camus pasaron años sin verse. Pero cuando tomó las riendas de Combat, el periodista llamó a su maestro para que se incorporara. “Le ofreció ser el crítico teatral, el teatro era lo que más le gustaba, pero mi padre tuvo que decirle que no porque no le daba tiempo a ir y volver desde la periferia. Así que le nombró crítico de arte, aunque mi padre había sido de los primeros que había denunciado que el comunismo era totalitario en su ensayo Sobre el espíritu de la ortodoxia, de 1936. Muchos comunistas eran estalinistas, Camus nunca lo fue”.

Jean Camus cree que la entrada de su padre en el PCF obedeció a que “era el único partido que tenía una posición presentable sobre la colonización de Argelia. En cuanto cambió esa posición, se marchó. Aunque luego le acusaron de ser trotskista, y otras cosas cómicas, lo que pasaba es que no era estalinista”. El propio Camus diría: “No estoy hecho para la política porque soy incapaz de desear o de aceptar la muerte del adversario”.

Algunos culparon y todavía culpan a Grenier por no haber evitado que su discípulo entrara en el PCF. “Creo que entendieron mal su relación”, dice el hijo de Grenier. “Eran muy amigos, aunque nunca se tutearon porque no les salía natural. Camus enviaba desde joven sus borradores a mi padre. Pero eran muy distintos. Mi padre era un hombre provinciano, respetaba mucho la religión y le interesaba el pensamiento oriental, el budismo. Era más espiritual que político. Camus venía de otro medio social, tenía otro pasado…”.

Grenier insiste en que su relación “era muy sutil. Mi padre debió pensar que si Camus quería hacerse comunista era mejor no decir nada, que tenía que vivir esa experiencia. Él no era de imponer nada a nadie, pero nunca dejó de querer a sus alumnos comunistas, y tuvo varios”. La salida del PCF en 1937 daría lugar con el paso del tiempo a uno de los episodios cruciales de la vida de Camus: la ruptura con Jean-Paul Sartre y el medio existencialista y oficialista del comunismo francés. Sucedió en 1952, después de que el combativo filósofo sartreano Francis Jeanson escribiera una crítica feroz a L’homme revolté (El hombre rebelde) en Les Temps Modernes, la revista fundada en 1945 por el pope Sartre. Camus replicó con una carta al director (Sartre), y este le acusó de ser un burgués.

En ese momento, ha escrito Ridao en la revista Turia, “Camus se decidió a mostrar la extrema miseria en la que había vivido durante su infancia, sobreponiéndose al pudor del que dejaron numerosos testimonios sus maestros y amigos, y liberándose de pronto, como él mismo explicaría en Le premier homme, de la vergüenza y de la vergüenza de haber sentido vergüenza”.

“La polémica con Sartre fue dura”, recuerda Alain Grenier. “Pero Camus siempre fue diferente a Sartre, nunca quiso jugar un papel político. Tuvieron discusiones de periódico a periódico, y Camus era una persona de mucho carácter, él decía que era orgulloso como los españoles y que se sentía más español que francés. Quizá nunca estuvo muy cerca de Sartre. Mi padre comía con él una vez por semana, en la brasserie Lipp, cerca de Gallimard, y era muy sobrio, no comía mucho, apenas bebía…”.

Jean Camus recuerda que en su casa la ruptura con Sartre se vivió con aprensión pero también con humor: “Mi madre estaba muy preocupada por la crítica de Jeanson y por la respuesta de Sartre, y cuando más tensa estaba, mi padre, para desdramatizar, dijo: ‘¿Y qué hacemos, les reto a un duelo con pistolas?’. Por supuesto, había una parte de verdad dentro de la broma”.

En 1957, al recibir el Nobel de Literatura, Camus diría: “Cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea quizá sea aún más grande. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida, en la que se mezclan las revoluciones frustradas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; cuando poderes mediocres pueden destruirlo todo, pero ya no saben convencer; cuando la inteligencia se ha rebajado hasta convertirse en criada del odio y la opresión, esta generación ha tenido, en sí misma y alrededor de sí misma, que restaurar, a partir de sus negaciones, un poco de lo que hace digno el vivir y el morir”.

