jueves, mayo 28, 2020

“La medicalización de la experiencia humana” por Gerard Pommier

“La medicalización de la experiencia humana” por Gerard Pommier – La noche del mundo





La confusión entre lo patológico y lo existencial



La medicalización de la experiencia humana

Por Gérard Pommier



¿Son siempre signos de enfermedad una perturbación del estado de ánimo o los momentos de tristeza o de tensión? La psiquiatría europea ha sabido evaluar durante mucho tiempo su gravedad y encontrar las prescripciones apropiadas, desde el medicamento hasta la terapia psicoanalítica. Por el contrario, la industria farmacéutica, so pretexto de ciencia, incita a transformar dificultades normales en patologías para las cuales ofrece soluciones.



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Will Turner. — « 27 », 2008 / © Will Turner – Art Bärtschi & Cie, Genève







Ante la realidad del “sufrimiento psíquico” —una de las patologías modernas más importantes—, hace algunas décadas se puso en marcha una inédita maquinaria de diagnósticos, que tiene por objetivo rentabilizar ese enorme mercado potencial. Para conseguirlo, ante todo había que remplazar a la gran psiquiatría europea, que gracias a observaciones clínicas múltiples y concordantes reunidas durante los dos últimos siglos había catalogado los síntomas y los había clasificado en grandes categorías: las de las neurosis, las de las psicosis y las de las perversiones. Pertrechado con estos conocimientos, el clínico podía establecer un diagnóstico y distinguir los casos graves de aquellos causados por circunstancias puntuales. Separaba entonces lo que requería ayuda de medicamentos de lo que podía tener mejor solución mediante consulta psicológica.



            La psiquiatría clásica y el psicoanálisis habían llegado a las mismas conclusiones. Estos dos enfoques distintos se habían avalado y enriquecido mutuamente. El mercado de los medicamentos mantenía entonces proporciones razonables, lo que debió hacernos pensar en la “Gran Farmacia”, un apodo apropiado para el enorme poder de las compañías farmacéuticas, que son buscadas asiduamente tanto por los médicos locales como por las más altas autoridades del Estado y de los servicios de salud, con los que saben ser bastante generosos (por ejemplo, ofreciendo cruceros de “formación” a los jóvenes psiquiatras).



            El proceso de conquista de este gran mercado comenzó en los Estados Unidos, con la Asociación Psiquiátrica Americana (APA) y su primer Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, o DSM) en 1952.[1] En 1994, la Organización Mundial de la Salud (OMS) sincronizó el capítulo “psiquiatría” de la clasificación internacional de enfermedades con las clasificaciones del DSM-IV, lo que llevó a muchos países a hacer lo mismo. Esto ha provocado un aumento de las enfermedades enumeradas. En 1952 había 60, y para 1994 ya había 410, según el DSM-IV.



Apagando el volcán



El negocio es el negocio; el método DSM tenía que ser sencillo: ya no se trata de buscar la causa de los síntomas o de saber a qué estructura psicológica corresponden. Sólo se tienen que marcar las casillas correspondientes al comportamiento visible de la persona que se queja. Esta práctica olvida que un síntoma nunca es una causa. La entrevista con un psiquiatra resulta entonces poco necesaria, ya que sólo se trata de identificar los trastornos de superficie: trastornos de conducta, trastornos de la alimentación, trastornos del sueño, en definitiva, todo tipo de trastornos… hasta la reciente invención de los trastornos posteriores a atentados. A cada uno le corresponde, ¡oh, maravilla!, su medicamento apropiado. Fue en estas aguas turbulentas donde se ahogaron los viejos diagnósticos. El cabildeo de la “Gran Farmacia” también se ha extendido a las facultades de medicina, donde sólo se enseña el DSM. Aún mejor, los propios laboratorios pueden enseñar las lecciones — por supúesto, se han reportado múltiples conflictos de interés. Se olvida la gran cultura psiquiátrica, de modo que, frente a un paciente, el nuevo clínico hecho bajo el DSM ya no sabe si se trata de una neurosis, una psicosis o una perversión. No distinguirá un problema grave de un estado circunstancial. Y, en caso de duda, recetará drogas psicotrópicas…



            La “depresión”, por ejemplo, es una palabra que forma parte del vocabulario común. La tristeza puede capturar a cualquiera en cualquier momento de la vida. Pero, ¿por qué dejar la noción de “depresión” en tal subempleo? Por lo tanto, fue elevada a la dignidad de una enfermedad de pleno derecho. Sin embargo, la tristeza puede ser tanto un síntoma de melancolía —con un alto riesgo de suicidio— como un estado temporal e incluso normal — como el duelo. Confucio recomendó que el hijo llorara tres años después de la muerte de su padre; hoy, si usted está triste por más de dos semanas, ya está enfermo. Se le darán antidepresivos, que pueden aliviarlo temporalmente, pero que no resuelven el problema… Sólo que, como el tratamiento no debe detenerse abruptamente, la prescripción a veces dura casi toda la vida.



            La comercialización del DSM es sencilla: basta con inventar nuevos trastornos a intervalos regulares, que combinan lo patológico y lo existencial. Esto es bastante fácil, ya que la existencia depende de lo que está mal para seguir adelante. Lo que está mal —en nuestras vidas— nos da energía para salir de él. Tienes que llorar antes de reírte. Nos encontramos sobre un volcán: apagar el volcán con medicamentos que son estupefacientes implica apagar una vida, que en todo momento está en riesgo. “Lo patológico sólo tiene sentido para lo improductivo”, subrayó el escritor Stefan Zweig.[2]



            La denominación de algunos medicamentos parece aprobar esta concepción, pero en un sentido por lo menos cuestionable: en algunas formas agudas de psicosis, las drogas psicotrópicas son necesarias para calmar alucinaciones y delirios. Estos medicamentos se han llamado antipsicóticos. En la mente del fabricante, ¿están estas moléculas destinadas a poner fin a la psicosis del sujeto? Olvidan que el sujeto es siempre más grande que lo que sufre. Estas drogas deberían llamarse más bien “propsicóticos” o “filopsicóticos”, porque un psicótico liberado de sus delirios es a menudo un gran inventor (el matemático Georg Cantor), un gran poeta (Friedrich Hölderlin), un gran pintor (Vincent Van Gogh), un gran pensador (Jean-Jacques Rousseau). Pero a la “Gran Farmacia” no le importa la libertad recuperada por el sujeto, lo que en última instancia pondría en tela de juicio su control. Prefiere el opio. Y sus vapores se asientan tanto mejor cuanto que el “desorden” es lanzado sobre las fuentes efectivas del sufrimiento psicológico.



