martes, enero 28, 2014

Justo Alejo en la Librería Relieve, y lo demás, monsergas | Tam-Tam Press

Justo Alejo en la Librería Relieve, y lo demás, monsergas | Tam-Tam Press





ESTO SI QUE ES UNA ALEGRÍA, QUE ALGUIEN NOS RECUERDE A LAS PERSONAS QUE IMPIDIERON, COMO EN CADA MOMENTO SUCEDE, QUE IMPIDIERON QUE VALLADOLID, EN PLENO FRANQUISMO FUERA UNA CIUDAD SECUESTRADA POR LA NEGRURA MAS TREMENDA, POR UN CLASISMO RANCIO Y ESTEPARIO, DE CUARTELARIO PAISAJE POBLADO DE CACHORROS BRUTALES, DE CLERICAL IGNORANCIA, QUE IMPIDIERON ILUMINANDO DE IRONÍA Y BELLEZA, DE LUCIDAS CHARLAS Y TODO DESDE UN RINCONCITO QUE MUY TEMPRANO CONOCI DE LA MANO DE F. S. RELIEVE, LA LIBRERÍA RELIEVE, CON PEPE DE FOGONERO INCANSABLE, Y ALLÍ LOS QUE NOS PRECEDÍAN, LOS QUE AQUI SE NOMBRAN, Y LA COSMOPOLITA SONRISA DE JORGE VIDAL Y SU LLAMEANTE HELVETICA, JO, CARLOS DUEÑAS, TORIO, FELIX, GABINO, BLAS.Y ENTRE LOS MAESTROS UN MAESTRO INOLVIDABLE, MARQUES, EXILIADO EN SU DIGNIDAD, ANARQUISTA SABIO Y HUMILDE, EL APODO POR SU MAGNIFICA PRESENCI, Y SU DELICADEZA. Y MUCHOS MAS QUE ASISTIMOS A LA PROLONGACIÓN DE AQUEL RECÓNDITO OASIS LLENO DE ESPEJOS DONDE HOJEABAMOS LOS SUEÑOS SECUESTRADOS POR DECRETO.

Y JUSTO ALEJO, SUS POEMAS LOS TOCO CON FACILIDAD, SIEMPRE A MANO. SON LAS COSAS JUSTAS DE LA VIDA, AHÍ ESTÁN, INTACTOS, IN-CONSUMIBLES (como los de otro amigo siempre en EL corazón: ANIBAL NUÑEZ).

Gracias por traernos esta memoria que hasta el Olvido adora.



JUSTO ALEJO EN LA LIBRERÍA RELIEVE, Y LO DEMÁS, MONSERGAS



Justo Alejo

El poeta sayagués Justo Alejo, Fotografía: Miguel Herberg

Por MANUEL ÁNGEL DELGADO DE CASTRO
El profesor de literatura Manuel Ángel Delgado recuerda y rinde homenaje en este texto al zamorano Justo Alejo (Formariz de Sayago, 1935-1979). Un poeta de culto que no contó con el reconocimiento que se merecía en vida y que hizo convivir en su obra, poesía y denuncia, tradición y vanguardia. Sus versos caminaron a la par que los pasos de la Librería Relieve de Valladolid que cerró sus puertas hace unos meses y a la que estuvo muy vinculado.