En ese discurso, el escritor rindió homenaje a sus maestros Louis Germain y Jean Grenier, y recordó que convencieron a su madre para que continuara sus estudios. El Nobel, galardón que Sartre rechazaría años más tarde, fue recibido en Rue Madame con desconcierto, recuerda Jean Camus: “Nadie entendía nada, y cuando se lo dijeron estaba avergonzado. Mi madre usó una expresión pied-noir para burlarse de él: tutututú”.

Por entonces, Camus pagaba ya el ostracismo al que le condenaron Sartre y su corte; seguía sintiéndose extranjero; avejentado pese a su sempiterna cara de niño, tocado por la tuberculosis de su infancia, vivía atornillado a sus pasiones (la actriz española María Casares, sobre todas las demás) y sus problemas conyugales —Francine tuvo que ser ingresada entre 1953 y 1954 por problemas psiquiátricos—.

Pero su vieja relación con Grenier sobrevivió a los embates del siglo. Como sobrevivió el amor y el agradecimiento a Catalina, su madre, que le enseñó español y catalán, y a cuya figura recurriría en la Universidad de Uppsala cuando fue preguntado por su oposición al Frente de Liberación Nacional, y explicó así su rechazo a la violencia que intentaba liberar a Argelia de la injusta dominación colonial: “Entre la justicia y mi madre, elijo a mi madre”.

El día de su muerte, Camus tenía 47 años. El accidente de coche sucedió el 4 de enero de 1960, cerca de Villeblevin, un pueblo de la Borgoña. El editor de La Pléiade, Michel Gallimard, que conducía el coche, moriría cinco días después. Jean Camus, que heredó de su padre el amor al fútbol y jugó de extremo derecho, siempre estará agradecido a esa estirpe de editores: “Cuando hay algún problema con los derechos siempre digo lo mismo: gracias a Gallimard mi padre se pudo comprar la casa de Rue Madame. Y mi primer recuerdo es el olor a linóleo de la casa que ellos nos prestaron cuando mis padres no tenían nada”.

En la maleta que Camus llevaba en el coche, había 144 páginas de un manuscrito inacabado, El primer hombre, de fuerte contenido autobiográfico y gran belleza literaria. El libro, que se publicaría por decisión de su albacea Catherine Camus en 1994, pondría a cada uno en su sitio y demostraría que Camus nunca fue un burgués, ni un comunista, ni siquiera un filósofo, sino un hombre rebelde, un narrador de mundos y un enamorado de la libertad.

Todo estaba en la luz del Mediterráneo, esa reminiscencia infantil que Grenier siempre le animó a glosar: “En plena oscuridad de nuestro nihilismo, he buscado solamente las razones para superar ese nihilismo”, escribió. “Pero no las he buscado en absoluto por virtud, ni por una singular elevación espiritual, sino por fidelidad instintiva a la luz donde nací y donde, desde hace milenios, los hombres aprendieron a saludar a la vida hasta en el sufrimiento”.

Lo enterraron en Lourmarin, un pueblecito de la Provenza, donde se acababa de comprar una casa que hoy ocupa Catherine. Su lápida es la más sencilla del cementerio. Durante 18 años, nadie salvo Grenier escribió sobre él. Hoy, un siglo después de su nacimiento, Camus sigue siendo un cuerpo extraño para Francia, y las vergonzantes disputas políticas y personales entre sus herederos intelectuales han impedido que el Ministerio de Cultura organizara la prometida exposición del centenario —lo que se ha hecho en Aix en Provence es, según Le Monde, una sucesión de paneles para escolares—. Y mientras la fraternidad de la República cae en los peores instintos de la extrema derecha, su hijo Jean concluye: “Si Camus sigue siendo francés es porque nunca dejó de ser el extranjero”.

Pie de página:

Las frases de Camus citadas en este artículo serán publicadas en español por la editorial Plataforma con el título Breviario de la dignidad humana. La fotografía del escritor pertenece al libro Albert Camus, solitario y solidario, publicado por el mismo sello.

viernes, noviembre 01, 2013

“Luzes”, periodismo gallego insurgente contra la conspiración del cinismo | Tam-Tam Press

“Luzes”, periodismo gallego insurgente contra la conspiración del cinismo | Tam-Tam Press

Portada del nº 0 de 'Luzes' que se presentó el pasado verano.

