sábado, febrero 25, 2012

La revolución española, de Antonio Elorza en El País | Reggio's

La revolución española, de Antonio Elorza en El País | Reggio's

Periodismo de opinión en Reggio’s

La revolución española, de Antonio Elorza en El País

El levantamiento antifrancés y la Constitución de 1812 anuncian una tensión entre luz y oscuridad, búsqueda de la libertad y persistencia de la opresión, cuyas oscilaciones pendulares alcanzan hasta nuestros días

“Cuando España alzó el grito de la independencia, sola entre las naciones del continente que habían sido ya esclavizadas o iban a serlo bien pronto, todos los amantes del bien volvieron admirados los ojos hacia ella…”. Las reflexiones desde Londres de José Blanco White sobre “los primeros pasos de la revolución española”, publicadas en 1810 en el prospecto de su periódico El Español, permiten constatar que el cambio político se tradujo desde sus inicios de 1808 en una revolución de las palabras.

Ante todo, la Independencia como objetivo supremo, para nada un mito tardío, aspiración elemental desde el momento en que se percibe el significado de la ocupación francesa. Los propios invasores lo reconocen, hasta el punto de que ya el 10 de mayo garantizan en el Diario de Madrid su intención de respetar la independencia de España. Su correlato es la idea de Nación, en cuanto sujeto efectivo del proceso de una liberación, al que pronto se añade como objetivo acabar con la “tiranía interior”, el despotismo ministerial de la era Godoy.

El principal ideólogo de la renovación política, Manuel José Quintana, editor del Semanario Patriótico, explicó el efecto producido por la invasión, al cobrar conciencia los españoles, por encima de sus diferencias regionales, de que formaban parte de un sujeto colectivo con identidad propia: “La Nación, de repente, cobró forma de tal”. Su soporte sociológico no es otro que el Pueblo, mientras la Patria aparece como la entidad que hace posible la religación de las conductas individuales, en tanto que espacio sagrado, dentro del cual se despliega el sentimiento, la entrega de los españoles a la causa común.

Por fin, la valoración negativa del absolutismo, tanto por su condición opresora como al haber estado a punto de producir la pérdida de la Nación, lleva a reivindicar un régimen asentado sobre la libertad política, siendo “juntar Cortes” la exigencia inmediata, con el fin último de elaborar “una sabia Constitución”. Tal y como expresaba uno de los papeles publicados en los meses centrales de 1808, entre la euforia de Bailén y la ofensiva de Napoleón, se trataba de establecer “un gobierno firme y liberal”. Quedaban sentados los fundamentos del período constituyente que culmina en marzo de 1812.

La claridad de las ideas se vio pronto enturbiada por la evolución negativa de los acontecimientos militares. Desde las primeras páginas de El Español, el mismo Blanco White puso en tela de juicio que “la conmoción política” llegase a buen puerto con un pueblo que parece nacido para “obedecer ciegamente”, y que sin embargo fue capaz de desplegar “el ardor revolucionario” frente a los invasores. El entusiasmo se encuentra indisolublemente asociado al pesimismo.

El dilema de la “revolución española” se sitúa entre esas dos coordenadas. Como el abejorro cuyo peso hubiera debido impedirle volar, el levantamiento antifrancés parecía destinado al protagonismo de clérigos enemigos de las Luces. Goya aun lo recoge en Los fusilamientos del tres de Mayo, con el fraile ya ejecutado en primer plano. Sin embargo, la revolución de las palabras denuncia que estuvo cargado de modernidad. Además, inicialmente, ningún obstáculo se oponía a que buena parte del clero se sumara en nombre de la lealtad al Rey y a la Religión. Fue un consenso destinado a quebrarse cuando en Cádiz cobre forma la incompatibilidad entre el proyecto liberal y la tradicional hegemonía de la Iglesia, y los serviles, con el clero regular al frente, emprendan desde 1812 su cruzada contra el nuevo régimen, con el pueblo vuelto a la condición de populacho.

La simbiosis de 1808 fue posible al conjugarse la reacción popular ante la invasión, tal vez más por la usurpación napoleónica en Bayona que por el eco del Dos de Mayo, con el desprestigio generalizado de un régimen a cuyo frente se hallaban personajes como Godoy y la pareja real, envuelto además en una profunda crisis financiera. La quiebra de la monarquía absoluta tuvo lugar en 1808. Los ilustrados críticos habían carecido antes de voz política, sometidos a una estricta clausura desde fines del reinado de Carlos III, y aun entonces la censura previa apenas toleró una breve primavera del pensamiento en los años 80. Lo suficiente para apreciar que el enorme esfuerzo reformador del despotismo ilustrado servía para identificar los “obstáculos” en la sociedad española del Antiguo Régimen —reforma agraria y de la hacienda, régimen señorial, educación, intolerancia— pero que en la práctica resultaba inutilizado por el control del sistema de Consejos por los privilegiados. Así, el mundo de Floridablanca, Campomanes y Jovellanos preludia la revolución política, con hitos como la publicación en 1787 de un proyecto de Constitución por un militar ilustrado, Manuel de Aguirre, amigo de Cadalso y divulgador de Rousseau, o la deslegitimación de la nobleza ociosa y del clero supersticioso desde el “papel periódico” El Censor. Son ideas que germinarán bajo la superficie, acentuándose incluso en tiempo de Godoy. La atención se vuelve hacia un pasado histórico donde pudieran encontrarse las raíces de la libertad y la génesis del aborrecido despotismo. La figura central en esta labor, Francisco Martínez Marina, típico representante del cristianismo ilustrado, firma en 1808 como canónigo su Ensayo sobre la antigua legislación; en 1813 su Teoría de las Cortes tiene ya por autor al “ciudadano” Martínez Marina.

La demografía determinó la forma del proceso. En Francia, desde 1789 a 1968, la capital fue el espacio revolucionario. Aquí prevaleció el policentrismo de una revolución juntista, donde en las principales ciudades cada junta era suprema en su territorio, con la vocación de formar una Junta Central, encargada a su vez de convocar Cortes constituyentes. El programa responderá al legado de la Ilustración crítica: soberanía nacional, monarquía limitada y leyes sociales que dirigidas a sustituir el Antiguo Régimen por un orden liberal.

Dos obras de Francisco de Goya, con la Constitución como protagonista, informan acerca de la coyuntura política que sigue a 1812. Una es el último aguafuerte de los “desastres de la guerra”, titulado “Esto es lo verdadero”. Una generosa figura femenina, sobre el fondo de un resplandor que como siempre indica la luz de la razón, acoge a un personaje masculino, sin duda trabajador del campo. No hay idealización alguna en la representación de éste, y sí en cambio en la de la mujer que alza el brazo izquierdo, con el índice hacia el cielo, símbolo de la Constitución de Cádiz. De ese encuentro del trabajo con el orden constitucional surgirá la abundancia. Solo que la Constitución llega en año de miseria, con la hambruna del siglo, anuncio de décadas en que ni absolutistas ni liberales tendrán recursos para consolidarse. Los “desastres de la guerra” y la pérdida del Imperio continental en América —fin del sueño de la “nación española de ambos hemisferios”— hicieron inviable la utopía constitucional. Lo explicó Pierre Vilar: la modernización política llega al mismo tiempo que son destruidas las precondiciones que la hicieron posible. En España y en México.

Otra cara de la realidad. A fines de 1814 Fernando VII ha restaurado el absolutismo y el Ayuntamiento de Santander encarga a Goya su retrato, en el cual deberían aparecer la figura del león hispano cuyas garras han roto las cadenas y una alegoría de España. Goya cumple el encargo, alterando a fondo su contenido. El león de las cadenas rotas parece una alimaña. Y detrás del rey, la hermosa figura femenina no representa a España, sino por el índice levantado de la mano izquierda, a la Constitución. El triunfo de la restauración absolutista no es definitivo. El juego de imágenes, en línea con tantas otras creaciones de Goya, del Sueño de la razón a Lux ex tenebris, anuncia una tensión entre luz y oscuridad, búsqueda de la libertad y persistencia de la opresión, cuyas oscilaciones pendulares alcanzan hasta nuestros días.

Antonio Elorza es autor de Luz de tinieblas. Nación, independencia y libertad en 1808 (CEPC, 2011).

