domingo, diciembre 12, 2021

Estas Navidades siniestras | Gabriel García Márquez

Estas Navidades siniestras | Gabriel García Márquez

Estas Navidades siniestras | Gabriel García Márquez

Ya nadie se acuerda de Dios en Navidad. Hay tanto estruendo de cornetas y fuegos de artificio, tantas guirnaldas de focos de colores, tantos pavos inocentes degollados y tantas angustias de dinero para quedar bien por encima de nuestros recursos reales que uno se pregunta si a alguien le queda un instante para darse cuenta de que semejante despelote es para celebrar el cumpleaños de un niño que nació hace dos mil años en una caballeriza de miseria, a poca distancia de donde había nacido, unos mil años antes, el rey David. 954 millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo creyeran.

Lo celebran además muchos millones que no lo han creído nunca, pero les gusta la parranda, y muchos otros que estarían dispuestos a voltear el mundo al revés para que nadie lo siguiera creyendo. Sería interesante averiguar cuántos de ellos creen también en el fondo de su alma que la Navidad de ahora es una fiesta abominable, y no se atreven a decirlo por un prejuicio que ya no es religioso sino social.

Lo más grave de todo es el desastre cultural que estas Navidades pervertidas están causando en América Latina. Antes, cuando sólo teníamos costumbres heredadas de España, los pesebres domésticos eran prodigios de imaginación familiar. El niño Dios era más grande que el buey, las casitas encaramadas en las colinas eran más grandes que la virgen, y nadie se fijaba en anacronismos: el paisaje de Belén era completado con un tren de cuerda, con un pato de peluche más grande que un león que nadaba en el espejo de la sala, o con un agente de tránsito que dirigía un rebaño de corderos en una esquina de Jerusalén. Encima de todo se ponía una estrella de papel dorado con una bombilla en el centro, y un rayo de seda amarilla que habría de indicar a los Reyes Magos el camino de la salvación. El resultado era más bien feo, pero se parecía a nosotros, y desde luego era mejor que tantos cuadros mal copiados del aduanero Rousseau.

La mitificación empezó con la costumbre de que los juguetes no los trajeron los Reyes Magos –como sucede en España con toda razón–, sino el niño Dios. Los niños nos acostábamos más temprano para que los regalos llegaran pronto, y éramos felices oyendo las mentiras poéticas de los adultos. Sin embargo, yo no tenía más de cinco años cuando alguien en mi casa decidió que ya era tiempo de revelarme la verdad. Fue una desilusión no sólo porque yo creía de veras que era el niño Dios quien traía los juguetes, sino también porque hubiera querido seguir creyéndolo. Además, por pura lógica de adulto, pensé entonces que también los otros misterios católicos eran inventados por los padres para entretener a los niños, y me quedé en el limbo.

Aquel día –como decían los maestros jesuitas en la escuela primaria– perdía la inocencia, pues descubrí que tampoco a los niños los traían las cigüeñas de París, que es algo que todavía me gustaría seguir creyendo para pensar más en el amor y menos en la píldora.

Todo aquello cambió en los últimos treinta años, mediante una operación comercial de proporciones mundiales que es al mismo tiempo una devastadora agresión cultural. El niño Dios fue destronado por el Santa Claus de los gringos y los ingleses, que es el mismo Papá Noel de los franceses, y a quienes todos conocemos demasiado. Nos llegó con todo: el trineo tirado por un alce, y el abeto cargado de juguetes bajo una fantástica tempestad de nieve.

En realidad, este usurpador con nariz de cervecero no es otro que el buen San Nicolás, un santo al que yo quiero mucho y porque es el de mi abuelo el coronel, pero que no tiene nada que ver con la Navidad, y mucho menos con la Nochebuena tropical de la América Latina. Según la leyenda nórdica, San Nicolás reconstruyó y revivió a varios escolares que un oso había descuartizado en la nieve, y por eso lo proclamaron el patrón de los niños. Pero su fiesta se celebra el 6 de diciembre y no el 25. La leyenda se volvió institucional en las provincias germánicas del Norte a fines del siglo XVIII, junto al árbol de los juguetes, y hace poco más de cien años pasó a Gran Bretaña y Francia. Luego pasó a Estados Unidos, y estos nos lo mandaron para América Latina, con toda una cultura de contrabando: la nieve artificial, las candilejas de colores, el pavo relleno y estos quince días de consumismo frenético al que muy pocos nos atrevemos a escapar.

Con todo, tal vez lo más siniestro de estas Navidades de consumo sea la estética miserable que trajeron consigo: esas tarjetas postales indigentes, esas ristras de foquitos de colores, esas campanitas de vidrio, esas coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas canciones de retrasados mentales que son los villancicos traducidos del inglés; y tantas otras estupideces gloriosas para las cuales ni siquiera valía la pena de haber inventado la electricidad. Todo eso, en torno a la fiesta más espantosa del año. Una noche infernal en que los niños no pueden dormir con la casa llena de borrachos que se equivocan de puerta buscando donde desaguar, o persiguiendo a la esposa de otro que acaso tuvo la buena suerte de quedarse dormido en la sala.

Mentira: no es una noche de paz y amor, sino todo lo contrario. Es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad providencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables: la invitación al pobre ciego que nadie invita, a la prima Isabel que se quedó viuda hace quince años, a la abuela paralítica que nadie se atreve a mostrar. Es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan, y de llorar en público sin dar explicaciones.

Es la hora feliz de que los invitados se beban todo lo que sobró de la Navidad anterior: la crema de menta, el licor de chocolate, el vino de plátano. No es raro, como sucede a menudo, que la fiesta termine a tiros. Ni es raro tampoco que los niños –viendo tantas cosas atroces– terminen por creer de veras que el niño Jesús no nació en Belén, sino en Estados Unidos.

Gabriel García Márquez

No porque sea Navidad

Cuentos de Navidad

Cuento de Gabriel García Márquez: Un día después de sábado

martes, diciembre 07, 2021

Bande-annonce de 'La société du Spectacle' (film de Guy Debord, 1973)


A Sociedade do Espetáculo

The Society of the Spectacle
França, 1973, 88’
Guy Debord

Valendo-se essencialmente de imagens de arquivo, Debord transforma em filme o livro que escreve em 1967, A Sociedade do Espetáculo, hoje um tratado crítico, clássico pioneiro sobre o papel das imagens produzidas pela mídia na cooptação da vida das pessoas na era do capitalismo avançado. Esta obra foi uma das que pautaram o ideário de Maio de 1968 e, alguns anos mais tarde, quando o aspecto mais utópico do movimento já demonstrava estar em vias de se dissolver, seu autor o transforma num filme que é, ao mesmo tempo, um antifilme, na medida em que procura criticar justamente aquilo que há de alienante na forma fílmica.

domingo, noviembre 07, 2021

“Tu sei come una terra” di Cesare Pavese

 



TI SEI COME UNA TERRA

Tu sei come una terra
che nessuno ha mai detto.
Tu non attendi nulla
se non la parola
che sgorgherà dal fondo
come un frutto tra i rami.
C’è un vento che ti giunge.
Cose secche e rimorte
t’ingombrano e vanno nel vento.
Membra e parole antiche.
Tu tremi nell’estate.



«Eres como una tierra…»

Eres como una tierra
que nadie ha pronunciado
Tú no esperas nada
solo la palabra
que brotará del fondo
como un fruto entre las ramas.
Hay un viento que te alcanza.
Cosas secas y agotadas
te desbaratan y se van en el viento.
Extremidades y palabras antiguas.
Y tu tiemblas en el verano.

29 de octubre de 1945

Cesare Pavese

De: «La tierra y la muerte» – 1945-1946

domingo, septiembre 26, 2021

Nace un ” espacio abierto ” e independiente para la cultura y las artes en Valladolid

Nace un ” espacio abierto ” e independiente para la cultura y las artes en Valladolid – TAM-TAM PRESS


Valladolid cuenta, desde hace unos días, con un nuevo ” espacio abierto ” promovido y gestionado por cinco artistas de manera independiente como plataforma de difusión cultural: Armando Arenillas, Concha Gay, Julio Martínez, Rafael Pablos y Javier Redondo . “El objetivo es propiciar que se generen inercias y dinamismo en los proyectos, crear sentido de comunidad, intercambio cultural, experimentación, producción, en paralelo al sistema comercial e institucional, sin obviar interacciones”.