Periodismo comprometido y creativo. Es lo que promete la revista ‘Luzes’, que saldrá a la calle el próximo 29 de noviembre, dirigida por dos escritores y periodistas de referencia, Xosé Manuel Pereiro y Manuel Rivas. En papel y en gallego, con periodicidad mensual. De momento, con el primer número prácticamente en imprenta, sus promotores lanzan una campaña para conseguir 500 suscriptores/fundadores.
Por ELOÍSA OTERO
Habrá que esperar casi un mes para tocarla con las manos y que entre por los ojos, pero la nueva revistaLuzes que dirigen los periodistas Xosé Manuel Pereiro y Manuel Rivas ya está aquí. El proyecto, que se lleva fraguando un año, se presentó el pasado martes, 29 de octubre, en Santiago de Compostela, cuando el primer número se encuentra casi listo para entrar en imprenta. Luzes. Periodismo que cuenta”, es su lema. Periodismo comprometido y creativo. Serán 132 páginas llenas de reportajes reposados, entrevistas y piezas de creación y pensamiento. Escritura irónica y cultura abierta. Ideas, historias y voces en gallego.Con periodicidad mensual y en papel, con una edición de calidad, y con la promesa de dar el salto a las pantallas de tablets y dispositivos móviles a corto plazo.
Luzes no quiere ser solo una revista, sino un lugar, un ecosistema propicio para el periodismo. Para contar las cosas como es debido, con tiempo, rigor y campo abierto por delante”, dicen sus promotores. Porque el buen periodismo, en estos momentos, se encuentra “un tanto a oscuras”.
El pasado verano ya salió un prototipo, un número 0. Pero el primer número llegará a los lectores el próximo 29 de noviembre. Durante todo este mes, además, a través de la página web oficial del proyecto,www.revistaluzes.com, se ha lanzado una cuenta atrás para reunir 500 suscriptores-fundadores por un precio reducido: 60 euros por los primeros seis meses y 25 por los seis siguientes. En total, 85 euros por 11 números, lo que supone un ahorro cercano al 30% sobre la tarifa ordinaria de 10 euros por ejemplar.
Manuel Rivas y Xosé Manuel Pereiro, durante la presentación el pasado martes en Compostela. Foto: Revista Luzes.
Manuel Rivas y Xosé Manuel Pereiro, durante la presentación el pasado martes en Compostela. Foto: Luzes.
“Hacer una revista como Luzes, en este momento y en este lugar, es como un acto de insurgencia contra la conspiración del cinismo. Supone desafiar esa falsa especie de que el periodismo ya no tiene sentido. La demanda de que la realidad sea contada y bien contada, con energía alternativa, es equivalente a la demanda de pan, es como un alimento básico. Lo que está en crisis no es la necesidad de periodismo como bien público, sino la confianza en que ese periodismo exista”.
Son palabras de Manuel Rivas, pronunciadas el día de la presentación en Compostela. Para el escritor y periodista coruñés somos víctimas de un “virus” nuevo: “Para desactivarnos, nos dieron una suerte de bromuro que aniquila el erotismo del periodismo, porque tanto para hacer periodismo de investigación como de denuncia se precisa de una cierta dosis de erotismo. Hay que querer la realidad y gozar con el lenguaje para hacer periodismo. Y en Luzes estamos dispuestos a intentarlo, y en ese intento, en la propia empresa, está nuestra revuelta. Nos negamos a aceptar el fracaso. Nos negamos a permanecer en esta zona de sombra en que se está convirtiendo Galicia. Queremos ser kafkianos, un reloj adelantado. Con sutileza e ironía. Contra la vulgaridad”.

“Hay historias que merecen el papel”