EL VALOR ETERNO DE LA PALABRA

“Leer es un gesto de insatisfacción” | Cultura | EL PAÍS
EL VALOR ETERNO DE LA PALABRA

“Leer es un gesto de insatisfacción”

El filósofo y exministro Ángel Gabilondo, que publica un ensayo de elogio a la lectura, conversa con su hermano, el periodista Iñaki Gabilondo, sobre temas como los retos de la educación, los valores de la juventud o el buen gobierno




















Iñaki y Ángel Gabilondo, en la azotea del edificio de la Cadena Ser, en la Gran Vía de Madrid. / CRISTÓBAL MANUEL
“Gabilondo hablando es un peligro”. Lo dice Ángel Gabilondo de su hermano mayor, Iñaki, que, como él, nació en San Sebastián pero siete años antes, en 1942. El pequeño, solo de edad, ha vuelto a su Cátedra de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid tras ejercer dos años como ministro de Educación y acaba de publicar un ensayo de título inequívoco: Darse a la lectura (RBA). En una sala de reuniones de la cadena Ser y con el libro delante, Iñaki Gabilondo pregunta si puede preguntar.
Iñaki Gabilondo. ¿Has podido leer durante tu tiempo en el Gobierno?
Ángel Gabilondo. Ya no dormimos las mismas horas que cuando se dormía. Eso sí, lees un poco a brincos, con otras inquietudes. Y tiene su peligro: leer siempre algo que sea rentable para hablar. Es el problema de tener una tribuna pública, sea un cargo o un blog: buscar rentabilidad inmediata, una idea, una frase que puedas citar… Hay que tener mucho cuidado con lo que uno lee.
I. G. Leyendo corres el peligro de ser otro, de cambiar de ideas…
A. G. Leer es un gesto de insatisfacción. Se lee porque hay algo que no acaba de ir bien. La gente que no duda es peligrosa. Lo mismo que dudar a lo tonto. Dudar no puede ser una coartada para no decidir. No se puede decir: cerrado por reflexión. Hay que intervenir en la incertidumbre. Ese es el espacio de la política.
P. Que no lo sepa la oposición.
A. G. Gobernar es preferir, y decir que has elegido lo preferible sí debe saberlo la oposición. Siempre prefieres desde muchos lugares: tu ideología, tu forma de vida… En las preferencias se delatan las convicciones. Por eso no da lo mismo una cosa que otra.
P. Darse a la lectura reivindica la austeridad, la paciencia, el estudio, la concentración, el retiro… nada que esté de moda. ¿Leer es hoy un acto revolucionario?
A. G. Por lo menos es un acto rebelde. Rebeldía significa sobreponerse a los valores dominantes y proponer alternativas. No sé de dónde vienen las ideas, pero a mí me vienen de las palabras, de palabras que traen otros. Eso exige un cierto retiro y silencio.
I. G. Por ahí circula esa teoría de que una cosas es el hacer —lo útil— y otra el leer -lo inútil-. Leer parece escapista. Como se dice en el libro: tenemos muchas cosas que hacer; ahora solo nos falta saber qué. Este es uno de los rasgos de este tiempo tan convulso. No paramos de correr como gallos sin cabeza. Ángel toca un punto neurálgico del desconcierto actual. Detengámonos a pensar.
A. G. Yo relaciono pensar y leer porque pensar no es sentarse y apretar los ojos. El pensamiento siempre es una conversación. Necesito de los otros para pensar. No hay ideas aisladas. Una idea es una relación. Y una palabra.
I. G. Sorprende cómo ha cuajado la idea de leer como perder el tiempo, cuando es la no aceptación de tu tiempo como el único posible lo que te lanza a leer. Al leer conquistas todos los tiempos: el de los que te precedieron, el de gente a la que no has podido conocer… el amor al libro es amor a la vida más allá de la tuya.
P. ¿Y cómo se transmite el gusto por la lectura? En España los índices siguen siendo bajos.
A. G. Por contagio. Y contagio es contacto. Como decía Deleuze, un maestro no es el que ordena “hazlo como yo” sino el que dice “hazlo conmigo”. La pasión es muy contagiosa. Hay que pensar qué tipo de textos son los adecuados para cada edad. Y, como hacemos con las películas, hablar y hablar de libros.
P. El tiempo que les quede.
I. G. No sirve hacer una apología del libro sin una mirada sobre el valor de la reflexión.
A. G. Es cierto, pero me inquieta que tengamos tendencia a ver la falta de valores en los jóvenes sin tener claro que se los transmitimos diariamente con nuestra forma de vivir. Ellos miran en su entorno y ¿qué ven?
I. G. Corremos el riesgo de defender viejos formatos negando todo lo nuevo, que en principio sería lo progresista. Yo lo conecto mucho más con una visión de la vida y no con el hecho de que los chicos lean o no, porque terminarán por hacerlo. Si tuvieran una mirada distinta sobre la realidad no me preocuparía. Lo que me inquieta no es que se estén alejando de la lectura como nosotros la hemos conocido sino de cualquier transformación que pueda venir del mundo intelectual.
A. G. Es importante transmitir algo para poder destruirlo. La no transmisión del conocimiento genera resentimiento social. Incluso para ser original necesitas que se te transmita el conocimiento. Solo se puede ser diferente en comunidad; si no, se es indiferente.
I. G. Si no importa qué pasó antes que tú, lo de leer importa menos todavía. Lo preocupante es que se está desdeñando todo eso, no el modo de leer.
P. ¿Leer en una pantalla permite menos concentración?
A. G. Tal vez se inaugure una nueva forma de leer, que es una nueva forma de pensar y tal vez una nueva forma de vivir. No hay que satanizarlo, porque si empezamos ahora a hacer discursos contra el ferrocarril… El nuevo concepto de lectura implica un nuevo concepto de relación y de comunidad. Y ahí es donde debemos tener alguna inquietud, porque puede que haya transmisión de información pero no comunicación. ¿Hoy hay más comunicación que nunca? Es discutible. Eso sí, nace una nueva concepción de lo que significa leer. Antes era una visión interiorista que llevaba su tiempo y casi su espacio. Ahora parece más una intervención. El problema confundir las actividades con las acciones. Hay mucho trasiego en la Red, ¿eso significa que hay mucha acción? A veces es un sucedáneo, incluso una coartada para no actuar.
I. G. Lo común cada vez interesa menos. La lectura tiene poco porvenir si no te importa lo común. Para que te importe un libro también te tienen que importar los demás.

¿Qué leen los Gabilondo?

Por: | 24 de febrero de 2012
GabieditimagesCA4MEZAX
Ángel Gabilondo acaba de publicar el ensayo Darse a la lectura (RBA). Con ese motivo -y días antes de viajar a presentar el libro en Barcelona ayer- se reunió con su hermano Iñaki para hablar del acto de leer y, por supuesto, de libros: de los que habían marcado su vida y de los que están leyendo ahora. La sección de Cultura de EL PAÍS publica hoy la parte más extensa de aquella conversación. Aquí se reproduce la que quedó fuera por motivos de espacio, la que trata de autores y títulos concretos.
P. Hablando de la intimidad que un lector puede llegar a desarrollar con un autor, en Darse a la lectura se cita a Gadamer, que decía que Platón había sido uno de sus mejores amigos aunque no hubieran coincidido en el tiempo. ¿Cuáles han sido sus mejores amigos en ese sentido? ¿Cuál fue el primero?
GabilguillermoimagesCAM1E66KIñaki Gabilondo. El mío, Guillermo Brown. Como yo era hermano mayor de muchos, tenía hipertrofiado el sentido de la responsabilidad. No me podía permitir ser travieso y soñaba con serlo.
Ángel Gabilondo. A mí siempre me gustaron los libros que vinculaban el decir, el GabilDiogenesimagesCAEAZCIT hacer y el vivir. Si hago listas me salen muchos grecolatinos: Séneca, Marco Aurelio… Alguno dirá: qué cosa más extravagante, pero leyendo las Vidas de los filósofos, de Diógenes, entendía que tenía que haber una relación entre lo que uno dice y lo que uno hace, y que hacer es una forma de decir, que el verdadero ser de uno es obrar. Yo no sé leer muy bien novelas. No digo que no sean maravillosas, pero hay algo que me impide seguir la narración, se me olvida qué personaje es quién. Me gustan más la poesía, el ensayo, el cuento. Aunque siempre me ha gustado mucho Moby Dick.

I.G.
Yo ahora leo más poesía o ensayo, pero me han divertido mucho los libros que presentan la vida como se vive, con su desorden, como Jacques el fatalista, de Diderot, o Tristram Shandy, porque la mayoría de las novelas le dan a la vida un orden que no tiene. También me impactaron mucho los libros que me ayudaron a entender la realidad de la vida no real, aquella que no se puede ver o tocar, las ensoñaciones. En eso Juan Rulfo fue decisivo.

