sábado, diciembre 15, 2012

Cosas dentro de las cosas. de Gustavo Martín Garzo, 15 DIC 2012


Cosas dentro de las cosas
 

Dos principios rigen el universo de George Macdonald: la igualdad y la simultaneidad de los seres, soñados o reales, porque no se conoce dónde empieza el país de las hadas.

15 DIC 2012

“La complejidad de las cosas, las cosas dentro de las cosas, es sencillamente inagotable”, declara Alice Munro en una entrevista reciente. En La princesa liviana, el primer cuento de este libro, una niña es condenada por un hada perversa, a quien se han olvidado de invitar a la fiesta de su bautizo, a vivir ajena a las leyes de la gravedad. Y todos tienen que estar pendientes de ella pues una simple corriente de aire puede llevársela por la ventana. Pero esa ligereza es también una ligereza de su carácter. Se ríe sin motivo y es indiferente a toda preocupación o responsabilidad. Tampoco puede enamorarse, pues ¿cómo una princesa que carece de gravedad puede caer presa del amor? Sólo el agua tiene el poder misterioso de dar materialidad a su cuerpo y, cuando lo descubre, se pasa el día metida en el lago. Piensan entonces que, si el agua tiene ese efecto, bastará con hacerla llorar para que sea como las otras muchachas. Pero ¿cómo conseguir sus lágrimas si no tiene corazón? Su padre llega a darle una paliza, pero todo es inútil. Una noche un príncipe la encuentra en el lago y se baña con ella. Pero ahora la bruja hará desaparecer el lago, y el príncipe tendrá que sacrificar su vida para salvarla.
Leerle es como llegar a un palacio donde siempre quedan puertas por abrir
Así son los cuentos de George Macdonald: “cosas dentro de las cosas”. Leerle es como llegar a un palacio donde siempre quedan puertas por abrir. O, mejor dicho, a un mundo donde todo puede transformarse en una puerta —una estrella, un árbol, un lago, la oscuridad de la noche, el arcoíris—, como si la verdadera vida siempre estuviera en otra parte. “Una verdadera obra de arte, dice Macdonald, ha de significar muchas cosas. Cuanto más verdadera sea, más significados contendrá”. Para George Macdonald junto al mundo que vemos y podemos tocar y conocer, está el mundo escondido, formado por todo lo que vive más allá de nuestra razón. “Cuanto más lejos vayas, más cerca estarás de tu casa”, afirma dando a entender que cuentos y sueños se confunden. Dos son los principios que rigen su universo: la igualdad y la simultaneidad absoluta entre los seres que pueblan el mundo real y el soñado, porque “no es posible saber dónde empieza y dónde acaba el país de las hadas”; y el hecho de que ninguna norma puede imponerse a excepción de aquella que revela cada obra. “¿Cómo sabes que soy un príncipe?”, le pregunta el protagonista de uno de los cuentos a una princesita que tiene el poder de iluminar el mundo con la luz sus ojos: “Porque haces lo que se te pide y además dices la verdad”. Un príncipe es alguien que respeta las leyes del mundo y que, sin él saberlo, tiene tratos con la verdad. Pero contar es un acto carente de resultados. No es posible saber de qué forma le afecta a un niño un cuento, pero este debe surgir de una experiencia con la verdad, como si la verdad fuera la condición de posibilidad del contar.
Ilustración de Arthur Hughes.
Princesitas leves como hojas, gigantes que dan su corazón a una nodriza para evitar la responsabilidad que supone tener que ocuparse de él, niñas que menguan o crecen con la luna, hadas que raptan a los mortales por encontrar aburrido su reino, niñas ciegas que solo conocen la oscuridad del mundo, así son los personajes que pueblan este libro que es un bálsamo para nuestro corazón enfermo de realidad. “Yo no escribo para niños, sino para todos aquellos que son como niños, ya tengan cinco, cincuenta o setenta y cinco años”. Natalia Ginzburg dice que debemos enseñar a nuestros hijos las grandes virtudes en vez de las pequeñas. “No el ahorro sino la generosidad y la indiferencia ante el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo de éxito, sino el deseo de ser y de saber”. Francis Scott Fitzgerald escribió en El gran Gatsby que “la roca del mundo está sólidamente asentada sobre las alas de un hada”, y es justo eso lo que nos demuestran estos cuentos.
Creía que  no hay que temer en exceso los hechizos de las hadas
George Macdonald se crió en una atmósfera calvinista, doctrina con la que nunca se sintió a gusto. Se cuenta que cuando se enteró de la teoría de la predestinación, se echó desconsolado a llorar. Se hizo pastor, pero sus sermones sobre la imposibilidad de que Dios condenara a alguna de sus criaturas, produjeron desconfianza en sus superiores que le redujeron el sueldo a mitad. Platónico de convicción, creía que belleza, bien y verdad se confunden, y que no hay que temer en exceso los hechizos de las hadas, pues a la larga todos terminan por resultar benéficos; también, que la muerte es la mayor aventura. Fue amigo de Lewis Carroll, y su obra ejercería una gran influencia en autores como J. M. Barrie, C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien. Todos ellos creían que narrar era “ser miembro de una tribu antigua, ociosa, extravagante e inútil” y que la tarea de la literatura, como afirmó Isak Dinesen, era recobrar en nuestra imaginación todo lo perdido en el mundo exterior. “Si un acorde de mi quebrada música”, escribe Georges Macdonald, “hace brillar los ojos de un niño, o hace que los de su madre se nublen un sólo instante, mi trabajo no habrá sido en vano”. Cuentos de hadas para todas las edades es uno de sus últimos libros y contiene alguno de sus cuentos más divertidos y conmovedores. Ha sido además bellamente editado por Jacobo Siruela, tiene un interesante prólogo de Javier Martín Lalanda, y está traducido con claridad y gracia por Ana Becciú. No creo que pueda haber un regalo más adecuado para estos días de Navidad.
Cuentos de hadas (para todas las edades). George Macdonald. Traducción de Ana Becciú. Atalanta. Girona, 2012. 240 páginas. 20 euros

