viernes, diciembre 09, 2016

EL HUMANISMO DESENCANTADO DE PRIMO LEVI (Y II) | Rafael Narbona

EL HUMANISMO DESENCANTADO DE PRIMO LEVI (Y II) | Rafael Narbona







El Evangelio de Juan atribuye a la Palabra la creación del mundo. Dios es el Verbo, el Logos, y separó la luz de las tinieblas, impidiendo que prevaleciera la oscuridad. En Auschwitz, impera la oscuridad porque no hay palabras para expresar la ofensa que representa «la destrucción del hombre». Su lógica es puramente negativa, pues despoja a los deportados de todo, reduciéndolos a la pura animalidad de la res confinada en un matadero, sin otra perspectiva que ser sacrificada: «En un instante –escribe Primo Levi−, con intuición casi profética, se nos ha revelado la realidad: hemos llegado al fondo. Más bajo no puede llegarse: una condición humana más miserable no existe, y no puede imaginarse. No tenemos nada nuestro». La forma de proceder de los verdugos no obedece sólo a la crueldad, sino al propósito de liquidar la identidad de los prisioneros, su ser íntimo y personal. «Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera que, detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos sido permanezca». Si a un hombre se lo despoja de cualquier objeto personal –«un pañuelo, una carta vieja, la foto de una persona querida»−, deja de ser un hombre, pues esos objetos no son cosas, sino una parte de su historia. Las señas de identidad incluyen una dimensión material: un domicilio, una forma de vestir, pequeños fetiches. Privado de eso, «será un hombre vacío, reducido al sufrimiento y a la necesidad, falto de dignidad y de juicio, porque a quien lo ha perdido todo fácilmente le sucede perderse a sí mismo». El Lager es «un campo de aniquilación». La aniquilación física no es menos importante que la aniquilación psíquica. El sentido último del sistema de campos de concentración no es el exterminio, sino la reinvención de lo humano, destruyendo a los individuos que no se ajustan a un canon. Sólo se considera persona al que presuntamente merece formar parte de una comunidad basada en mitos y falacias, no al individuo que reclama su derecho a la diferencia.
En Auschwitz, Primo Levi se convierte en un Häftling: «“Me llamo 174.517”; nos han bautizado, llevaremos mientras vivamos esta lacra tatuada en el brazo izquierdo». En el Lager «no hay ningún porqué»: la arbitrariedad es la única regla. «En este lugar está prohibido todo, no por ninguna razón oculta sino porque el campo se ha creado para este propósito». No es posible elaborar un proyecto, fijarse una meta, pues el sentido de las alambradas es segregar a los deportados de la familia humana, extirpándoles esa raíz común que nos permite afrontar el tiempo con una perspectiva racional. La esencia del ser humano no es la mera supervivencia, sino un quehacer que imprime sentido a sus actos. Un quehacer que responde a un fin libremente elegido, no una rutina impuesta. En el Lager, «el futuro remoto se ha descolorido, ha perdido toda su agudeza, frente a los más urgentes y concretos problemas del futuro próximo: cuándo comeremos hoy, si nevará, si habrá que descargar carbón». En esas condiciones, no es posible aferrarse al pasado, evocar el hogar perdido. Es mejor no pensar, no recordar, pues la nostalgia sólo agrava el sufrimiento. El hambre ayuda a vaciar la mente, «un hambre crónica desconocida por los hombres libres, que por las noches nos hace soñar y se instala en todos los miembros del cuerpo». El ser humano desciende hasta la pura animalidad, incluso más abajo, pues nunca conoce la paz del hambre satisfecha, del instinto aplacado, del puro placer de estar tumbado al sol o dormitar tranquilamente.
Auschwitz se parece a la Torre de Babel. Circulan todos los idiomas, mezclados en una jerga que compone un idioma específico, la lengua del Lager. Entenderla, hablarla, es requisito indispensable para sobrevivir. Asearse no es menos necesario, aunque sólo se disponga de un hilo de agua sucia y helada. El reglamento del campo exige mantener cierta limpieza o, al menos, la apariencia de cumplir ciertos ritos asociados a la disciplina de un centro penitenciario. No obstante, acatar esa norma no es un gesto de sumisión, sino de dignidad. Si el deportado se abandona, si pierde el hábito de la higiene y anhela la muerte, se convertirá en un «musulmán» (apelativo asignado a los que se habían hundido, a los que ya no hacían ningún esfuerzo por preservar su vida) y será seleccionado para morir en la cámara de gas. En ese contexto, sobrevivir para narrar lo sucedido adquiere el valor de un acto de resistencia. Sin embargo, ese propósito –aplazado hasta una hipotética liberación− no aplaca el dolor de despertar cada mañana y descubrir que sólo eres un Häftling. Ese momento de conciencia es «el sufrimiento más agudo», especialmente cuando la mente sale de un sueño melancólico o tibiamente dichoso.
En Auschwitz, el espanto convive con lo grotesco. La orquesta del campo interpreta marchas y canciones populares, mientras el humo de los crematorios oscurece el cielo. No es una música banal concebida para distraer la atención o combatir el hastío (al igual que el infierno, el campo es una rueda que repite a diario la misma rutina), sino «la voz del Lager, la expresión sensible de su locura geométrica». La música actúa como un oleaje invisible sobre las almas muertas de los deportados, arrastrándolos como a hojas secas. Es un simulacro de una voluntad colectiva inexistente, que pone en movimiento a una humanidad humillada y sin otro horizonte que ser reducida a cenizas y desaparecer en las aguas del Vístula. La muerte en Auschwitz siempre es anónima e irrelevante, pues el campo no es una prisión, sino un matadero industrial ideado por una bipolítica cuyo objetivo es pulverizar la noción de individuo. Los judíos no son personas, pues no pertenecen a la comunidad exaltada por la filosofía de la Sangre y el Suelo. No se reconoce su derecho a ser distintos, a no asimilarse, y no se les ofrece la oportunidad de una supuesta redención, aunque renuncien a su identidad. Las víctimas del poder totalitario devienen antes o después en masa angustiada, sometida al martirio de Tántalo, que bestializa al ser humano, rebajándolo a las funciones básicas de ingesta y excreción. El hambre convierte al individuo en un tubo, que ingiere comida –una sopa inmunda− y la expulsa, casi siempre en forma de heces líquidas.