GabiEsclavitudimagesCAM4EKF9P. En Darse a la lectura hay un capítulo entero dedicado a la mesilla de Diosimages noche, ¿qué libro tienen en las suyas?
I. G. Uno que ha publicado La Catarata, La esclavitud en las Españas, de José Antonio Piqueras. Cuenta la historia de la esclavitud en la que participó España. Tiene mucho morbo periodístico porque menciona a familias bucaneras que se beneficiaron del tráfico de esclavos y ahora son grandes de España, marqueses actuales que son descendientes de traficantes de negros. También leo mucho a Chesterton. Y, últimamente, a Christopher Hitchens. De Hitchens leí hace tiempo Dios no es bueno, lo presté, ¡me lo devolvieron! y lo he vuelto a leer hace poco. También me gustó su recopilación de artículos y crónicas Amor, pobreza y guerra.
GabilPavicimagesCASZP3KAÁ. G. Yo ahora me estoy reciclando y tengo que ver si los griegos siguen siendo los griegos después de lo que le ha pasado a Grecia. Aparte de eso, estoy leyendo a Mirolad Pavic, Paisaje pintado con té. Está lleno de historias clásicas. De él han dicho que es el Borges serbio. Me gusta porque no acaba de hacer un relato cerrado, y me gusta que un libro me permita intervenir como lector componiéndolo yo.

El arte de la persuasión

El arte de la persuasión | Cultura | EL PAÍS

La pasión por la conversación, la inteligencia y la reflexión. Tres cualidades que definen al intelectual, un pensador que trata de influir sobre el corazón del poder o la realidad exterior, alguien capaz de ejercer el derecho de injerencia, cambiar la historia o encarnar un momento en la vida de un país. La definición en sí misma parece una reliquia del pasado. Como si la especie hubiera sido devorada por ese universo hambriento de Internet. Alain Minc (París, 1949), autor de Una historia política de los intelectuales (Duomo Perímetro), compara a la raza de los pensadores con “la diversidad de los quesos, la variedad de los paisajes o la pasión por las revoluciones, una especialidad muy francesa”.

Pero dónde situar el punto de partida de este linaje ¿Sócrates o Platón? ¿Santo Tomás de Aquino? ¿Erasmo? “Que cada uno opine lo que quiera”. Minc, ensayista y politólogo, lo tiene claro: “El intelectual moderno nace en el siglo XVIII, cuando la sociedad civil se emancipa de la omnipotencia real. Los salones son la primera manifestación de ello. Desde esta época, el intelectual se sitúa del lado del poder o en su contra”, contesta el escritor vía correo electrónico desde su oficina en la capital francesa. Entonces, las élites europeas hablaban en francés y las ideas nacían, vivían y morían en París. En su top particular, Voltaire, “tan seductor como cuestionable, tan brillante como superficial”, ocupa el puesto de primer intelectual de la historia, el primero que ejercerá sobre la sociedad un magisterio tan completo como el rey sobre el Estado y el primero que hará de la defensa de los oprimidos un valor indiscutible.

Jean-Paul Sartre (París, 1905-1980; Nobel de Literatura en 1964) y Simone de Beauvoir (París, 1908-1986), en 1970. / BRUNO BARBEY (MAGNUM PHOTOS / CONTACTO)

Como pensador que ha leído y releído a los intelectuales, Minc decidió atreverse con la corporación más poderosa de su país para superar la frustración que le dejó su libro anterior, Una historia de Francia. Durante la redacción sintió que la vida de las ideas aparecía al trasluz. “Necesitaba satisfacer el deseo de repasar mis jerarquías y de verificar mis simpatías y antipatías que han ido cambiando a lo largo del tiempo”. De lectura amena, el libro recorre la historia francesa desde la Ilustración a nuestros días. ¿La reflexión sobre el pasado puede ayudar a alumbrar el presente? “La historia es la mejor disciplina para comprender el presente. No porque ella señale una fatalidad o un encadenamiento sino porque es la ciencia social más global. Pienso que no hay mejor caja de herramientas, por ejemplo, para explicar el mundo de hoy que la de Braudel. Asimismo, está La extraña derrota, de Marc Bloch, libro escrito en 1940, que sirve perfectamente como un manual para comprender el funcionamiento actual de las élites”.

Visto desde el presente, el pasado suena apasionante. Una revolución, dos guerras mundiales, la adhesión al comunismo y su rechazo posterior en 1968, tras la invasión de Praga y el reconocimiento de los campos de trabajo, Minc cree que la historia de los intelectuales franceses está marcada por grandes choques: “La Revolución y, como reacción, la contrarrevolución; el caso Dreyfus; la relación en el siglo XX entre los dos totalitarismos: fascismo y comunismo. Hoy la escena es más llana: ya no hay un elemento primordial susceptible de provocar guerras civiles intelectuales”.

Capítulo aparte merecen en este ensayo las mujeres (George Sand, Flora Tristan y Louise Michel), “auténticas revolucionarias”, o el caso Dreyfus, en cuyo origen se sitúa el nacimiento del término intelectual. André Gide emerge como “la figura emblemática del pensador comprometido” y Sartre como el experto en el balanceo ideológico: “Cazar en manada siempre es una ventaja. Sin Beauvoir y sin la corte no habría podido llevar a cabo semejantes idas y venidas políticas con tan mínimo coste”.

Internet crea un gran baño democrático que anula todas las jerarquías, incluyendo a los intelectuales

Chateaubriand, Balzac, Zola, Maupassant, Victor Hugo, Goethe, Kant, Gide, Malraux. ¿Quiénes ocupan hoy la vanguardia de la sociedad? “Ya no existe la figura del intelectual magistral a la antigua usanza. Sartre es el último de ellos. Bourdieu intentó reinventar el papel, pero no ha conseguido más que ser un pálido imitador. Bernard-Henri Lévy se cree un Malraux contemporáneo y él llega a mezclar la reflexión y la acción con el caso de Libia como punto culminante. Pero su magisterio no puede compararse con el de Sartre y Malraux; no por un fallo suyo sino porque la sociedad ha cambiado. ¡Todas las autoridades están debilitadas: la política, la religiosa y también la intelectual!”.

—Durante el Mayo Francés los intelectuales dirigieron la movida. ¿En un mundo tan dominado por los mercados, los economistas pueden sustituir a los filósofos?

—Los economistas jamás serán sabios. Ellos son expertos que la opinión pública quiere abusivamente transformar en profetas. Pero son expertos que carecen de un pensamiento global sobre la sociedad. Hasta Keynes, el más grande entre ellos, no se interesa en el funcionamiento de la sociedad. Él no es capaz, como lo hizo Marx de forma extraordinaria, de volver indisociables la economía y la sociedad.

La irrupción de Internet lo cambia todo. Su tesis es que ya no existe monopolio de la información, “no más jerarquías, no más circuitos privilegiados. En el reino del buzz todo el mundo se mete en los asuntos de los demás”.

—¿En qué medida la Red transformará el funcionamiento de la esfera intelectual?

Los economistas jamás serán sabios. Son expertos que la opinión pública quiere abusivamente transformar en profetas

—Ya no existe la vanguardia de la sociedad. Internet crea un gran baño democrático que anula todas las jerarquías, incluyendo a los intelectuales. El sistema de poder intelectual —libros, críticas, debates mediáticos— está atacado por la Red. Nada está dado de antemano. Dicho esto, este inmenso espacio tiene un mayor inconveniente: desvalora al experto y al erudito. En la Red, todo vale: la opinión emotiva tanto como el razonamiento deductivo. ¿Cómo se recrearán nuevas legitimidades? Nadie lo sabe.

El futuro, vaticina Minc, será de los e-intelectuales. Esa nueva especie emergerá de este inmenso guirigay, pero es imposible definirlo hoy. “En todo caso, no será el pensador magistral que reflexionará como un clásico internetizado”.

—¿Cuál debería ser la hoja de ruta para una nueva Europa en este ciclo histórico que ahora sin duda comienza?

—Europa debe estar orgullosa de sí misma. Es el espacio más libre del mundo en términos de habeas corpus, de libertades individuales, de derechos humanos. Estados Unidos es mucho más restrictivo. Existe un modelo europeo, tanto en términos de derechos como en términos económicos. ¿Acaso hay un modelo más equilibrado que la economía social de mercado? En cuanto a la construcción política, esta avanza a su manera, a pesar de que lo haga con torpeza. ¡Habría que otorgar el Premio Carlomagno a los mercados! Estos últimos nos han obligado, en solo dos años, a dar pasos hacia delante que eran inimaginables. ¡Y otro premio a los intelectuales por ser los portavoces del milagro europeo!

—¿Siente que la crisis de valores actual es, en realidad, la crisis del pensamiento europeo?

—No existe una crisis del pensamiento europeo. La anulación de los sabios es testimonio de una madurez creciente. El intelectual “a la antigua” representaba para el pensamiento lo que los reyes representaban para la autoridad: una autoridad superior. Los eruditos se han multiplicado; el nivel cultural ha aumentado. Del mismo modo que los sistemas de poder político apoyan cada vez menos la autocracia, la sociedad no quiere saber más de “tótemes intelectuales”. De Gaulle ya no es posible pero Sartre tampoco. Es la prueba de que hemos progresado.