jueves, diciembre 13, 2012

RAVI SHANKAR HA MUERTO

Check out this website I found at ravishankar.org
Ravi Shankar Concert Poster
LINKS 
• www.eastmeetswestmusic.com 
• www.ravishankar.org 
• www.anoushkashankar.com 
• www.unfinishedside.com
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/12/12/actualidad/1355289353_285557.html 
DIEGO A. MANRIQUE 
Ravi Shankar, que murió ayer martes en San Diego (California) disfrutó de una vida plena. Sus 92 años fueron lo bastante intensos para justificar dos autobiografías (My music, my life y Raga mala), donde explicaba cómo amplió los límites de la tradición musical que encarnaba, aplicando sus poderes al cine, el teatro y el ballet, aparte de abrirse a experimentos internacionalistas.
"Aunque la operación fue exitosa, la recuperación resultó demasiado difícil para el músico", han informado en un comunicado conjunto la fundación que lleva su nombre y su sello discográfico East Meets West Music. El artista tenía su domicilio en el sur de California aunque mantenía también residencias en India. El primer ministro indio, Manmohan Singh, ha expresado su tristeza y ha dicho que con su muerte se pierde "un tesoro nacional y un embajador global de la herencia cultural de India".
Ningún otro músico clásico tuvo tanta influencia en la evolución del pop. Es posible que Segovia despertara idéntica veneración entre los guitarristas de los sesenta pero don Andrés no se mezcló con los melenudos. Ravi lo hizo, aún a sabiendas del riesgo de trivialización. Se recuerda su humor punzante en el Madison Square Garden neoyorquino, en agosto de 1971. Se celebraba el benéfico Concert for Bangladesh, que partía de una idea suya. Iba a tocar un jugalbandi, un dueto con el prodigioso Ali Akbar Khan y su sarod. Según la costumbre, afinaron sobre el escenario. Les respondió un aplauso general. Ravi advirtió al público: "Si apreciáis tanto la afinación, espero que disfrutéis aún más con la música".
Ravi conservaba prejuicios de su casta y deploraba el uso de drogas y la promiscuidad de los 'hippies' 
No funcionaba como gurú contracultural. De hecho, Ravi conservaba prejuicios de su casta y deploraba el uso de drogas y la promiscuidad de los hippies. Aunque él mismo se benefició de la tolerancia ambiental de los setenta, como se supo al triunfar Norah Jones y revelarse que era hija de Shankar y de una promotora estadounidense.
En realidad, Ravi tenía todas las credenciales para ejercer de embajador cultural. En los años treinta había recorrido Europa como parte del grupo de baile de su hermano Uday. Cumplidos los 18 años, se sumergió en el estudio del complejo sitar. Se benefició del resurgimiento cultural que siguió a la independencia, funcionando como director musical de All India Radio y confeccionando banda sonoras para películas de Satyajit Ray.
Como Ray, formaba parte del arte indio exportable. Participaba en giras patrocinadas por el Gobierno de Nueva Delhi. A mediados de los sesenta, actuaba en Madrid bajo los auspicios de la Embajada (ante un público tan escaso como entusiasta). Para entonces, ya había conocido al músico pop que le convertiría en un icono global similar a Ghandi o Tagore.
La música debía satisfacer las necesidades emocionales, espirituales, mentales y físicas 
El publicista fue George Harrison, el más insatisfecho de The Beatles. Puede que siguiera la pista de los californianos Byrds pero Harrison tuvo un acceso privilegiado al maestro: en compañía de Ali Abkar, ofreció un concierto privado para John Lennon, Ringo Starr y el propio George. En 1966, Shankar le dio clases, advirtiéndole que no eran más que rudimentos, que el verdadero dominio del sitar requería años de estudio. El discípulo no estaba tan comprometido pero sí aceptó los consejos de Ravi para internarse en las creencias hinduístas.
'Raga-rock'
El poder de irradiación de The Beatles hizo el resto: se materializó incluso un híbrido llamado raga rock. Shankar se horrorizó igualmente ante un invento como la guitarra-sitar, que imitaba la tímbrica de su instrumento. Pero también entendía que el modo de vida occidental estaba reñido con el desarrollo de sus largas ragas. Él mismo había grabado placas de pizarra y había interiorizado la posibilidad de recortar su arte en concentrados de tres minutos.
No menor fue su ascendiente sobre la vanguardia del jazz, entonces interesada por las religiones orientales. En 1965, John Coltrane bautizaría Ravi a su hijo, hoy también saxofonista. Fascinó igualmente a muchos minimalistas; con Philip Glass grabaría Pasajes, en 1990. Siempre estaba abierto a colaboraciones insólitas, como Inside the Kremlin (1988), con una orquesta y un coro rusos.
Consciente de su situación de intermediario entre dos mundos, Shankar manifestaba un aliento didáctico frente a cualquier micrófono. Aclaraba la estructura de las ragas, diferenciaba entre la escuela indostánica del Norte (la suya) y la del Sur de India, puntualizaba su preferencia personal por el toque gayaki (cantarín). Su filosofía subyacente se resumía en la metáfora de "la casa con cuatro habitaciones": la música debía satisfacer las necesidades emocionales, espirituales, mentales y físicas de todos los implicados en el proceso.
Harrison se mantuvo como principal difusor de las virtudes de Shankar pero el sitarista se sentía más cómodo al lado de colegas de formación clásica. Con el violinista Yehudi Menuhin realizó los populares elepés West meets East (1966-7). André Previn dirigió a la sinfónica de Londres en su Concerto for sitar and orchestra (1970), el primero de varios. Jean-Pierre Rampal, Bud Shank o Zubin Mehta también se beneficiaron de su apasionado discurso instrumental.
Aunque sufría problemas cardiacos desde los años setenta, apenas disminuyó su carga de trabajo. Recibió una oleada de honores y premios, sin renunciar a los conciertos o las labores de la Ravi Shankar Foundation. Guió los pasos de su hija menor, Anoushka Shankar, una sitarista igualmente atraída por el diálogo intercultural. Ella también realizó un cariñoso retrato de Ravi en el libro Bapi: love of my life.

Shankar Family Statement:
It is with heavy hearts we write to inform you that Pandit Ravi Shankar, husband, father, and musical soul, passed away today, December 11th, 2012.
As you all know, his health has been fragile for the past several years and on Thursday he underwent a surgery that could have potentially given him a new lease of life.
The surgeons and doctors - Dr. Robert Brunst, Dr. Scott Eisman, and Dr. Martin Charlat - all did tremendous work and the procedure was successful. However, the condition of his lungs just made the recovery difficult. We were at his side when he passed away.
We know that you all feel our loss with us, and we thank you for all of your prayers and good wishes through this difficult time. Although it is a time for sorrow and sadness, it is also a time for all of us to give thanks and to be grateful that we were able to have him as a part of our lives. His spirit and his legacy will live on forever in our hearts and in his music.

Sukanya & Anoushka Shankar
The Shankar Family thank you for all the thoughts and prayers during this difficult time. In lieu of flowers, please help carry on the tradition of Ravi Shankar by donating to the Ravi Shankar Foundation viaJustGive.org
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miércoles, noviembre 28, 2012

Houellebecq, el negocio del Apocalipsis

10 Noviembre 2012

Houellebecq, el negocio del Apocalipsis

                                                               Ignacio Castro Rey
 Imagen de ignacio.castro


El mapa y el territorio es una novela hecha en el escaparate, a la vista del público, al igual que las meretrices de Ámsterdam empezaban ahí su oferta. Se puede decir que no parece haber nada que contar en ella, salvo lo que ya dice la información que prensa el mundo. Ahora bien, con la lógica de la ficción, todos los lugares comunes de nuestro mundo están ahora ampliados, multiplicados, pervertidos, convertidos en espectáculo estrellado. Para empezar, el espacio de la supuesta historia está tan ahíto de nombres famosos que difícilmente podría ocurrir nada, igual que en un vagón de metro en hora punta.

