«Somos seres humanos en la medida en que vivimos en el lenguaje»
Gustavo Martín Garzo hace doblete en León. Por la mañana participa en un acto con los estudiantes en el que les hablará acerca del poder de las palabras para reencontrarse con su vida, una vida que, de lo contrario, «les sería desconocida», dice. Él hace magia con el lenguaje, recreando historias eternas, como la de María, y revelando el arcano de nuestro inconsciente.
—Entre ‘El lenguaje de las fuentes’ y ‘Y que se duerma el mar’ han pasado veinte años. El primero era la recapitulación de José y en el segundo aborda la infancia de María. ¿Ha cerrado un círculo?
—Y que se duerma el mar es un libro menos sombrío, menos pesimista. Es lógico, ya que María, su protagonista, es una niña. Y donde hay un niño hay siempre confianza, deseo, anhelo de felicidad. María, en mi novela, busca esa felicidad sin descanso. Pero no creo que se haya producido ningún cambio en mi visión del mundo y de la literatura. La literatura nos ayuda a permanecer atentos a lo esencial. Miles de niños nacen en el mundo cada día, y miles de mujeres se enfrentan a esas experiencia única que es tener un hijo, y sin embargo apenas las prestamos atención. Una historia como la de María nos permite interrogar ese instante, preguntarnos qué sucede de verdad en él. En cierta forma, cualquier mujer al tener el niño que desea, vuelve a contar en el mundo la historia de María y su hijo y es lo que hace eterna esta historia . En su silencio, por ejemplo, cuando le contempla dormido está su gozo por el milagro de su nacimiento, pero también el temor por lo que le pueda suceder.
—Ha hablado en varias ocasiones acerca del poder de las historias eternas para explicar el mundo. ¿Cuál podría utilizarse como imagen de este cambio brutal de ciclo?
—Creo que esas historias eternas de las que habla son más necesarias que ahora. John Keats decía que el poeta debía estar con los pies en el jardín y con los dedos tocando el cielo. Los antiguos relatos cumplían esa función, eran un puente entre lo divino y lo humano, entre el mundo del sueño y el mundo real. No podemos vivir sin relatos, aunque los hayamos olvidado. Viven a través de nosotros, son el humus del que nos alimentarnos, la savia que protege nuestros pensamientos.
—¿Por qué María? Lo digo porque es un personaje central en la cultura occidental del que, sin embargo, apenas sabemos nada.
—María pertenece a mi infancia, su historia forma parte de mi vida, pues era mi madre, sobre todo, quien me la contaba.. Y que se duerma el mar es un proyecto que me ha acompañado muchos años. No concibo la literatura sin riesgo, sin locura, y esta novela es un proyecto lleno de locura. Mi novela habla del sufrimiento, de las injusticias del mundo, del dolor de los inocentes. Habla de los niños y de los animales, de la soledad y la incertidumbre. Habla de la muerte de los seres queridos, y habla del misterio del mundo y de la intuición del amor. Es una novela triste, pero que celebra la belleza de las cosas. María abandona en ella el mundo de los dogmas para habitar el tiempo del relato, que es el tiempo de la libertad.
—En la novela retrata una María tullida. ¿Por qué decidió usar esta imagen?
—Mi novela en cierta forma es un homenaje a los viejos belenes. En ellos el nacimiento de ese niño sagrado no servía para negar el mundo, sino para prestarle atención. Por eso en los belenes, al lado del portal, estaba en un plano de igualdad aquel mundo de pastores, lavanderas y leñadores. Un mundo lleno de patos, ovejas, cerdos, caballos, burros y camellos, que pastaban junto a los ríos y las montañas cubiertas de musgo y de aquella harina que simulaba la nieve. Aquel nacimiento nos devolvía al mundo, y nos hacia ver todo lo que de admirable hay en él. El Belén era una presentación del mundo, de su realidad, de sus afanes cotidianos. Era ver el mundo como misterio. Es lo que hacían los grandes pintores del Renacimiento. Lo que hicieron, por ejemplo, el Giotto y fray Angélico. Su pintura se inspira en el mundo, y celebra su belleza. Eugenio D’Ors sitúa a estos pintores en la familia de Homero, de los genios claros, de los dichosos que van sin esfuerzo de la sombra a la luz, de los que tienen el don de la luz. Estos pintores hablan de la vida real, pero también de lo que trasciende esa vida, de lo oculto, nos ofrecen en su cuadros maravillosos una visión desconocida del mundo. Yo me inspirado mucho en estos cuadros al escribir este libro, y me gustaría que se pareciera un poco a ellos
—¿Cree que en los momentos de crisis regresamos a los grandes textos para explicar el mundo? Estoy pensando, por ejemplo, en ‘Las uvas de la ira’.
—Yo creo que en esencia seguimos sintiendo lo mismo. Por eso nos siguen emocionando esas viejas historias. Hablan de lo que de eterno hay en nuestro corazón.
—¿Somos dueños de nuestro destino? ¿Aceptarlo es también una forma de ejercer nuestra libertad?
—No somos dueños de nuestro destino, no somos dueños de nuestros deseos. Aceptar esto sí me parece una forma de aceptarnos tal como somos, y de reivindicar la verdadera libertad.
—¿Hasta qué punto las palabras siguen teniendo la capacidad de sanar, de curar?
—La relación entre la palabra y la curación es antigua. Los brujos, no sólo daban brebajes y aplicaban remedios, sino que pronunciaban palabras mágicas, que operaban sobre la enfermedad. Los creyentes rezan para sanar, y ciertamente esas oraciones les alivian, les ofrecen consuelo. Cuando alguien va a un psiquiatra o a un psicólogo quiere que le escuchen y le hablen, porque el acto de hablar y escuchar es curativo en sí mismo. Hablar nos ayuda a entender, limita la angustia, crea una relación de confianza. Hay pues una vieja relación entre la palabra, el consuelo y la salud.
—¿Cree que hay libros tóxicos, libros que acaban con la conciencia crítica del lector?
—Sí, el mundo está lleno de productos tóxicos que nos envenenan, que no nos dejan pensar. La literatura tienen que ver con la crítica, con el deseo de conocimiento. Es hacer vivir las preguntas. Los niños viven en la literarura porque no dejan de preguntar. Queremos vivir, pero sobre todo que nuestra vida merezca la pena, se pueda transformar en una aventura llena de belleza. Sólo a través de las palabras podemos conseguir algo así.
—¿Ese será el tema de su encuentro con los alumnos del instituto?
—A los alumnos les voy a hablar de lo importantes que son las palabras. Somos seres humanos en la medida en que vivimos en el lenguaje, en que nos alimentamos de palabras. El alma son las palabras. Querer tener un alma no es distinto a querer hablar. Necesitamos palabras para enfrentarnos a la angustia, para crecer y entender el mundo que nos rodea, pero sobre todo para vivir nuestra propia verdad. Marcel Proust lo dijo con palabras más precisas que las mías: «Sin la literatura, nuestra propia vida nos sería desconocida».
Ies Eras de Renueva: 1030 horas.
Librería Casla: Calle Velázquez, 19. A las 18.00 horas.
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