domingo, junio 25, 2017

Clásicos de la provincia, por VICENTE ARAGUAS

Clásicos de la provincia - Ferrol - Diario de Ferrol

Clásicos de la provincia

Me encanta este disco de un cantante colombiano, Carlos Vives, poco frecuentado hoy por las emisoras de radio. Al menos por las nuestras. Y es que en su título encierra para mí todo el poder evocativo que la palabra provincia encierra.


Miguel Carlos Vidal, en una imagen de archivo

Miguel Carlos Vidal, en una imagen de archivo



Me encanta este disco de un cantante colombiano, Carlos Vives, poco frecuentado hoy por las emisoras de radio. Al menos por las nuestras. Y es que en su título encierra para mí todo el poder evocativo que la palabra provincia encierra. Yo que amo la provincia en todo su valor, y que aspiro a volver a ella, envuelto de momento –por azares y circunstancias– en aromas capitalinos, ni siquiera capitales.Para mí la provincia, además de los de Carlos Vives, que inspiran hoy mi titulo, tiene aires de Pimentel, en Lugo, Delibes, en Valladolid, Cunqueiro, en Mondoñedo, Julio Verne, en Nantes, Carvalho Calero, luego de sus prisiones, en Ferrol, en Santiago de Compostela.

Esas son para mí algunas de las provincias literarias (y dejo aparte a Madame Bovary subida en su fiacre de Rouen, con aquel cochero sudoroso recorriendo calles como el calvario de amor que se avecina) a las que más me gusta volver. A las físicas, a mi provincia, nunca he dejado de hacerlo, sobre todo porque nunca terminé de irme. Y voy y vengo de ella y busco aquellos magnolios y aquellas palmeras (una murío hace años, justo la que estaba junto al buzón, aún existe, donde deposité tantas palabras de amor; enfrente la estatua del marqués filántropo con la gaviota inevitable sobre la coronilla de bronce) y -también- algunos poetas que jamás dejaron la provincia, como Miguel Carlos Vidal, fiel a Ferrol, tan inseparable de Ferrol como la Puerta del Dique o el Cantón de Molíns.

Miguel Carlos Vidal, ese lujo en la provincia con quien coincido a veces, en encuentros que de puro apresurados tienen su punto de demora, si se me permite el oxímoron, con quien coincidía hace años en una tertulia en El Cafeto con tertulianos cuya sola enumeración me pondría los dientes largos, sino que a algunos se los ha llevado la de la guadaña, y empiezo a estar en edad nada proclive a las letanías funerarias.

Carlos Vidal, así le llamamos los amigos, sin el nombre arcangélico que es el suyo primero, tiene desde hace tiempo un lugar en el mundo poético. Ese para el que Gamoneda pide tratamiento diferente al de los demás géneros literarios, porque es otra historia. Y yo estoy de acuerdo. Para empezar uno puede ser novelista o ensayista o dramaturgo o crítico literario toda la vida.
Ah, pero poeta, lo que se dice poeta, uno lo es tan solo en ese libro, en esos libros, en ese momento, en ese poema tocado por los dioses que justificaría el oficio de poeta, comparable a veces al dificilísimo “mestiere di vivere” del maestro Cesare Pavese. A Pavese la soledad postrera lo sorprendió en el Albergo Roma, de Turín. A mí la primera en aquel Ferrol que alumbraba milagros como la revista Aturuxo, con Miguel Carlos Vidal como uno de sus artífices o monitores. En ella poemas de nuestro amigo, quien en paralelo iba cimentando su primer libro, Orvallo, publicado en la colección Xistral, tan luguesa como aquella Porta de Santiago por la que accedia a Lugo, y una placa sobre ella (ideada por Álvaro Cunqueiro) nos lo recuerda, el trovador Don Fernando Esquío.
Luego el silencio, un silencio que únicamente puede ser posesión de quien lo ama tanto que solo puede deshacerse de él a cambio de algo mucho más preciado. Y aquí recurro al tópico que quiere a Vidal poeta exigente, riguroso, entregado, tan rilkeano como el propio Rainer María, tan “en” poeta que murió, dicen (y me da igual que tal muerte no la recogen esos biógrafos, como Mauricio Wiesenthal, tan de la parcialidad vidaliana) de la picadura de una rosa. Un Vidal que de aquel libro iniciático salta a Ayer en que te dices (2012), esa miniatura hermosísima del tiempo presente que se sumerge en el pasado, como en un bautismo por inmersión, para así purificarse. Y yo desconozco la proyección exterior (interior, toda) de semejante manual de instrucciones sobre cómo sobrellevar el paso de los años y su usura.