            Además, es mejor si el número de trastornos aumenta y se multiplica. Entre los últimos, el trastorno bipolar se ha beneficiado de la amplia promoción de los medios, que en realidad no hace sino patologizar el malestar universal del deseo: el deseo se precipita hacia el objeto de su sueño, pero, tan pronto como llega a él, su sueño se encuentra aún más lejos, y su risa termina en lágrimas. Mientras la vida continúa, mientras estamos vivos, normalmente somos “bipolares”, es decir, un día estamos eufóricos y al día siguiente estamos abatidos. Pero a veces, en las psicosis melancólicas, el objeto del deseo es la misma muerte, o la explosión de la supervivencia maníaca. El diagnóstico de bipolaridad se convierte entonces en criminal, cuando no se hace una diferencia entre el ciclo maníaco-depresivo de las psicosis —con riesgo de pasar al acto grave que puede justificar la prescripción de neurolépticos— y el ciclo de euforia-depresión en las neurosis. Esta distinción, que se ha suprimido en el DSM, ha dado lugar a numerosas tragedias.[3]



            El trastorno más común y preocupante, ya que afecta a los niños, que sufren sin saber lo que padecen y no pueden quejarse, es probablemente el trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad (TDAH). Estas dificultades de la infancia han sido abordadas desde hace mucho tiempo por psiquiatras y psicoanalistas infantiles, pioneros en este campo. Pero como se trata de problemas específicos de cada niño, han tenido cuidado de no etiquetarlos como un trastorno general. Como resultado, ahora se les acusa de no ofrecer una receta, especialmente por parte de las asociaciones de padres, algunas de las cuales están subvencionadas por compañías farmacéuticas (por ejemplo, la asociación HyperSupers TDAH France, apoyada por Mensia Technologies, Shire, HAC Pharma y NLS Pharma).



            Apoyar este tipo de diagnóstico equivale a decir, por ejemplo, que la tos es una enfermedad. Y el ejemplo viene desde lo alto: el 29 de septiembre de 2017 se celebró en la Universidad de París Nanterre una conferencia a favor del diagnóstico del TDAH, bajo el patrocinio del Presidente de la República, Emmanuel Macron, y de la Sra. Agnès Buzyn, Ministra de Salud. A los psicoanalistas registrados en esta conferencia simplemente se les prohibió la entrada por los guardias de seguridad. El TDAH no existe en las clasificaciones francesas, ni en la clasificación francesa de los trastornos mentales en niños y adolescentes (CFTMEA, por sus siglas en inglés), fiel a la psiquiatría francesa, ni en la clasificación internacional de enfermedades (CIM-10), que incluye las opciones del DSM. Sólo describen problemas de agitación. Y la agitación no es una enfermedad. Puede tener múltiples causas (problemas familiares, dificultades en la escuela, etc.) y requiere en primer lugar que los niños y sus familias sean escuchados, lo que a menudo es suficiente para resolver los problemas. Con el TDAH, el síntoma se transforma en una enfermedad y, lo que es mucho más grave, se atribuye a causas del neurodesarrollo. Esta afirmación no se basa en ninguna base científica, aunque hay pruebas constantes de las dificultades causadas por problemas dentro de la familia o en la escuela…



            Jerome Kagan, profesor de Harvard, afirmó en una entrevista en 2012 que el TDAH no es una patología, sino “un invento. El noventa por ciento de los 5.4 millones de niños que toman Ritalin en los Estados Unidos no tienen un metabolismo anormal.”[4] En Francia, el Dr. Patrick Landman mostró en su libro Tous hyperactifs? (Albin Michel, 2015) que el TDAH no tiene una causa biológica identificable: sus síntomas no son específicos y carecen de marcadores biológicos. No se han validado hipótesis neurobiológicas. El Dr. Leon Eisenberg, inventor del acrónimo TDAH, declaró en 2009, siete meses antes de su muerte, que nunca hubiera pensado que su descubrimiento sería tan popular: “El TDAH es el ejemplo mismo de una enfermedad inventada. La predisposición genética al TDAH está totalmente sobreestimada.”[5] Sin embargo, con la ayuda del cabildeo, alrededor del 11% de los niños de entre 4 y 17 años (6,4 millones) han sido diagnosticados con TDAH en los Estados Unidos a partir de 2011, según los Centros para la Prevención y el Control de Enfermedades de los Estados Unidos. En la mayoría de los casos, a esto le sigue la prescripción de Ritalin (metilfenidato), que contiene moléculas consideradas estupefacientes en las clasificaciones francesas. Prescribir esta anfetamina a gran escala podría crear un escándalo de salud similar al de Mediator y Levothyrox. Estas sustancias son adictivas, y no se excluye —todavía se está debatiendo— que exista una correlación entre los niños que han tomado Ritalin y los adolescentes que consumen drogas.



            Los niños no se salvan de los trastornos de la sociedad. Al igual que los adultos, están sujetos al imperativo del éxito rápido, la competitividad y el cumplimiento de normas que no son de su edad. Aquellos que no cumplen con esas exigencias son fácilmente considerados hoy como personas con algún deficit. Por lo tanto, existe preocupación acerca de un folleto para maestros en el sitio web del Ministerio de Educación que indica que el TDAH es una “enfermedad neurológica” y que les proporciona una receta detallada para el diagnóstico previo.[6] Los “elementos de seguimiento” propuestos podrían aplicarse a casi todos los niños. Siempre la misma amalgama entre problemas normales y patológicos…



Infantes en primera línea



En el pasado, Michel Foucault puso de relieve la represión, en particular por parte de los Estados y de la religión, de este malestar en la cultura que es la sexualidad. Hoy en día, la regla de plomo de un derecho patriarcal divino está en proceso de marginación. ¿Cómo se organiza ahora esta represión, dado que el término “sexualidad” debe entenderse en un sentido amplio? Es la industria farmacéutica la que pretende tomar el relevo, bajo el pretexto de la ciencia. El mensaje es claro: “¡No te preocupes, tú que tienes insomnio, momentos de depresión, excitación exagerada, pensamientos suicidas! No tienes nada que ver con esto: es culpa de tus genes, de tus hormonas; tienes un déficit de desarrollo neurológico, y nuestra farmacopea lo arreglará todo.” Se trata de hacer que parezca que todo se reduce a problemas mecánicos y de neurotransmisores, donde lo humano desaparece. Debemos olvidar que las deliciosas y cotidianas preocupaciones de las relaciones entre hombres y mujeres, los conflictos nunca tan estresantes entre los niños y sus padres, las angustiosas luchas de poder con la jerarquía y el poder, hunden sus raíces en las profundidades de la infancia.