Examen de conciencia

John Gerassi en conversación con Sartre, Alain Minc, Evelyn Juers y Paul Berman analizan la pérdida de peso político y social de los hombres de letras en las últimas décadas


André Gide toma en 1936 la palabra en un homenaje en París al escritor francés Romain Rolland, acompañado a la derecha por Louis Aragon y a su izquierda por André Malraux


Alain Minc ha tratado de responder a la pregunta de dónde están los intelectuales, reiterada con regularidad desde el inicio de la crisis económica y su progresiva transformación en crisis política y social. Lo ha hecho dando por descontada la respuesta, en el entendimiento de que la pregunta no traduce un verdadero interrogante sino una exclamación a medias furiosa y a medias decepcionada. En realidad, nadie espera que se le diga dónde están cuando, víctima del temor, pregunta por los intelectuales; lo que espera, por el contrario, es que se le confirme que no están. Pero, ¿no están porque han desertado o porque han dejado de existir?

En Una historia política de los intelectuales, Minc se inclina por esto último y, aunque circunscribe el fenómeno a Francia, el hecho de que fuera Francia el país donde nació la figura del escritor que aspira a convertirse en conciencia moral de su época invita a generalizar el diagnóstico de que hoy no es posible encontrar “hombres de letras —filósofos, novelistas, historiadores— que utilicen su fama para tener peso sobre los grandes temas políticos”. Y si no a generalizarlo, sí al menos a considerarlo como un signo precursor: si “la sociedad francesa ya no fabrica intelectuales a la antigua”, según afirma Minc, el tiempo en el que otras sociedades dejen de “fabricarlos” no debe de estar lejos. Entre otras razones porque las causas a las que apunta Minc no se circunscriben a la sociedad francesa sino que afectan a todas las sociedades, con mayor o menor intensidad.

“Ante desafíos dispersos”, escribe Minc refiriéndose, entre otras, a la defensa del medio ambiente, los derechos humanos o la regulación del capitalismo, “los combatientes se dispersan también. Los apasionados de una causa no son automáticamente los de otra causa, pues no existe ya ideología unificadora”. A ello habría que añadir, siempre según Minc, los efectos de las nuevas tecnologías y de la web, que describe como “un universo trepidante” en el que “no existe ya la primacía de la palabra famosa, ni canal vertical de difusión, ni autoridad implícita”. Minc no lo lamenta: “¡Qué felicidad! Una pizca de anarquía en el mundo de los grandes pensadores”. Como tampoco lamenta la ausencia de “una ideología unificadora”, causa última de una de las más flagrantes paradojas del siglo XX. Minc la formula entre signos de interrogación: “¿Por qué tantas mentes superiores acumularon tantos errores?”.

Como pormenorizado compendio de los errores a los que se refiere Minc cabría interpretar Conversaciones con Sartre, una sucesión cronológica de entrevistas con el filósofo mantenidas por John Gerassi entre 1970 y 1974. Gerassi, profesor, periodista y escritor comprometido en el estilo sartreano, salta en sus preguntas de los asuntos privados a las grandes cuestiones políticas, pasando por la literatura y el arte. El Sartre que se perfila en estas Conversaciones no es el hombre de letras y el activista revolucionario, sino el intelectual en sus circunstancias, en todas sus circunstancias.

Sartre habla en todo momento como si estuviese a la espera de que triunfe su fe única e indestructible

Gerassi pregunta a Sartre por su infancia, su horario de trabajo, su trato con las “amantes contingentes” como satélites alrededor de la “relación necesaria” encarnada por Beauvoir. En el Sartre que va perfilando Gerassi, el intelectual se confunde con el escolástico que reinterpreta una y otra vez su fe única e indestructible para ponerla a salvo de las exigencias más elementales de la moral y también de los categóricos desmentidos de la realidad, tanto en su vida privada como en sus juicios sobre los acontecimientos colectivos.

Sartre habla en todo momento como si estuviese a la espera de que triunfe su fe única e indestructible, como si el suyo fuera un tiempo de prórroga en el que lo viejo agoniza y lo nuevo lanza destellos en puntos alejados del mundo y a través de fenómenos que no parecen guardar relación entre sí. Si el inteletual sirve para algo, parece decir Sartre, es para trazar el dibujo que esconden esos puntos aislados y para recordar que ese dibujo coincide con el que propone, cómo no, su fe única e indestructible. Para recordárselo, por ejemplo, a los alemanes de la República Federal que veían con espanto los crímenes de la banda Baader-Meinhof, una “organización revolucionaria violenta” que, para Sartre, “no ha matado ni a un solo inocente” y que “únicamente acorralaba a los cerdos viciosos de su sociedad, y a los coroneles estadounidenses que los adulaban”.

Evelyn Juers y Paul Berman ofrecen una respuesta distinta de la de Minc y la de John Gerassi a la pregunta de dónde están los intelectuales. De las Conversaciones con Sartre podría extraerse la conclusión de que los intelectuales, algunos intelectuales, legitimaron la barbarie sin llegar a padecerla. A través de la peripecia política y biográfica de Heinrich Mann y Nelly Kröger, Juers ofrece en La casa del exilio un panorama de los escritores perseguidos que encontraron refugio en Estados Unidos mientras Europa se desangraba. Las dificultades materiales a las que se enfrentan son las de cualquier exiliado, solo que, en su caso, el desamparo se ve multiplicado al perder el público que entiende la lengua en la que se expresan.

En cuanto a Berman, no cree como Minc que los intelectuales hayan dejado de existir; para Berman, han desertado, han huido, como sostiene desde el título. Han desertado al menos a la hora de luchar contra el terrorismo islamista, y por eso Berman los acusa de condescender irresponsablemente con un nuevo fascismo. Berman no advierte, sin embargo, que su aproximación podría estar reiterando los errores de quienes levantaron por única bandera la del antifascismo; es decir, los mismos errores de los que dan cuenta los ensayos de Minc y de Gerassi.

Una historia política de los intelectuales. Alain Minc. Traducción de Mónica Rubio. Duomo Perímetro. Barcelona, 2012. 487 páginas. 24 euros. Conversaciones con Sartre. John Gerassi. Traducción de Palmira Feixas. Sexto Piso. Madrid, 2012. 508 páginas. 26 euros. La casa del exilio. Evelyn Juers. Traducción de Verónica Fernández-Muro. Circe. Barcelona, 2012. 416 páginas. 22 euros. La huida de los intelectuales. Paul Berman. Traducción de Juanjo Estrella. Duomo. Barcelona, 2012. 284 páginas (sale el 9 de abril)


Sin pensamiento crítico

Mario Vargas Llosa afirma que los escritores de hoy consideran pretencioso involucrarse en la vida cívica y política. ¿Cambio de época o problema generacional? Filósofos, novelistas, músicos y científicos responden a una encuesta de 'Babelia' sobre el papel de los intelectuales

Imagen tomada e la Puerta del Sol de Madrid en mayo de 2011 / CARLOS SPOTTORNO


1. ¿Qué papel ocupan en la sociedad actual los intelectuales?

2. ¿Por qué cree que se ha llegado a una situación de crisis de valores universales y qué remedios pondría para repararlo?

3. La crisis económica parece habernos dejado sin un relato coherente del fenómeno. ¿Cómo lo interpreta?

Fernando Savater (Filósofo)

1. Los intelectuales son escritores, profesores y artistas que quieren hacerse oír fuera de sus áreas de trabajo sobre cuestiones políticas y sociales. Deberían aportar al debate público argumentos o propuestas que trascendiesen las cautelas del pragmatismo político habitual, para así enriquecer la comprensión y no la confusión o la simplificación de esos temas.

2. Los valores se fraguan en situaciones críticas, en la pugna entre lo que es y lo que creemos que debería ser. Se definen y redefinen permanentemente de acuerdo con el decurso histórico y el pensamiento crítico. Me encantaría conocer alguna época del pasado en la que no hubiera habido crisis de valores, para mudarme a ella…

3. No tenemos un relato coherente de la crisis económica (aunque cada día se publican tres o cuatro libros sobre el tema), ni sobre la ciencia moderna, ni sobre el papel de las religiones, ni sobre la ciudadanía democrática, ni sobre el arte o la literatura, ni sobre el erotismo, ni sobre los méritos respectivos de Pelé, Ronaldo y Messi. Los dogmas nos fascinan pero enseguida nos aburren. Vamos, que estamos como siempre, pero ahora con blogs, Twitter y demás adminículos de portavocía.

Cees Nooteboom (Escritor)

1. A lo largo de la historia, los intelectuales han cometido errores notables. Admiro a Foucault, pero creo que se equivocó al apoyar el retorno de Jomeini a Irán. Como recordarán promovió una gran manifestación en París. Knut Hamsun admiraba a Hitler. Neruda escribió una oda para Stalin. Solo me manifesté públicamente contra el bombardeo estadounidense de Camboya y el resultado de aquello fue el cese de los bombardeos y el comienzo del régimen sangriento de Pol Pot. Los intelectuales son ciudadanos como cualquier otro, lo que significa que nadie es infalible, pero deberían ser cuidadosos. No digo que tengan que callar. La libertad de expresión es un gran bien, pero uno debe estar informado lo mejor que pueda.