No solo se va presentar la producción de este grupo de artistas en la programación del espacio, sino que participarán otros artistas con los que tienen afinidad, de distintos ámbitos geográficos y de distintas etapas de sus carreras.

“En este proyecto se volcará el conocimiento adquirido a lo largo de nuestros recorridos artísticos, de exposiciones, comisariado y de participación en distintas Ferias de arte. Todo esto sin desdeñar las posibles colaboraciones con comisarios y gestores que ya se han puesto en marcha. Crear sinergias entre todos los agentes del sector es una prioridad”, señalan los artistas en una nota explicativa.

El espacio se abrió el 16 de septiembre con la exposición de fosfografías “El alma del bosque”, hermosas imágenes de árboles de César Blasco y Rafael Pablos que se podrán contemplar — en el local de la vallisoletana calle Alonso Pesquera, nº4— hasta el hasta el 30 de octubre. El horario de visita es de 19.00 a 21.00 horas, jueves y viernes, y de 12.00 a 14.00, los sábados.

INTENCIONES DE LOS PROMOTORES:

El debate y el reto actual en la industria cultural nos hacen repensar el modelo para la difusión de la Cultura, y más concretamente del Arte Contemporáneo.

En un contexto de periferia, el trabajo en relación a las artes visuales tiene muchos aspectos que le confiere problemáticas por su circunscripción local, pero adquiere, por otra parte, una visión de mayor alcance; recoge las inquietudes de su entorno y quiere relacionarlas con lo que ocurre en el ámbito global.

“ espacio abierto “ nace como una plataforma principalmente para la difusión de arte contemporáneo, pero también para relacionarlo con el resto de sectores de la Cultura. Quiere enriquecer con sus aportaciones el tejido cultural de la ciudad, desde un ámbito independiente y con la experiencia adquirida por sus componentes gestores.

“ espacio abierto “ se constituye como Asociación Cultural sin ánimo de lucro y se fundamenta como un espacio experimental y colaborativo. Su principal función será la de presentar proyectos de arte contemporáneo conectándolo con acciones culturales diversas.

Se trata de convertir a esta sala en un contexto geográfico de dificultades y restricciones, en un foco cultural que sirva como plataforma de los artistas, con la colaboración de críticos, comisarios, e introduciendo en el espacio otras disciplinas dialogando con las piezas exhibidas.

Queremos generar proyectos específicos diferenciándose del modelo de exposiciones al uso y donde el artista se sienta cómodo y libre. Ofrecer al público un espacio de encuentro con la cultura y donde se le faciliten claves e interrogantes para sacarlo de su espacio de confort.

Sentimos que la ciudadanía necesita volver a descubrir espacios donde encontrarse con el Arte y otras experiencias culturales.

Con sus exposiciones quiere generar debates y vínculos desde un criterio personal y propio abarcando diferentes disciplinas y con una programación expositiva para atraer nuevas miradas y repensar el formato galería.

Trabajaremos en crear colaboraciones, alianzas y trabajo en red para crear un diálogo constante; ser un núcleo abierto de artistas y contenidos.

Mantendrá abiertos proyectos con el fin de contribuir a su funcionamiento y al crecimiento de los artistas; realizará ediciones y publicaciones de obra gráfica para la financiación del espacio y admitirá donaciones que abrirán un programa de ventajas y servicios a los donantes.

Contacto:

  • espacioabierto.acc@gmail.com
  • C/ Alonso Pesquera, 4. Local. 47002 Valladolid.

sábado, septiembre 11, 2021

Entrevista: sobre Tecnodiversidad: una conversación con Yuk Hui | Research Network for Philosophy and Technology

Entrevista: sobre Tecnodiversidad: una conversación con Yuk Hui | Research Network for Philosophy and Technology


En su libro On the Existence of Digital Objects (2016) el filósofo chino Yuk Hui, se apoya en sus antecedentes como ingeniero en computación y programador para investigar entidades digitales como virus de computadora, videoclips, algoritmos y redes. En el prólogo de dicho libro, el filósofo francés Bernard Stiegler describe el pensamiento de Hui como un “generoso y abierto entorno teorético para la exploración de la experiencia humana en conexión con la infoesfera”. Un rasgo distintivo de la filosofía de Hui radica en la combinación del pensamiento oriental con la tradición filosófica europea. En The Question Concerning Technology in China: An Essay in Cosmotechnics (2016) Hui analiza la modernización hiperrápida de China, a la luz de su larga historia de desarrollo tecnológico, así como su relación con Occidente. Su más reciente libro, Recursivity and Contingency (2019), explora la cibernética y su fusión de lo artificial y lo natural —i.e., máquinas y organismos. Más que una mera reflexión, la filosofía de la historia que subyace al trabajo de Hui puede ser leída como un programa para el cambio práctico.

 

Después de una videollamada con Hui en Hong Kong, donde estaba enseñando estética, me reuní con él en Los Ángeles, donde continuamos nuestra conversación en una visita al Observatorio Griffith con la adecuada doble vista de la metrópoli y el cosmos. En nuestra discusión, Hui demostró su amplitud de intereses y su singular capacidad para enfocarse en problemas filosóficos con el objetivo de resolverlos o ir más allá de ellos. A medida que se desarrollaba la conversación, continuamos también por videollamada, esta vez desde Berlín, donde Hui vive y enseña actualmente.

 

ANDERS DUNKER: En tu libro sobre la tecnología en China discutes el concepto de “sinofuturismo”, una visión china del futuro que es distintivamente diferente de la que tenemos en Occidente. Al mismo tiempo, señalas que China se está volviendo más como Occidente y por ello corre el riesgo de romper con sus propias tradiciones. Describes la nueva relación entre Occidente y Oriente como una “des-orientación”. ¿Qué implica este proceso?

 

YUK HUI: Los antiguos griegos hicieron una distinción entre Occidente, a lo que los alemanes aún llaman das Abendland, y Oriente. Lo que cuenta como Occidente y Oriente ha cambiado muchas veces. Para los antiguos griegos el Oriente era Egipto y Persia, no China y Japón. La orientación geográfica fue también una cuestión técnica, porque fue sólo a través de los novedosos instrumentos de navegación que Occidente descubrió el globo. Desde el siglo XVI en adelante, China y Japón se encontraron retrasados respecto de Occidente en tecnología y conocimiento. Como consecuencia directa, los imperios del Este se vieron forzados finalmente a abrir sus puertas y aceptar los poderes colonizantes de Occidente. China no fue conquistada por la escritura, los valores o las ideas de los europeos, sino por sus descubrimientos e inventos tecnológicos. Si miramos la historia de Asia oriental (por ejemplo, Corea, China y Japón), podemos ver que cada uno de estos países en algún momento decidió que quería “ponerse al día con Occidente”. Una de las razones fue la guerra —la competencia y las actividades militares estaban fuertemente ligadas a la colonización. De hecho, China comenzó a modernizarse sólo después de la derrota en la guerra del opio contra el imperio británico a finales del siglo XIX.

 

Ser derrotado muchas veces significa que tienes que copiar al enemigo conquistador. ¿Tenemos que aceptar esta lógica cuando se trata de la modernización, no importa cuánto queramos rechazar el imperialismo cultural y una historia universal, de acuerdo con la cual algunos países y regiones son más avanzados mientras que otros se quedan atrás?

 

Recordemos que Oswald Spengler, en El hombre y la técnica: contribución a una filosofía de la vida (1932), remarca que los europeos cometieron un grave error al exportar sus tecnologías a otros países a finales del siglo XIX. En su opinión, los europeos deberían haberse quedado con sus tecnologías para sí mismos para asegurarse de mantener su liderazgo. Que Japón haya vencido a Rusia en 1905 fue una señal de que pronto tendrían el poder de sobrepasar la capacidad tecnológica de Occidente.

 

Por siglos Japón resistió la competencia directa con Occidente —por ejemplo, limitando su artillería a arcos y flechas, y prohibiendo armas por más de 200 años para proteger la tradicional lucha samurai con espada. ¿No es sorprendente que Japón comenzara la modernización sólo después de que los buques de guerra americanos le obligaran a abrirse al comercio mundial?