            Por todos lados, el infante está en primera línea, y eso es lo que hace que el caso del TDAH sea aún más “problemático” que los demás. En todo momento y en todo lugar, es el niño quien, en primer lugar, ha sido reprimido, golpeado, formateado. Cuando un viejo maestro de escuela le jaló las orejas a un niño inquieto, fue, aunque parezca chocante, casi más humano que cuando se les pide a los maestros que hagan un diagnóstico de discapacidad. Se mantuvo una relación personal, mientras que una pseudociencia la borra. Por primera vez en la historia, es en nombre de la llamada ciencia que los niños son “golpeados”. Cada año, Santa Claus, este mito de múltiples capas, como lo demuestra el etnólogo Claude Lévi-Strauss,[7] trae regalos a los niños para consolarlos. Hoy, la “Gran Farmacia” dice que lleva el disfraz de Santa Claus. Pero no olvidaremos que bajo el abrigo rojo hay una sombra que se parece mucho más al carnicero del día de San Nicolás.



Gérard Pommier



Psiquiatra, psicoanalista, profesor emérito, director de investigación en la Universidad de París-VII, autor —entre otros— de “Cómo las neurociencias demuestran el psicoanálisis” (Letra Viva, 2010), y “Lo femenino, una revolución sin fin” (Paidós, 2018).







NOTAS



[1] Véase : « La bible américaine de la santé mentale », Le Monde diplomatique,diciembre,2011.



[2] Stefan Zweig, Le Combat avec le démon. Kleist, Hölderlin, Nietzsche, Le Livre de poche, coll. « Biblio essais », Paris, 2004 (1re éd. : 1925).



[3] Yo mismo conocí a un paciente melancólico en el Hospital St. Anne, a quien un psiquiatra ignorante de todo lo que no es el DSM dejó salir. Se suicidó. Conozco muchos casos similares.



[4] “What about tutoring instead of pills ?”, Spiegel Online, 2 de agosto, 2012, www.spiegel.de



[5] « Schwermut ohne Scham », Der Spiegel, Hamburgo, 6 de febrero, 2012.



[6] « Trouble déficit de l’attention hyperactivité », académie de Paris, disponible en http://www.ac-paris.fr



[7] Claude Lévi-Strauss, Le Père Noël supplicié, Seuil, Paris, 2016 (1era ed.: 1952).

sábado, mayo 23, 2020

Carvalho Calero, testemuña de tres xeracións universitarias

Carvalho Calero, testemuña de tres xeracións universitarias – Luzes



Esta é unha entrevista que, en 1988, dous daquela estudantes fixeron a Ricardo Carvalho Calero, que saíu publicada na revista universitaria Volvoreta. Recuperámola aquí como –tal e como indica o seu título– testemuño da visión que del tiñan os estudantes da última xeración que coincidiron con el na Universidade. *
Nun pequeno cuarto da Facultade de Filoloxía fomos dar con un protagonista dos máis relevantes acontecementos socio-políticos e culturais que se produciran na Universidade desde hai mais de medio século: D. Ricardo Carvalho Calero. O que foi primeiro catedrático de Lingüística e Literatura Galega, xa xubilado aló polo ano 1980, segue asistindo diariamente ao seu despacho, onde recebe a visita de centos de animadores culturais e dos seus antigos alumnos. Coa súa coñecida amabilidade, o profesor Carvalho Calero accedeu a contar algunhas vivencias da vida universitaria, das que participou tanto na súa etapa de estudante como na de profesor.
O mozo ferrolán entrou na Universidade no curso 1926-1927 e cursou as carreiras de Dereito e Filosofía e Letras. En 1931 licenciou-se na primeira e cinco anos máis tarde na segunda. Sobre a chegada a Santiago, Ricardo comenta-nos como confluíron un grupo de estudantes da que «se deu en chamar a Xeración do Seminario ou Xeración do Halley, formada polos que nacemos aló polo ano 1910: Cunqueiro, Aquilino Iglesia e eu mesmo». O lugar de confluencia non era só a Universidade, senón que «o organismo catalizador do ambiente era o Seminario de Estudos Galegos. Foi aquí onde tivemos os primeiros contactos cos Castelao, Otero Pedrayo e Risco». Cando nos fala destes personaxes o profesor afirma rotundamente que «os que mais me interesaban a min, e tamén a moitos outros, eran Otero Pedrayo e Castelao, porque eran máis artistas, “máis literatos, e ademais tiñan a vantaxe de que eran uns oradores máis brillantes que Risco. Deste sempre estivemos algo mais afastados, nunca tivemos tanta relación con el. todos éramos seguidores da palabra literaria de Otero».
Cunqueiro, Fernández del Riego e Carballo Calero en Santiago de Compostela. Foto Arquivo RAG
Aínda que o Seminario tivo moita importancia como «obradoiro onde se traballaba sobre os problemas da nosa cultura», os estudantes da época desempeñaban un papel social moi destacado, inclusive como activistas políticos e neste sentido Ricardo Carvalho foi un importante dirixente estudantil: «naquela época todos tíñamos que ser políticos. Considerabamos que había unha crise política, unha crise social no país e todos estabamos interesados». Preguntado pola súa opinión a respecto dos estudantes de hoxe e das diferenzas que el encontra en relación aos da súa época, o profesor afirma con diplomacia que «desde a miña xubilación estou afastado dos puntos desde os que se poden ver as formas de vida dos estudantes». De todos xeitos non dúbida en valorar positivamente o maior clima de liberdade existente e fala-nos de que hoxe a mocidade ten mais posibilidades de se manifestar ao non estar coutada por un supersticioso respecto aos mestres. Ao mesmo tempo observa na actualidade algo do que non gusta en demasía: «unha edípica tendencia —entre os estudantes— de dar morte ao pai, que non existía entre nós. Os da miña xeración tíñamos unha profunda veneración polos nosos mestres».
 O profesor universitario
A publicación de varias obras de creación (VieirosO silencio agoniadoA xente da Barreira…) e o seu traballo Historia da Literatura Galega contribuíu a que Carvalho Calero fose requirido para impartir aulas na Universidade. Coma el mesmo nos di: «se non lembro mal, comecei o meu traballo na Universidade no curso 65-66, ano que a rama de Filoloxía Románica daba os seus primeiros licenciados. Entrei en calidade de profesor contratado ou adxunto provisional —non lembro como se chamaba a categoría daquela— para impartir as disciplinas de Lingua e Literatura Galega, no último curso da especialidade de Filoloxía Románica, e a de Lingua e Literatura Medieval, na especialidade de Historia». Preguntado polas diferenzas que viu cando voltou a Universidade responde de xeito rotundo: «os coñecementos en materia de Lingüística tiñan avanzado moito; o nivel era maior tanto nos profesores como nos alumnos». Había ademais outro tema de moita importancia: o feito de a sociedade estar vivindo os derradeiros anos do franquismo. «Efectivamente, aquela época estaba caracterizada pola proximidade presentida da descomposición do réxime franquista»
Foto Moncho Rama. Arquivo do Parlamento de Galicia.

