sábado, febrero 25, 2012

El arte de la persuasión

El arte de la persuasión | Cultura | EL PAÍS

La pasión por la conversación, la inteligencia y la reflexión. Tres cualidades que definen al intelectual, un pensador que trata de influir sobre el corazón del poder o la realidad exterior, alguien capaz de ejercer el derecho de injerencia, cambiar la historia o encarnar un momento en la vida de un país. La definición en sí misma parece una reliquia del pasado. Como si la especie hubiera sido devorada por ese universo hambriento de Internet. Alain Minc (París, 1949), autor de Una historia política de los intelectuales (Duomo Perímetro), compara a la raza de los pensadores con “la diversidad de los quesos, la variedad de los paisajes o la pasión por las revoluciones, una especialidad muy francesa”.

Pero dónde situar el punto de partida de este linaje ¿Sócrates o Platón? ¿Santo Tomás de Aquino? ¿Erasmo? “Que cada uno opine lo que quiera”. Minc, ensayista y politólogo, lo tiene claro: “El intelectual moderno nace en el siglo XVIII, cuando la sociedad civil se emancipa de la omnipotencia real. Los salones son la primera manifestación de ello. Desde esta época, el intelectual se sitúa del lado del poder o en su contra”, contesta el escritor vía correo electrónico desde su oficina en la capital francesa. Entonces, las élites europeas hablaban en francés y las ideas nacían, vivían y morían en París. En su top particular, Voltaire, “tan seductor como cuestionable, tan brillante como superficial”, ocupa el puesto de primer intelectual de la historia, el primero que ejercerá sobre la sociedad un magisterio tan completo como el rey sobre el Estado y el primero que hará de la defensa de los oprimidos un valor indiscutible.

Jean-Paul Sartre (París, 1905-1980; Nobel de Literatura en 1964) y Simone de Beauvoir (París, 1908-1986), en 1970. / BRUNO BARBEY (MAGNUM PHOTOS / CONTACTO)

Como pensador que ha leído y releído a los intelectuales, Minc decidió atreverse con la corporación más poderosa de su país para superar la frustración que le dejó su libro anterior, Una historia de Francia. Durante la redacción sintió que la vida de las ideas aparecía al trasluz. “Necesitaba satisfacer el deseo de repasar mis jerarquías y de verificar mis simpatías y antipatías que han ido cambiando a lo largo del tiempo”. De lectura amena, el libro recorre la historia francesa desde la Ilustración a nuestros días. ¿La reflexión sobre el pasado puede ayudar a alumbrar el presente? “La historia es la mejor disciplina para comprender el presente. No porque ella señale una fatalidad o un encadenamiento sino porque es la ciencia social más global. Pienso que no hay mejor caja de herramientas, por ejemplo, para explicar el mundo de hoy que la de Braudel. Asimismo, está La extraña derrota, de Marc Bloch, libro escrito en 1940, que sirve perfectamente como un manual para comprender el funcionamiento actual de las élites”.

Visto desde el presente, el pasado suena apasionante. Una revolución, dos guerras mundiales, la adhesión al comunismo y su rechazo posterior en 1968, tras la invasión de Praga y el reconocimiento de los campos de trabajo, Minc cree que la historia de los intelectuales franceses está marcada por grandes choques: “La Revolución y, como reacción, la contrarrevolución; el caso Dreyfus; la relación en el siglo XX entre los dos totalitarismos: fascismo y comunismo. Hoy la escena es más llana: ya no hay un elemento primordial susceptible de provocar guerras civiles intelectuales”.

Capítulo aparte merecen en este ensayo las mujeres (George Sand, Flora Tristan y Louise Michel), “auténticas revolucionarias”, o el caso Dreyfus, en cuyo origen se sitúa el nacimiento del término intelectual. André Gide emerge como “la figura emblemática del pensador comprometido” y Sartre como el experto en el balanceo ideológico: “Cazar en manada siempre es una ventaja. Sin Beauvoir y sin la corte no habría podido llevar a cabo semejantes idas y venidas políticas con tan mínimo coste”.

Internet crea un gran baño democrático que anula todas las jerarquías, incluyendo a los intelectuales

Chateaubriand, Balzac, Zola, Maupassant, Victor Hugo, Goethe, Kant, Gide, Malraux. ¿Quiénes ocupan hoy la vanguardia de la sociedad? “Ya no existe la figura del intelectual magistral a la antigua usanza. Sartre es el último de ellos. Bourdieu intentó reinventar el papel, pero no ha conseguido más que ser un pálido imitador. Bernard-Henri Lévy se cree un Malraux contemporáneo y él llega a mezclar la reflexión y la acción con el caso de Libia como punto culminante. Pero su magisterio no puede compararse con el de Sartre y Malraux; no por un fallo suyo sino porque la sociedad ha cambiado. ¡Todas las autoridades están debilitadas: la política, la religiosa y también la intelectual!”.