 

Occidente necesitó cientos de años para modernizarse. Japón completó dicha tarea en un tiempo récord, pasando de la edad media a la hipermodernidad en 150 años. Lo mismo aplica para China. Martin Heidegger escribió en la década de los 40 que sólo una vez que el comunismo llegara al poder en China la tecnología sería “libre”. ¿A qué se refería? Libre significa que puede estar por todas partes, que no haya ya ninguna resistencia. Heidegger habla de una planetarización tecnológica. Dice que tal civilización se basará completamente en el pensamiento europeo occidental, ya que las culturas no europeas no han podido gestionar una resistencia a la tecnología europea. No tiene mucho sentido escribir la historia local y reforzar las tradiciones locales si no sabes qué hacer cuando Google entra en la escena mundial. Típicamente, te retiras y defiendes tu cultura de la nueva tecnología o te marginalizas y te conviertes en un subalterno. Lo que ha pasado con la globalización es que las culturas occidentales se han infiltrado en otras culturas y las han trastocado.

 

Por mucho tiempo, como mencionas en tu libro, China tuvo un mejor nivel técnico que Occidente. Y aun así la modernización de China siguió un plan occidental. ¿Ha perdido el mundo la oportunidad de ver una modernidad auténticamente China?

 

Esta es la gran pregunta. Fue meticulosamente examinada por el gran sinólogo y filósofo de la tecnología Joseph Needham, quien fue un bioquímico de fama mundial antes de convertirse en sinólogo, mediante la escritura y edición de una gran obra en 26 volúmenes llamada Science and Civilisation in China (1954-2016). La pregunta que se hizo fue: si aceptamos que antes del siglo XVI ciertas ciencias estaban más avanzadas en China y el Oriente que en Occidente, ¿cuáles fueron las condiciones cruciales que impidieron a China desarrollar tecnología y ciencia modernas? He tratado de hacer esta pregunta de manera diferente. Si asumimos en cambio que China y Europa se movieron en diferentes direcciones en su desarrollo científico, podemos evitar decir que una parte del mundo se encuentra por delante de la otra.

 

De cualquier forma, el acto de resistir al cambio tecnológico significa quedarse atrás, incluso en nuestros tiempos. ¿Existe alguna alternativa viable a la planetarización de la tecnología, lo que llamas la sincronización de la historia de la tecnología?

 

En lugar de una historia universal que describa una tecnología con varias etapas de desarrollo, podemos dar un paso atrás y describir el desarrollo tecnológico como uno que involucra distintas cosmotécnicas. A esto es a lo que llamo tecnodiversidad.  Aquí debemos revisitar la cuestión de la localidad, lo que no implica necesariamente que participemos en una discusión sobre grupos étnicos e ideologías: arios, germanos, rusos o lo que sea. Más bien tenemos que pensar la localidad en términos de sistemas de conocimiento. Michel Foucault llamó epistemes a los conocimientos sistémicos, y los comprendió como formas de vida —modos de sentir y ordenar la experiencia que producen, a su vez, ciertas formas de conocimiento. Foucault enfatiza diferentes epistemes en la historia europea y las ordena por épocas: conocimiento del Renacimiento, conocimiento clásico y conocimiento moderno. En su famoso artículo “¿Qué es la Ilustración?” —que preparó antes de su muerte en 1984— dice que podemos entender el conocimiento como una forma de pensar y sentir, como una sensibilidad.

 

En otras palabras, los diferentes lugares y tiempos tienen sus propias epistemes. ¿Qué requiere esta diversidad para no ser borrada por la completa sincronización del desarrollo cultural?

 

En primer lugar tenemos que reconocer la diversidad; después podemos desarrollarla más. Déjame darte un ejemplo. Crecí en Hong Kong. Mi padre tenía una farmacia china donde vendía plantas y hierbas. Los farmacéuticos chinos caminan por los senderos de  la montaña recolectando hierbas para convertirlas en medicinas. Hacer medicina es un procedimiento complicado: algunas plantas deben ser tratadas primero, para eliminar las sustancias tóxicas que contienen, antes de que puedan ser benéficas para la salud humana. La medicina china se basa en la cosmología del Dao, el Yin, el Yan y cinco tipos de Qi. Si, desde una perspectiva occidental, te acercas a un médico chino y le preguntas: “¿Puedes mostrarme tu Qi y probar que esta energía existe?” La respuesta tendría que ser no. Si no puedes mostrar la existencia de una energía que es la base de tu práctica, ¿cómo puedes decir que practicas una ciencia? Aquí reside el problema. Pero esto no significa que la medicina china no sea científica. Como ciencia empírica, ha funcionado por 2000 años basada en una epistemología diferente. Por mucho tiempo en Hong Kong, la medicina china ha sido considerada por debajo de la medicina occidental. Si vas a un médico chino no será cubierto por tu seguro médico porque la medicina china no es vista como científica.

 

¿Así es como se establece la tecnología occidental como universal, monopolizando la credibilidad y marginalizando la diferencia?

 

Aquí debemos ser cuidadosos. No busco enfrentar lo relativo a lo universal, o ver lo particular en contraste con lo universal, como ha hecho a menudo la filosofía. Prefiero señalar que lo universal es sólo una dimensión de lo que es. Ambos, tú y yo somos humanos, pero humanos individuales y diferentes. En el mismo sentido, la tecnología tiene algunos rasgos universales: desde una perspectiva antropológica, es una extensión del cuerpo y una externalización de la memoria. Pero estos gestos no funcionan de la misma manera en todas las culturas. La escritura china y el alfabeto latino son ambas externalizaciones de la memoria, pero son muy diferentes. El pictograma chino tiene un fundamento filosófico muy diferente comparado con el fonograma occidental.

 

Derrida trató de explorar esta diferencia en De la gramatología (1978) en términos de la filosofía de la relación versus la filosofía de la sustancia —Leibniz versus Hegel— pero no lo llevó más lejos. La escritura es un sistema tanto para la memoria como para la educación de la sensibilidad, y también puede ser vista como una tecnología para preservar el carácter distintivo de nuestra cultura. No podemos decir cuál es mejor que la otra. Por la misma razón, no digo que la medicina china es mejor, sino que diferentes sistemas tienen diferentes méritos. Si tienes cáncer, es posible que tengas que extirpar el tumor inmediatamente, mediante cirugía, ya que puede expandirse agresivamente. Después de ello, la medicina china puede ayudarte a recobrar la salud y la fuerza.

 

Incluso si admitimos que la diversidad tecnológica tiene sus ventajas, ¿es suficiente con promover la diversidad para combatir el inminente y fatal desastre ecológico qué crees que está causando el desarrollo tecnológico sincrónico? ¿No sería necesario también cambiar nuestras tecnologías en bloque, a escala global?

 

El pensamiento occidental siempre traza una distinción entre el bien y el mal, y busca remover lo que se considera malo. Queremos implementar por todas partes sólo el lado bueno de la tecnología. Peter Sloterdijk distingue entre una peligrosa “alotecnología” que manipula la naturaleza y una buena “homeotecnología” que coopera con ella. Bernard Stiegler dice que la tecnología es siempre al mismo tiempo veneno y cura, y quiere separar el buen pharmakon del mal pharmakon. La división entre el bien y el mal es un gesto filosófico que se remonta a Platón. Él presenta al filósofo como el juez cuya tarea consiste en determinar qué es bueno para el pueblo.

 

Para mí esto es muy problemático. No creo que podamos llegar a un acuerdo global sobre lo que es bueno y malo. Incluso si tenemos problemas comunes que tratamos de resolver, eso no significa que exista una solución universal. No hay un solo modo de responder al colapso de los ecosistemas. Debemos comprender que la variación es una consecuencia de la adaptación local. La biodiversidad se desarrolla precisamente por la variación climática, los nichos biológicos, y relaciones entre plantas, animales y microorganismos. Algo similar debería pasar con las tecnologías. Necesitamos explorar el problema de lo local, pero debemos ser cuidadosos ya que se trata de un tópico extremadamente sensible en estos días. ¿A quién le preocupa lo local hoy en día? Marine Le Pen en Francia, Alternative für Deutschland en Alemania, Aleksandr Dugin en Rusia.

 

Dugin está influenciado por una lectura de Heidegger que tiende a ver la tecnología como una herramienta para la expansión del vacío moral que él ve en las sociedades occidentales liberales. Rechazar lo extranjero y romantizar la tradición parece ser un modo de resistencia completamente obvio y peligroso.

 

Dugin malinterpreta lo que dice Heidegger. Heidegger no dice que debamos resistirnos a la tecnología. Dice que no debemos olvidar que hay algo más. Este algo más es el develamiento del ser, que se olvida en la tecnología moderna. Más precisamente, este develamiento de la tecnología moderna sólo puede ser ejercido mediante un modo de desafío, de violencia. Con esta declaración Heidegger termina abruptamente su argumento, pero como yo lo entiendo, él no llama a una resistencia contra la tecnología moderna, sino más bien a su transformación. Esta transformación es al mismo tiempo un paso hacia atrás y un salto hacia adelante.