Desconozco, digo, la difusión, el alcance de Ayer en que te dices. Y son embargo estoy seguro de que Miguel Carlos Vidal, tan sabedor de poesía, como pocos en Ferrol, tan poeta, tan poeta en Ferrol (y me pregunto si esto no podría tener algo de pleonasmo) como David Rey Fernández, por citar un joven, o Mario Couceiro, por aludir a uno que ya se ha ido, no se preocupa de esas cosas, porque tiene la medida de los asuntos poéticos y no ignora que al final, al final la palabra la dice el tiempo, mejor, el “tempo” de la poesía. Hermoso, bien afinado, cuidadosísimo el de Carlos Vidal (ya ven que lo llamo de las tres maneras posibles), tal como vuelve a mostrársenos en este tercer libro, El cuarto, la tarde, las rosas…(y otros símbolos) (Los Libros del Caracol/ Follas Novas, Santiago de Compostela, 2017).

Un libro que pide una lectura especialmente lenta, demorada, como el proceso de creación aquel cuadro de Turner, resuelto en dos horas y vendido en una millonada, lo que hizo que un crítico protestara por ello. Ah, pero Turner llevó a juicio al susodicho y sacó adelante la demanda pues. “Cierto que tardé solo dos horas en pintar el cuadro, pero llevaba veinte años pensándolo”.

Algo así es Vidal en este libro donde el niño que fue se hace mayor y ahí está el cuarto impregnado de olor a rosas, probablemente bravas, a tono con esa adolescencia tiernamente feroz que todos llevamos dentro para siempre jamás. Y hay aires de JRJ y de Antonio Machado y del propio Miguel Carlos Vidal inundando todo, con palabras bien medidas y reflexiones que no ahogan ni abruman sino que dejan respirar al lector. Quien agradece a Ferrol que deje crecer y vivir en él a gente como Vidal, ferrolano como la Puerta del Dique. Ferrolano de Bajar al puerto, así: En verano, de niño/ con cuánto amor por las mañanas claras/ de anteriores y futuros veranos/ (el mar ya al fondo), él al puerto bajaba… Algo así. O por ejemplo.

jueves, junio 01, 2017

José Afonso - Alípio de Freitas





Alípio De Freitas

Zeca Afonso

 

reproducciones

161

Baía de Guanabara

Santa Cruz na fortaleza

Está preso Alípio de Freitas

Homem de grande firmeza

Em Maio de mil setenta

Numa casa clandestina

Com campanheira e a filha

Caiu nas garras da CIA

Diz Alípio à nossa gente:

"Quero que saibam aí

Que no Brasil já morreram

Na tortura mais de mil

Ao lado dos explorados

No combate à opressao

Nao me importa que me matem

Outros amigos virao"

Lá no sertao nordestino

Terra de tanta pobreza

Com Francisco Juliao

Forma as ligas camponesas



Na prisao de Tiradentes

Depois da greve da fome

Em mais de cinco masmorras

Nao há tortura que o dome

Fascistas da mesma igualha

(Ao tempo Carlos Lacerda)

Sabei que o povo nao falha

Seja aqui ou outra terra

Em Santa Cruz há um monstro

(Só nao vê quem nao tem vista

Deu sete voltas à terra

Chamaram-lhe imperialista

Baía da Guanabara

Santa Cruz na fortaleza

Está preso Alípio de Freitas

Homem de grande firmeza

Reflexión sobre los de fuera y los de dentro José Ángel Leyva

Presentación La Otra 122 – Revista La Otra





leyva

Presentación La Otra 122

Reflexión sobre los de fuera y los de dentro
José Ángel Leyva
leyvaMe siento orgulloso de ser provinciano, de venir de la provincia, de haber vivido mi infancia entre montañas y visitar todos los años a mis abuelos en las llanuras de Durango, en la misma tierra que vio nacer a Francisco Villa, San Juan del Río. Nunca escuché hablar mal de los de fuera, de los fuereños, ni de los extranjeros.