2. La crisis de valores universales ha existido siempre. Probablemente, ahora mismo, alguien en su casa esté teniendo una idea que cambiará la historia. A lo largo de mi vida, conocí la Segunda Guerra Mundial, la guerra fría, las guerras coloniales, el fascismo, el Holocausto y el comunismo. Estuve en Budapest en 1956, en Bolivia en 1968 y en Berlín en 1989. Ahora está el islamismo y la crisis del capitalismo. Spinoza dijo que había que mirar los acontecimientos de nuestra vida sub specie aeternitatis y me encantaría, pero no es siempre posible. Algunas veces es mejor leer poesía que mirar los periódicos.

3. No soy un experto en finanzas. He visto cómo gran parte de la costa española era destruida por un codicioso y sin sentido boom de la construcción. Si los políticos que iniciaron la UE hubieran optado por una unión fiscal, no estaríamos inmersos ahora en este contagioso desastre, pero era demasiado pronto para crear una federación que nadie deseaba realmente. El nacionalismo y el mantra de la soberanía todavía son muy poderosos. Se habla mucho acerca de los mercados, pero deberíamos darnos cuenta de que nosotros mismos, nuestros Estados, nuestros bancos y nuestro fondo de pensiones, son el mercado. Vivimos en democracias, votamos, somos los amos y las víctimas. Solamente el inocente absoluto está exento de culpa.

Elena Poniatowska (Escritora)

1. Lo primero que debe hacer un escritor es escribir bien. Un mal escritor no puede ayudarle a causa alguna. En México es difícil separarse de lo que le sucede al país. Supongo que lo mismo pasa en otros países de América Latina. La realidad se mete a la casa y la invade, la gente está siempre pendiente de lo que hace un escritor y lo convierte en figura pública. Lo incluye en encuestas, le pregunta qué come y con qué duerme. Tanto a Octavio Paz como a Carlos Fuentes, como a Rosario Castellanos, les pidieron que fueran embajadores de México en el exterior. Muchos intelectuales solo se preocupan por sí mismos. Para no tener problemas no participan en la vida del país. Solo hablan de su obra y su lucha, es ante todo por su propio bienestar y sus prebendas. Estar en la oposición es un error que el poder castiga. No hay reconocimiento para el opositor.

2. En México hay un abismo entre una clase social y otra y seguimos siendo racistas en contra de nosotros mismos. Solo hubo en el pasado, en los 31 Estados de la República y en el Distrito Federal, un gobernador indio, moreno después de Benito Juárez y ese fue el gobernador de Oaxaca, Heladio Ramírez. México se ha vaciado de campesinos y trabajadores. Los mexicanos más pobres se van a California, a Texas y hasta a la frontera con Canadá. Buscan el respeto, el amor y sus alimentos terrestres (y espirituales) en otra tierra que no es la suya porque su país les ha fallado. Dejar el propio país es una desgracia. El éxodo es ahora un rasgo definitorio de nuestro siglo, los países se van destejiendo como lo hacen las mujeres que tejen, se equivocan y vuelven a usar la misma lana. Nuestro problema es que no sabemos si habrá lana ni borregos.

3. Compro, luego existo y si ya no tengo para comprar ya no existo y si nunca tuve nada tampoco existí. Jesusa Palancares, la protagonista de la novela Hasta no verte Jesús mío, decía: “Soy basura a la que el perro le echa una miada y sigue caminando”. Esa respuesta de una mexicana que participó en la Revolución de 1910 es significativa. ¿Qué le dio la Revolución? ¿Qué nos dio a nosotros el capitalismo? ¿Qué el comunismo? Creo en el amor, no en los ismos, creo que el otro merece el trato que nosotros nos damos a nosotros mismos.

Jorge Volpi (Escritor)

1. Su papel ha disminuido considerablemente, comparado con el que detentaron en el siglo XX. El triunfo de las democracias liberales ha provocado que los “intelectuales” ya no sean las únicas voces críticas que expresen públicamente su opinión, y que en nuestros días sean expertos en ciencias sociales (politólogos, sociólogos, historiadores, etcétera) quienes ocupen el foro público, al lado de los llamados “opinadores profesionales”, los tertulianos que aparecen en los medios sin poseer una obra artística o científica relevante. El papel actual de los intelectuales debería ser contribuir al debate público con opiniones informadas sobre asuntos de interés general, pero sin asumir ya el papel de “vanguardia de la sociedad”.

2. No sé si estamos en una situación de crisis de valores universales, sí que estamos frente a una crisis general de las democracias liberales, tanto en términos políticos como económicos. No es fácil ofrecer una receta, aunque por lo menos debemos ser capaces de reconocer cuáles han sido las causas que nos han llevado hasta aquí, en especial el triunfo del modelo neoliberal con el consecuente predominio del individualismo a ultranza y el olvido de los valores de solidaridad que Occidente defendió frente al modelo comunista.

3. Creo que el relato de lo que ocurre está aún en formación, estamos quizás todavía demasiado cerca de la crisis (cuyo inicio podemos situar en 1989, con la caída del muro de Berlín, y su clímax en 2008, con la caída de Lehman Brothers). Pero justo corresponde a los novelistas —y en otro sentido, a los historiadores— elaborarlo en los años que vienen.

Jonathan Franzen (Escritor)

1. Me siento un poco como alguien que trabaja en una fábrica y vienen a preguntarle cuál debe ser la función de los trabajadores hoy en día. Supongo que debe ser un rol parecido. En cada caso la respuesta debe ser la misma: ser un buen ciudadano, prestar atención a lo que sucede y votar. Hay algo que diferencia mi situación del que hace muebles y es que como ciudadano siento cierta responsabilidad para hablar de las formas de injusticia que son importantes para mí. No creo que los norteamericanos busquen consejos políticos de los escritores. Para los americanos esa es una idea ridícula, así como pedirle a un fabricante de muebles que arregle el mundo. Su respuesta sería: “Así es como yo ayudo, haciendo los muebles lo mejor que puedo”.

Victoria Camps (Filósofa)

1. Los intelectuales de hoy son los periodistas que escriben artículos de opinión, participan en tertulias y en debates. Siguen contribuyendo, como siempre, a formar opinión, pero a través de los medios de comunicación y, por lo tanto, subordinados a las exigencias de cada medio.

2. Supongo que al hablar de valores nos referimos a valores morales. No creo que esos valores estén ahora más en crisis. Lo que sí ocurre es que cada vez son valores más abstractos (por eso pueden ser universales) y requiere más esfuerzo vincularlos a prácticas concretas. ¿Remedio? Un cambio de paradigma radical que conduzca a admirar más al responsable, honrado y decente, que al corrupto y codicioso.

3. Tenemos un diagnóstico de lo que ha ocurrido y por qué. Quizá falta el relato del tratamiento más adecuado para salir de la crisis y, lo que es más importante, no volver a poner las condiciones para caer en algo parecido otra vez.

Milagros del Corral (Delegada de la Unesco para el libro digital)

1. La sociedad española no destaca por su aprecio a los intelectuales —de los que tampoco andamos sobrados— y que más bien inspiran recelo. Quizás por esta razón, estos vienen manteniendo un perfil bajo, sobre todo desde el principio de la crisis dejando el territorio del pensamiento en manos de los economistas. Actualmente, su misión ha sido okupada de alguna manera por los “indignados” que no plantean su rebeldía desde un riguroso análisis intelectual sino desde lo visceral de sus experiencias.

2. La crisis de valores es ante todo la crisis del pensamiento europeo y la estruendosa abdicación de la defensa de estos valores por parte de unas Naciones Unidas envejecidas. Europa es hoy “l’Europe des épiciers”, más preocupada por la pérdida de valor adquisitivo de sus ciudadanos y de su peso político a nivel global. El sueño europeo, porque se quedó en los cimientos mercantiles que ahora se tambalean peligrosamente, se está desmoronando ante nuestros ojos sin haber alcanzado sus ideales fundadores porque hemos perdido el relato y la fe en la fuerza de nuestro pensamiento y en el poder de las ideas cuando más falta nos hacían.

3. Echamos en falta ese relato coherente precisamente por haber decidido que solo se trata de un fenómeno pasajero puramente económico, cuando el verdadero problema tiene tanto o más que ver con modos de vida insostenibles y modelos sociales importados, que los españoles no supimos asimilar inteligentemente, abandonándonos de forma acrítica al disfrute materialista y a un individualismo exacerbado. No se trata de flagelarnos sino de hacer un “examen de conciencia” sobre los errores pasados, y un “propósito de la enmienda” que parta del reconocimiento de quiénes somos y de dónde venimos, sin cainismos ni derrotismos, con un mínimo de perspectiva histórica, para construir sobre bases sólidas la visión de quiénes podemos ser. No importa tanto de quién sea la culpa de lo que pasó porque, en buena medida, la culpa es de todos. En efecto, el relato de la España del siglo XXI está por escribir.