 

Si queremos profundizar nuestra comprensión de lo local, quizás deberíamos echar una nueva mirada al pensador alemán pre-romántico Herder, como Peter Sloterdijk me dijo que pretende hacer en su próximo libro. Herder fue el origen del nacionalismo alemán, con todo lo que ello implica, dado lo que escribe sobre el espíritu del pueblo —der Volkgeist. En algún sentido, él fue el creador de “el pueblo”. Las ideas de Herder son peligrosas, pero si no estás dispuesto a enfrentar el peligro, como dice Heidegger, terminas en una catástrofe.

 

A Herder le preocupaba de que todo lo distintivo y original se borrará a lo largo del curso de la historia, ya que el intercambio entre culturas las hace similares. Se desesperaba porque los europeos hablaban francés, se olvidaban de sus costumbres nacionales, y parecía no gustarles su propia historia y tradiciones. Hoy en día encontramos el mismo proceso en todo el mundo, evidenciado no solamente por la rápida pérdida de lenguajes sino también por la unificación tecnológica. ¿Se está volviendo el mundo inevitablemente más homogéneo?

 

Herder defiende la diferencia: diferentes modos de vida, lenguajes diferentes, estéticas diferentes. Todas estas diferencias las ve como irreductibles, como algo que no puede y no debe ser reemplazado por algo más universal. Al mismo tiempo, tenemos que recordar que Herder no es sólo un pensador de lo local sino es también un temprano pensador cosmopolita, incluso en un sentido más interesante y teóricamente más creíble que Kant, a cuyos cursos asistió en Königsberg. Debemos tener lo local como nuestro punto de partida, dice Herder, pero lo local no necesita ser excluyente.

 

Entonces, ¿podríamos aspirar a una universalidad que incluya la diversidad? El filósofo chino Zhao Tingyang ha sugerido que el concepto de tianxia, “todo bajo el cielo”, es precisamente un concepto de universalidad inclusiva.

 

El problema, como yo lo veo, es que el concepto de tianxia sólo es relevante mientras existe el “Cielo”. Y en un contexto chino, el Cielo es el Cosmos. Tianxia fue la cosmotécnica del gobierno chino que conectaba la moralidad y el cosmos, legitimando las leyes y las prácticas (así como el gobierno mismo). El emperador era llamado tianzi, el hijo del Cielo. Como tal, tenía la legitimidad para estar al centro de la soberanía política y gobernar al pueblo, incluyendo a los “bárbaros” de la periferia.

 

Y, ¿qué es la cosmotécnica exactamente?

 

Para los griegos, “cosmos” significa un mundo ordenado. Al mismo tiempo, el concepto apunta a lo que está más allá de la Tierra. La moralidad es ante todo lo que concierne al reino humano. La cosmotécnica, como yo la entiendo, consiste en la unificación del orden moral y el orden cósmico a través de actividades técnicas. Si comparamos Grecia y China en la antigüedad, descubrimos que tienen una comprensión muy diferente del cosmos y también concepciones muy diferentes de la moralidad. El arbitraje entre ellas tiene lugar de diferentes maneras con diferentes tecnologías. Una cosmotécnica del tipo de la tianxia no es posible en un tiempo que ya no tiene una concepción de “Cielo”, como la tuvo la gente del pasado. Como otras grandes naciones, China tiene satélites orbitando la tierra. Los cielos se han convertido en un lugar secular, utilizado por los humanos, y no pueden jugar un papel como poder legitimador moral.

 

En Recursivity and Contingency, hablas de la necesidad de “recosmificar el mundo”. Tomas prestado este término de Augustin Berque, quien señaló que el mundo moderno ya no tiene cosmos, entendido como un orden moral y significativo, y que la colonización hecha por Occidente ha despojado a otras culturas de sus distintivas concepciones del cosmos. Él dice que el universo, tal como es descrito por la ciencia, no tiene nada que ver con el cosmos clásico, ya que la explicación científica no tiene un  significado moral en absoluto. ¿Esto significa que tenemos la tarea de “recosmificar” no sólo el mundo sino el universo mismo? ¿El universo, descubierto por la astronomía, sigue a la espera de un significado moral apropiado?

Cuando pensamos en la astrofísica vemos al universo como un sistema termodinámico que se mueve inexorablemente hacia la destrucción y la muerte térmica, donde las estrellas no son más que elementos de reacciones nucleares y su destello no tiene nada que ver con nosotros. En este sentido, parece absurdo recosmificar la tierra y el universo; esto no puede conducir más que a un misticismo superficial e ingenuidad. La astrofísica sólo nos informa sobre ciertos hechos del universo. No tiene ninguna ambición en decirnos cómo vivir. ¿Qué tipo de vida deberíamos imaginar a la luz de los recientes descubrimientos en astrofísica? La física no tiene ninguna ambición de responder estas preguntas.

“Recosmificar” no significa devolver un poco de mística a las estrellas y al cosmos, o dar un sentido místico a la tecnología, sino comprender que necesitamos desarrollar modos de vida que resuelvan el conflicto entre la ciencia moderna y la tradición, entre la tecnología y el misticismo —ya sea que decidamos hablar del Dao chino o del Ser heideggeriano. Debemos dar a lo no-racional un lugar en una cultura que por lo demás es racional —de la misma forma que la poesía, por ejemplo, le da un lugar a lo desconocido en la comunicación a través del uso paradójico y poco convencional del lenguaje. El arte y la filosofía no pueden elegir a la ciencia como su punto de partida. De hacerlo, se vuelven notas al pie de página del positivismo. Tampoco deberían abandonar la ciencia, sino tender hacia ella para mostrar otros modos de comprender el mundo. Parafraseando a George Canguilhem debemos devolver la tecnología a la vida.

¿Qué pasa con las personas que quiere desarrollar nuevas tecnologías para establecer una nueva vida en el espacio exterior? ¿Esto también representa una cosmotécnica? Por ejemplo, los billonarios de cohetes, Bezos y Musk, quienes sueñan con colonias en el espacio y una colonización de Marte.

Hay un gran pasaje en La ciencia jovial: la gaya scienza (2001) de Nietzsche, donde habla sobre “el horizonte del infinito”. Describe a los modernos que han abandonado la tierra en búsqueda del infinito; pero cuando están en medio del océano, no hay nada más temible que el infinito —no hay más hogar al cual volver. El deseo de los modernos, descrito por Nietzsche, sigue produciendo un efecto de desorientación, mientras el sentimiento de que no hay hogar al cual volver provee de un enorme mercado para la psicoterapia y la salvación espiritual. El anhelo de infinito nos lleva hacia lo inhumano.

Para Jean-François Lyotard hay infinitos positivos y negativos, ligados a diferentes formas de racionalidad. La inhumanidad positiva nos captura en sistemas tecnológicos rígidos, como vemos en China con el sistema de crédito social. El inhumano positivo es aquel que es “más interior a mí que yo mismo” —por ejemplo, Dios para San Agustín. Los humanos llevamos algo inhumano en nosotros, que es irreductible a lo humano y que mantiene la más alta intimidad con nosotros. Al inicio de su libro Lo inhumano: charlas sobre el tiempo (1998), Lyotard se pregunta si el objetivo último de la ciencia no es prepararse para la muerte del sol, que se encuentra inimaginablemente en el futuro,  y que también implica la destrucción de todos los seres vivos en la tierra.

Los billonarios de cohetes, todos transhumanistas, quieren superar la finitud: la finitud de la vida humana y la vida como tal. Este anhelo de lo infinito implica que tampoco hay un límite para la acumulación de capital. La superación de las limitaciones humanas —la búsqueda de vida eterna—, también implica un mercado infinito. En cierto modo, lo mismo sucede con la exploración espacial: los inversionistas quieren sacar provecho de que la tierra pierda su significado, como si dejar el planeta fuera una cuestión de cambiar de una nave espacial a otra. No creo que esté mal explorar o tratar de entender el universo, pero las conquistas que vemos hoy me parecen sólo una preparación para el consumismo de mañana. Los transhumanistas nos imponen una falsa elección porque conectan la cuestión del futuro de la existencia humana con la cuestión de la inmortalidad, y describen la tierra como una mera nave espacial.