Con la disculpa de un cuadro hiperreal que pinta Jed, el protagonista de la novela, J. Koons y D. Hirst, dos nombres importantes en el desierto del arte contemporáneo, ocupan las primeras escenas. Y la novela entera sigue así, sin interrupción, llena de nombres estelares. Tal como empieza, acaba: todas las variaciones “existenciales” son un pequeño aderezo del escaparate mundial de la fama. Se pueden llegar a contar más de veinte nombres en una sola página –de N. Campbell a B. Gates, de Rolex a Beigbeder o Bono–, como si el libro entero estuviera construido con la lógica de la acumulación y fuera una larga serie de anuncios. Por cierto, la serie incluye varias novelas anteriores del autor.

Podría tratarse de breves intervalos publicitarios, pero no, toda la novela es así y la “historia” de verdad nunca llega. Sin necesidad de ejercer de psicoanalista, la proliferación nominal tiene un primer síntoma: el pánico al vacío, a esa incertidumbre real sin la cual no puede haber literatura. Houellebecq ejercita hasta el final una indisimulable fascinación por el marcado que ejerce el mercado, como si ya no hubiera vida fuera. Si esto se dijera sin más, vale, correspondería a la ortodoxia nihilista del capitalismo. Pero como se dice además para crear cultura, para vender una larga lista de marcas disfrazada de buena novela, la situación es otra.

Naturalmente Francia, que es una empresa inteligente, le ha dado el Premio Goncourt. Pero la novela de Houellebecq es el equivalente de una película televisiva de sábado y palomitas. Se trata de un visionado rápido sobre los tópicos informativos de nuestro mundo, una forma inteligente de mentir, de antemano exitosa. El autor de Ampliación delcampo de batalla –hace tiempo, en alguna costa española– ha sido antes dj, de ahí que se le den bien las mezclas, un “cortar y pegar” que realiza con soltura. No es extraño por eso en que la sección final de Agradecimientos vaya en lugar destacado Wikipedia, síntoma de este método de summa numérica y comercial.

Nacido en algún sitio alejado de la Metrópolis –¿isla de Reunión?– y desarraigado desde niño, Houellebecq parece definitivamente abducido por la bisutería del escenario global, como un pueblerino que acaba de llegar. Dios nos libre de insultar a los inmigrantes¿quién no lo es?, pero se da en este caso una ilusión por el oropel que es típica de los recién llegados del extrarradio, pero con complejo de culpa, se llamen Warhol o Boris Izaguirre.

Se podría también sospechar, en esta fascinación adolescente –un poco tardía– por el tamaño y la fama, un trauma irresuelto con la cualidad real. Aunque es casi preferible pasar de puntillas en este asunto, lo cierto es que esta novela es un gran espacio vacío y neutro que sólo se puede rellenar con miles de nombres. Y este es el problema, que la novela trasluce una enfermiza impotencia ante lo espectral y no cristalizado. Cuando sin eso, sin una fe en lo que para el periodismo es invisible, la literatura no existe.

Literalmente Houellebecq no tiene nada que contar, por eso se multiplica en giros, situaciones y personajes ¡están todos, hasta los nerds! que hacen de El mapa y elterritorio algo perfectamente compatible con un trayecto en metro. Ello se debe a que su autor tiene los dos pies en el escenario, en vez de conservar uno de ellos en el secreto de la violencia real, como algunos amigos aseguran que hacía en sus primeras novelas.

La prueba tal vez más concluyente de esa ausencia de secreto está en el mismo título y en las explicaciones posteriores. Por ejemplo, cuando se deja caer (p. 72) que “el mapa es más interesante que el territorio”. Houellebecq parece no recordar aquel cuento de Borges en el que el mapa soñado para copiar el mundo era al final tan minucioso que acababa reproduciendo el laberinto territorial del que el hombre quería defenderse. Piense lo que piense la persona –¿existe Houellebecq, como alguien distinto al personaje famoso?– esa idea de un mapa total es tristemente coherente con el conjunto de la trama, donde el misterio del territorio humano brilla casi totalmente por su ausencia. Sólo queda la “intriga” de la ficción y pequeños destellos agónicos de existencia en la lasitud de Jed, que ni siquiera es triste; en la relación tímida con su padre; en el recuerdo cálido de Geneviève; en el fin anodino de su relación con Olga, quien apenas es entrevista en su encanto y su posible humanidad “rusa”.

Lo grave es que toda la novela, y este es el mensaje estético y ético más perverso, entona un canto inacabable a la virtud de los mapas, es decir, al imperial metalenguaje que pretende clonar el mundo. El mensaje verdaderamente edificante y moralista -¿alguna vez Houellebecq fue distinto?- es actualmente éste. Como hemos llegado a una civilización que absorbe la tierra, por fin el afuera ha pasado adentro. Así pues, sólo nos queda jugar con los restos, recrearnos en los dramas domésticos del supermercado global de los nombres. Si ya hemos llegado –diría Steiner–, ¿qué queda entonces?: archivar, eso es todo.

Pues bien, no es suficiente para el aprobado. El talón de Aquiles de este Houellebecq es que su novela aburre. ¿Puede pasar algo peor en el espectáculo? Poco importa que le den el premio Goncourt, esta obra pronto será ceniza. El autor cuenta con un público cautivo, prisionero de nuestros infinitos interiores. Y cumple bien con la tarea elitista y policial de cultivarlo. Pero incluso sus devotos tendrán cualquier día un bendito sobresalto que les arrancará de la siesta. Lo gracioso del asunto es que esto es justamente lo que se busca: el reemplazo permanente, que por ningún lado haya gravedad, un punto fijo que sirva de referencia. Hasta la propia estrella Houellebecq debe morir para que el cielo estelar siga.

La antítesis de El mapa y el territorio sería en Europa la excelente literatura, mejor que ésta, que Tiqqun ha realizado en torno a la figura del Bloom. Lo gracioso es que probablemente Houellebecq, un hombre que está muy al día –no tiene otro capital, ninguna zona sin focos en la que respirar–, posiblemente conoce esas reflexiones sobre labloomitud, ese estado larvario que tiene varios precedentes. Entre otros, el Bartleby de Melville y su “preferiría no hacerlo”.

Ahora bien, Jed, que se hace querer en su impotencia perpleja, no deja de ser un triste remedo de esta palidez –con frecuencia bronceada– que recorre Europa. Él personifica una neutralización confortada, que apenas sabe llorar. Así pues, como protagonista, su parálisis promete la eternidad de lo que no siente ni padece. En contra de lo que dice él mismo (p. 94), Jed no es un artista sometido a sus intuiciones. Por el contrario, como un actor cautivo y cautivador, obedece sólo al contexto, igual que todo el material humano de esta novela. Fijémonos en que este hombre, en un “impulso fusional” que sorprende a su novia Olga, se define ingenuamente como telespectador (p. 76). Cierto, vive en el conductismo de masas. Por eso su trabajo artístico consiste en la fotografía milimétrica de mapas y herramientas, o en la pintura figurativa de personajes conocidos.