—Durante el Mayo Francés los intelectuales dirigieron la movida. ¿En un mundo tan dominado por los mercados, los economistas pueden sustituir a los filósofos?

—Los economistas jamás serán sabios. Ellos son expertos que la opinión pública quiere abusivamente transformar en profetas. Pero son expertos que carecen de un pensamiento global sobre la sociedad. Hasta Keynes, el más grande entre ellos, no se interesa en el funcionamiento de la sociedad. Él no es capaz, como lo hizo Marx de forma extraordinaria, de volver indisociables la economía y la sociedad.

La irrupción de Internet lo cambia todo. Su tesis es que ya no existe monopolio de la información, “no más jerarquías, no más circuitos privilegiados. En el reino del buzz todo el mundo se mete en los asuntos de los demás”.

—¿En qué medida la Red transformará el funcionamiento de la esfera intelectual?

Los economistas jamás serán sabios. Son expertos que la opinión pública quiere abusivamente transformar en profetas

—Ya no existe la vanguardia de la sociedad. Internet crea un gran baño democrático que anula todas las jerarquías, incluyendo a los intelectuales. El sistema de poder intelectual —libros, críticas, debates mediáticos— está atacado por la Red. Nada está dado de antemano. Dicho esto, este inmenso espacio tiene un mayor inconveniente: desvalora al experto y al erudito. En la Red, todo vale: la opinión emotiva tanto como el razonamiento deductivo. ¿Cómo se recrearán nuevas legitimidades? Nadie lo sabe.

El futuro, vaticina Minc, será de los e-intelectuales. Esa nueva especie emergerá de este inmenso guirigay, pero es imposible definirlo hoy. “En todo caso, no será el pensador magistral que reflexionará como un clásico internetizado”.

—¿Cuál debería ser la hoja de ruta para una nueva Europa en este ciclo histórico que ahora sin duda comienza?

—Europa debe estar orgullosa de sí misma. Es el espacio más libre del mundo en términos de habeas corpus, de libertades individuales, de derechos humanos. Estados Unidos es mucho más restrictivo. Existe un modelo europeo, tanto en términos de derechos como en términos económicos. ¿Acaso hay un modelo más equilibrado que la economía social de mercado? En cuanto a la construcción política, esta avanza a su manera, a pesar de que lo haga con torpeza. ¡Habría que otorgar el Premio Carlomagno a los mercados! Estos últimos nos han obligado, en solo dos años, a dar pasos hacia delante que eran inimaginables. ¡Y otro premio a los intelectuales por ser los portavoces del milagro europeo!

—¿Siente que la crisis de valores actual es, en realidad, la crisis del pensamiento europeo?

—No existe una crisis del pensamiento europeo. La anulación de los sabios es testimonio de una madurez creciente. El intelectual “a la antigua” representaba para el pensamiento lo que los reyes representaban para la autoridad: una autoridad superior. Los eruditos se han multiplicado; el nivel cultural ha aumentado. Del mismo modo que los sistemas de poder político apoyan cada vez menos la autocracia, la sociedad no quiere saber más de “tótemes intelectuales”. De Gaulle ya no es posible pero Sartre tampoco. Es la prueba de que hemos progresado.



Examen de conciencia

John Gerassi en conversación con Sartre, Alain Minc, Evelyn Juers y Paul Berman analizan la pérdida de peso político y social de los hombres de letras en las últimas décadas


André Gide toma en 1936 la palabra en un homenaje en París al escritor francés Romain Rolland, acompañado a la derecha por Louis Aragon y a su izquierda por André Malraux


Alain Minc ha tratado de responder a la pregunta de dónde están los intelectuales, reiterada con regularidad desde el inicio de la crisis económica y su progresiva transformación en crisis política y social. Lo ha hecho dando por descontada la respuesta, en el entendimiento de que la pregunta no traduce un verdadero interrogante sino una exclamación a medias furiosa y a medias decepcionada. En realidad, nadie espera que se le diga dónde están cuando, víctima del temor, pregunta por los intelectuales; lo que espera, por el contrario, es que se le confirme que no están. Pero, ¿no están porque han desertado o porque han dejado de existir?