El despertar en Auschwitz nunca es plácido: «Son poquísimos los que esperan durmiendo el Wstawac: es un momento de dolor demasiado agudo para que el sueño no se rompa al sentirlo acercarse». Auschwitz no es simplemente un castigo, sino el patio trasero del Estado-jardín nazi. Es el lugar al que se arrojan los desperdicios, poco antes de triturarlos o incinerarlos. En la distopía nacionalsocialista, la humanidad se divide en compartimientos estancos. Los no deseados acaban en el vertedero. Las distinciones morales carecen de sentido entre las alambradas. No hay buenos y malos en la horrible coreografía de los deportados, sino hundidos y salvados. Una lógica binaria que suprime los lazos de amistad y parentesco: «cada uno está desesperadamente, ferozmente solo». La muerte no puede inspirar luto o duelo, cuando cada minuto exige permanecer alerta para no ser el próximo en caer. No es suficiente obedecer, cumplir las órdenes, ser sumiso. Hay que recurrir al ingenio, a la indignidad, a la capacidad de improvisación del animal acosado, que sólo piensa en cómo escapar. La opresión extrema mata el espíritu de resistencia y cualquier forma de solidaridad. No es posible combatir a un enemigo descomunal, con un eficaz sistema de deshumanización. Los deportados que han sobrevivido a sucesivas selecciones no piensan en el futuro, ni hacen preguntas. El otro sólo es una sombra que desfila a su lado: «Los personajes de estas páginas –escribe Primo Levi− no son hombres. Su humanidad está sepultada, o ellos mismos la han sepultado, bajo la ofensa súbita o infligida a los demás». Todos están confundidos –y, al mismo tiempo, borrados− en la misma desolación.
Primo Levi no cree en Dios, pero se pregunta si las abominaciones que acontecen en el Lager no conforman un nuevo libro del Antiguo Testamento, un nuevo Éxodo, pero sin la expectativa de la Tierra Prometida. Los nazis intentan crear un hombre nuevo, destruyendo al hombre viejo, al judío-bolchevique que se opone activa o silenciosamente a la utopía de un mundo de soldados-campesinos, o, por utilizar la famosa expresión de Jünger, de «trabajadores» que transitan sin problemas del arado al fusil, de la fábrica al campo de batalla. Cuando los alemanes huyen del avance de los rusos, los escasos supervivientes recuperan poco a poco su humanidad, compartiendo los restos de comida que aparecen en un almacén abandonado. El primer gesto de solidaridad significa el fin del Lager. Los prisioneros vuelven a ser hombres: lenta, penosamente.
El humanismo de Primo Levi supera la durísima prueba del Lager. No piensa que el régimen de terror y vejación al que eran sometidos los deportados mostrara crudamente al hombre desnudo, sin la capa de civilización que esconde supuestamente un primitivo y genuino instinto depredador: «No creo en la más obvia y fácil deducción: que el hombre es fundamentalmente brutal, egoísta y estúpido tal y como se comporta cuando toda superestructura civil es eliminada, y que el Häftling no es más que el hombre sin inhibiciones». Primo Levi experimentó desencanto al comprobar que el ideal humanista se rompía en mil pedazos bajo el peso del poder totalitario, pero no identificó la condición humana con sus aberraciones ideológicas, ni con los impulsos más abyectos del nacionalsocialismo. El nazismo fue una ideología que fundió materiales diversos (darwinismo, racismo, nacionalismo, militarismo, esoterismo) para liquidar el concepto de cultura surgido en la Europa ilustrada y consolidado el liberalismo político del siglo XIX, que reconoció el derecho a disentir en el marco de una sociedad abierta y diversa, compuesta por ciudadanos con derechos inalienables. Para destruir ese modelo social, el nazismo privó al individuo de cualquier forma de autonomía, incluso en su dimensión más elemental e ineludible.
En Los orígenes del totalitarismo (1951), Hannah Arendt apunta que «los campos de concentración […] privaron a la muerte de su significado como final de una vida realizada. En un cierto sentido arrebataron al individuo su propia muerte, demostrando con ello que nada le pertenecía y que él no pertenecía a nadie. Su muerte simplemente pone un sello sobre la voluntad de anular su existencia, incluso como recuerdo. Es como si nunca hubiera existido». Se mata a un hombre como se mata a una res, aprovechando sus restos para diversos usos. Se ahoga el grito de las víctimas como se insonoriza un matadero. Se intenta, en definitiva, dejar claro que no se mata a seres humanos. Auschwitz nos obliga a repensar nuestro concepto de la cultura y el hombre. No se trata de una matanza más, sino de un experimento que se repetirá en Ruanda, Camboya y Bosnia-Herzegovina. Si esto es un hombre nos dice que la cultura es un ideal de convivencia pacífica. El respeto por el otro, particularmente cuando nos separan muchas cosas de él, es la expresión más refinada de la interacción humana. Si el hombre olvida su responsabilidad hacia los demás, comienza la caída hacia el estado de naturaleza, donde reina la guerra, la lucha sin cuartel por la supervivencia. Afortunadamente, Auschwitz fracasó y fracasa cada día, pues cuando se extingue la violencia, reaparece poco a poco el respeto y la solidaridad. El hombre no es Hitler, embriagado por la voluntad de poder y la fantasía del Lebensraum o espacio vital, sino Primo Levi escribiendo un testimonio donde el dolor no desemboca en el odio y la desesperación, sino en la serenidad y el anhelo de paz y justicia.
RAFAEL NARBONA