Daniel Divinsky (Editor)

1. Rancière escribió: “Actuar con el pensamiento es propio de todos, por ende, de nadie en particular (…). En este sentido, nadie tiene derecho a hablar como intelectual, lo que equivale a decir que todo el mundo lo es”. Esta afirmación es indiscutible, por lo cual ese papel es el de cualquier ciudadano, con el agregado como “misión”, de que, al manejar mejor —se supone— la palabra, deberían poner en letras los pensamientos de la comunidad.

2. “De las tres causas de la Revolución Francesa, enumeraré 99”, habría dicho un estudiante en un examen provocando una crisis terminal a su profesor (según Chamico, humorista argentino). Como no tengo espacio para describir las 99, me remito a lo que expresan Hobsbawm, Chomsky, Krugman y Stiglitz, con cuyas visiones coincido también en cuanto a posibles remedios.

3. Dejó sin relato coherente a los voceros de los países y sectores sociales dominantes, que habían comprado antes, sin reticencias, la fábula del progreso y el crecimiento infinitos. Hay otros relatos, muy coherentes, que vienen de orientaciones ideológicas diferentes.

Ariel Dorfman(Escritor)

1. Cuidado con los preceptos y el deber ser, pero si tengo que elegir una sugerencia: no aburrir a muerte a nuestros lectores y congéneres mientras balbuceamos entre todos una salida veraz y compleja y plural a la crisis.2. No hay medios ni reparación mientras la pregunta se formule en forma tan abstracta, sin tomar en cuenta a la gente y su sufrimiento, no hay salida si no volvemos a colocar a la ética en el centro de nuestra búsqueda.3. Relatos hay. Lo que falta son las agallas y la generosidad intelectual para combatir la colectiva enfermedad del miedo.

José Manuel Sánchez Ron (Historiador de la ciencia)

1. En un mundo en el que la información nos inunda, y en el que esta se confunde con la opinión crítica e informada, una opinión atenta siempre a la situación actual y al futuro que se aproxima, pero que no ignora las lecciones que se extraen de la historia, el intelectual debería esforzarse por ser un faro que estimule el pensamiento crítico relativo al mundo presente y próximo, planteando cuestiones y presentando sus propias respuestas.

2. Un factor que ha contribuido a tal situación es una deformación de uno de los grandes logros de la historia de la humanidad, que se vio reforzado, afortunadamente, durante el siglo XX: la igualdad de derechos. Muchos han entendido esto en el sentido de que cualquier argumento es defendible sin más, por el mero hecho de tener el derecho de expresarla. Y esto, en mi opinión, no es así: todos tenemos el derecho de expresar opiniones y sustentar valores, pero sin argumentarlos cuidadosamente, no todos esos valores son equiparables. No veo otra forma de remediar esta situación —que favorece la dispersión y el desconcierto— que a través de una educación que no confunda derechos con valores, y que enseñe toda la historia y esfuerzos argumentativos que existen detrás de los valores que se han considerado o consideran “universales”, aunque por supuesto estos sean revisables, sujetos algunos, o muchos de ellos al momento histórico.

3. No disponemos aún de un relato coherente de lo que está sucediendo, y ello porque no sabemos bien quiénes son los protagonistas de esta crisis, o al menos algunos de ellos. Ni siquiera sus centros neurálgicos. Y tampoco somos capaces de identificar las relaciones de causa-efecto, algo imprescindible a la hora de establecer cualquier relato coherente. Todo esto es en buena medida consecuencia de la tecnología de las comunicaciones que se han desarrollado. La globalización que esas tecnologías han producido ha hecho posible un desplazamiento e indeterminación de muchos y nuevos centros de poder, haciendo que el poder político tradicional ocupe un lugar menos central, y que no sepamos bien dónde se halla el poder económico, el que, parece, mueve hoy realmente los “hilos” del mundo.

José Manuel Blecua (Director de la Real Academia Española)

1. Habría que saber qué se entiende hoy por intelectuales porque esa referencia, tal como la hemos conocido, se ha desdibujado por completo. Es probable que para muchos ciudadanos lo más parecido a un intelectual sea, no sé, el autor de una de esas guías de autoayuda, tan de moda, o el tertuliano que dicta sentencias desde un canal de televisión. La misión del intelectual, al margen de todos los cambios sociales y tecnológicos, debería ser la clásica: una voz crítica, con autoridad moral, capaz de reflexionar y hacer propuestas originales y solventes sobre la sociedad y sus circunstancias.

2. No habría que demonizar la palabra crisis. No tiene por qué ser sinónimo de hundimiento ni de fatalidad. La segunda acepción de nuestro diccionario puede resultar útil para darle un sentido más positivo al término porque no es catastrofista. Dice el DRAE sobre crisis: “Mutación importante en el desarrollo de procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales”. Y esto es lo que ocurre: estamos viviendo una época de profundos cambios, de transformaciones sociales y económicas que se producen a una velocidad de vértigo y que afectan a millones de personas. Esa es la gran diferencia frente a otros momentos: todo sucede muy deprisa, sin tiempo de asimilación, y afecta a muchísimos seres humanos, es global. Ya me gustaría a mí conocer posibles remedios. Solo se me ocurre decir que saldremos adelante, de eso estoy seguro, con esfuerzo y con innovación. Será imprescindible mejorar los sistemas educativos, la enseñanza, y no olvidar principios tan básicos como la honestidad, la solidaridad y la justicia.

3. No estoy tan de acuerdo en esto último. El “fenómeno”, si por tal entendemos lo que está sucediendo con la denominada crisis, sí que se está contando, hay mucho relato, incluso excesivo. Se escribe y se habla, se opina a todas horas y en todas partes. A lo mejor hemos de ir más despacio, pararnos a pensar, separar las voces de los ecos, según el consejo machadiano. Decía don Camilo José Cela que España, al menos en su época, era un país de arbitristas, de gente aficionada a discurrir planes disparatados para arreglar el mundo. Sin compartir del todo la exageración de don Camilo, algo de razón sí que tenía. Hemos de dar menos consejos, menos soluciones mágicas, y trabajar mejor, cada uno en nuestro campo y de acuerdo con nuestras responsabilidades.

Bernardo Atxaga (Escritor)

1. No hay espacio para intelectuales como los de antaño. No vivimos en el desierto, en una sociedad en la que una mayoría carece de expresión (como en los días de Zola); vivimos en una selva con infinidad de voces, y lo que abunda es el “microintelectual”, persona que escribe artículos o libros y hace lo que puede en favor de tal o cual causa, generalmente poco.

2. Siempre ha sido así. Cuando Hesíodo escribió el Mito de las edades juzgó que su época pertenecía a la edad de hierro; las otras edades, sobre todo la de oro, solo habían tenido realidad en un pasado muy remoto. En cuanto a los remedios, lo mejor es empezar por uno mismo.

3. El relato existe, y basta leer a los socialistas (como los de antaño, se entiende) o a los seguidores de la escuela de Keynes (James K. Galbraith, por ejemplo) para conocerlo. Esquemáticamente, la causa principal de la crisis hay que buscarla en el modelo económico de la Escuela de Chicago (“el mercado es capaz de autorregularse”, etcétera) y en la ideología política concomitante (derecha y extrema derecha).

Santiago Auserón (Músico)

1. El intelectual ha quedado fuera de juego a finales del siglo XX. En otro tiempo era el letrado que aconsejaba a los tiranos, el clérigo que intervenía en el control de la moral pública, el pensador de la revolución. Ahora apenas puede ejercer como maestro de escuela o como estrella mediática de quinto orden.

2. El modelo económico americano, reforzado tras la Segunda Guerra Mundial, se independiza de esa tradición. La ciencia depende de los tecnócratas y de los grandes especuladores, bajo el supuesto de que la inercia del dinero guía a la humanidad mejor que los saberes tradicionales. La única solución es que la ciencia vuelva a aliarse con las artes y las letras, convirtiendo el conocimiento en bien público.

3. La especulación con valores numéricos no necesita relato. La gente necesita, sin embargo, además de dinero, una puesta al día de la fantasía, de la capacidad de representar el mundo. Todos manejamos programas de imagen y sonido para hacer cosas banales. Quizá llegue un momento en que los chavales puedan aplicar lo que aprenden con los aparatos al discurso político y a las relaciones sociales.

Yuri Herrera (Escritor)

1. “Los intelectuales” no son ya esos profetas encerrados en claustros: entre los intelectuales profesionales hay, sí, escritores de libros pero también de blogs, autores de cómics, diseñadores de sitios de Internet y activistas en favor de la libertad de información.