Céline, Pound, Neruda: ¿el mundo sería el mismo sin ellos? Bergamín, Nicolás Gómez Dávila y tantos otros nos recuerdan que el problema de la literatura no está en lo político, en las adscripciones ideológicas de un autor. Alguien volcado en la creación –Heidegger– cometerá a la fuerza “errores” extraños en sus elecciones mundanas. ¿Qué nos importan, si deja una obra común y perdurable? Como tampoco es preocupante que una novela sea en principio inmoral. Al contrario, diríamos que es incluso un buen síntoma. Como dirían Pascal y Badiou, la auténtica moral –¿no es el caso de Handke?– ha de empezar por incomodar.

En este aspecto, hasta el cuidado aire “canalla” de Houellebecq –esa pinta de vampiro anoréxico– nos caería simpático. El problema está en el diseño del éxito a todo precio. Y además, sin dejar ningún campo sin explotar: ensayista, poeta, novelista, figura cultural. Por lo que sabemos, su libro de discusiones con el insoportable Bernard-Henri Lévy refuerza la idea de que lo que importa en cierta clase de autores es el aislamiento estelar: esto es, el culto a una personalidad imperial que es necesaria para forzar la despersonalización que exige la servidumbre económica.

El capitalismo cultural consiste en esta inseparación que impone el único poder real, efectivo. Es lamentable poder asegurar que la novela de Houellebecq se inscribe de lleno en este dispositivo, tal perverso como polimorfo.

Desde el punto de vista meramente estético el balance es abominable, pues está ausente laausencia, cualquier pacto con el diablo del afuera. Por eso las casi cuatrocientas páginas se llenan de efectos especiales. Falta absolutamente esa única idea o vivencia, ese instanteexpandido que hace de un trabajo laborioso una buena novela. Dos ejemplos finales de esta impotencia prepotente. En contra de una mítica página del libro de ensayos El mundocomo supermercado –un buen analista no garantiza a un buen narrador–, ahora no existe nada parecido al reposo, al misterio. Es así que la inmovilidad, posar (p. 135), se le vuelve imposible al Houellebecq que, de hecho, ejerce de auténtico protagonista en su propia novela. Por lo mismo, “la existencia propia, la individualidad es apenas una ficción breve dentro de una especie social” (p. 111). En efecto, estamos en el universo del mero reflejo.

Otro síntoma de obediencia ética y estética, de ausencia de distancia ontológica entre la trama de esta novela y la actualidad, consiste en la fidelidad de El mapa y el territorio a la dialéctica entre el tedio y el espectáculo, la apatía y lo escabroso. Recordemos la muerte a plazos de Jed y la muerte carnicera del auténtico protagonista, Houellebecq. Él mismo ha comentado en cierto lugar, confirmando este conductismo bipolar, que un creador debe inspirar compasión o desprecio. Es casi emocionante no compartir ninguna de esas dos supuestas intensidades.
http://www.fronterad.com/?q=houellebecq-negocio-del-apocalipsis 