 A normalización da lingua
«Os estudantes galeguistas na miña mocidade coincidíamos porque falabamos en galego, mentres que nos meus anos de profesor os simpatizantes dos partidos estatalistas tamén se expresaban normalmente nesta lingua», comenta o profesor. Hoxe o problema da normalización segue candente, e a respecto disto don Ricardo dinos que «ao lado dunha lexislación menos restritiva no que concirne ao equilibrio co castelán é necesaria unha renovación espiritual que asuma como natural o emprego do galego na Galiza». O profesor di que é preciso «modificar o sistema de relacións galego/castelán, protexendo o primeiro, xa que de outra forma os séculos de marxinación dificilmente poderán ser compensados». Neste proceso debe estar implicada toda a sociedade, mas hai elementos que exercen unha influencia fundamental, como son os medios de comunicación, os cales «sería preciso que traballasen para mentalizar a sociedade de que, sen hostilidade para a lingua do Estado, temos que potenciar a idea de que o galego é a lingua propia de Galiza».
Homenaxe nacional a Carvalho por parte das AACC da Coruña, en 1982.
A crónica dunha xeración: a novela Scórpio
Sempre se fala do profesor, do conferenciante, do lingüista e do crítico literario; e ao mesmo tempo esquecese, ou dáselle pouca importancia á súa extensa obra de creación: O dramaturgo, o romancista e o poeta. Recentemente acaba de publicar unha nova novela: Scórpio. Un romance histórico, «de protagonista individual, no que son personaxes numerosos nomes que desempeñaron importantes papeis da nosa vida colectiva, e no que se analizan os costumes universitarios de antano mesturados con varios aspectos da Guerra Civil. A propósito desta obra preguntámoslle se o protagonista, Scórpio, é un trasunto autobiográfico, tal como afirman varios críticos. O autor respóndenos, con un sorriso: «efectivamente ten moitas cousas miñas, mais se non lembro mal Scórpio morreu durante a guerra civil en Barcelona, e eu estou vivo». Das súas palabras dedúcese, non obstante, que certas experiencias persoais e da época se mesturan nos diferentes personaxes. Plantexamoslle entón se ao escribir esta novela non tería a intención de facer unha especie de homenaxe a unha época: «O que eu me propuxen foi ante todo escribir unha novela. Se o que quería era facer un relato realista, tiña que pór un fondo xeográfico e temporal, Eu non ía facer un relato fantástico. Non eran as aventuras de Merlín. Situeino naquela época e no ámbito da Universidade porque me era coñecido». E, insistindo, é o autor non podería estar reflexado en Salgueiro? «Si, pode ser… mais pensade que todos os personaxes teñen algo meu. Inclusive moitos dos poemas atribuídos a Saxitario son semellantes a obras miñas da xuventude… Cremos nós que este foi un xeito moi sutil de nos insinuar que a resposta a moitas das nosas curiosidades está na lectura deste romance.
Beti Arias (Estudante de 2º de Filosofía)
Bernardo Penabade Rei (Estudante de 3º de Xermánicas)
*A foto da apertura é de Moncho Rama

jueves, mayo 21, 2020

“La medicalización de la experiencia humana” por Gerard Pommier

“La medicalización de la experiencia humana” por Gerard Pommier – La noche del mundo

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Will Turner. — « 27 », 2008 / © Will Turner – Art Bärtschi & Cie, Genève



Por Gérard Pommier
¿Son siempre signos de enfermedad una perturbación del estado de ánimo o los momentos de tristeza o de tensión? La psiquiatría europea ha sabido evaluar durante mucho tiempo su gravedad y encontrar las prescripciones apropiadas, desde el medicamento hasta la terapia psicoanalítica. Por el contrario, la industria farmacéutica, so pretexto de ciencia, incita a transformar dificultades normales en patologías para las cuales ofrece soluciones.
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Will Turner. — « 27 », 2008 / © Will Turner – Art Bärtschi & Cie, Genève