En Una historia política de los intelectuales, Minc se inclina por esto último y, aunque circunscribe el fenómeno a Francia, el hecho de que fuera Francia el país donde nació la figura del escritor que aspira a convertirse en conciencia moral de su época invita a generalizar el diagnóstico de que hoy no es posible encontrar “hombres de letras —filósofos, novelistas, historiadores— que utilicen su fama para tener peso sobre los grandes temas políticos”. Y si no a generalizarlo, sí al menos a considerarlo como un signo precursor: si “la sociedad francesa ya no fabrica intelectuales a la antigua”, según afirma Minc, el tiempo en el que otras sociedades dejen de “fabricarlos” no debe de estar lejos. Entre otras razones porque las causas a las que apunta Minc no se circunscriben a la sociedad francesa sino que afectan a todas las sociedades, con mayor o menor intensidad.

“Ante desafíos dispersos”, escribe Minc refiriéndose, entre otras, a la defensa del medio ambiente, los derechos humanos o la regulación del capitalismo, “los combatientes se dispersan también. Los apasionados de una causa no son automáticamente los de otra causa, pues no existe ya ideología unificadora”. A ello habría que añadir, siempre según Minc, los efectos de las nuevas tecnologías y de la web, que describe como “un universo trepidante” en el que “no existe ya la primacía de la palabra famosa, ni canal vertical de difusión, ni autoridad implícita”. Minc no lo lamenta: “¡Qué felicidad! Una pizca de anarquía en el mundo de los grandes pensadores”. Como tampoco lamenta la ausencia de “una ideología unificadora”, causa última de una de las más flagrantes paradojas del siglo XX. Minc la formula entre signos de interrogación: “¿Por qué tantas mentes superiores acumularon tantos errores?”.

Como pormenorizado compendio de los errores a los que se refiere Minc cabría interpretar Conversaciones con Sartre, una sucesión cronológica de entrevistas con el filósofo mantenidas por John Gerassi entre 1970 y 1974. Gerassi, profesor, periodista y escritor comprometido en el estilo sartreano, salta en sus preguntas de los asuntos privados a las grandes cuestiones políticas, pasando por la literatura y el arte. El Sartre que se perfila en estas Conversaciones no es el hombre de letras y el activista revolucionario, sino el intelectual en sus circunstancias, en todas sus circunstancias.

Sartre habla en todo momento como si estuviese a la espera de que triunfe su fe única e indestructible

Gerassi pregunta a Sartre por su infancia, su horario de trabajo, su trato con las “amantes contingentes” como satélites alrededor de la “relación necesaria” encarnada por Beauvoir. En el Sartre que va perfilando Gerassi, el intelectual se confunde con el escolástico que reinterpreta una y otra vez su fe única e indestructible para ponerla a salvo de las exigencias más elementales de la moral y también de los categóricos desmentidos de la realidad, tanto en su vida privada como en sus juicios sobre los acontecimientos colectivos.

Sartre habla en todo momento como si estuviese a la espera de que triunfe su fe única e indestructible, como si el suyo fuera un tiempo de prórroga en el que lo viejo agoniza y lo nuevo lanza destellos en puntos alejados del mundo y a través de fenómenos que no parecen guardar relación entre sí. Si el inteletual sirve para algo, parece decir Sartre, es para trazar el dibujo que esconden esos puntos aislados y para recordar que ese dibujo coincide con el que propone, cómo no, su fe única e indestructible. Para recordárselo, por ejemplo, a los alemanes de la República Federal que veían con espanto los crímenes de la banda Baader-Meinhof, una “organización revolucionaria violenta” que, para Sartre, “no ha matado ni a un solo inocente” y que “únicamente acorralaba a los cerdos viciosos de su sociedad, y a los coroneles estadounidenses que los adulaban”.

Evelyn Juers y Paul Berman ofrecen una respuesta distinta de la de Minc y la de John Gerassi a la pregunta de dónde están los intelectuales. De las Conversaciones con Sartre podría extraerse la conclusión de que los intelectuales, algunos intelectuales, legitimaron la barbarie sin llegar a padecerla. A través de la peripecia política y biográfica de Heinrich Mann y Nelly Kröger, Juers ofrece en La casa del exilio un panorama de los escritores perseguidos que encontraron refugio en Estados Unidos mientras Europa se desangraba. Las dificultades materiales a las que se enfrentan son las de cualquier exiliado, solo que, en su caso, el desamparo se ve multiplicado al perder el público que entiende la lengua en la que se expresan.