En tu último libro, hay un pasaje sobre la secularización del espacio en el que mencionas que Elon Musk lanzó su Tesla roadster en órbita alrededor del sol. ¿Ves esto como el primer paso en la comercialización del cosmos, y el siguiente paso la minería en otros planetas, reduciéndolos efectivamente a meros recursos naturales, a materia prima?

En lo que a mi respecta, Elon Musk puede enviar su automóvil al espacio o incluso viajar a Marte, pero no debemos creer que estos proyectos son el siguiente paso necesario en un cierto desarrollo tecnológico. Esto no significa que vea los viajes al espacio como irrelevantes o peligrosos en sí mismos. La humanidad ha especulado por mucho tiempo sobre lo que hay entre los astros titilantes. Es la misma curiosidad que ha hecho surgir la ciencia y la tecnología. Los progresistas eligen la ciencia y los reaccionarios la tradición, pero también podríamos elegir un tercer camino, el camino del pensar.

He seguido meticulosamente este tercer camino preguntando si podemos partir desde una perspectiva cosmológica y encontrar nuevas formas de coexistencia que nos permitan transformar la tecnología moderna. Mi objetivo no es rechazar la tecnología moderna, ni verla como una causa de desarraigo, sino más bien ver la irreconciliabilidad de la ciencia y la tecnología con la tradición como algo fructífero, como un gesto que llamo “tragista”. Esta es el tema principal de mi nuevo libro Arts and Cosmotechnics  [publicado en Mayo por la Universidad de Minnesota]. La discrepancia puede ser suelo fértil para un nuevo pensamiento. En The Question Concerning Technology in China (2016) trato de averiguar cómo podemos desplegar la filosofía china para que nos permita pensar de manera diferente sobre la contradicción entre la tradición y la tecnología moderna. Espero poder derivar un pensamiento tecnológico chino a partir de la interpretación del Qi y el Dao, que no deben entenderse como conceptos místicos sino como marcos para pensar nuestra relación con lo no-humano —con los 10000 seres de los que habla Lao Tse—, por lo que el uso de la tecnología debe seguir al Dao,  como filosofía de la naturaleza y filosofía de la vida.

Desde el Renacimiento, la naturaleza a menudo ha sido reducida a algo únicamente material y mecánico que puede manipularse mediante la astucia humana. ¿Existe alguna alternativa occidental creíble para una cosmovisión tan mecanicista asociada a su racionalidad instrumental?

 

Los románticos e idealistas de la época de Kant sintieron la necesidad de algo diferente al legado mecanicista de Descartes. Encontraron una metáfora nueva en el “organismo”. Lo que tenemos aquí es una idealización de lo orgánico, que se manifiesta incluso en la misma filosofía cosmopolita de Kant. La idea es que si un país se comporta mal será castigado y perderá el respeto de los demás países. Más concretamente, estará sujeto a boicots y embargos. Los intereses comerciales convierten a la política internacional en un sistema orgánico autorregulado.

 

En Recursivity and Contingency (2019) lees explícitamente el pensamiento orgánico de Kant como una forma temprana de la teoría cibernética. Heidegger señaló que la cibernética estaba a punto de hacerse cargo de nuestro pensamiento, o al menos de la forma filosófica de pensamiento que busca reflexionar sobre el mundo y jugar un papel activo en la historia. ¿Cómo es que la idea de un sistema orgánico de auto-regulación, tan prometedora e inclusiva en un principio, termina convirtiéndose en una amenaza para la filosofía?

 

La cibernética fue promovida como un intento por trascender las muchas contradicciones de la ciencia. Hans Jonas, un alumno de Heidegger, discute esto en su libro El principio vida: hacia una biología filosófica (2000). Él dijo que con la cibernética tenemos, por primera vez, una teoría unificada no dualista. En lugar de pensar en términos de contradicciones lógicas pensamos en términos de procesos: inputs, outputs y feedback loops. En el siglo XX, el pensamiento organicista fue elaborado más a fondo en la filosofía de Alfred North Whitehead, pero también se convirtió en parte del desarrollo práctico de la tecnología. Dos siglos después de que Kant quisiera salvar la filosofía de lo mecánico recurriendo a lo orgánico, esta forma de pensar se volvió parte de la tecnología. Usar el pensamiento orgánico, basado en la tecnología, para criticar la tecnología moderna se ha vuelto una falacia — la falacia de la concreción fuera de lugar, como diría Whitehead. Cuando lo orgánico se ha fusionado con la tecnología, el pensamiento cibernético ha llegado a su fin.

 

¿Acabamos en una posición en donde la crítica a la tecnología funciona como parte del sistema tecnológico mismo, por ejemplo, cuando la crítica se vuelve otra pieza de input, otro feedback loop programado en la maquinaria? Si realmente pensamos cibernéticamente, cuando reparamos u optimizamos una máquina, programa o mecanismo ¿no estamos también volviéndonos parte de la maquinaria, es decir, somos un instrumento para su perfeccionamiento?

 

Sí, según lo que llamamos cibernética de segundo orden, los humanos y las máquinas están conectadas en un movimiento recursivo que se vuelve una instancia de lo que Hegel llama una dialéctica del amo y el esclavo.

 

Para Hegel esta dialéctica era sobre el poder, el conocimiento y el reconocimiento. El amo explota al esclavo por su trabajo y servicios. Pero, ¿aquí quién es el amo y quién el esclavo?

 

Las máquinas son esclavas y amas al mismo tiempo porque los seres humanos tienen que servirles y llegan a depender de ellas. Una vez que nos vemos a nosotros mismos como sirvientes de las máquinas, llegamos a lo que Hegel llama la conciencia infeliz. Para superar la conciencia infeliz necesitamos o una reconciliación hegeliana o una voluntad de poder nietzscheana. Por el momento, sin embargo, hay dificultad para conseguir el reconocimiento de las máquinas a menos que las codifiquemos para subordinarlas incondicionalmente a nosotros; esto es lo que se ha propuesto en la llamada “ética de la Inteligencia Artificial”.

 

Para que tengamos una elección real respecto a la creciente influencia de nuevas tecnologías, debemos asumir que la evolución tecnológica no está determinada, es decir, que podríamos haber desarrollado tecnologías radicalmente diferentes a las que tenemos hoy en día. ¿Somos realmente libres para elegir y dar forma a las tecnologías del mañana?

La historia es contingente, lo que significa simplemente que podría haber sido de otra manera. Si los mongoles hubieran conquistado el mundo tendríamos una historia mundial diferente, y probablemente, otro modo de comprender la historia como tal. A la luz de esto, es importante mantenerse abierto a diferentes futuros, para ver numerosas posibilidades.

Que la concepción que tenemos sobre nuestro futuro tecnológico es relevante para el presente es algo que puedo ilustrar con una experiencia personal. Recientemente dí un curso sobre filosofía de la tecnología en Alemania que contó con 25 estudiantes, principalmente de humanidades. Les pregunté: ¿cómo ven el futuro dados los últimos desarrollos en inteligencia artificial e ingeniería genética? El 90 % de ellos dijeron que encontraba nuestras perspectivas de futuro desoladoras. La razón, obviamente, es que ellos tienen ideas determinadas sobre el futuro, por ejemplo, que serán reemplazados por las máquinas. Tendrán que actualizarse con el fin de encontrar un lugar en la sociedad. Personalmente, no creo que esta sea la solución. No debemos ceder ante tales perspectivas, más bien resistirlas activamente.

¿No es el determinismo tecnológico, tan omnipresente en Silicon Valley, sólo un montón de publicidad, como si dijera: “Estas disrupciones están en camino así que es mejor seguir con ellas que molestarnos en resistirlas”?

 

Esta retórica es la razón por la cual todas estas compañías tecnológicas emplean futuristas. El peor, por supuesto, es Ray Kurzweil, quien dice que la llamada singularidad está cerca y para el 2025 seremos inmortales. Lo digo en todos mis libros: no debemos ceder a este tipo de propaganda determinista de Silicon Valley.

 

¿Qué pasa con el programa de investigación de Elon Musk, Neuralink, que busca conectar computadoras al cerebro? ¿Qué responderías a su argumento de que los humanos deben actualizarse a sí mismos para mantenerse relevantes para el momento en que la inteligencia artificial comience a excedernos?