Ante la realidad del “sufrimiento psíquico” —una de las patologías modernas más importantes—, hace algunas décadas se puso en marcha una inédita maquinaria de diagnósticos, que tiene por objetivo rentabilizar ese enorme mercado potencial. Para conseguirlo, ante todo había que remplazar a la gran psiquiatría europea, que gracias a observaciones clínicas múltiples y concordantes reunidas durante los dos últimos siglos había catalogado los síntomas y los había clasificado en grandes categorías: las de las neurosis, las de las psicosis y las de las perversiones. Pertrechado con estos conocimientos, el clínico podía establecer un diagnóstico y distinguir los casos graves de aquellos causados por circunstancias puntuales. Separaba entonces lo que requería ayuda de medicamentos de lo que podía tener mejor solución mediante consulta psicológica.
            La psiquiatría clásica y el psicoanálisis habían llegado a las mismas conclusiones. Estos dos enfoques distintos se habían avalado y enriquecido mutuamente. El mercado de los medicamentos mantenía entonces proporciones razonables, lo que debió hacernos pensar en la “Gran Farmacia”, un apodo apropiado para el enorme poder de las compañías farmacéuticas, que son buscadas asiduamente tanto por los médicos locales como por las más altas autoridades del Estado y de los servicios de salud, con los que saben ser bastante generosos (por ejemplo, ofreciendo cruceros de “formación” a los jóvenes psiquiatras).
            El proceso de conquista de este gran mercado comenzó en los Estados Unidos, con la Asociación Psiquiátrica Americana (APA) y su primer Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, DSM) en 1952.[1] En 1994, la Organización Mundial de la Salud (OMS) sincronizó el capítulo “psiquiatría” de la clasificación internacional de enfermedades con las clasificaciones del DSM-IV, lo que llevó a muchos países a hacer lo mismo. Esto ha provocado un aumento de las enfermedades enumeradas. En 1952 había 60, y para 1994 ya había 410, según el DSM-IV.
Apagando el volcán
El negocio es el negocio; el método DSM tenía que ser sencillo: ya no se trata de buscar la causa de los síntomas o de saber a qué estructura psicológica corresponden. Sólo se tienen que marcar las casillas correspondientes al comportamiento visible de la persona que se queja. Esta práctica olvida que un síntoma nunca es una causa. La entrevista con un psiquiatra resulta entonces poco necesaria, ya que sólo se trata de identificar los trastornos de superficie: trastornos de conducta, trastornos de la alimentación, trastornos del sueño, en definitiva, todo tipo de trastornos… hasta la reciente invención de los trastornos posteriores a atentados. A cada uno le corresponde, ¡oh, maravilla!, su medicamento apropiado. Fue en estas aguas turbulentas donde se ahogaron los viejos diagnósticos. El cabildeo de la “Gran Farmacia” también se ha extendido a las facultades de medicina, donde sólo se enseña el DSM. Aún mejor, los propios laboratorios pueden enseñar las lecciones — por supúesto, se han reportado múltiples conflictos de interés. Se olvida la gran cultura psiquiátrica, de modo que, frente a un paciente, el nuevo clínico hecho bajo el DSM ya no sabe si se trata de una neurosis, una psicosis o una perversión. No distinguirá un problema grave de un estado circunstancial. Y, en caso de duda, recetará drogas psicotrópicas…
            La “depresión”, por ejemplo, es una palabra que forma parte del vocabulario común. La tristeza puede capturar a cualquiera en cualquier momento de la vida. Pero, ¿por qué dejar la noción de “depresión” en tal subempleo? Por lo tanto, fue elevada a la dignidad de una enfermedad de pleno derecho. Sin embargo, la tristeza puede ser tanto un síntoma de melancolía —con un alto riesgo de suicidio— como un estado temporal e incluso normal — como el duelo. Confucio recomendó que el hijo llorara tres años después de la muerte de su padre; hoy, si usted está triste por más de dos semanas, ya está enfermo. Se le darán antidepresivos, que pueden aliviarlo temporalmente, pero que no resuelven el problema… Sólo que, como el tratamiento no debe detenerse abruptamente, la prescripción a veces dura casi toda la vida.
            La comercialización del DSM es sencilla: basta con inventar nuevos trastornos a intervalos regulares, que combinan lo patológico y lo existencial. Esto es bastante fácil, ya que la existencia depende de lo que está mal para seguir adelante. Lo que está mal —en nuestras vidas— nos da energía para salir de él. Tienes que llorar antes de reírte. Nos encontramos sobre un volcán: apagar el volcán con medicamentos que son estupefacientes implica apagar una vida, que en todo momento está en riesgo. “Lo patológico sólo tiene sentido para lo improductivo”, subrayó el escritor Stefan Zweig.[2]
            La denominación de algunos medicamentos parece aprobar esta concepción, pero en un sentido por lo menos cuestionable: en algunas formas agudas de psicosis, las drogas psicotrópicas son necesarias para calmar alucinaciones y delirios. Estos medicamentos se han llamado antipsicóticos. En la mente del fabricante, ¿están estas moléculas destinadas a poner fin a la psicosis del sujeto? Olvidan que el sujeto es siempre más grande que lo que sufre. Estas drogas deberían llamarse más bien “propsicóticos” o “filopsicóticos”, porque un psicótico liberado de sus delirios es a menudo un gran inventor (el matemático Georg Cantor), un gran poeta (Friedrich Hölderlin), un gran pintor (Vincent Van Gogh), un gran pensador (Jean-Jacques Rousseau). Pero a la “Gran Farmacia” no le importa la libertad recuperada por el sujeto, lo que en última instancia pondría en tela de juicio su control. Prefiere el opio. Y sus vapores se asientan tanto mejor cuanto que el “desorden” es lanzado sobre las fuentes efectivas del sufrimiento psicológico.
            Además, es mejor si el número de trastornos aumenta y se multiplica. Entre los últimos, el trastorno bipolar se ha beneficiado de la amplia promoción de los medios, que en realidad no hace sino patologizar el malestar universal del deseo: el deseo se precipita hacia el objeto de su sueño, pero, tan pronto como llega a él, su sueño se encuentra aún más lejos, y su risa termina en lágrimas. Mientras la vida continúa, mientras estamos vivos, normalmente somos “bipolares”, es decir, un día estamos eufóricos y al día siguiente estamos abatidos. Pero a veces, en las psicosis melancólicas, el objeto del deseo es la misma muerte, o la explosión de la supervivencia maníaca. El diagnóstico de bipolaridad se convierte entonces en criminal, cuando no se hace una diferencia entre el ciclo maníaco-depresivo de las psicosis —con riesgo de pasar al acto grave que puede justificar la prescripción de neurolépticos— y el ciclo de euforia-depresión en las neurosis. Esta distinción, que se ha suprimido en el DSM, ha dado lugar a numerosas tragedias.[3]