En cuanto a Berman, no cree como Minc que los intelectuales hayan dejado de existir; para Berman, han desertado, han huido, como sostiene desde el título. Han desertado al menos a la hora de luchar contra el terrorismo islamista, y por eso Berman los acusa de condescender irresponsablemente con un nuevo fascismo. Berman no advierte, sin embargo, que su aproximación podría estar reiterando los errores de quienes levantaron por única bandera la del antifascismo; es decir, los mismos errores de los que dan cuenta los ensayos de Minc y de Gerassi.

Una historia política de los intelectuales. Alain Minc. Traducción de Mónica Rubio. Duomo Perímetro. Barcelona, 2012. 487 páginas. 24 euros. Conversaciones con Sartre. John Gerassi. Traducción de Palmira Feixas. Sexto Piso. Madrid, 2012. 508 páginas. 26 euros. La casa del exilio. Evelyn Juers. Traducción de Verónica Fernández-Muro. Circe. Barcelona, 2012. 416 páginas. 22 euros. La huida de los intelectuales. Paul Berman. Traducción de Juanjo Estrella. Duomo. Barcelona, 2012. 284 páginas (sale el 9 de abril)


Sin pensamiento crítico

Mario Vargas Llosa afirma que los escritores de hoy consideran pretencioso involucrarse en la vida cívica y política. ¿Cambio de época o problema generacional? Filósofos, novelistas, músicos y científicos responden a una encuesta de 'Babelia' sobre el papel de los intelectuales

Imagen tomada e la Puerta del Sol de Madrid en mayo de 2011 / CARLOS SPOTTORNO


1. ¿Qué papel ocupan en la sociedad actual los intelectuales?

2. ¿Por qué cree que se ha llegado a una situación de crisis de valores universales y qué remedios pondría para repararlo?

3. La crisis económica parece habernos dejado sin un relato coherente del fenómeno. ¿Cómo lo interpreta?

Fernando Savater (Filósofo)

1. Los intelectuales son escritores, profesores y artistas que quieren hacerse oír fuera de sus áreas de trabajo sobre cuestiones políticas y sociales. Deberían aportar al debate público argumentos o propuestas que trascendiesen las cautelas del pragmatismo político habitual, para así enriquecer la comprensión y no la confusión o la simplificación de esos temas.

2. Los valores se fraguan en situaciones críticas, en la pugna entre lo que es y lo que creemos que debería ser. Se definen y redefinen permanentemente de acuerdo con el decurso histórico y el pensamiento crítico. Me encantaría conocer alguna época del pasado en la que no hubiera habido crisis de valores, para mudarme a ella…

3. No tenemos un relato coherente de la crisis económica (aunque cada día se publican tres o cuatro libros sobre el tema), ni sobre la ciencia moderna, ni sobre el papel de las religiones, ni sobre la ciudadanía democrática, ni sobre el arte o la literatura, ni sobre el erotismo, ni sobre los méritos respectivos de Pelé, Ronaldo y Messi. Los dogmas nos fascinan pero enseguida nos aburren. Vamos, que estamos como siempre, pero ahora con blogs, Twitter y demás adminículos de portavocía.

Cees Nooteboom (Escritor)

1. A lo largo de la historia, los intelectuales han cometido errores notables. Admiro a Foucault, pero creo que se equivocó al apoyar el retorno de Jomeini a Irán. Como recordarán promovió una gran manifestación en París. Knut Hamsun admiraba a Hitler. Neruda escribió una oda para Stalin. Solo me manifesté públicamente contra el bombardeo estadounidense de Camboya y el resultado de aquello fue el cese de los bombardeos y el comienzo del régimen sangriento de Pol Pot. Los intelectuales son ciudadanos como cualquier otro, lo que significa que nadie es infalible, pero deberían ser cuidadosos. No digo que tengan que callar. La libertad de expresión es un gran bien, pero uno debe estar informado lo mejor que pueda.

2. La crisis de valores universales ha existido siempre. Probablemente, ahora mismo, alguien en su casa esté teniendo una idea que cambiará la historia. A lo largo de mi vida, conocí la Segunda Guerra Mundial, la guerra fría, las guerras coloniales, el fascismo, el Holocausto y el comunismo. Estuve en Budapest en 1956, en Bolivia en 1968 y en Berlín en 1989. Ahora está el islamismo y la crisis del capitalismo. Spinoza dijo que había que mirar los acontecimientos de nuestra vida sub specie aeternitatis y me encantaría, pero no es siempre posible. Algunas veces es mejor leer poesía que mirar los periódicos.