 

Es muy vago, si no es que ilógico, decir que necesitamos estar adelantados a la tecnología, ya que si el “nosotros” es la humanidad, entonces está constituida por la tecnología misma. “Nosotros” nos encontraremos a nosotros mismos siempre llegando tarde. La investigación sobre la interfaz humano-máquina ha existido desde hace mucho tiempo, y el deseo de perfeccionar al humano (incluyendo la inteligencia, las emociones, la esperanza de vida) ha sido una de las grandes motivaciones para tal investigación, también conocida como transhumanismo. En el pasado, el perfeccionamiento humano se hizo posible mediante la educación, formación estética, disciplina física, crecimiento intelectual, etc. En la visión de Musk, la educación será reemplazada por un aparato de microchip cerebral. Esto merma la idea del humanismo ilustrado porque son los microchips, en lugar de la razón, los que van a mediar entre la mente humana y su mundo.

 

Entonces, ¿a dónde nos dirigimos?

 

Los seres humanos han creado una disyunción problemática para ellos mismos: “conectarse” o “desconectarse”. La biotecnología está introduciendo una nueva eugenesia, que está en el centro de la biopolítica del siglo XXI. El mejoramiento de la inteligencia sugiere mejores oportunidades de empleo y éxito. Si recordamos el famoso anime japonés Ghost in the Shell (1995), los anarquistas que decidieron desconectarse fueron acorralados y transformados en cyborgs.

 

Entonces, ¿cuál es el mensaje aquí?, ¿es la idea general de que no tenemos elección para desconectarnos de estas redes biopolíticas y actualizaciones inminentes de nuestros cuerpos y nuestras vidas?

 

Precisamente porque nuestra idea de “progreso” implica un movimiento histórico hacia un objetivo unificado,  resiste toda fragmentación y diversidad en la evolución. Como consecuencia, la libertad y la democracia se encuentran amenazadas. Encima de esto, la ideología de Silicon Valley reconoce cada vez más la libertad y la democracia como objetivos irreconciliables. Esto es particularmente claro para el inversionista Peter Thiel: para él no hay duda que la libertad significa principalmente libertad económica, libertad para las corporaciones multinacionales. La enorme inversión en biotecnología es una preparación para un momento en el que las limitaciones éticas se superarán o se dejarán de lado para que las tecnologías de intervención biológica puedan circular libremente en el mercado. Esta es una fuerza colosal que todos sienten pero nadie sabe cómo se manifestará o cómo reaccionará la gente. Para mí este es el punto en el que la tecnodiversidad se vuelve importante y decisiva. Si no logramos demostrar que existen otras alternativas, la ideología transhumanista conquistará el mundo entero.

 

¿Las tecnologías, globalizadas y ubicuas, tienen que convertirse en universales en el sentido de ser vistas como verdaderas, necesarias y obligatorias?

 

Si lees el artículo de Henry Kissinger titulado “How the Enlightenment Ends”, que aparece en el número de junio del 2018 de la revista The Atlantic, discute cómo la Ilustración depende de las nuevas tecnologías del mundo impreso para difundir su filosofía. Kissinger afirma que ahora tenemos tecnología que se difunde a sí misma pero que carece de una filosofía. Esto lleva al fin de la Ilustración. Sin embargo, hay un punto ciego en su argumento: que la exigencia de universalidad de la Ilustración permanece, incluso después de su fin, en el disfraz de la “tecnología”. En ese sentido, la tecnología en sí misma se vuelve universal. Así que lo que tenemos que hacer es radicalizar la crítica de Kissinger y rechazar esta comprensión del desarrollo tecnológico como algo dado y predeterminado — es decir, como algo universal.

 

Aún así, ¿no deberíamos ser capaces de acomodar lo mejor del humanismo ilustrado, que nos educa en la razón y nos permite navegar entre nosotros y el mundo?

 

La comprensión de la Ilustración por parte de Kissinger está restringida a lo que llamamos Edad de la Razón, que consiste en la lucha contra la superstición, la injusticia y la pobreza. La propagación de los ideales ilustrados es importante para entender las democracias actuales. Mi respuesta a Kissinger no debería ser comprendida como un reclamo contra la Ilustración. El problema, más bien, se encuentra en su crítica, ya que contribuye a la universalización de una idea sospechosa. El artículo de Kissinger es una invitación a concebir una forma nueva de política, una forma nueva de globalización tecnológica y un nuevo orden mundial. Incluso si su artículo lanza una nota crítica, nos lleva por un peligroso camino para pensar: la política como una carrera hacia la singularidad tecnológica, particularmente respecto a la tecnología militar, la vigilancia y la administración. En los años siguientes todo se decidirá en torno a la inteligencia artificial. China, Rusia y América, se están esforzando por ser líderes en el campo. Este desarrollo no debe ser visto como una continuación de la Ilustración. La singularidad tecnológica es una meta completamente apocalíptica.

 

¿A este respecto, la globalización y la sincronización de la tecnología representan un peligro a nivel histórico-mundial? ¿Están estos factores presentes en la crisis climática, dado que la atmósfera terrestre absorbe los residuos de la tecnología moderna? ¿Podemos llamar calentamiento global a la universalidad negativa, como hace Dipesh Chakrabarty, que define a la humanidad como una red común de problemas a gran escala?

Lo que ahora llamamos Antropoceno es una consecuencia de la expansión tecnológica e industrial posterior a la Segunda Guerra Mundial. La premisa principal de dicho periodo de crecimiento fue la industrialización rápida. La industrialización de los últimos 70 años es la causa directa del calentamiento global y el amanecer del Antropoceno. Sin embargo, esto no significa que debamos eliminar la industria para tratar de solucionar nuestros problemas. Nos hemos vuelto dependientes de la forma de vida industrial, por lo que la única solución concebible es cambiar nuestras industrias.

Como dijo Charles Fourier en su momento, necesitamos estimular un nuevo espíritu industrial. El tipo de industrialización que tenemos hoy en día es profundamente problemático porque está relacionado con la sociedad industrial. La abundancia constante implica una sobreproducción constante. Si miramos el caso de la agricultura, esto queda demostrado por la industria de la carne. ¿Realmente necesitamos comer tanta carne? No lo creo. Cuando era joven comía pollo de vez en cuando y no me quejaba. Todos sabemos que el sistema industrial actual es insostenible.

Incluso los que promueven la agricultura orgánica enfatizan lo dañino de la sobreproducción causada por el desarrollo de monocultivos y el uso ampliado de fertilizantes químicos y pesticidas. Todo esto contribuye a la destrucción biológica y de la diversidad cultural. ¿Consideras que las técnicas de agricultura local pueden ser ejemplos de tecnodiversidad?

 

Absolutamente. Si lo que quieres es evitar el uso de pesticida, pronto descubrirás que existen varios enfoques alternativos, incluyendo la rotación de determinadas combinaciones de cultivos. También existen, por ejemplo, técnicas especializadas de crianza de ciertos insectos que podrían comerse insectos dañinos. Esto es tecnodiversidad. Mi sugerencia es organizar un proyecto colectivo que delibere y discuta cuestiones que conciernen a la tecnodiversidad y el futuro de la filosofía. Y esto no es un trabajo para una sola persona, es una tarea para toda una comunidad.

 

¿Deberíamos concebir esta comunidad a escala planetaria? Dado que los problemas a los que nos enfrentamos son comunes a todos, el gobierno y la toma de decisiones en relación con el desarrollo de la tecnología es parte del destino de la propia Tierra. En tu libro sobre cibernética, discutes también con James Lovelock y su teoría de Gaia ¿Cuál es la relación entre tu reconsideración de las tecnologías modernas y la cibernética planetaria?

Lovelock fue un antiguo empleado de la NASA. Trabajó en el Jet Propulsion Laboratory, haciendo investigación de la atmósfera de Marte. Comparando el ambiente desértico sin vida de Marte con el de la Tierra viva fue que se inspiró para desarrollar la teoría de Gaia, que dice que nuestro planeta funciona como un sistema cibernético que se estabiliza a sí mismo a través de procesos orgánicos. Añadió otro punto: a través de la tecnología podemos “despertar a Gaia”. Los satélites y las antenas, por ejemplo, son extensiones técnicas que le dan a Gaia nuevos sentidos y unidad tecnológica. Podemos comenzar a entender sus trabajos como mecanismos de retroalimentación inteligibles. El primer Lovelock fue un cibernético.