            El trastorno más común y preocupante, ya que afecta a los niños, que sufren sin saber lo que padecen y no pueden quejarse, es probablemente el trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad (TDAH). Estas dificultades de la infancia han sido abordadas desde hace mucho tiempo por psiquiatras y psicoanalistas infantiles, pioneros en este campo. Pero como se trata de problemas específicos de cada niño, han tenido cuidado de no etiquetarlos como un trastorno general. Como resultado, ahora se les acusa de no ofrecer una receta, especialmente por parte de las asociaciones de padres, algunas de las cuales están subvencionadas por compañías farmacéuticas (por ejemplo, la asociación HyperSupers TDAH France, apoyada por Mensia Technologies, Shire, HAC Pharma y NLS Pharma).
            Apoyar este tipo de diagnóstico equivale a decir, por ejemplo, que la tos es una enfermedad. Y el ejemplo viene desde lo alto: el 29 de septiembre de 2017 se celebró en la Universidad de París Nanterre una conferencia a favor del diagnóstico del TDAH, bajo el patrocinio del Presidente de la República, Emmanuel Macron, y de la Sra. Agnès Buzyn, Ministra de Salud. A los psicoanalistas registrados en esta conferencia simplemente se les prohibió la entrada por los guardias de seguridad. El TDAH no existe en las clasificaciones francesas, ni en la clasificación francesa de los trastornos mentales en niños y adolescentes (CFTMEA, por sus siglas en inglés), fiel a la psiquiatría francesa, ni en la clasificación internacional de enfermedades (CIM-10), que incluye las opciones del DSM. Sólo describen problemas de agitación. Y la agitación no es una enfermedad. Puede tener múltiples causas (problemas familiares, dificultades en la escuela, etc.) y requiere en primer lugar que los niños y sus familias sean escuchados, lo que a menudo es suficiente para resolver los problemas. Con el TDAH, el síntoma se transforma en una enfermedad y, lo que es mucho más grave, se atribuye a causas del neurodesarrollo. Esta afirmación no se basa en ninguna base científica, aunque hay pruebas constantes de las dificultades causadas por problemas dentro de la familia o en la escuela…
            Jerome Kagan, profesor de Harvard, afirmó en una entrevista en 2012 que el TDAH no es una patología, sino “un invento. El noventa por ciento de los 5.4 millones de niños que toman Ritalin en los Estados Unidos no tienen un metabolismo anormal.[4] En Francia, el Dr. Patrick Landman mostró en su libro Tous hyperactifs? (Albin Michel, 2015) que el TDAH no tiene una causa biológica identificable: sus síntomas no son específicos y carecen de marcadores biológicos. No se han validado hipótesis neurobiológicas. El Dr. Leon Eisenberg, inventor del acrónimo TDAH, declaró en 2009, siete meses antes de su muerte, que nunca hubiera pensado que su descubrimiento sería tan popular: “El TDAH es el ejemplo mismo de una enfermedad inventada. La predisposición genética al TDAH está totalmente sobreestimada.”[5] Sin embargo, con la ayuda del cabildeo, alrededor del 11% de los niños de entre 4 y 17 años (6,4 millones) han sido diagnosticados con TDAH en los Estados Unidos a partir de 2011, según los Centros para la Prevención y el Control de Enfermedades de los Estados Unidos. En la mayoría de los casos, a esto le sigue la prescripción de Ritalin (metilfenidato), que contiene moléculas consideradas estupefacientes en las clasificaciones francesas. Prescribir esta anfetamina a gran escala podría crear un escándalo de salud similar al de Mediator y Levothyrox. Estas sustancias son adictivas, y no se excluye —todavía se está debatiendo— que exista una correlación entre los niños que han tomado Ritalin y los adolescentes que consumen drogas.
            Los niños no se salvan de los trastornos de la sociedad. Al igual que los adultos, están sujetos al imperativo del éxito rápido, la competitividad y el cumplimiento de normas que no son de su edad. Aquellos que no cumplen con esas exigencias son fácilmente considerados hoy como personas con algún deficit. Por lo tanto, existe preocupación acerca de un folleto para maestros en el sitio web del Ministerio de Educación que indica que el TDAH es una “enfermedad neurológica” y que les proporciona una receta detallada para el diagnóstico previo.[6] Los “elementos de seguimiento” propuestos podrían aplicarse a casi todos los niños. Siempre la misma amalgama entre problemas normales y patológicos…
Infantes en primera línea
En el pasado, Michel Foucault puso de relieve la represión, en particular por parte de los Estados y de la religión, de este malestar en la cultura que es la sexualidad. Hoy en día, la regla de plomo de un derecho patriarcal divino está en proceso de marginación. ¿Cómo se organiza ahora esta represión, dado que el término “sexualidad” debe entenderse en un sentido amplio? Es la industria farmacéutica la que pretende tomar el relevo, bajo el pretexto de la ciencia. El mensaje es claro: “¡No te preocupes, tú que tienes insomnio, momentos de depresión, excitación exagerada, pensamientos suicidas! No tienes nada que ver con esto: es culpa de tus genes, de tus hormonas; tienes un déficit de desarrollo neurológico, y nuestra farmacopea lo arreglará todo.” Se trata de hacer que parezca que todo se reduce a problemas mecánicos y de neurotransmisores, donde lo humano desaparece. Debemos olvidar que las deliciosas y cotidianas preocupaciones de las relaciones entre hombres y mujeres, los conflictos nunca tan estresantes entre los niños y sus padres, las angustiosas luchas de poder con la jerarquía y el poder, hunden sus raíces en las profundidades de la infancia.
            Por todos lados, el infante está en primera línea, y eso es lo que hace que el caso del TDAH sea aún más “problemático” que los demás. En todo momento y en todo lugar, es el niño quien, en primer lugar, ha sido reprimido, golpeado, formateado. Cuando un viejo maestro de escuela le jaló las orejas a un niño inquieto, fue, aunque parezca chocante, casi más humano que cuando se les pide a los maestros que hagan un diagnóstico de discapacidad. Se mantuvo una relación personal, mientras que una pseudociencia la borra. Por primera vez en la historia, es en nombre de la llamada ciencia que los niños son “golpeados”. Cada año, Santa Claus, este mito de múltiples capas, como lo demuestra el etnólogo Claude Lévi-Strauss,[7] trae regalos a los niños para consolarlos. Hoy, la “Gran Farmacia” dice que lleva el disfraz de Santa Claus. Pero no olvidaremos que bajo el abrigo rojo hay una sombra que se parece mucho más al carnicero del día de San Nicolás.
Gérard Pommier
Psiquiatra, psicoanalista, profesor emérito, director de investigación en la Universidad de París-VII, autor —entre otros— de “Cómo las neurociencias demuestran el psicoanálisis” (Letra Viva, 2010), y “Lo femenino, una revolución sin fin” (Paidós, 2018).