El periodista Xosé Manuel Pereiro, co-director de Luzes, piensa que “el futuro es el papel, siempre que no se repita lo que ya está en la red”. Aunque, a su juicio, “lo importante no es el soporte en sí, sino lo que se difunde en cada soporte”. Así, hay historias “que requieren extensión, una edición rigurosa y a fondo, una buena maqueta, ilustraciones… O dicho de otro modo: hay historias que merecen el papel“.
“Una publicación como ésta, de calidad, necesita un vínculo muy estrecho con sus lectores y lectoras. La mejor manera de construir ese canal privilegiado es la suscripción. Permite reforzar el feedback, consultar preferencias, mantener el contacto, adelantar contenidos y recoger opiniones sobre lo que se está haciendo o lo que se puede hacer. Para eso están las nuevas tecnologías. Los lectores son nuestra obligación”, añade Pereiro, que desde unos años ejerce como decano del Colexio Profesional de Xornalistas de Galicia.
Además de Rivas y Pereiro, el periodista Iago Martínez ejercerá como coordinador de esta nueva publicación en cuyo próximo primer número habrá trabajos, gráficos o literarios, de autores como Manuel Jabois, Montse Dopico, Henrique Mariño, Santiago Romero, Diego E. Barros, Ana Camiño, Santiago Jaureguizar, Guillem Martínez, Ramón Chao, Raimundo Viejo, Xosé Abad, Ignacio Alonso, Amador Lorenzo, Xan López Facal, Antón Losada, Manuel M. Barreiro, Belén Regueira, María Yáñez, Miguel Pardo, Victorino Pérez Prieto, José Manuel Sande y Agustín Fernández Paz, entre otros.
Los géneros de Luzes también serán variados. De la entrevista en profundidad a la narrativa de no ficción, pasando por el reportaje —en sus distintas especies—, el artículo ensayístico o la creación literaria. El primer número incluirá, por ejemplo, un adelanto de la próxima novela de Agustín Fernández PazA viaxe de Gagarin, cuxa publicación está prevista para 2014; entrevistas (con Antonio Escohotado, Patricio Guzmán); reportajes (la vida hecha trizas pero vivida con dignidad, los gallegos del tiempo de JFK, la historia del movimiento obrero en Galicia o una aproximación a la nueva precariedad artística), junto a secciones fijas… Un mundo de historias y de voces. “Las secciones en Luzes serán como paradas, bancos donde sentar y descasar entre relato y relato”, señala Pereiro.

Dos revistas: Luzes e República

Dentro de Luzes habrá otra revista. Alrededor de la cuarta parte de las 132 páginas estarán dentro deRepública, el suplemento cultural, con otro color y un diseño parcialmente diferenciado. Es una de las decisiones que configuran el proyecto gráfico preparado por los directores de arte, Antonio Doñate y Xosé Carlos Hidalgo, para este proyecto. “Partimos de la idea de hacer un objeto: una revista en papel con un peso y unas dimensiones determinadas, algo que va a ocupar un espacio”, explican. “No competimos con la red ni simulamos lo que acontece con las publicaciones interactivas. Huimos del impacto múltiple. Buscamos un tiempo que permita al lector detenerse en cada pieza sin intromisiones”.
La revista contará además con una ventana en la web para ofrecer algunos de sus contenidos y versiones en castellano y portugués.
“Hay muy buenos periodistas fuera de las redacciones, pero también dentro, aunque no pueden escribir con la extensión y el tiempo que les gustaría. ¿Qué vas a contar en 60 líneas. Nosotros no queremos hacer un periodismo de 60 líneas”, apunta Pereiro.
En su manifiesto/editorial, antes de hacer un llamamiento a “encender las luces del periodismo”, los promotores de esta nueva publicación señalan que “los temas que hay que tratar no son los que interesan a los editories ni a los periodistas, sino a los lectores, que son los verdaderos dueños de un medio de comunicación. Lo que pretendemos no es satisfacer la demanda de lo que ya se quiere, sino incrementar la oferta de lo que no hay”. “Y, sobre todo, contar historias“, como resume Xosé Manuel Pereiro.

Antecedentes

Rivas y Pereiro, periodistas de referencia además de magníficos escritores, ya editaron hace muchos años una revista cultural emblemática en Galicia, Loia, con Antón Patiño y el fallecido poeta Lois Pereiro. En la memoria también está Luzes de Galicia, revista dirigida por Rivas hace ya tiempo, así como la desaparecida sección cultural de la edición gallega del diario El País —uno de los lugares donde tanto Rivas como Pereiro han desarrollado parte de su labor profesional— que compartió este título iluminador.
En el momento de redactar estas líneas, solo tres días después de que se abriera la campaña de apoyo,Luzes ya ha conseguido 183 suscriptores/fundadores, es decir, más de un tercio de su objetivo, que es llegar a los 500 suscriptores. Y que sigan creciendo.

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