A Domingo Criado, Gabino Gaona, Santiago Amón, Narciso Carreras y Pablo Rodríguez, que se fueron con él
No son estos tiempos muy buenos para la justicia, aún con minúsculas. Tampoco son buenos tiempos para la lírica. Sin embargo, y a pesar de tanto desencanto, sí son tiempos para recordar a un ser que peleó por quitar la venda de los ojos a todo ciudadano que, a través de la publicidad y la propaganda, no sabe ver las mentiras que nos hacen pasar por verdades, de los Poderes y de los Poderosos, que a través de televisiones y plasmas, con una desfachatez (perdón por el término) sin límites, reinterpretan nuestra realidad a través de mensajes afeitados.
Pero estos sí son, y deben ser, tiempos para recordar a Justo Alejo, que hizo convivir poesía y denuncia, tradición y vanguardia, con respeto:
“MonuMENTALES REBAJAS  (tristes tópicos) //subMINIFIESTO  NORMAL”  
Un Justo Alejo, poeta, que fue presionado por las varias vidas que le tocó vivir (poeta, militar, escritor crítico, sicólogo, traductor) y decidió “alejarse” -en palabras de otro hombre especialMENTE grande, de Valladolid, Blas Pajarero, y también especialmente, unido en estos tiempos… a la Librería Relieve, anticuaria y de lance-  un ya lejano 11 de enero de 1979, en pleno desencanto de la ciudadanía, y desigual lucha a cara de perro de los Poderes fácticos, de aquella desencantada Transición.
“(…) En los vidrios de los Escaparates o en las
pantALLAS
ilumiNADAS
CON OTROS
SANTOS
SE ANUNCIA OTRA SANTIDAD
A
TODA  PÁGI  N  A  (…)”
de  “Hoy en día el desencanto lava más blaaaanco”
Han pasado 35 años de su muerte, y dentro de 2 cumpliría 80. Algunos de sus amigos -que todavía le quedan- aún lo conmemoran. Con cariño y respeto. Por los adoquines que hay debajo del asfalto, entre risas y pocillos de vino en El Socia, danzan Isidoro CorbellaFrancisco SabadellFernando Santiago,Domingo CriadoGabino Gaona… Palabras y tintas de imprenta, pinturas y flores, ingenio y sabiduría-
¡Oh!… ¡Ah-Ah! …   Sí… Sisí  …  Yo… Yo-yó  …  YA es su YA  … 
… Aprendiendo, como decía Santiago Amón, otro de los alumnos y a la vez maestros de la “otra” Universidad, la universidad popular de la Librería Relieve, allá por la calle Cánovas, donde ejercía de aglutinante Domingo Rodríguez, maestro de ceremonias (y antes represaliado y apartado de las enseñanzas “oficiales”) junto a sus hermanos Pablo (con sus inolvidables e inmejorables “Retazos de Torozos”) y Pepe, que hoy sufre otra vez el exilio, como Jorge Guillén. Y Francisco Pino (versos y controversias), José Mª Arreciado, Narciso CarrerasFernando Zamora (un magnífico “Allá Mundial Poema”); y Félix, el gran Cuadrado Lomas, el impulsor de otro modo de ver esta tierra nuestra, poniendo poesía al lado del silencio;  junto con el “hermano en el alma”, Ramón Torío: soporte y bálsamo, conocedor y crítico veraz, encubridor y descubridor, guardián en suma de la personalidad de Justo Alejo, de los Pliegos de Cordel  Valisoletanos, y de cualquier proyecto que respirara por la Librería Relieve, conBlas Pajarero.
Todos y cada uno son y forman parte de la historia de la cultura con mayúsculas de Valladolid en aquella larga posguerra civil. Una cultura donde hablar de literatura o arte sin seguir los pliegos pautados de la consigna oficial era ejercer y desarrollar la épica, a fuer de ser caballeros y escuderos andantes a la vez; una cultura donde, como narró y retrató de forma crítica Miguel Delibes en La Conferencia, era más fácil ir a un acto cultural porque era un lugar abrigado, que estar a la intemperie de la vida cotidiana, con todas las preguntas sin respuesta.
También en su Sayago natal, unos paisanos que se autodenominan “Amigos de Justo Alejo” quieren celebrar su persona y su obra de cara a esos 80 años, en 2015. Y aunque se aprecia cierta confusión y exceso de protagonismo, algo así como la imagen de un elefante entrando en una cacharrería… hablan de hacer y organizar lecturas, conferencias, ediciones de libros, y actos de todo tipo, entre los que están divulgar y difundir la obra de Justo Alejo en los colegios de su Sayago.
Y esto es algo encomiable y digno de alabanza, porque no hay nada más necesario que paisanos y futuros ciudadanos conozcan de primera mano la defensa de la verdad, la valoración de la ética, la denuncia de la manipulación informativa, sin medias verdades, o verdades confusas, falsos protagonismos o simulando remedios a nuestros males como los charlatanes de antaño:
“(…)     aconsejándole cese en el USO del BÁCULO Y EL BULO: LA BALA Y EL ABUSO.
IGUALDAD para
TODO = TA/OS
supriMAN
SUPERman   (…)”
de  “monuMENTALES REBAJAS …”
Porque al contrario del “sálvese quien pueda”, o “es lo que hay”, o “no queda más remedio”, y otras monsergas cercanas a la resignación y al “valle de lágrimas”, hay que levantar la voz de hombres buenos como Justo Alejo que defiende a los que siempre “pagan el pato”, y denuncia tanta injusticia y tanto insulto a la inteligencia. Porque, además, estos “hombres buenos” son poetas, y hay que proCLAMAR que estos tiempos son buenos para la lírica que defiende la ética. Y lo demás… monsergas.