3. No soy un experto en finanzas. He visto cómo gran parte de la costa española era destruida por un codicioso y sin sentido boom de la construcción. Si los políticos que iniciaron la UE hubieran optado por una unión fiscal, no estaríamos inmersos ahora en este contagioso desastre, pero era demasiado pronto para crear una federación que nadie deseaba realmente. El nacionalismo y el mantra de la soberanía todavía son muy poderosos. Se habla mucho acerca de los mercados, pero deberíamos darnos cuenta de que nosotros mismos, nuestros Estados, nuestros bancos y nuestro fondo de pensiones, son el mercado. Vivimos en democracias, votamos, somos los amos y las víctimas. Solamente el inocente absoluto está exento de culpa.

Elena Poniatowska (Escritora)

1. Lo primero que debe hacer un escritor es escribir bien. Un mal escritor no puede ayudarle a causa alguna. En México es difícil separarse de lo que le sucede al país. Supongo que lo mismo pasa en otros países de América Latina. La realidad se mete a la casa y la invade, la gente está siempre pendiente de lo que hace un escritor y lo convierte en figura pública. Lo incluye en encuestas, le pregunta qué come y con qué duerme. Tanto a Octavio Paz como a Carlos Fuentes, como a Rosario Castellanos, les pidieron que fueran embajadores de México en el exterior. Muchos intelectuales solo se preocupan por sí mismos. Para no tener problemas no participan en la vida del país. Solo hablan de su obra y su lucha, es ante todo por su propio bienestar y sus prebendas. Estar en la oposición es un error que el poder castiga. No hay reconocimiento para el opositor.

2. En México hay un abismo entre una clase social y otra y seguimos siendo racistas en contra de nosotros mismos. Solo hubo en el pasado, en los 31 Estados de la República y en el Distrito Federal, un gobernador indio, moreno después de Benito Juárez y ese fue el gobernador de Oaxaca, Heladio Ramírez. México se ha vaciado de campesinos y trabajadores. Los mexicanos más pobres se van a California, a Texas y hasta a la frontera con Canadá. Buscan el respeto, el amor y sus alimentos terrestres (y espirituales) en otra tierra que no es la suya porque su país les ha fallado. Dejar el propio país es una desgracia. El éxodo es ahora un rasgo definitorio de nuestro siglo, los países se van destejiendo como lo hacen las mujeres que tejen, se equivocan y vuelven a usar la misma lana. Nuestro problema es que no sabemos si habrá lana ni borregos.

3. Compro, luego existo y si ya no tengo para comprar ya no existo y si nunca tuve nada tampoco existí. Jesusa Palancares, la protagonista de la novela Hasta no verte Jesús mío, decía: “Soy basura a la que el perro le echa una miada y sigue caminando”. Esa respuesta de una mexicana que participó en la Revolución de 1910 es significativa. ¿Qué le dio la Revolución? ¿Qué nos dio a nosotros el capitalismo? ¿Qué el comunismo? Creo en el amor, no en los ismos, creo que el otro merece el trato que nosotros nos damos a nosotros mismos.

Jorge Volpi (Escritor)

1. Su papel ha disminuido considerablemente, comparado con el que detentaron en el siglo XX. El triunfo de las democracias liberales ha provocado que los “intelectuales” ya no sean las únicas voces críticas que expresen públicamente su opinión, y que en nuestros días sean expertos en ciencias sociales (politólogos, sociólogos, historiadores, etcétera) quienes ocupen el foro público, al lado de los llamados “opinadores profesionales”, los tertulianos que aparecen en los medios sin poseer una obra artística o científica relevante. El papel actual de los intelectuales debería ser contribuir al debate público con opiniones informadas sobre asuntos de interés general, pero sin asumir ya el papel de “vanguardia de la sociedad”.

2. No sé si estamos en una situación de crisis de valores universales, sí que estamos frente a una crisis general de las democracias liberales, tanto en términos políticos como económicos. No es fácil ofrecer una receta, aunque por lo menos debemos ser capaces de reconocer cuáles han sido las causas que nos han llevado hasta aquí, en especial el triunfo del modelo neoliberal con el consecuente predominio del individualismo a ultranza y el olvido de los valores de solidaridad que Occidente defendió frente al modelo comunista.

3. Creo que el relato de lo que ocurre está aún en formación, estamos quizás todavía demasiado cerca de la crisis (cuyo inicio podemos situar en 1989, con la caída del muro de Berlín, y su clímax en 2008, con la caída de Lehman Brothers). Pero justo corresponde a los novelistas —y en otro sentido, a los historiadores— elaborarlo en los años que vienen.