viernes, diciembre 02, 2016

De los ecuató al Primark. Qué va a saber una negra

De los ecuató al Primark. Qué va a saber una negra | FronteraD



Trifonia Melibea Obono. Fuente: birdlikecultura.files.wordpress.com

De los ecuató al Primark. Qué va a saber una negra

Trifonia Melibea Obono - 02-12-2016
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Maletas llenas, muchas. Es Iberia, Ceiba, posiblemente. Las colas larguísimas. Ni la hora de facturación recuerdan los ecuató. Las maletas, ¡son tantas por persona!, lo que llevarán... Antes cargaban con mesa mot o Gabónel bolso de los ecuató, de extensión desmedida y vergüenza fácil. Parecían las chanclas de un dedo de fabricación ¿nigeriana? ¿Camerunesa? De esquina en rincón se desgajaban inexplicablemente. Sin más, las lámparas de bosque, los cigarrillos, las bragas y los calzoncillos, nilón de pescar, azúcar, etcétera, bailaban en las manos con desmoralización y al contado. Un comentario antipatriótico suena sin voz. De la hora de facturación no, los ecuató,ninguna, llegan tarde a todas partes, de esta gente solo queda rezar, memorias de algún diplomático español. Es Madrid, el Aeropuerto de Barajas Adolfo Suarez recibe al año millones de visitas. Tú y yo, la patria profunda, representamos una excepción.

Apátridas y a la vez estudiantes sin beca, y de habla castellana, me importunan en las escaleras mecánicas y ascensores rueda de plástico en mano. Así pagamos los estudios, insisten. El servicio de embalaje o juego de envolver maletas con plástico fuerte tipo condón de látex, es nuestra identidad en el Aeropuerto de Barajas Adolfo Suarez. Las personas viajando, miran asombradas. Otras se preguntan el país de destino. Nadie objeta. El robo aguarda. Las miradas hablan, se ríen y lloran. El fang y el pidjinenglish se escuchan entre risas y charlas casi de la aldea. Nadie escucha más que al siguiente de la cola. Una mujer pide ayuda. Le sobra una maleta. Un hombre pide ayuda. Le sobra una maleta. Tienen que encasquetársela a alguien por solidaridad cristiana que por aquí, desconozco si queda, en Guinea, tampoco. Otra compatriota llora el destino de su pasaporte olvidado en la agencia de envíos y recibos de dinero. Un joven le llora a su madre muerta de brujería.