lunes, enero 27, 2014

Los cinco mandamientos del capitalismo según Noah Cicero

Los cinco mandamientos del capitalismo según Noah Cicero

El novelista y poeta Noah Cicero



COSAS DE NOAH CICERO extraídas de un articulo escrito por



en torno a su novela

Go to Work and Do Your Job 

"puede verse así como una novela sobre las reglas que rigen el mundo y sobre dos personajes, Mike y Monica, que se atreven a desobedecerlas. Y es, por extensión, una novela sobre un sistema que castiga a quien intenta vivir fuera y que intenta reeducar a sus parias, redirigirlos hacia el buen camino, hacia esos cinco mandamientos, en centros penitenciarios donde hasta los empleados son sometidos a una vigilancia extrema a través de cámaras y mediante otras formas de espionaje. “Escribí la novela justo después de la Primavera Árabe y durante las protestas de Occupy Wall Street, donde veía vídeo tras vídeo a la policía usando la violencia contra los protestantes, y sin ningún motivo”.



Se avergüenza en ocasiones de ser norteamericano y lo que pretende al escribir es poner de manifiesto la hipocresía del sistema norteamericano y su decadencia. Usa a su generación, y también la de sus padres, para ello. Y siente que no tiene nada que ver con lo que hacen otros escritores. También arremete en Best Behavior contra ese tipo de autor universitario yprofesionalizado que representan Dave Eggers, Jonathan Safran Foer y demás nombres salidos de McSweeney's, a los que ve como pijos de cafetería.
En toda la obra de Cicero hay una visión durísima del sistema capitalista y de una sociedad actual que ejerce toda su violencia contra los más débiles, una visión que ha terminado de cristalizarse en su última novela, la dura y fantástica Go to work and do your job. Care for your children. Pay your bills. Obey the law. Buy products (editada por Lazy Fascist Press

Y ALGO QUE NOS RESULTA MUY FAMILIAR

" “Tres años antes de que yo naciera, en 1977, se cerraron las fundidoras de acero. El Gobierno pudo haber rescatado a las empresas siderúrgicas y, con ello, salvar esta industria en América, pero mantuvo una postura neoliberal de mierda y dejaron toda la zona hecha polvo. En Francia, Alemania y Japón decidieron en parte nacionalizar su industria del acero y mantenerla viva, pero América eligió lo contrario"

ESTE ESCRITOR HABLA DE...de personas infelices y frustradas, en paro o en trabajos basura, que combaten el aburrimiento en el porche de su casa bebiendo cerveza, tratándose a hostias con los vecinos en el bar destriptease local, cuando no son directamente zombis, huecoscrackheads Son personas histéricas, obsesionadas con trabajar para poder tener un seguro médico porque saben que en ello les va la vida."

"Pero los pobres no pueden permitirse tener tiempo. El tiempo no les importa, ellos se levantan y sufren, trabajan en un empleo horrible en el que tienen muy pocas posibilidades de ascenso: y nunca serán un jefe porque apenas saben leer, les faltan dientes, tienen problemas para gestionar su ira. O no tienen trabajo, y realmente no les importa nada”.

ROTUNDAMENTE, SUS PERSONAJES NO SON MARGINALES, COMO LO VANA SER SI SON LA GRAN MAYORÍA...
" “No, no son marginados: nosotros somos la sociedad. El 80% de los estadounidenses sólo son dueños del 7% de la riqueza del país. Mis personajes son verdaderos americanos, los personajes de películas y programas de televisión no son reales."

Y NO HAY CONDESCENDENCIA EN LA MIRADA:
No los miro con compasión porque soy uno de ellos, no soy un niño rico que mira hacia los que tiene debajo. Tengo que tratar con ellos, cara a cara. 
"Creo que las personas deberían hacer otro tipo de cosas que son importantes, y sólo haciéndolas obtendremos lo que necesitamos en la vida. Ya sea publicando una novela, haciendo senderismo durante 25 kilómetros en un día en el desierto o saliendo con mi sobrino para que disfrute de un día divertido: todo esto significa lo mismo para mí”.

“Es casi estadísticamente imposible que ambos padres sean buenos con sus hijos. Generalmente tenemos a uno bueno y a otro que está completamente loco. No sé por qué esto puede ser una sorpresa para nadie. Sólo mira a tu alrededor y sé honesto acerca de lo que ves. Mi versión de la realidad es la verdadera, el mundo está lleno de violencia, de abusos emocionales, de pirados que buscan llamar la atención y lunáticos hambrientos de poder. El mundo tal vez tiene un 20% de población que en un momento dado ha intentado 'ser una buena persona'. El resto, de nuevo, están canibalizándose unos a otros”.

“No sé si la violencia podría resolver la situación. Creo que lo más importante ahora, y el Papa Francisco está trabajando en ese camino, es crear la conciencia de que estamos viviendo de forma equivocada, esta codicia, este crecimiento ilimitado y la destrucción del medioambiente no son la respuesta a nuestros problemas. Tenemos que superar los valores de la cultura corporativa, que son: consumir-consumir-consumir, imponer la austeridad, dejar que los pobres y los trabajadores se coman toda la mierda y permitir que las empresas piensen por ti y te digan lo que debes hacer”.