NOTAS
[1] Véase : « La bible américaine de la santé mentale », Le Monde diplomatique,diciembre,2011.
[2] Stefan Zweig, Le Combat avec le démon. Kleist, Hölderlin, Nietzsche, Le Livre de poche, coll. « Biblio essais », Paris, 2004 (1re éd. : 1925).
[3] Yo mismo conocí a un paciente melancólico en el Hospital St. Anne, a quien un psiquiatra ignorante de todo lo que no es el DSM dejó salir. Se suicidó. Conozco muchos casos similares.
[4] “What about tutoring instead of pills ?”, Spiegel Online, 2 de agosto, 2012, www.spiegel.de
[5] « Schwermut ohne Scham », Der Spiegel, Hamburgo, 6 de febrero, 2012.
[6] « Trouble déficit de l’attention hyperactivité », académie de Paris, disponible en http://www.ac-paris.fr
[7] Claude Lévi-Strauss, Le Père Noël supplicié, Seuil, Paris, 2016 (1era ed.: 1952).

La madre de todos los contagios: sobre el libro 'Lluvia oblicua', de Ignacio Castro Rey - ¡Zas! Madrid

La madre de todos los contagios: sobre el libro 'Lluvia oblicua', de Ignacio Castro Rey - ¡Zas! Madrid





«Quizá la auténtica pandemia es la normalidad de este conductismo masivo, este contagio (o “inmunidad”) de rebaño»

El filósofo Ignacio Castro Rey, autor de Lluvia oblicua.

Ignacio Castro Rey es doctor en Filosofía, crítico de cine y arte, gestor cultural, profesor y articulista. Entre sus libros están Votos de riquezaMil días en la montaña y Ética del desorden. Acaba de publicar Lluvia oblicua. (Opinión y verdad en la sociedad del conocimiento).

Siendo Lluvia oblicua un libro de filosofía son constantes las referencias a poetas, artistas, cineastas… como, por ejemplo, Rilke, Lispector, Erice, Van Gogh. Esta particularidad, que ya ocurría en tu anterior obra Ética del desorden, ¿contiene el principio de que el sentimiento y la emoción siempre deben acompañar al razonamiento?
Exacto. Cito cien veces en distintos sitios esa idea clásica de que la emoción va por delante. Los perceptos y los afectos van primero, y solo por eso pensamos. Cioran, Unamuno, Nietzsche y muchos otros insisten en este punto. Pensamos gracias a que antes hemos sido heridos por un sentimiento, o una sensación, que vienen sin ser llamados, inopinadamente. Cuando una clásico griego decía que el asombro era el origen del pensamiento supongo que se refería a lo mismo. Precisamente si hoy el pensamiento está en peligro es debido a que tal vez el andamiaje informativo ha conseguido adelantarse a nuestros sentimientos, sentir por nosotros (destacando lo que importan y lo que no, qué ángulo, etcétera), con lo cual el pensamiento ha sido desactivado en su misma fuente. Por eso obedecemos como ovejas, con o sin pandemia vírica. Quizá la auténtica pandemia es la normalidad de este conductismo masivo, este contagio (o “inmunidad”) de rebaño.
Tu pensamiento está fuertemente contextualizado. Casi todo sobre lo que reflexionas nos ocurre a nosotros en el aquí y el ahora. ¿Es Lluvia oblicua «una ontología de nuestros hábitos», «una filosofía de la existencia», una revisión del momento?
Espero que sea así. Mi libro, que no es fácil en su lenguaje, está sin embargo volcado (más todavía que Ética del desorden) en lo más ordinario e inmediato: lo más “vulgar”, que es la vez lo más difícil. El “aquí y ahora” es una llanura inmensa que nos exige una perpetua revisión, tan interminable como la vida.

Nos pasamos el día flotando en la sociedad y “lo global”, pero esto no es más que un patético sistema de defensa que un día u otro caerá (como tal vez ocurrió en estos días de encierro).