lunes, noviembre 26, 2012

'Suave patria' de GUSTAVO MARTIN GARZO

'Suave patria' | Opinión | EL PAÍS

La ciudad de Jerez está situada en el Estado mexicano de Zacatecas. Es una ciudad colonial fundada en el siglo XVI. Tiene varios templos y un teatro delicado y bonito como el costurero de una damita de otros tiempos. Su plaza central es un silencioso jardín por el que corren niños y aves. Hay un templete donde se reúnen los lugareños a jugar al dominó, bajo la sombra de árboles de copas densas y plumosas que recuerdan nuestros sauces. Es una de esas ciudades que invitan a pasear por sus calles y plazas dejando pasar el tiempo sin prisas. Ramón López Velarde nació aquí en 1888. Su casa museo está amueblada con los muebles y enseres de entonces. En su patio central hay una pajarera, pues era costumbre de los jerezanos alegrar sus patios con los cantos y el plumaje de sus pájaros.
La casa museo recuerda una pequeña escuela y así, mientras se pasea por el comedor, el despacho, la cocina y los dormitorios, se escuchan los versos del poeta, como si se fuera allí a aprender. Es una casa que habla, una casa que recita poemas a sus visitantes a través de una red de pequeños altavoces que cuelgan del techo y que se activan cuando alguien se acerca. El poeta murió con apenas 30 años, cuando solo había publicado dos libros. Es, sin embargo, uno de los escritores más cautivadores de nuestra lengua. Vida cotidiana y poesía se confunden en su obra. “Solo una cosa sabemos, escribió, el mundo es mágico”. El mundo es mágico ya que está animado por el deseo. El valor de las cosas es su vivacidad. En su casa museo se escuchan poemas dedicados a sus primas, a una niña con la que jugaba y que pasaría a ser su amada perdida, a la máquina de coser de su madre, que descansa sobre la mesa como un caballito con la cabeza de plata. Y se escucha, sobre todo, el más conocido de sus poemas, el que dedicó a su patria natal. Se titula Suave patria y es un poema que todos los niños mexicanos conocen y recitan en la escuela. La patria de López Velarde, escribe Octavio Paz, no es una realidad histórica o política, sino de la intimidad.
Europa se ha transformado en un casino donde solo el dios del dinero impone su ley
Tal vez por eso en los versos de este hermoso poema no hay proclamas ni invocaciones a la raza o los héroes. No se habla en él, como suele suceder en estos poemas patrióticos, de un pueblo elegido ni de su destino sagrado en la tierra. Ramón López Velarde se limita a evocar el México en que le tocó vivir. Habla de un paraíso de compotas, del relámpago verde de los loros, de la honda música de la selva y del santo olor de las panaderías. No hay en su poema alusiones a héroes, batallas, himnos o banderas y cuando, en su parte central, se refiere a Cuauhtémoc no es para recordarnos sus hazañas ni sus creencias, sino su sufrimiento cuando los españoles le hacen prisionero y le separan de los suyos. Y así nos habla del “azoro de sus crías”, del “sollozar de sus mitologías” y, por encima de todo, de su dolor al verse desatado “del pecho curvo de la emperatriz, / como del pecho de una codorniz”.
La única patria decente, dice Fernando Savater, es la infancia. Todos tenemos una patria así. En ella están los lugares en los que vivimos, la lengua con que aprendimos a nombrar el mundo y a disipar el miedo a la ausencia de los seres amados. Están los juegos misteriosos, las olorosas fiestas en la cocina, las historias que escuchamos de los labios de los adultos, las primeras lecturas, las canciones que acompañaron nuestro despertar a la vida, los cines y las películas amadas. Y esa patria oculta, secreta, nada tiene que ver con las banderas, los himnos, las fingidas lecciones de la historia, los tertulianos y los equipos de fútbol que pueblan esos parques temáticos de la identidad a que tan proclives son todos los patriotismos. Tiene que ver con aquello de lo que no somos dueños, representa lo más íntimo y escondido de cada uno, pero es también la puerta por la que entra en nosotros el mundo con toda su diversidad.
Recuerda a la balsa en que Huck y su amigo Jim huyen por el río Misisipi en la novela de Mark Twain. Era un tiempo en que un negro y un blanco pertenecían a mundos irreconciliables. Lionel Trilling dice que el niño y el esclavo negro forman una familia, una comunidad de santos porque de ellos “está ausente el orgullo”. Esa balsa no está alejada de la política. No hay nadie más responsable que Huck. Su simpatía ante todos los seres humanos es inmediata. Se conmueve en el circo ante un hombre que se cae del caballo y su alto sentido de la libertad le hace lamentar que lleven a la cárcel a una pandilla de maleantes, al pensar que él mismo, con un poco de mala suerte, podría haber formado parte de ella. Pero enseguida admite que de haber sido así habría tenido que pagar por ello y aprender a soportarlo. La política tiene por fin la organización de la sociedad. Es una tarea complicada y necesaria que persigue el bien común, la libertad y la igualdad de todos lo seres humanos. Ramón López Velarde y Mark Twain nos animan a no dejar fuera de ella la poesía, que es la actividad humana que tiene una conciencia más precisa e intensa de la variedad, la posibilidad, la complejidad y la dificultad de esa vida en común. No deberíamos olvidar esto en unos tiempos en que Europa se ha transformado poco más que en un casino donde solo el dios vulgar del dinero impone su ley. La Europa de la especulación, de las oscuras finanzas, de los paraísos fiscales, de los barrios financieros, de los políticos indiferentes al sufrimiento de los que representan, del recelo frente a los emigrantes y del desprecio a lo público, nada tienen que ver con aquella Europa de la solidaridad y la cultura con la que soñábamos. Era la vieja idea de “cultura” como paideia propugnada por la tradición platónica. La cultura como medio para proporcionar a la vida social los objetos correctos, justos y bellos; pero también como ejercicio crítico, como búsqueda de la justicia. Esa relación entre sueño y razón, entre utopía e ironía es la que reina en la balsa de Huck.
¿Hay un sentimiento más absurdo que el orgullo cuando se va en una balsa sin rumbo?
En Zacatecas, muy cerca de Jerez, está el museo de máscaras de Rafael Coronel, un pintor que entregó parte de su vida a formar una de las más bellas colecciones de máscaras que existe en el mundo. El museo está en un monasterio del que solo se ha rehabilitado una parte. Sorprende adentrarse entre las ruinas hasta llegar a las salas donde nos esperan las máscaras. No están ordenados con criterios antropológicos, ni de época, sino con caprichoso amor, como corresponde a una colección personal. Son inquietantes y tiernas a la vez. Hablan de un mundo perdido y en ellas todo se mezcla: muertos y vivos, indios y colonos, animales y hombres, moros y cristianos, niños y viejos, demonios y ángeles. “Lo bello”, escribió Antonio Porchia, “se halla removiendo escombros”. Tal es la belleza que hay en ese lugar, la belleza de la vida que alienta en las ruinas. No es posible contemplar estas máscaras sin sentirse conmovido por su belleza. Representan todo lo que de incumplido hay en nuestro corazón, todo lo que hemos perdido y pide regresar a nosotros. Su reino es el de esa suave patria cantada por López Velarde en que “las cantadoras de las ferias” y “los bailadores de jarabes” acuden en nuestra ayuda para “agudizar nuestro ingenio, ahondar nuestra percepción e iluminar nuestra capacidad de razonar”.
Me pregunto si entre nosotros aún es posible un lugar así. Esa sería nuestra verdadera patria, la única que merecería la pena salvar. Un lugar complejo, amigable y lírico, al que raras veces las ideas y las tareas cotidianas de la política actual hacen justicia. Un lugar modulado en nuestros sueños “al golpe cadencioso de las hachas / entre risas y gritos de muchachas / y pájaros de oficio carpintero”. Un lugar como la balsa de Huck y Jim, tan ajeno a los delirios de la identidad como a la arrogancia de tantos viajeros. Porque ¿acaso hay un sentimiento más absurdo que el orgullo cuando se va en una balsa que nadie sabe adónde se dirige?
Gustavo Martín Garzo es escritor. Su último libro publicado es Y que se duerma el mar (Lumen).

jueves, noviembre 15, 2012

LOS RELATOS SON EL HUMUS DEL QUE NOS ALIMENTAMOS

El novelista Gustavo Martín Garzo.

«Somos seres humanos en la medida en que vivimos en el lenguaje»

Gustavo Martín Garzo hace doblete en León. Por la mañana participa en un acto con los estudiantes en el que les hablará acerca del poder de las palabras para reencontrarse con su vida, una vida que, de lo contrario, «les sería desconocida», dice. Él hace magia con el lenguaje, recreando historias eternas, como la de María, y revelando el arcano de nuestro inconsciente.