Jonathan Franzen (Escritor)

1. Me siento un poco como alguien que trabaja en una fábrica y vienen a preguntarle cuál debe ser la función de los trabajadores hoy en día. Supongo que debe ser un rol parecido. En cada caso la respuesta debe ser la misma: ser un buen ciudadano, prestar atención a lo que sucede y votar. Hay algo que diferencia mi situación del que hace muebles y es que como ciudadano siento cierta responsabilidad para hablar de las formas de injusticia que son importantes para mí. No creo que los norteamericanos busquen consejos políticos de los escritores. Para los americanos esa es una idea ridícula, así como pedirle a un fabricante de muebles que arregle el mundo. Su respuesta sería: “Así es como yo ayudo, haciendo los muebles lo mejor que puedo”.

Victoria Camps (Filósofa)

1. Los intelectuales de hoy son los periodistas que escriben artículos de opinión, participan en tertulias y en debates. Siguen contribuyendo, como siempre, a formar opinión, pero a través de los medios de comunicación y, por lo tanto, subordinados a las exigencias de cada medio.

2. Supongo que al hablar de valores nos referimos a valores morales. No creo que esos valores estén ahora más en crisis. Lo que sí ocurre es que cada vez son valores más abstractos (por eso pueden ser universales) y requiere más esfuerzo vincularlos a prácticas concretas. ¿Remedio? Un cambio de paradigma radical que conduzca a admirar más al responsable, honrado y decente, que al corrupto y codicioso.

3. Tenemos un diagnóstico de lo que ha ocurrido y por qué. Quizá falta el relato del tratamiento más adecuado para salir de la crisis y, lo que es más importante, no volver a poner las condiciones para caer en algo parecido otra vez.

Milagros del Corral (Delegada de la Unesco para el libro digital)

1. La sociedad española no destaca por su aprecio a los intelectuales —de los que tampoco andamos sobrados— y que más bien inspiran recelo. Quizás por esta razón, estos vienen manteniendo un perfil bajo, sobre todo desde el principio de la crisis dejando el territorio del pensamiento en manos de los economistas. Actualmente, su misión ha sido okupada de alguna manera por los “indignados” que no plantean su rebeldía desde un riguroso análisis intelectual sino desde lo visceral de sus experiencias.

2. La crisis de valores es ante todo la crisis del pensamiento europeo y la estruendosa abdicación de la defensa de estos valores por parte de unas Naciones Unidas envejecidas. Europa es hoy “l’Europe des épiciers”, más preocupada por la pérdida de valor adquisitivo de sus ciudadanos y de su peso político a nivel global. El sueño europeo, porque se quedó en los cimientos mercantiles que ahora se tambalean peligrosamente, se está desmoronando ante nuestros ojos sin haber alcanzado sus ideales fundadores porque hemos perdido el relato y la fe en la fuerza de nuestro pensamiento y en el poder de las ideas cuando más falta nos hacían.

3. Echamos en falta ese relato coherente precisamente por haber decidido que solo se trata de un fenómeno pasajero puramente económico, cuando el verdadero problema tiene tanto o más que ver con modos de vida insostenibles y modelos sociales importados, que los españoles no supimos asimilar inteligentemente, abandonándonos de forma acrítica al disfrute materialista y a un individualismo exacerbado. No se trata de flagelarnos sino de hacer un “examen de conciencia” sobre los errores pasados, y un “propósito de la enmienda” que parta del reconocimiento de quiénes somos y de dónde venimos, sin cainismos ni derrotismos, con un mínimo de perspectiva histórica, para construir sobre bases sólidas la visión de quiénes podemos ser. No importa tanto de quién sea la culpa de lo que pasó porque, en buena medida, la culpa es de todos. En efecto, el relato de la España del siglo XXI está por escribir.

Daniel Divinsky (Editor)

1. Rancière escribió: “Actuar con el pensamiento es propio de todos, por ende, de nadie en particular (…). En este sentido, nadie tiene derecho a hablar como intelectual, lo que equivale a decir que todo el mundo lo es”. Esta afirmación es indiscutible, por lo cual ese papel es el de cualquier ciudadano, con el agregado como “misión”, de que, al manejar mejor —se supone— la palabra, deberían poner en letras los pensamientos de la comunidad.

2. “De las tres causas de la Revolución Francesa, enumeraré 99”, habría dicho un estudiante en un examen provocando una crisis terminal a su profesor (según Chamico, humorista argentino). Como no tengo espacio para describir las 99, me remito a lo que expresan Hobsbawm, Chomsky, Krugman y Stiglitz, con cuyas visiones coincido también en cuanto a posibles remedios.

3. Dejó sin relato coherente a los voceros de los países y sectores sociales dominantes, que habían comprado antes, sin reticencias, la fábula del progreso y el crecimiento infinitos. Hay otros relatos, muy coherentes, que vienen de orientaciones ideológicas diferentes.