En todas las cuestiones cruciales estamos solos ante una cercanía, un “absoluto local” donde se juegan nuestras vidas. Y ahí no hay cobertura ni aplicación de móvil, ni “estado del bienestar” que valga. En todas las cuestiones fundamentales, ahora como hace mil años, el ser humano solo puede contar con sus fuerzas personales para salir adelante. Siempre hay especialistas, a veces incluso son buenos, pero tenemos que saber elegirlos y gobernarlos nosotros. Hasta los médicos reconocen que la actitud y la labor del “paciente” es crucial para salir de una enfermedad grave. ¿Defiendo entonces una especie de “individualismo”? No, defiendo la comunidad humana que brota y se sostiene en decisiones singulares, no consensuadas en “equipo”. Y menos todavía, sometidas al baremo de lo que se llama opinión pública.
Lluvia oblicua, según tus propias palabras, es un ensayo impolítico y una especie de teología para ateos. ¿Qué suponen estas dos premisas?
Suponen, primero, que me ocupo de una infraestructura elemental y común que todo el arco ideológico de lo que se llama “política”, de un extremo a otro, deja de lado. Esa comunidad primaria de la vida es, al parecer, demasiado sucia, violenta y compleja para esa casta de especialistas en gobernar. Los políticos lo son porque su vocación profunda es no ensuciarse con la calle; a ser posible, no pisarla jamás. En segundo lugar, en Lluvia oblicua prolongo una “teología para ateos” que tiene otro momento clave en Ética de desorden, aunque la cosa viene de más atrás. Hablo de teología porque me ocupo de lo que no es cognoscible al modo positivo o categorial. Me ocupo de un vértigo real que es desde hace mucho es la pregunta de la filosofía, del arte y de la religión. Digo que es para ateos, porque mi libro es de pensamiento, es decir, intenta pensar con todo el detalle posible la materialidad, a veces muy laberíntica, que es cotidiana para el más común de los mortales. No es en absoluto casual que estos dos libros míos tengan una excelente relación con la ciencia anómala que habla por boca de Heisenberg, Gödel o Lacan. Tampoco es casual que desprecie esa mitología que, aliada al periodismo sensacionalista y a los intereses económicos más bastardos, triunfa como “ciencia”. La misma, por cierto, que nos mantiene en el pantano confuso de esta “pandemia”.
Cubierta de Lluvia oblicua, de Ignacio Castro Rey.
Cubierta de Lluvia oblicua, de Ignacio Castro Rey.
Las expropiaciones principales de las que hemos sido objeto por parte del capitalismo abarcan la represión de lo dionisíaco, la positividad apolínea, la pérdida de la imaginación o la capacidad de asombro. ¿De qué hemos sido principalmente despojados?
En realidad no hemos sido despojados de nada. Aunque el mito de la época es que la humanidad “ha cambiado” mucho y la vida no es ni puede ser lo que era, pues está “globalizada” y nadie puede ser ya independiente. Toda esa letanía es mentira. Mejor dicho, es una amenaza que funciona con el miedo: a quedarse atrás, a ser marginado socialmente, etcétera. Tenemos la obligación moral y fisiológica de vivir la única vida mortal que nos ha tocado, para la cual no hay mediaciones tecnologías posibles. Nuestra potencia brota del desamparo, que no ha sido elegido. Afortunadamente, pues así el ser humano, digan lo que digan los nuevos mandarines empoderados en su cielo digital, sigue siendo soberano frente a la soberbia de los poderes establecidos. La existencia es todavía capaz de cualquier cosa, de lo mejor a lo peor, de lo heroico a lo más perverso. Lamento mucho darles esta noticia, si alguno está escuchando, a esos expertos que creen que no podemos vivir sin ellos.
Aclarar los sentimientos y recuperar la capacidad de percepción: ¿son los mayores retos de la inteligencia?
Definitivamente, sí. La inteligencia no es una nave espacial que deba o pueda llevarnos a ningún lado, a algún otro planeta donde la gravedad, el dolor y la tragedia no existan. Todo eso es un idiota cuento “angloamericano” (por resumirlo en un insulto) que nos hemos tragado. También bajo amenazas, pues esa promesa pueril va siempre acompañada de agresiones militares, saqueos económicos y bombardeos de todo tipo. Si somos buenos, y conseguimos ser tan imbéciles como para obedecer la mentalidad sectaria que dirige a Occidente desde hace más de un siglo, los amos del mundo prometen tratarnos mejor. El universo latino e hispano, por poner ejemplos cercanos, siempre ha vivido al margen de esa mitología barata. Espero que en el fondo nunca cedamos.
¿Qué implica y significa recuperar «el ser lento»?
Tenemos que ser audaces, agresivos y rápidos, mucho más que la poderosa catatonia social que nos envuelve, para recuperar el ser lento que somos. Todo lo importante es en nosotros lento, pues no sigue el modelo glorioso de la tecnología puntera. Amar, aunque entre repentinamente, exige la paciencia de la lentitud para mantener lo amado. Dejar de odiar es lento. Aprender a resistir las presiones es lento. Conquistar un sentido del humor que pueda torear la estupidez una y otra vez triunfante, también es lento. Aunque, ya digo, recuperar esa lentitud (igual que en las artes marciales) nos exige en ciertos momentos ser capaces de velocidades fulminantes, de cuerpo y de pensamiento.
¿Qué comporta el «darwinismo cultural»? ¿Tiene que ver con el arte actual masivamente conceptualizado o con una cultura que solo propone escapar de nosotros mismos? O, tal vez, ¿con nuestra obsesión por llenar el tiempo con numerosas actividades, entretenimientos y ocupaciones?
Pobre Darwin. Ya ni sabemos quién era como científico. Lo han convertido en la disculpa para una crueldad social sin precedentes. No hay concurso televisivo de éxito (por no hablar de las noticias) que no exprese esa crueldad, por todas partes inducida. Y esto incluye, no lo olvidemos, nuevas modalidades de la caza del hombre. Este darwinismo cultural incluye las tres cosas que mencionas y posiblemente otras más.

En el fondo, se trata de que la competencia brutal que nos vende el capitalismo nos entretenga y nos libre de lo que para nosotros es lo peor, el diablo de vivir. Esa rivalidad permanente, de la que ni se libra la escuela primaria, es, si me permites decirlo, la “madre de todos los contagios”. Viene del miedo.

Y, en este sentido y conectando con la anterior pregunta: ¿nos ha beneficiado de algo modo la confinación a causa del coronavirus?
Ya ni sé qué responder a esto, tal como es la avalancha de una “información” completamente frívola y contradictoria. Es de suponer que una parte de la población habrá buscado y encontrado potencias personales, psíquicas y corporales, que había olvidado, adormecidas dentro de cada uno. Desgraciadamente, estoy convencido de que el “sistema” (que es un registro de cada uno de nosotros) extraerá la conclusión exactamente contraria. Es decir, la necesidad de reforzar los mecanismos de miedo, de control y obediencia. Creo que algunos resistiremos bien la histeria que se nos viene encima, al fin al cabo ya conocimos todo tipo de dictaduras. Mi duda atañe al alcance de esa minoría dispuesta a dar la batalla por una vieja y sagrada libertad, con todos sus riesgos. Pero la verdad es que sin peligro la vida no vale la pena. Además, cuando crees sortearlo por un lado, cediendo en tu independencia primaria, reaparece por otro, en una dependencia social y estatal que es en sí misma cancerígena. Prefiero morir a causa de mi vida que a causa del mandato de otros. Que además te condenan a una muerte a plazos, mientras has de sonreír mirando a la cámara.

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