Sin embargo, incluso con todos nuestros satélites y antenas, tenemos todavía que despertar a Gaia. Apenas hemos empezado a tecnificar la Tierra. Ya que la cibernética parece trascender la división entre tecnología y naturaleza, es tentador verla como una solución universal, un nuevo universalismo. Si realmente entendiéramos la tierra cibernéticamente, necesitaríamos experimentar con ella, como una caja negra, en la que descubriríamos, a través de prueba y error, qué funciona y qué no. Pero, ¿cuántas veces podemos coquetear con la destrucción de la tierra en un esfuerzo por hacer que eso funcione? Si tratamos de usar la teoría cibernética para resolver los problemas ambientales, perdemos de vista el hecho de que nuestra relación con la naturaleza está íntimamente relacionada con la sensibilidad humana, para la cual hay poco espacio en la cibernética. Cuando pensamos en los humanos y en la Tierra como un sistema cibernético, ya hemos perdido el mundo.

¿Cómo es eso?

 

Porque reducir el mundo es perder el mundo. Esto es lo que Heidegger llamaba el olvido del Ser. El olvido no es algo que pasa porque ignoremos al Ser, o porque no le damos al Ser un lugar en nuestro entendimiento del mundo, sino más bien porque pensamos que el mundo entero es transparente y penetrable a nuestro entendimiento, pensamos que todo puede ser calculado. Lo primero que debemos hacer es reconsiderar la distinción entre lo calculable y lo incalculable. Entonces, debemos aprender de nuevo cómo acercarnos al mundo entendido como lo Desconocido.

 


 

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sábado, mayo 29, 2021

Suso Basterrechea: «No hay nada menos artístico que ser panfletario»

Suso Basterrechea: «No hay nada menos artístico que ser panfletario» - Ferrol360

Suso Basterrechea: «No hay nada menos artístico que ser panfletario»

Suso Basterrechea posa en su estudio para Alicia Seoane

TEXTO y FOTOS: ALICIA SEOANE| Ferrol | Jueves 27 mayo 2021 | 12:25

Suso Basterrechea es uno de esos hombres que no pasan desapercibidos. Creativo, tímido, inseguro y un poco egocéntrico —en sus propias palabras—. Un hombre polifacético que derrocha humanidad: artista, político, profesor… Amado y repudiado por igual, quizá más lo primero que lo segundo, o también viceversa. No podemos saberlo.

Incendiario y activo en las redes sociales, Suso es un hombre incansable. Siempre tiene respuestas para muchas de las «chorradas que se dicen y se comentan». Su persona desborda dosis de honestidad brutal. Para quienes nos gustan las cosas tal cual con su toque de imperfección. Hablar con él es una fiesta. Su libertad de ser sin tapujos ni pelos en la lengua, su voz rasgada y su manera de estar hace que este diálogo no tenga que ser políticamente correcto. Una cosa extraña en los tiempos que corren.

FERROL360 – Acabo de escuchar que duermes tres horas, ¿se puede funcionar durmiendo tan poco tiempo?

SUSO BASTERRECHEA – Sí, duermo poco tiempo, unas tres horas desde que era niño. No es que haya algo que me quite el sueño, es que me fastidia bastante que se acabe el día. Disfruto de lo que hago y me cuesta interrumpirlo. El momento de la noche es como cortar algo. Y no me gusta. Me gusta que haya continuidad. De pequeño es verdad que mi madre me llevó al psiquiatra porque me pasaba las noches de charla y me preguntaron con quien hablaba de noche, y yo le dije que con marcianos. [Risas]. Cosas de niños.

La realidad es que, en general, me gusta la noche. Para mí el placer es estar haciendo cosas. Soy una persona ansiosa y me llena lo que hago. Necesito hacer cosas. Cuando salí del Gobierno municipal creí que necesitaba relajarme y parar un poco, pero no, necesito estar ocupado. Soy un poco inseguro y egocéntrico. Y para sentirme querido me gusta crear e involucrarme con las cosas. Y si a la gente le gustan, mejor. Soy así. [Pone un gesto como diciendo «es lo que hay»].

360 – ¿Cuándo descubres que te gusta la pintura?

SB – De pequeño ya me gustaba. A mi abuelo le gustaba mucho el arte. Era un amante de la pintura y le gustaba coleccionar, tenía criterio y le gustaba compartir esto conmigo; pero era un pésimo pintor. Mi padre pertenece a la Marina, pero también tenía actitudes y gusto. Siempre respetaron mi vocación. Yo le dije a mi madre eso de «mamá, quiero ser artista». Lo único que me pidieron fue que hiciera la carrera. Mis padres fueron muy respetuosos y me apoyaron siempre, aunque mi padre y yo tengamos visiones de la vida y de la política muy diferentes… En aquel entonces vivía con ellos en Canarias y para hacer Bellas Artes me fui a Sevilla en el año 86. Aprobé año por año. Y mis padres estaban ahí detrás. En el año 92 ya era licenciado.

360 – ¿Qué pasa cuando terminas la carrera?

SB – Pues la verdad es que yo nunca tuve visión de futuro, ni siquiera ahora que soy padre. Me cuesta pensar a largo plazo. Tengo la suerte de tener una compañera que tiene esta visión que a mí me falta. Cuando acabé tuve la suerte de que lo que pintaba estaba gustando y vendía. El conflicto apareció cuando yo quise empezar a hacer esculturas y la galería que me representaba empezó a ponerme trabas, a decirme que lo que hacía se vendía bien, que debía seguir en esa línea. Ahí me dí cuenta de que yo no quería ser esclavo de mi vocación. No quería convertirme en un empleado del arte. Lo que era una vocación y me apasionaba no quería convertirlo en una obligación. Prefería vivir de otra cosa y pintar lo que quisiera. En ese momento tenía una novia que estaba opositando, así que pensé que la educación podría ser una buena salida. Empecé a opositar y me las saqué rápido. La segunda vez que me presenté ya aprobé. Y me vi de funcionario.

360 – Entonces empiezas otro camino en la docencia, ¿a dónde decides ir?

SB – Pues para opositar necesitaba tiempo y en Sevilla no me podía mantener, así que en Ferrol tenía la casa de mis abuelos. Me vine aquí y todo se fue dando. Me enamoro de la que es mi mujer y ya apruebo la oposición, así que me veo aquí con la oposición aprobada y con amor. Me quedé por ambas razones: amor y economía. Durante mucho tiempo pensé que estaba aquí de prestado; pero Ferrol es una ciudad muy cómoda para criar, para trabajar y poder vivir. Te permite concentrarte porque hay estímulos pero no tantos como había en Sevilla. A mí la calle me tiraba mucho, siempre había cosas que hacer y eso también te descentra. Aquí tenía estabilidad sentimental, que para mí es muy importante. Llevo más de veinte años con la misma persona. A mayores, aunque no entré en la docencia de manera vocacional, he ido descubriendo mucho que me gusta dar clases porque aprendo mucho con los alumnos. Esto me mantiene despierto y me hace seguir aprendiendo. Y puedo estar en un bachiller de Arte que tiene mucho que ver con mi vocación.

360 – En tu trayectoria como artista hay un momento en el que empiezas a definirte como escultor y después das un giro de nuevo a la pintura, ¿por qué decides abandonar la escultura?

SB  [Pensativo] Todo tiene que ver con que uno dedica su vida a esto y ello implica que lo bueno y lo malo del arte es que vivimos del aire. No son operaciones matemáticas, vivimos de sensaciones inciertas. Yo soy una persona muy insegura, tengo confianza en mí mismo pero, a la vez, siempre dudo. La escultura me daba un peso, tiene materia, parece que tiene una contundencia. Y esto me aportaba estabilidad. Llegó un momento que esa materialidad y esa contundencia se me venían encima. Tenía que estar muy limitado por cuestiones de espacio, las piezas con el tiempo podían deteriorarse…

En fin, la escultura también era frágil, se alteraba con el paso del tiempo, así que ya no había nada que me aportase esa falsa sensación de seguridad y me dije: «ya que vamos a ser frágiles, inestables, delicados e inseguros pues puedo hacer otras cosas en otros soportes que también sean frágiles, inestables…». Que mi obra represente esto, pero que me aporte más libertad. Y el dibujo aporta todo esto: es directo, es frágil, delicado, es algo que hacen los niños… Empecé a hacer dibujo para ser poca cosa. El dibujo no nacía con vocación individual, sino con vocación de continuidad. Me gustaba esa idea de poder empapelar una sala. La escultura era el espacio y yo decoraba ese espacio con dibujos.