Ariel Dorfman(Escritor)

1. Cuidado con los preceptos y el deber ser, pero si tengo que elegir una sugerencia: no aburrir a muerte a nuestros lectores y congéneres mientras balbuceamos entre todos una salida veraz y compleja y plural a la crisis.2. No hay medios ni reparación mientras la pregunta se formule en forma tan abstracta, sin tomar en cuenta a la gente y su sufrimiento, no hay salida si no volvemos a colocar a la ética en el centro de nuestra búsqueda.3. Relatos hay. Lo que falta son las agallas y la generosidad intelectual para combatir la colectiva enfermedad del miedo.

José Manuel Sánchez Ron (Historiador de la ciencia)

1. En un mundo en el que la información nos inunda, y en el que esta se confunde con la opinión crítica e informada, una opinión atenta siempre a la situación actual y al futuro que se aproxima, pero que no ignora las lecciones que se extraen de la historia, el intelectual debería esforzarse por ser un faro que estimule el pensamiento crítico relativo al mundo presente y próximo, planteando cuestiones y presentando sus propias respuestas.

2. Un factor que ha contribuido a tal situación es una deformación de uno de los grandes logros de la historia de la humanidad, que se vio reforzado, afortunadamente, durante el siglo XX: la igualdad de derechos. Muchos han entendido esto en el sentido de que cualquier argumento es defendible sin más, por el mero hecho de tener el derecho de expresarla. Y esto, en mi opinión, no es así: todos tenemos el derecho de expresar opiniones y sustentar valores, pero sin argumentarlos cuidadosamente, no todos esos valores son equiparables. No veo otra forma de remediar esta situación —que favorece la dispersión y el desconcierto— que a través de una educación que no confunda derechos con valores, y que enseñe toda la historia y esfuerzos argumentativos que existen detrás de los valores que se han considerado o consideran “universales”, aunque por supuesto estos sean revisables, sujetos algunos, o muchos de ellos al momento histórico.

3. No disponemos aún de un relato coherente de lo que está sucediendo, y ello porque no sabemos bien quiénes son los protagonistas de esta crisis, o al menos algunos de ellos. Ni siquiera sus centros neurálgicos. Y tampoco somos capaces de identificar las relaciones de causa-efecto, algo imprescindible a la hora de establecer cualquier relato coherente. Todo esto es en buena medida consecuencia de la tecnología de las comunicaciones que se han desarrollado. La globalización que esas tecnologías han producido ha hecho posible un desplazamiento e indeterminación de muchos y nuevos centros de poder, haciendo que el poder político tradicional ocupe un lugar menos central, y que no sepamos bien dónde se halla el poder económico, el que, parece, mueve hoy realmente los “hilos” del mundo.

José Manuel Blecua (Director de la Real Academia Española)

1. Habría que saber qué se entiende hoy por intelectuales porque esa referencia, tal como la hemos conocido, se ha desdibujado por completo. Es probable que para muchos ciudadanos lo más parecido a un intelectual sea, no sé, el autor de una de esas guías de autoayuda, tan de moda, o el tertuliano que dicta sentencias desde un canal de televisión. La misión del intelectual, al margen de todos los cambios sociales y tecnológicos, debería ser la clásica: una voz crítica, con autoridad moral, capaz de reflexionar y hacer propuestas originales y solventes sobre la sociedad y sus circunstancias.

2. No habría que demonizar la palabra crisis. No tiene por qué ser sinónimo de hundimiento ni de fatalidad. La segunda acepción de nuestro diccionario puede resultar útil para darle un sentido más positivo al término porque no es catastrofista. Dice el DRAE sobre crisis: “Mutación importante en el desarrollo de procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales”. Y esto es lo que ocurre: estamos viviendo una época de profundos cambios, de transformaciones sociales y económicas que se producen a una velocidad de vértigo y que afectan a millones de personas. Esa es la gran diferencia frente a otros momentos: todo sucede muy deprisa, sin tiempo de asimilación, y afecta a muchísimos seres humanos, es global. Ya me gustaría a mí conocer posibles remedios. Solo se me ocurre decir que saldremos adelante, de eso estoy seguro, con esfuerzo y con innovación. Será imprescindible mejorar los sistemas educativos, la enseñanza, y no olvidar principios tan básicos como la honestidad, la solidaridad y la justicia.