2. No sé si se puede seguir hablando de una “misión”, como si hubiera una obligación religiosa, pero sí creo que una de las labores es articular discursos que no solo ayuden a conjurar el caos sino a pensar otro tipo de orden social. A veces pareciera que vivimos la utopía de Cándido y sí es este el mejor de los mundos, porque no hay manera de desentrañar sus mecanismos y lo que queda es acomodarse a ellos. Ante eso, hacer preguntas incómodas y no permitir que sus opiniones estén maniatadas por el cheque quincenal.

3. Tal vez la crisis se derive de la contemplación del lugar al que nos llevaron esos valores: la opresión religiosa, la pesadilla de la razón en el siglo XX, por ejemplo. Si por remedio se entiende construir otro conjunto de valores que todos deben compartir, creo que esa solución ya no es factible. Los Grandes Relatos, incontestables y solemnes, están sometidos a la crítica más feroz. Y entre ellos incluyo a la Tecnología, que para muchos es la nueva panacea o la nueva ficción religiosa. Y esa crítica debe implicar ponerle nombre a las atrocidades cotidianas con las que convivimos como si fueran ineludibles (la súper explotación laboral no como un accidente sino como la norma entre las compañías más “respetables”, los genocidios, la devastación ambiental) y confrontar a sus responsables. Es a partir de esta clase de acciones como van produciéndose esos valores, no al contrario.

la letra escrita

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Por CHANTAL MAILLARD

“Se lo digo francamente, Señora”, le dijo el comisario de policía a Arundhati Roy, “este problema no podemos resolverlo los policías y los militares. El problema, con estos tribales, es que no comprenden la avidez. Y mientras no se vuelvan golosos, no habrá para nosotros ninguna esperanza. Le he dicho a mi jefe, quitad la fuerza y, en su lugar, poned una TV en cada casa. Todo se arreglará automáticamente”.

Hoy, después de muchos años pasados en el estudio de la letra escrita, empiezo a pensar que las sociedades ágrafas tendrían mucho que enseñarnos si tuviésemos la paciencia de escucharlas. Pueblos cuya economía de subsistencia respeta los ciclos naturales, pueblos que se saben formando parte del ecosistema y que, por tanto, ni lo degradan, ni lo corrompen. Pueblos que saben compartir su territorio con los demás seres que lo habitan y toman de él tan sólo lo que necesitan. Pueblos que no conocen el ansia.

ChantalCosechagetcoverPero fueron silenciados porque se le atribuye a la letra escrita más valor y más poder que a la voz. La voz cambia, dicen; la oralidad no es de fiar. Y, ciertamente, lo escrito no varía, de allí que ciertas escrituras se hayan considerado “sagradas” y “verdaderas”. Pero la verdad es una noción de correspondencia, y cuando nada hay con que hacerla corresponder, la letra es pura redundancia y germen de “ideologías”: discursos de ideas que se alimentan de sí mismas. No obstante, las sociedades de la letra escrita consideran a quienes no la tienen pueblos “atrasados”. Cuando éstos levantan la voz, nadie se entera porque a nadie le interesa. Me refiero a los poblados rurales de la India pero también a los de África y a los de las selvas amazónicas y a las de Birmania y tantos otros de los que no tenemos noticia.

Los ágrafos no son noticia hasta que alguien les concede voz en la lengua oficial del mundo global. No se les oye porque no interesa que existan y si, en contra de los intereses capitalistas, hacen muestra de existir, se les neutraliza rápidamente: se les convierte en operarios, se les desplaza o se les mata. Es fácil despojarles de sus tierras: sin los títulos de propiedad que nunca han necesitado, su hábitat de repente pertenece al Estado, que se lo vende a las grandes empresas, mineras, pesqueras u otras sin que a nadie parezca importarle que devasten las costas, destruyan los manglares, contaminen las aguas costeras, intoxiquen el suelo y deserticen las selvas con industrias “de saqueo y huida”. Los gobiernos hacen oídos sordos.

ChantalDiosesimagesCAP0MW5XVuelvo la mirada hacia los pueblos ágrafos, hacia su milenaria sabiduría, y considero con terror nuestra economía de producción. Pienso en la cantidad de objetos útiles e inútiles que, en cada segundo, se están manufacturando en industrias que no paran ni de día ni de noche. Considero lo que cada aumento productivo le resta a la Tierra. Y tiemblo.


Nosotros, los que creemos en la letra escrita y, en razón de ello, nos pensamos mejores e independientes del resto de este mundo, ¿qué hemos hecho por él? Hemos colonizado, socavado y pervertido naciones, hemos aprisionado, esclavizado, vendido, oprimido, convertimos el sustento en mercancía. Crecimos y nos multiplicamos sobre cadáveres y restos. No dudamos en llamar “plaga” al crecimiento desmedido de una especie en detrimento de otra, pero no parece que seamos capaces de aplicarnos la palabra, a pesar de la evidente destrucción que nuestro crecimiento y nuestra voluntad de perdurar eternamente le depara al resto del planeta.

Chantalviolencia_politica_en_la_india¿Volver a una economía de subsistencia? No parece que sea posible. ¿Decrecer? Como mínimo, debería intentarse. Al menos, menguar en soberbia, en individualismo, en creencias, y crecer en respeto y comprensión; cosas que a cada uno nos competen.



Vandana Shiva, Cosecha robada. El secuestro del suministro mundial de alimentos. Traducción de Albino Santos Mosquera. Ediciones Paidós.

Alain Daniélou, Mientras los dioses juegan. Traducción de Antonio Rodríguez Esteban. Editorial Atalanta

Alberto Cruz, La violencia política en la India. Ediciones La Caída.


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domingo, febrero 12, 2012

“Primero como tragedia, después como farsa” de Slavoj ŽiŽek

“Primero como tragedia, después como farsa” de Slavoj ŽiŽek - Círculo de Poesía
El sociólogo Luis Martínez, colaborador de Círculo de Poesía, nos presenta la reseña del libro de Slavoj ŽiŽek First as Tragedy, then as Farce, Londres, Verso, 2009. Se trata de una visión fundamental de los tiempos que vivimos y que inciden en la forma en que es entendida la literatura en general, la poesía en particular.

Primero como tragedia, después como farsa

Slavoj ŽiŽek nos presenta una exégesis de dos acontecimientos que marcaron el imaginario social en la primera década del siglo XXI: por un lado, el ataque del 11 de septiembre perpetuado en Nueva York en 2001 y, por el otro, el colapso financiero de la bolsa en 2008. Aludiendo por ello a las enseñanzas de El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, el autor sostiene que dichos eventos mostraron la lasitud de la utopía del “fin de la historia” propuesta por Francis Fukuyama y la pertinencia de nuevas formas de praxis comunista. Huelga decir que ŽiŽek no se ampara en un supuesto análisis neutral puesto que para él –influenciado indudablemente por la obra leninista– la verdad siempre es parcial y, por tanto, accesible cuando se toma partido. Esa opción es sin duda alguna el comunismo (p. 5).

La primera parte del texto, titulada It’s Ideology, Stupid! es un diagnóstico sobre el núcleo utópico de la ideología capitalista que determina nuestras percepciones y, por ende, nuestras reacciones ante la crisis. Para ŽiŽek, la relación asimétrica entre la Wall Street y la Main Street devela la composición estructural y la tendencia ideológica del capitalismo en su presentación neoliberal. Una manifestación de dicha tendencia se expresó en el “rescate bancario” que socializó las pérdidas del capital financiero. Asumiendo diligentemente los consejos de asesores y especialistas en materia financiera de Wall Street, la Main Street cumplió estoicamente las propuestas. Sin embargo es fundamental reconocer que los consejos “aparentemente” económicos son, al mismo tiempo, políticos; por tanto, la politización de lo económico se convierte en un punto medular en los debates contemporáneos.

La narrativa hegemónica culpabilizó solamente a la bolsa por la crisis, sin abordar la responsabilidad del sistema capitalista. Por ello ŽiŽek subraya la función semántica-ideológica del locus neoliberal que absuelve teleológica –y teológicamente– al capital. Siguiendo a Alain Badiou el autor sugiere que “el capitalismo es el primer orden socio-económico donde los significados son des-totalizados (…) y la dimensión global del capitalismo puede ser formulada sólo en el nivel de una verdad-sin-significado” (p. 25).

La “estructura de la propaganda del enemigo” refiere al proceso no sólo simbólico sino material de las nuevas orientaciones que fomenta el relato hegemónico, a saber: el cuidado ambiental (eco-capitalismo), la lucha contra la pobreza (PNDU) u otras causas justas, pero en las que se omite deliberadamente la cuestión de la propiedad privada, es decir, el verdadero núcleo del sistema. Al respecto –nos dice el autor– el Manifiesto Comunista concluía que mientras la abolición de la propiedad privada como elemento constitutivo en la producción no sea incluida en la lista de demandas, dicha lista puede ser reconocida y aceptada en las democracias “burguesas” (p. 38).