Sólo hasta mi juventud comencé a escuchar comentarios negativos sobre "los que no son de aquí", los que vienen a quedarse. No fue al interior de mi familia, sino en la universidad y en los medios intelectuales. Esos comentarios los he continuado escuchando por todos lados del país. Incluso en la Ciudad de México, pero con menos rabia y menos frecuencia, porque es una ciudad forjada con la llegada de todo el mundo. Ser chilango es ser de fuera por definición y de dentro por voluntad.
Hace unos meses en Cincinnati, USA, a donde fui invitado como profesor en su universidad, comentaba con amigos y profesores que lo mejor de esa gran potencia son sus migrantes, el talento que ha adquirido de otras naciones en ciencia, en tecnología, en humanidades, en todos los campos de la cultura y de las artes. Me quedé asombrado al ver las colecciones de arte pictórico que contiene su Museo de Artes. Se puede prescindir de los pintores locales, pero no de las obras traídas de todos los países del mundo, y entre los cuales encontré unos Tamayo y unos Rivera sensacionales. ¿Qué pasará entonces si rechazan todo lo de fuera, todo lo que no sea Made in USA? ¿con qué se quedarán? No hay área del conocimiento o del arte que no haya crecido en ese país gracias a su apertura y gracias al talento importado.
Cuando observo nuestra realidad interna, en México y en América Latina, en nuestros lugares de origen, me pregunto si nosotros hacemos la misma reflexión, si hemos perdido el miedo a los de fuera, si recibimos con júbilo las aportaciones de quienes no nacieron allí o de quienes regresan a su casa después de no vivir allí, después de los exilios, las emigraciones por diversas razones, las búsquedas en otros lares. Tengo la impresión de que no, que padecemos un fuerte provincianismo, no como orgullo de ser fuera de las metrópolis y las capitales, sino del rechazo a lo desconocido, del temor a lo de fuera, de odio incluso a quienes destacan y vuelven a buscar un rincón de su provincia. Cuantas veces no leímos a lo largo de territorio mexicano "haz patria, mata un chilango". Pero ¿cuantas veces a nosotros los de fuera nos han mostrado recelo los habitantes de esta enorme ciudad? La verdad, nunca o casi nunca.
Hasta antes de 1994, con el levantamiento indígena en Chiapas, los pueblos originarios fueron vistos como extranjeros, no mexicanos. Eh allí una realidad innegable. Y los trabajadores del sur en los estados del norte fueron tratados o son tratados aún en condiciones de esclavismo. Difícil olvidar las imágenes de las avionetas rociando pesticidas sobre cuadrillas de pizcadores en los campos sinaloenses, pero más difícil olvidar las palabras de la persona que me intentó explicar por qué lo hacían sin considerar la salud de esas personas arropadas hasta los ojos con calores de más de 40 grados y una humedad extrema: “Esos aguantan todo, son oaxaquitas”. El muro que Trump dice debemos pagar los mexicanos lo hemos venido levantando y pagando con creces desde hace años. ¿Qué dirán personajes como Ricardo Anaya que legisla y dirige en México pero hace familia en Estados Unidos? La incongruencia de quienes dirigen la educación en México, de quienes se rasgan las vestiduras ante la combatividad de los maestros se manifiesta entre otras cosas al mandar a sus hijos a estudiar a otros países porque no confían en las instituciones locales. En síntesis, horrorizarnos del provincianismo estadounidense pero reir ante consignas antichilangas, hacer chistes de nuestros indígenas, de la negritud, de los de fuera con la cerrazón de los de dentro. El miedo a ser distintos nos paraliza y nos atrasa, nos impide crecer y hacer crecer. Es hora de saltar los primeros muros locales.
Tener la mente abierta a cuanto se produce en el mundo, ser parte de todo el mundo y hacer que lo local sea también el mundo, es , me parece, sano y necesario. La política mexicana ha sido malinchista, entreguista, pero el pueblo no, aún cuando pueda reconocer con admiración y aprecio lo que representan otras sociedades por sus logros y sus cualidades. Una provincia abierta a lo de fuera es un diálogo con uno mismo y con el otro, un crecimiento adentro.

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