3. No estoy tan de acuerdo en esto último. El “fenómeno”, si por tal entendemos lo que está sucediendo con la denominada crisis, sí que se está contando, hay mucho relato, incluso excesivo. Se escribe y se habla, se opina a todas horas y en todas partes. A lo mejor hemos de ir más despacio, pararnos a pensar, separar las voces de los ecos, según el consejo machadiano. Decía don Camilo José Cela que España, al menos en su época, era un país de arbitristas, de gente aficionada a discurrir planes disparatados para arreglar el mundo. Sin compartir del todo la exageración de don Camilo, algo de razón sí que tenía. Hemos de dar menos consejos, menos soluciones mágicas, y trabajar mejor, cada uno en nuestro campo y de acuerdo con nuestras responsabilidades.

Bernardo Atxaga (Escritor)

1. No hay espacio para intelectuales como los de antaño. No vivimos en el desierto, en una sociedad en la que una mayoría carece de expresión (como en los días de Zola); vivimos en una selva con infinidad de voces, y lo que abunda es el “microintelectual”, persona que escribe artículos o libros y hace lo que puede en favor de tal o cual causa, generalmente poco.

2. Siempre ha sido así. Cuando Hesíodo escribió el Mito de las edades juzgó que su época pertenecía a la edad de hierro; las otras edades, sobre todo la de oro, solo habían tenido realidad en un pasado muy remoto. En cuanto a los remedios, lo mejor es empezar por uno mismo.

3. El relato existe, y basta leer a los socialistas (como los de antaño, se entiende) o a los seguidores de la escuela de Keynes (James K. Galbraith, por ejemplo) para conocerlo. Esquemáticamente, la causa principal de la crisis hay que buscarla en el modelo económico de la Escuela de Chicago (“el mercado es capaz de autorregularse”, etcétera) y en la ideología política concomitante (derecha y extrema derecha).

Santiago Auserón (Músico)

1. El intelectual ha quedado fuera de juego a finales del siglo XX. En otro tiempo era el letrado que aconsejaba a los tiranos, el clérigo que intervenía en el control de la moral pública, el pensador de la revolución. Ahora apenas puede ejercer como maestro de escuela o como estrella mediática de quinto orden.

2. El modelo económico americano, reforzado tras la Segunda Guerra Mundial, se independiza de esa tradición. La ciencia depende de los tecnócratas y de los grandes especuladores, bajo el supuesto de que la inercia del dinero guía a la humanidad mejor que los saberes tradicionales. La única solución es que la ciencia vuelva a aliarse con las artes y las letras, convirtiendo el conocimiento en bien público.

3. La especulación con valores numéricos no necesita relato. La gente necesita, sin embargo, además de dinero, una puesta al día de la fantasía, de la capacidad de representar el mundo. Todos manejamos programas de imagen y sonido para hacer cosas banales. Quizá llegue un momento en que los chavales puedan aplicar lo que aprenden con los aparatos al discurso político y a las relaciones sociales.

Yuri Herrera (Escritor)

1. “Los intelectuales” no son ya esos profetas encerrados en claustros: entre los intelectuales profesionales hay, sí, escritores de libros pero también de blogs, autores de cómics, diseñadores de sitios de Internet y activistas en favor de la libertad de información.

2. No sé si se puede seguir hablando de una “misión”, como si hubiera una obligación religiosa, pero sí creo que una de las labores es articular discursos que no solo ayuden a conjurar el caos sino a pensar otro tipo de orden social. A veces pareciera que vivimos la utopía de Cándido y sí es este el mejor de los mundos, porque no hay manera de desentrañar sus mecanismos y lo que queda es acomodarse a ellos. Ante eso, hacer preguntas incómodas y no permitir que sus opiniones estén maniatadas por el cheque quincenal.

3. Tal vez la crisis se derive de la contemplación del lugar al que nos llevaron esos valores: la opresión religiosa, la pesadilla de la razón en el siglo XX, por ejemplo. Si por remedio se entiende construir otro conjunto de valores que todos deben compartir, creo que esa solución ya no es factible. Los Grandes Relatos, incontestables y solemnes, están sometidos a la crítica más feroz. Y entre ellos incluyo a la Tecnología, que para muchos es la nueva panacea o la nueva ficción religiosa. Y esa crítica debe implicar ponerle nombre a las atrocidades cotidianas con las que convivimos como si fueran ineludibles (la súper explotación laboral no como un accidente sino como la norma entre las compañías más “respetables”, los genocidios, la devastación ambiental) y confrontar a sus responsables. Es a partir de esta clase de acciones como van produciéndose esos valores, no al contrario.

2 comentarios:

Luisa dijo...

No se olvide el único evento de la PGA TOUR en México! http://bit.ly/y15vxu

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