cristina fanjul | león 15/11/2012
—Entre ‘El lenguaje de las fuentes’ y ‘Y que se duerma el mar’ han pasado veinte años. El primero era la recapitulación de José y en el segundo aborda la infancia de María. ¿Ha cerrado un círculo?
Y que se duerma el mar es un libro menos sombrío, menos pesimista. Es lógico, ya que María, su protagonista, es una niña. Y donde hay un niño hay siempre confianza, deseo, anhelo de felicidad. María, en mi novela, busca esa felicidad sin descanso. Pero no creo que se haya producido ningún cambio en mi visión del mundo y de la literatura. La literatura nos ayuda a permanecer atentos a lo esencial. Miles de niños nacen en el mundo cada día, y miles de mujeres se enfrentan a esas experiencia única que es tener un hijo, y sin embargo apenas las prestamos atención. Una historia como la de María nos permite interrogar ese instante, preguntarnos qué sucede de verdad en él. En cierta forma, cualquier mujer al tener el niño que desea, vuelve a contar en el mundo la historia de María y su hijo y es lo que hace eterna esta historia . En su silencio, por ejemplo, cuando le contempla dormido está su gozo por el milagro de su nacimiento, pero también el temor por lo que le pueda suceder.
—Ha hablado en varias ocasiones acerca del poder de las historias eternas para explicar el mundo. ¿Cuál podría utilizarse como imagen de este cambio brutal de ciclo?
—Creo que esas historias eternas de las que habla son más necesarias que ahora. John Keats decía que el poeta debía estar con los pies en el jardín y con los dedos tocando el cielo. Los antiguos relatos cumplían esa función, eran un puente entre lo divino y lo humano, entre el mundo del sueño y el mundo real. No podemos vivir sin relatos, aunque los hayamos olvidado. Viven a través de nosotros, son el humus del que nos alimentarnos, la savia que protege nuestros pensamientos.
—¿Por qué María? Lo digo porque es un personaje central en la cultura occidental del que, sin embargo, apenas sabemos nada.
—María pertenece a mi infancia, su historia forma parte de mi vida, pues era mi madre, sobre todo, quien me la contaba.. Y que se duerma el mar es un proyecto que me ha acompañado muchos años. No concibo la literatura sin riesgo, sin locura, y esta novela es un proyecto lleno de locura. Mi novela habla del sufrimiento, de las injusticias del mundo, del dolor de los inocentes. Habla de los niños y de los animales, de la soledad y la incertidumbre. Habla de la muerte de los seres queridos, y habla del misterio del mundo y de la intuición del amor. Es una novela triste, pero que celebra la belleza de las cosas. María abandona en ella el mundo de los dogmas para habitar el tiempo del relato, que es el tiempo de la libertad.
—En la novela retrata una María tullida. ¿Por qué decidió usar esta imagen?
—Mi novela en cierta forma es un homenaje a los viejos belenes. En ellos el nacimiento de ese niño sagrado no servía para negar el mundo, sino para prestarle atención. Por eso en los belenes, al lado del portal, estaba en un plano de igualdad aquel mundo de pastores, lavanderas y leñadores. Un mundo lleno de patos, ovejas, cerdos, caballos, burros y camellos, que pastaban junto a los ríos y las montañas cubiertas de musgo y de aquella harina que simulaba la nieve. Aquel nacimiento nos devolvía al mundo, y nos hacia ver todo lo que de admirable hay en él. El Belén era una presentación del mundo, de su realidad, de sus afanes cotidianos. Era ver el mundo como misterio. Es lo que hacían los grandes pintores del Renacimiento. Lo que hicieron, por ejemplo, el Giotto y fray Angélico. Su pintura se inspira en el mundo, y celebra su belleza. Eugenio D’Ors sitúa a estos pintores en la familia de Homero, de los genios claros, de los dichosos que van sin esfuerzo de la sombra a la luz, de los que tienen el don de la luz. Estos pintores hablan de la vida real, pero también de lo que trasciende esa vida, de lo oculto, nos ofrecen en su cuadros maravillosos una visión desconocida del mundo. Yo me inspirado mucho en estos cuadros al escribir este libro, y me gustaría que se pareciera un poco a ellos
—¿Cree que en los momentos de crisis regresamos a los grandes textos para explicar el mundo? Estoy pensando, por ejemplo, en ‘Las uvas de la ira’.
—Yo creo que en esencia seguimos sintiendo lo mismo. Por eso nos siguen emocionando esas viejas historias. Hablan de lo que de eterno hay en nuestro corazón.
—¿Somos dueños de nuestro destino? ¿Aceptarlo es también una forma de ejercer nuestra libertad?
—No somos dueños de nuestro destino, no somos dueños de nuestros deseos. Aceptar esto sí me parece una forma de aceptarnos tal como somos, y de reivindicar la verdadera libertad.
—¿Hasta qué punto las palabras siguen teniendo la capacidad de sanar, de curar?
—La relación entre la palabra y la curación es antigua. Los brujos, no sólo daban brebajes y aplicaban remedios, sino que pronunciaban palabras mágicas, que operaban sobre la enfermedad. Los creyentes rezan para sanar, y ciertamente esas oraciones les alivian, les ofrecen consuelo. Cuando alguien va a un psiquiatra o a un psicólogo  quiere que le escuchen y le hablen, porque el acto de hablar y escuchar es curativo en sí mismo. Hablar nos ayuda a entender, limita la angustia, crea una relación de confianza. Hay pues una vieja relación entre la palabra, el consuelo y la salud.
—¿Cree que hay libros tóxicos, libros que acaban con la conciencia crítica del lector?
—Sí, el mundo está lleno de productos tóxicos que nos envenenan, que no nos dejan pensar. La literatura tienen que ver con la crítica, con el deseo de conocimiento. Es hacer vivir las preguntas. Los niños viven en la literarura porque no dejan de preguntar. Queremos vivir, pero sobre todo que nuestra vida merezca la pena, se pueda transformar en una aventura llena de belleza. Sólo a través de las palabras podemos conseguir algo así.  
—¿Ese será el tema de su encuentro con los alumnos del instituto?
—A los alumnos les voy a hablar de lo importantes que son las palabras. Somos seres humanos en la medida en que vivimos en el lenguaje, en que nos alimentamos de palabras. El alma son las palabras. Querer tener un alma no es distinto a querer hablar. Necesitamos palabras para enfrentarnos a la angustia, para crecer y entender el mundo que nos rodea, pero sobre todo para vivir nuestra propia verdad. Marcel Proust lo dijo con palabras más precisas que las mías: «Sin la literatura, nuestra propia vida nos sería desconocida».
Ies Eras de Renueva: 1030 horas.
Librería Casla: Calle Velázquez, 19. A las 18.00 horas.

domingo, octubre 14, 2012

Noticias ultimas sobre MO YAN

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La polémica en la intelectualidad china tras la concesión ayer del Premio Nobel de Literatura al escritor Mo Yan aumenta. Si al régimen comunista de Pekín le ha caído en gracia el galardón otorgado por la Academia Sueca, los disidentes han recibido la noticia con críticas. Hoy el escritor chino Liao Yiwu (1958), considerado el poeta de la matanza de la plaza de Tiananmen, porque la predijo en un poema llamado Masacre, escrito un día antes de la misma, ha atacado con dureza al flamante premio Nobel de Literatura 2012, su compatriota Mo Yan (Gaomi, 1965), a quien ha calificado de "canalla" y de intelectual del régimen.
"Mo Yan hace pocos meses organizó un acto con cien escritores en el que cada uno transcribió un texto de Mao como muestra de fidelidad al régimen. Eso da una idea del personaje, es un canalla", ha dicho este autor en la Feria del Libro de Fráncfort. Mo ha respondido hoy que si sus críticos hubiesen leído sus libros habrían visto que los escribió "bajo una gran presión" y se expuso a "grandes riesgos".
Liao, cuyos libros están prohibidos en su país, recibirá este domingo el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes por su denuncia contra la opresión en China, que le ha llevado a sufrir cuatro años a la cárcel, plasmados en su obra Por una canción y cientos de canciones, y le ha obligado a exiliarse a Alemania, donde reside en Berlín.
"Hay muchos parámetros según los cuales se puede medir a un escritor. Pero China es una dictadura y en una dictadura un escritor no puede dejar a un lado la moral", ha agregado Liao, que se enteró de la concesión del Nobel para Mo Yan cuando viajaba en el tren que le llevaba de Berlín a Fráncfort.
Liao se suma así a las críticas lanzadas ayer por el más conocido disidente chino, el artista Ai Weiwei, quien denunció "la insensibilidad" de la Academia sueca en la concesión del premio más célebre de la literatura mundial.