Una familia acompaña a una muchacha veinteañera, estudiante de derecho que tras cinco años vuelve a sus orígenes con indicaciones concisas: aprende a callarte en Malabo, esto no es Madrid. Tú no eres el problema, las ideas revolucionarias que tienes en la cabeza y la lengua tuya, casi siempre suelta, sí. Y camina como una chica normal. Cambia estas pintas de Pablo Iglesias, el líder de Podemos, este fumeta que no mide las consecuencias de sus actos. De regreso a Madrid cambias de carrera. Estudiarás matemáticas. Para callarte del todo en alguna oficina. La muchacha ni escucha. Esta fascinada por el WhatsApp.

Las luces están encendidas, los policías desnudan con el escáner a todo viviente. Me toca la mala suerte. Llevo algo prohibido. Tres veces me examinan. Anda conmigo algo raro. No tiene nombre. Minutos después la Guardia Civil me lleva a una oficina que  recuerda la herencia Española a Guinea. Todo en su sitio. Todo fuera de sitio. Yo en ningún sitio. Una policía, a la que mandan llamar, toca todas mis partes, las manos cubiertas de yo que sé. Soy para ella una máquina, ni si quiera me mira a los ojos, habría recibido una paliza, mezcla de herencia bantú y Lazarillo de Tormes a través de mi mirada. Se va.

Toman mis datos en constante distracción. Se creen que soy estúpida. Qué va a saber una negra. Me registran en un ordenador antiquísimo. Cuál es mi profesión, mi religión, con quiénes ando. Al menos aquí puedo hablar, pronto se me arranca el derecho a la libertad de expresión. No me extraña, la patria profunda. La última vez que salí de marcha. Me cago en vuestros muertos, esa agresión a mis derechos la voy a documentar, les amenazo. Todo ha salido bien, dicen al final, estás limpia. ¿De qué? Sustancias… Me he puesto alguna crema antes de viajar con composición de… hablan entre ellos. Pregunto por el listado de cremas de uso prohibido en caso de viaje, no contestan. Me miran, la memoria viaja a mi patria profunda, a los guardianes del orden que presumen de saberlo todo. Yo me lo creo todo. No me queda otra opción. 

Soy ecuató, estoy aquí de compras, PRIMARK, centro comercial de ropa procedente del Tercer Mundo me conoce ya. Eso sí. No traigo el bolso de los ecuató sino maletas chinas de arranque inmediato. De mí solo queda rezar. Lo he comprado todo para la familia. Me recibirán al llegar como a un líder oriundo de la zona geopolítica B con víveres. Saludos. Hola Adolfo Suarez. Me voy, allí te quedas con tu organización de rentabilidad. Me imagino lo bien que el dinero público se recupera con el negocio… instalaciones de dinero. Podríamos copiar para nuestra inversión pública ¿no? Hasta el camino a tomar el avión pasa por perfumerías, cafeterías, librerías, farmacias. El dinero público se invierte, no se gasta. Una mujer trae a un niño de cuatro años. Quiere que alguien le lleve como un recado de panes de mantequilla hasta Guinea. La gente mira. Un hombre mayor se ofrece. Asientos, es hora de volar. El avión no ha llegado al aeropuerto de Barajas Adolfo Suarez procedente de Guinea. Las compañías de otros países vienen, se van. La población guineoecuatoriana mira, se calla y murmura. Toca esperar. Los personajes de la patria profunda aquí son personas pero no llevan bolsos de los ecuató. Yo entre manos, maletas chinas embaladas, miembro de la patria profunda, imagen de una guineoecuatoriana en el Aeropuerto de Barajas Adolfo Suarez.




Trifonia Melibea Obono (Afaetom, Evineyong, Guinea Ecuatorial, 1982) es periodista y politóloga, docente e investigadora sobre temas de mujer y género en África. Licenciada en Ciencias Políticas y Periodismo por la Universidad de Murcia y Máster en Cooperación Internacional y Desarrollo en la misma universidad.
Es docente en la Facultad de Letras y Ciencias Sociales de la UNGE (Universidad Nacional de Guinea Ecuatorial) de Malabo desde 2013. También forma parte del equipo del Centro de Estudios Afro-Hispánicos (CEAH) de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Ha sido incluida en la antología Voces femeninas de Guinea Ecuatorial. Una antología editada por Remei Sipi, y es autora de las novelas Herencia de bindendee La bastarda.

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