360  Y con cierta vocación literaria…

SB  Sí, poder contar. Me gustaba poder introducir la palabra. A veces lo hacía a lápiz, en pequeñito. Tardé en introducir texto, pero me gustaba ir en contra de la imagen, ser irónico. Descubrí unas plantillas para poder trabajar el texto y me dí cuenta de que cada vez me gustaban más. Tiene mucho impacto visual. Me gusta el texto solo, funciona bien. Las obras de arte a veces cobran su vida propia y los dibujos me superaron. Llegaron más lejos de lo que yo esperaba.

360  Muchos de tus trabajos dialogan con el propio arte contemporáneo…

SB  Para mí, mi obra es básicamente conceptual. El arte conceptual es en sí un arte frío, aburrido. Cuenta más el texto que lo que vemos, pero bueno; por qué no hacer un arte conceptual que al mismo tiempo sea divertido, ¿no? Quizás el día de mañana, si alguien quiere entender nuestra sociedad, analice más Los Simpson que las obras de arte que encuentra en los museos. Da una idea clara de lo que somos como sociedad. Yo he buscado dar una visión de la vida y del arte manteniendo mi perspectiva propia. Por ejemplo: retomo a Joseph Beuys y su famosa frase de «la revolución somos nosotros» y me lo apropio. Y le doy una vuelta y digo que «la revolución no somos nosotros». Me gusta hacer eso y jugar con conceptos que pueden ser también políticos y que están en la historia del arte. Un hombre que se encierra con una liebre muerta a dar lecciones de arte, que fue un líder ecologista, a mí toda esta personalidad me atrae y lo admiro; pero le doy la vuelta y empiezo a hacer dibujos de conejos y a añadir frases como «conejo vivo aprende más que liebre muerta». Es hacer ironía con alguien que admiras.

360  ¿Tu posicionamiento como artista tiene que ver con tu posicionamiento como político?

SB – A mí como artista me gusta todo; los planteamientos que maneja el arte son muy profundos si los cargamos de nuestro propio fracaso, de nuestra propia inseguridad, de nuestra propia incomodidad. Es un lenguaje que nos permite fracturas. En arte se puede hablar del fracaso como sociedad, de las contradicciones humanas… Yo nazco en el 68, con la revolución fallida [risas]. Evidentemente, esto marca algo. Ser revolucionario hoy en día es casi absurdo porque no hay nada menos artístico que ser panfletario. Lo que dicen mis textos no siempre se corresponde con mis propios pensamientos, en muchas ocasiones es una ironía de mí mismo. Ese es mi deber como artista cuestionar los propios discursos. Puedo hacer un análisis profundo de los propios códigos y del propio lenguaje. En política, lamentablemente, no hay espacio para los matices. En el arte no hace falta transmitir una idea fuerza. La ausencia de esa idea contundente es parte de un posicionamiento artístico y mi obligación como artista es no quedarme con lo más superficial.

360  Quizás, a veces, como político hayas sido más artista que político…

SB  Yo llegué a la política por artista. Para mí la política es una práctica artística. Cuando digo en un pleno que soy una persona incoherente sé que me van a hacer con esto un titular en prensa, pero no me importa porque es cierto. Quizá pueda ser algo negativo; pero depende como se mire. Hay un exalcalde que me reconoció que le daba envidia que pudiera reconocer esto públicamente. Parece que en política no podamos reconocer esta parte de humanos. Otro titular que apareció en prensa : «Nunca fuimos ángeles». Fue por una foto que nunca debió de llegar a la prensa en la que salimos Jorge [Suárez, el exregidor] y yo fumando en una bañera.

Obviamente tenemos errores como humanos. Los políticos y las personas estamos lejos de ser perfectos, y yo voy con esto por delante… Ahora se vive en el escaparate de las redes sociales y todos lo hacemos. Yo también lo hago, pero está bien reconocer lo que somos y no creernos todo. Hablamos, por ejemplo, de machismo y, evidentemente, que para poder hablar de esto hay que reconocer que uno ha sido criado de esta forma machista y que seguramente, a veces, todo esto se me escape porque está ahí. Pero poder reconocerlo ya es un principio, no es fácil vencer los propios demonios.

360 – Dices en una frase de tu trabajo que «el arte contemporáneo es un castigo». ¿La política también lo es?

SB – Sin duda la política es un castigo. Mis peores años fueron cuando estuve en el Gobierno con la corporación municipal. Quise demostrar que, con ambición, en la Concellería de Cultura de Ferrol se podía hacer otra cosa. Y creo que eso no lo hice mal. Pero tenemos una visión de la política muy simple y superficial. Estar en política no es ningún chollo. Es sacrificado.

360 – Y el arte contemporáneo es un castigo…

SB – Pues esta frase la dijeron dos señoras que escuché al salir de una exposición, y me encantó. El arte, en general, defiende más el sacrificio que el placer. Solo hay que ver nuestra cultura cristiana, la imagen es la del Cristo crucificado. No hay muchas de Cristo repartiendo los panes. La historia del arte está repleta de dolor. Con toda esta idea empecé a buscar artistas que trabajaban entorno a la idea del castigo y del sufrimiento. Retomo ideas de Juan Muñoz por ejemplo que es un escultor español, que tiene figuras humanas colgadas, y retomo esas imágenes y pongo un hombre colgado: Juan Muñoz castigo. Kippenberg, que tiene una obra de un hombre en una esquina, pues también me la reapropio. Estos artistas es verdad que son artistas más torturados, no trabajaban entorno al placer. A mí me gustan las escuelas expresionistas alemanas o la escuela de Londres, por ejemplo, que tienen ese punto de sufrimiento.

360 – Si intentamos pensar en lo que va a quedar de nuestro mundo para la posteridad, ¿tu qué crees que quedará como representación de toda esta época de la historia?

SB  Yo creo que vivimos en un mundo donde lo que era la perdurabilidad, la estabilidad de otras épocas o culturas, como la egipcia que se construía con peso, con idea de permanencia… Todo esto se ha ido diluyendo. Vivimos en un mundo de fragilidad. Todavía estamos en proceso porque nuestra sociedad está en constante revolución: los estilos no duran, nada dura nada. Ya no hay una idea de permanencia. Esto cae y la obra que se está haciendo responde a esta instantaneidad. Creo que ahora mismo el arte está en senderos digitales, en senderos que quizá estemos lejos de conocer.

Este pensamiento líquido que dice Zygmunt Bauman. Forma parte de nuestra forma de estar en el mundo. Ser artista siempre es algo pretencioso porque haces algo por explicar tu mundo. Ya es un poco pretencioso esto quizá… No sé qué es lo que va a transmitirse de nuestro mundo, pero algo que tenga que ver con la inestabilidad, la fragilidad… La frustración que tapamos con cosas que no nos sacan de ella… Al final vivimos el presente y hacemos lo que podemos, que no es poco.

360  En tu última exposición de la galería Metro en Santiago hay imágenes de tu trabajo más actual y también del que hacías años atrás y siguen funcionando…

SB – Mi trabajo es un continuo. Unos van llevando a otros. Yo he abandonado la búsqueda de la perfección. Y hago un poco este efecto de agrupación como las gacelas de la sabana que para protegerse de ser cazadas van en grupo. Me gusta algo que tiene que ver con el error, con algo que es defectuoso pero que tiene algo que engancha. En la exposición hay dibujos con 15 años de diferencia que siguen funcionando con otros actuales, y esto me gusta mucho. Me gusta beber de la parte de crítica con mi tiempo.

Cuando digo que un artista ha de ser crítico me refiero vitalmente. Un artista ha de buscar algo de cierta conciencia. Cómo te posicionas como persona en el mundo. Me encantaría decirte que creo en algo, pero no es verdad. Creo que vivir es ser crítico, es tener un punto de vista propio sobre lo que toca vivir. Saber cómo eres sin que eso exija demostrarlo a los otros o no respetar otros planteamientos diferentes al tuyo. Si yo tengo una idea de lo que soy esto nadie me lo quita y no hace falta defenderlo a cada minuto.

360 – Tu trabajo parece beber mucho de los medios de comunicación…

SB  Sí, solemos cuestionarnos el poder político, pero el gran poder es la información. El arte nos permite cuestionar estos discursos, entre ellos los que nos dan los medios. Como he sido protagonista de muchos titulares, totalmente descontextualizados y mal interpretados, pues desde mi pequeña atalaya intento dar mi visión del mundo. Sé contestar y tengo tiempo a responder. Como no soy creyente no pongo la otra mejilla y siempre respondo. Siempre.

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