Mo Yan pide la liberación del Nobel de la Paz Liu Xiaobo

El escritor chino Mo Yan, galardonado ayer con el Nobel de Literatura 2012, ha pedido este viernes la liberación de su compatriota encarcelado y Nobel de la Paz en 2010, Liu Xiaobo, quien en 2009 fue condenado a 11 años de prisión por pedir reformas democráticas y el fin del gobierno de partido único. "Espero que pueda recuperar la libertad tan pronto como sea posible" y que pueda dedicarse a investigar "sus políticas y su sistema social", ha asegurado a un grupo de periodistas en su pueblo, Gaomi, en la provincia de Shandong, informa Reuters.
Mo Yan ha hecho estas declaraciones —que, seguramente, serán recibidas con enojo por las autoridades— en medio de la ola de críticas que ha generado entre algunos disidentes e intelectuales chinos la concesión del premio a quien consideran un hombre cercano al Partido Comunista Chino (PCCh). El autor de Sorgo rojo es miembro del PCCh y vicepresidente de la Asociación de Escritores de China, organización respaldada por el Gobierno.
Mo Yan, de 57 años, un apodo que significa No hables y cuyo nombre real es Guan Moye, ha afirmado que había leído algunas de las críticas literarias de Liu Xiaobo en la década de 1980, pero que no conocía su obra cuanto decidió dar un giro político a sus escritos.
Los críticos con el premio a Mo Yan aseguran que no es digno de él porque ha comprometido su independencia artística e intelectual al situarse bajo el ala del partido y porque, a pesar de ser un escritor influyente, no había utilizado hasta ahora su peso para hablar a favor de los intelectuales y los presos políticos. Mo Yan ha afirmado que conoció en su día a Liu Xiaobo, pero que no habían tenido contacto desde hacía tiempo.

Mo Yan ha calificado el premio de "una victoria de la literatura, no una victoria de la política". Algo difícil de digerir en China, donde la vida cultural y la creación artística están sometidas a los estrictos controles y vigilancia de los censores.¿Ha dado el galardón voz a Mo Yan para referirse a Liu Xiaobo? Es posible que el reconocimiento y la fama le hayan dado fuerza para decir lo que no había dicho hasta ahora, pero el novelista ha arremetido al mismo tiempo contra quienes han denigrado su elección. "Creo que la gente que me ha criticado no ha leído mis libros. Si lo hubieran hecho, comprenderían que mis escritos de entonces me hicieron correr muchos riesgos y sometieron a presión”.
Yu Jie, un escritor exiliado en Alemania, ha tachado en los medios de este país el galardón del "mayor escándalo en la historia del premio Nobel de Literatura", mientras que el artista Ai Weiwei, que vive en Pekín bajo estrecha vigilancia policial, ha asegurado a la agencia France Presse que Mo Yan "siempre estará del lado del poder y nunca tendrá una pizca de individualismo". Ai ha dicho que es ridícula la alegría de Pekín por el premio, cuando en el pasado ha puesto en duda la legitimidad de los Nobel, como ocurrió cuando fueron concedidos los de la Paz a Liu Xiaobo (2010) y al Dalai Lama (1989), o los ha ignorado, como pasó con el de Literatura a Gao Xingjian (2000), un disidente emigrado a Francia en la década de 1980 para huir de la censura, que logró el premio siendo ya ciudadano francés.
Otros activistas han cuestionado la independencia de Mo Yan, y han recordado que este año ha copiado a mano, para un libro conmemorativo, un discurso de Mao Zedong que contiene las ideas del líder chino sobre la necesidad de controlar el arte. El galardonado ha defendido hoy que "algunas ideas de Mao sobre el arte son razonables".
Wei Jingsheng, uno de los más famosos disidentes chinos en el exilio, ha asegurado que el premio de este año es un intento de calmar al Gobierno chino, tras la furibunda reacción que tuvo por la concesión del Nobel a Liu Xiaobo.
La felicitación que le ha trasladado a Mo Yan el máximo jefe de propaganda del PCCh, Li Changchun, deja clara la politización también por parte de Pekín. El galardón "refleja la prosperidad y el progreso de la literatura china, así como la fortaleza nacional y la creciente influencia internacional de China", dice la carta enviada por Li —uno de los nueve miembros de todopoderoso Comité Permanente del Politburó— a la Asociación de Escritores de China.
La concesión del Nobel de Literatura figura este viernes en la primera página de los periódicos chinos, un gran contraste con lo ocurrido con el Nobel de la Paz a Liu Xiaobo, cuya elección fue calificada por Pekín de profanación de la tradición de los Nobel. El diario Global Times afirma que el galardón a Mo Yan es una prueba de que "Occidente no puede rechazar durante más tiempo la corriente dominante china".

Premio merecido

Su nombre es Guan Moyen y su séudonimo, Mo Yan, significa 'No hables'.

En sus novelas se mezclan la agitada historia de la China del último siglo con los ritos y tradiciones de las zonas rurales y el alma del pueblo chino

Es el segundo escritor nacido en China, tras Gao Xingjian en 2000, que obtiene el premio


El escritor chino Mo Yan. / WU HUANG (AP)

El escritor Mo Yan es el ganador del Premio Nobel de Literatura 2012 "por su realismo alucinatorio, que une el cuento, la historia y lo contemporáneo", según el dictamen de la Academia sueca. El sucesor del poeta sueco Tomas Tranströmer en el galardón más importante de las letras nació en Gaomi, un pobre condado de la provincia costera de Shandong, en febrero de 1955. El ganador ha expresado a la prensa oficial su alegría aunque ha matizado que "ganar no representa nada" y que seguirá "centrado en la creación de nuevas obras".
Al fin ha sucedido, aunque nunca sabremos si la concesión del Nobel de Literatura tiene algo que ver con el ascenso imparable de China en el nuevo orden mundial, porque los académicos suecos han demostrado a menudo no ser ajenos al devenir sociopolítico del mundo, pero lo cierto es que Mo Yan, uno de los grandes novelistas de nuestro tiempo, es un premio ejemplar. Sus obras han sido editadas en España por Kailas, aunque el último libro lo ha contratado hoy en la Feria de Fráncfort por la editorial Seix Barral.
"Continuaré trabajando duro, gracias a todos", ha señalado Mo en una breve entrevista a la agencia oficial China News recogida por Efe desde la residencia de su padre en la aldea de Gaomi. "Estoy aquí para ver el campo", ha dicho. Sobre la importancia del premio para la literatura china, Mo ha añadido que su país "tiene muchos autores excelentes cuyos destacados trabajos podrán también ser reconocidos en el mundo". El escritor ha mostrado su sorpresa por recibir el premio porque no se considera un autor "tan experimentado" como otros compatriotas suyos: "Mi estatus no era tan elevado". "Solo quiero seguir mi camino, concentrado en lo humano para mi propia obra", ha declarado Mo, quien ha agregado que en su pueblo se siente "tranquilo, para escribir encerrado en su habitación".
La narrativa china contemporánea ha venido abriéndose paso en el mundo occidental en los últimos tiempos, aunque siempre con carácter selectivo -e incluso minoritario en comparación con la narrativa de las lenguas occidentales-. Mo Yan es un autor poco conocido, pero muy apreciado, una especie de autor de culto varias de cuyas novelas se han traducido en España. Su acogida no parece que haya sido arrolladora, pero sí es verdad que ha ido encontrado una buena cantidad de lectores fieles, de lectores que, una vez han leído un libro suyo, han seguido leyendo los demás. O sea: un autor de culto. Ahora, gracias al Nobel, dejará de serlo y, con ello, se habrá cumplido una de las razones originales del premio, cual era la de dar a conocer obras y autores de gran entidad literaria que, por las razones que fuera, no habían alcanzado el reconocimiento universal que merecían.