Para explicar la función ideológica de la democracia “burguesa” el autor nos recuerda la anécdota de la herradura en la puerta de la casa de Niels Bohr. Se dice que cuando cuestionaron al físico danés sobre la “herradura”, él contesto que no creía en nada pero que mantenía la herradura porque incluso aunque él fuera incrédulo el objeto funcionaba. En ese sentido, para ŽiŽek algo similar ocurre con la democracia pues nadie la toma en serio pero asumimos que funciona aún sin creer en ella (p. 51).

Asimismo, la “totalidad” como noción crítica sigue siendo válida, pues a decir de ŽiŽek esta categoría no refiere a la armonía oculta en el Todo, sino que incluye dentro del sistema todos sus síntomas y, por tanto, su antagonismo e inconsistencias como partes integrantes (p. 76). De ahí que las reivindicaciones sociales o culturales no deban estar desligadas de la cuestión económica puesto que su omisión puede ser un aliciente para la reificación del sistema.

La segunda parte del libro, The Communist Hypothesis, es una tentativa de localizar aspectos que permitan la emergencia de nuevas formas de praxis comunistas en la época del “tiempo Apocalíptico”, esto es, “el tiempo del fin del tiempo”. Para ello, el pensador eslavo señala que actualmente podemos encontrar cuatro versiones de la temporalidad apocalíptica: el fundamentalismo cristiano, la espiritualidad New Age, el pos-humanismo tecno-digital y el ecologismo secular (p. 93).

ŽiŽek enfatiza que el antagonismo entre el Incluido y el Excluido es crucial puesto que sin éste las otras formas de contradicción pierden su “filo subversivo” por ejemplo, el giro ecológico se torna una cuestión de desarrollo sustentable, la propiedad intelectual se vuelve un intercambio legal o las preocupaciones biogenéticas devienen una opción ética. Así, luchar por el respeto ambiental, la defensa de una noción ampliada de propiedad intelectual o la oposición al “derecho de propiedad” sobre los genes (copyrighting) sin referencia a la resolución del antagonismo entre el Incluido y el Excluido (p. 97) es una lucha estéril. Es por ello que radicalizando hegelianamente la noción de democracia, el autor propone concebir la política emancipadora como un corto-circuito entre la “parte de la no-parte”, en otras palabras, en la inclusión del Excluido dentro del espacio socio-político. De ahí que identifiquemos dos versiones distintas de democracia, por un lado la democracia en su ámbito pseudo-concreto, es decir, como apariencia reificante de dominación y, en contraposición a ella, tenemos la democracia como proceso universal de inclusiones reales.

Con la finalidad de esclarecer un elemento de la definición del comunismo, apoyado en San Pablo, el autor aborda la importancia de la universalidad singular como vínculo entre lo particular y lo universal que supera las determinaciones locales. Para ello, interpreta la revuelta de los esclavos negros en Haití no sólo como eco de los ideales de la Revolución Francesa (libertad, igualdad y fraternidad) sino, aún más lejos, como su puesta en práctica. Los esclavos de Santo Domingo tomaron literalmente el mensaje del Iluminismo francés ignorando las cuestiones ontológicas que concedían la libertad solamente a los sujetos de racionalidad madura y no a los salvajes en estado de inmadurez culpable, en este sentido, para el pensador eslavo, el sublime momento “comunista” se gestó cuando los soldados de Napoleón (que habían sido enviados para restablecer la esclavitud) se aproximó al ejército negro formado por ex esclavos (que habían obtenido la libertad por cuenta propia) y en lugar de encontrar huestes entonando canciones tribales se toparon con un grupo de hombres que entonaban la Marseillaise dando como resultado, un cuestionamiento no sólo ético sino político por parte de la armada francesa. ¿Estarían pelando en el lado correcto?¿Quiénes estaban llevando hasta sus últimas consecuencias el mensaje revolucionario? ¿Quiénes eran más modernos?

La revolución haitiana es significativa como proceso de ruptura donde la “parte no-parte” se hace de un lugar propio en el cuerpo social; sin embargo, a la postre dicha inclusión cumplió una posición subalterna dentro de la configuración hegemónica pues la nueva élite nativa continuó la reproducción de la forma socio-económica; esto es, preservó el proceso de producción con base en la explotación capitalista. Posterior a la abolición de la esclavitud, el nuevo gobierno de Haití impulsó un “militarismo agrario” sustentado en la producción-exportación de la caña de azúcar y, por ende, el trabajo “formalmente libre” no hizo sino condicionar el surgimiento de la contradicción inmanente entre capital y trabajo. En este sentido lo esencial del análisis marxista radica en develar la perversidad de la matriz legal-ideológica de la libertad-igualdad que no sólo encumbre a la explotación-dominación sino que es precisamente la forma en la que ésta se ejerce (p. 121).

No sabemos si ŽiŽek incluye a Europa del Este en su reivindicación del “legado Occidental” cuando se ocupa de su dialéctica entre forma y contenido. Al respecto, argumenta que si bien Francia colonizó Haití fue la Revolución de 1789 la que dotó de una fundamentación ideológica a la rebelión que liberó a los esclavos y estableció la Independencia de aquella isla del Caribe (p. 115). Sin embargo, debemos detenernos en este punto ya que es evidente que una de las fuentes filosóficas de este autor la representa Hegel.

Algunos intelectuales señalan que la categoría Occidente en Hegel o Weber no es geográfica sino analítica. Sin embargo consideramos dos aspectos importantes que nos hacen descartar esta posición. El primero es gnoseológico puesto que toda producción teórica, estética o científica tiene un referente geo-histórico y social concreto. En este caso los pensadores del siglo XIX tenían como contexto el ascenso económico de Europa (Rise of the West). El segundo aspecto es histórico, ya que no debemos dejar de lado que las Lecciones sobre la filosofía de la historia universal de Hegel impusieron un consenso (ideológico, silogístico y epistémico) de la supuesta superioridad occidental. Por Europa se hacía referencia a Inglaterra, Francia y Alemania, en algunas ocasiones a los países nórdicos, pero no se aludía a los pueblos que se encontraban del otro lado de los Pirineos y de los Alpes, ni mucho menos a los países del este ¿Cómo explicaría nuestro filósofo esloveno no sólo el desdén de la que es presa la producción teórica de Liubliana, Bratislava o Varsovia, entre otras “geografías del saber”, por parte del pensamiento inglés, francés o alemán sino también la asimetría enunciativa entre las geopolíticas del conocimiento ?

Por nuestra parte creemos que la conclusión de Frantz Fanon citado por ŽiŽek (p.116-117) – sigue siendo válida en estos días. Para Fanon, el proyecto europeo está definitivamente terminado, en consecuencia, debemos encontrar otro. No debemos convertirnos en patética caricatura europea. Decidámonos a no imitar a Europa y tensemos nuestros músculos y cerebros hacia una nueva dirección, en otras palabras, seamos capaces de crear al hombre nuevo que Europa ha sido incapaz de parir. Para el autor de Les damnés de la terre nuestro horizonte debe ser “otro” y por ello debemos desarrollar un pensamiento nuevo, esto significa, un proyecto político, ético y epistemológico que tenga como objetivo la liberación económica, social y cultural de los pueblos y las clases dominadas.

En otro orden de ideas, ŽiŽek aborda la propuesta del multiculturalismo para poder evidenciar la hipocresía oculta en sus “nobles intenciones”. En ese sentido, el autor alude a las medidas anti-migratorias adoptadas por los gobiernos y sus nuevos muros (EU-México) construidos con el objetivo de contener el flujo de la mano de obra. No obstante a la interesante y provocadora sugerencia de concebir al trabajador inmigrante como un nuevo tipo de strike-breaker y, por tanto, un aliado del capital (p. 118), por nuestra cuenta, estamos convencidos que dicha exageración resulta incisiva en el debate académico pero finalmente es estéril en el ámbito político de luchas reales porque inmovilizan a la población. Sostenemos que por muy pequeñas que parezcan las batallas y escaramuzas, éstas deben ser fraguadas en todos los terrenos pues el continuum de la historia debe seguir siendo desafiado “desde abajo y a la izquierda” como nos lo han puesto en evidencia los indígenas zapatistas del sureste mexicano. Al respecto, seguimos reflexionando con Walter Benjamin –citado también en el texto (p. 146)– que para el revolucionario la oportunidad revolucionaria de cada instante histórico se verifica en la situación política. De suerte que las contiendas teóricas y políticas deben seguirse librando.

En términos generales y, como ya nos tiene acostumbrado el autor, este texto es una provocación aguda e inteligente para re-plantearnos algunos preceptos teóricos y políticos que la izquierda ha dejado de lado en estos últimos años. La social-democracia como expresión ideológica de la forma hegemónica no debe desviarnos de nuestro objetivo final: la destrucción del capitalismo como relación social específica.

PortadaZizek[1]

Reseña del libro de Slavoj ŽiŽek First as Tragedy, then as Farce, Londres, Verso, 2009, p. 154.

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