Autor satírico


Mucho más tiene que ver con la de Fanz Kafka. En realidad su territorio favorito no es el absurdo sino más bien lo grotesco, donde da rienda suelta a su imaginación sin perder de vista la gran narración tradicional china, que por vez primera empezó a modificar Lu Sin y de cuyo esfuerzo proviene la poderosa libertad de la renovación de procedimientos de escritura y estructura novelesca que alcanza a conseguir Mo Yan. En su novela La república del vino encontraremos un extraordinario monólogo de Ding, su protagonista, de indudable estirpe joyceana.Mo Yan es un escritor satírico; lo es ya desde su pseudónimo, que significa. “No hables”, muy adecuado en un país donde la censura está a la orden del día. Su sentido del humor es tan imaginativo como su fantasía; es un humor duro y sin concesiones, pero hilarante, y su fantasía procede de una mezcla de la tradición china, cargada de imágenes y símbolos, con la tradición occidental. No es de extrañar, por tanto, su aprecio por la obra de García Márquez –aunque su escritura poco tenga que ver con el mundo de lo real maravilloso del colombiano-.
Su novela Sorgo rojo fue llevada al cine por Zhang Yimou con un éxito extraordinario, pero es a partir de La vida y la muerte me están desgastando cuando el poder corrosivo de su humor y su fantasía alcanza cotas memorables y un estilo propio inconfundible. Este es uno de los premios Nobel mejor concedidos y merecidos, de esos que tapan errores o concesiones cometidos en otro tiempo. Hay al menos cuatro novelas suyas traducidas al español, así que prepárense a disfrutar de verdad con la mejor literatura.
La República del Vino es un libro tan divertido como aparentemente incoherente que mantiene con enorme habilidad la esencia del prolijo relato: el absurdo de la existencia en un país sometido a un control total y la fluencia de la vida dentro de semejante encerrona
Cada nueva novela de Mo Yan es una sorpresa. Habituados como estamos a que las tradiciones chinas se cumplan bajo el peso de siglos de escritura, la capacidad de Mo Yan para abrir caminos sin romper con ellas, para revolucionar desde adentro las formas de escritura y las estructuras de la narración, alcanza en esta novela su punto más alto.
Mo Yan es un escritor satírico, especie que florece en tiempos y lugares de férrea disciplina social y política; su sátira no conoce fronteras y esta vez se adentra más que nunca antes en el terreno de lo fantástico sin cortarse un pelo. La estructura es la siguiente: Ding Gou'er, investigador criminal de la Procuraduría General, se encuentra en viaje a bordo de un camión conducido por una hermosa camionera; está embarcado en una misión especial que le lleva a la Tierra del Vino y los Licores, donde se fabrican los mejores vinos y licores de toda China, pero donde se rumorea que comen niños asados entre otros manjares. Oficialmente, sin embargo, llega para hacerse cargo de la mina de carbón del Monte Luo, que está manga por hombro. El relato de las peripecias de Ding Gou'er -unas veces contadas por un narrador que es el propio Mo Yan y otras por él mismo, según se tercia- es una de las tres líneas vertebrales del relato. Las otras dos son: la correspondencia entre Mo Yan y un rendido lector suyo llamado Li Yidou y el conjunto de relatos que el propio Li Yidou envía a Mo Yan con la vana esperanza de que éste consiga colocarlos en la prestigiosa revista Literatura para los Ciudadanos.

La escritura de Mo Yan se basa en el uso de los símbolos, como es tradición en la literatura china (el pequeño demonio, el niño de piel escamosa...) y en una sobreabundancia de imágenes que se suceden sin interrupción. Su sátira -sobre el poder, la corrupción, la obsesión por la comida y la bebida, la estructura social china, la burocracia y la Administración, la picaresca de los cargos políticos...- es no sólo demoledora sino que se apoya además en una falta de delicadeza en todo conforme a la vivencia de los personajes. Es grosero y brutal en la expresión, no tiene el menor reparo en llevar al extremo el durísimo humor que practica, lleno de descripciones desagradables cuando son necesarias y proclives a lo grotesco, no las escamotea. Es posible que resulte a veces algo reiterativo para el lector acostumbrado a la escritura occidental, pero es su manera de contar. El resultado es un libro tan divertido como aparentemente incoherente que, sin embargo, mantiene con enorme habilidad la esencia del prolijo relato: el absurdo de la existencia en un país sometido a un control total y la fluencia de la vida dentro de semejante encerrona.Nada más llegar a su destino, Ding Gou'er es recibido por las más altas autoridades del lugar. La recepción incluye una serie tal de brindis que Ding Gou'er acaba totalmente borracho, estado que prácticamente no abandonará hasta el fin de la novela, y Mo Yan se vale, como autor, de la embriaguez para meterlo en las más disparatadas aventuras porque la historia de Ding es, a la vez, la novela que Mo Yan está escribiendo. El propio Mo Yan, que acude al final a la Tierra del Vino y los Licores invitado a instancias de su discípulo, acaba agarrando tal cogorza que nos obsequia con un monólogo final que es también un homenaje al monólogo final de la señora Bloom en el Ulises de Joyce.
La historia de Ding Gou'er que Mo Yan relata es un alarde de inventiva. En paralelo a ella, los relatos de Li Yidou cumplen con la misión de mostrar un estilo de vida provinciano en un tono realista que establece el adecuado contraste con las estrambóticas aventuras del investigador, uno de los personajes más inútiles y conmovedores a la vez con que podemos toparnos como lectores. En buena parte, el excelente resultado de esta novela se debe a que Mo Yan demuestra haber leído muy bien a Kafka, al utilizar la técnica de contar un suceso o serie de sucesos fantásticos con el más depurado realismo (de ahí surge la inmortal Metamorfosis), creando una suerte de relato sincopado de una gran efectividad expresiva. El resultado de todo ello es una historia subversiva, disparatada y tronchante que, a base de echar cortinas de humo sobre el verdadero sentido de la narración, consigue acabar exponiéndolo con la habilidad de un consumado prestidigitador.
Queda una última duda: la novela fue publicada originariamente, tras varias dificultades, en Taiwan con el título Jiu Guo, pero la versión española procede de la traducción inglesa publicada en 2000. Viene, pues, a nuestras manos por idioma interpuesto. Hasta qué punto haya podido perderse una parte del sabor original del libro es algo que conviene señalar, ya que no se puede evaluar. Pero, en todo caso, Mo Yan demuestra ser, hoy por hoy, un escritor a la altura de los mejores de nuestra época.

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