En nuestro caso, el caos de la voz humana es algo que está siempre ahí. Filosóficamente, creo que el budismo, el taoísmo, el existencialismo europeo y Wittgenstein subyacen en nuestras historias. Y El segundo sexo de Simone de Beauvoir, que creo que ha tenido un resurgimiento, todo el mundo para haberlo leído e inspirado. ¿Editoriales indie, dices? Yo trabajo con ellas porque las editoriales majors no me quieren”.    
EL ARTICULO COMPLETO AQUI

sábado, enero 25, 2014

De IVA y vuelta, de EDUARDO ARROYO

De IVA y vuelta | Opinión | EL PAÍS





No es raro que durante estos últimos años de crisis, varios medios de comunicación y de una manera insistente pregunten sobre la opinión que nos merece el IVA sobre el arte, que hasta ayer estaba al 21 por ciento... sin duda porque se supone que esta desproporcionada medida, única en Europa, es la razón por la cual el mercado del arte sufre y se resiente. Y es por esta circunstancia por la que me he visto envuelto en cavilaciones y conjeturas sobre este gravamen, sobre este recorte, sin duda sorprendente, y sobre las consecuencias derivadas de esta normativa que pudieran incidir sobre el mercado del arte. Inevitablemente a este número veintiuno se le ha hecho responsable de todos los males que afligen al planeta artístico.
Como todo el mundo sabe, el mercado del arte no existe, no existió nunca y nunca existirá en nuestro país. No existirá —insisto— ni siquiera sin IVA, y las razones que quisiera avanzar se me antojan poderosas y para analizarlas no basta con detenerse en los últimos años de este principio de siglo. Creo que deberíamos remontarnos a situaciones y vicisitudes de carácter secular. Las ocasiones irremediablemente perdidas de acercarnos a Europa, y en consecuencia al mundo, se desvanecieron entre otras cosas con el exilio de los llamados afrancesados y la derrota de Napoleón, de la que tanto nos ufanamos. Pronto nos dimos cuenta de que nunca, por ejemplo, podríamos contar con el mensaje de Byron, el poeta-viajero: “[…]¡Yo también moriré!… ¿Dónde? ¡Quién sabe! Desesperado y con una herida abierta pudiera hallar mi tumba, como el ave, quizás en roca estéril y desierta”. (Última Lamentación). Ni tampoco nosotros, intelectuales y artistas, pudimos aventurarnos en busca de pertrechos y armas rotas, abandonados en aquel desolador paisaje para después de la batalla por las llanuras de Waterloo. Y ni menos aún recitar aquello de La muerte de los artistas con Baudelaire: “Hay quienes no lograron conocer a su Ídolo, / escultores malditos, marcados por la infamia; / que en vano se golpean en la frente y el pecho”.
En resumidas cuentas, la modernidad había pasado por delante de nuestras narices sin volver la cabeza y sin que nos diéramos cuenta del desastre. Sí, la modernidad, que no la vanguardia emergente y la moda muy en boga hoy, panacea de cursis y tontos.

Y para mí el Liceo Francés, el Prado, el alejamiento sin retorno en Francia y en Italia, el exilio y la visión en directo de una cantidad considerable de cuadros del siglo veinte, fuera ya del recuerdo difuso de las malas y agradecidas reproducciones en blanco y negro de aquella revista de arte que se llamó
 Goya: ver y tocar los lienzos, porque en aquellos años se nos permitía ver y tocar lienzos de Picasso, Derain, Giacometti, Ernst, Picabia y tantos otros de los que conocíamos apenas su existencia. Pero a estas alturas de la película, ¿de verdad alguien se cree que la culpa de lo que estamos viviendo la tiene el IVA al 21 por ciento? En absoluto. Pues no. La culpa en primer lugar la tenemos nosotros, los artistas, seres sonámbulos y disciplinados, sin dignidad ni ética ni orgullo. Sí, nosotros —repito—, porque si no nos respetamos a nosotros mismos, cómo vamos a pretender que un híbrido de ministerio nos respete. Nosotros, metidos en un ridículo Erasmus autonómico y tardío, subvencionados aunque no mucho. Asistiendo impasibles a bajezas, prebendas y corruptelas varias, únicamente preocupados por sacar tajada de un esqueleto. Manipulados por ocho años catastróficos de zapaterismo y dos de rajoyismo. Insultados e ignorados por un Ministerio con un Secretario de Estado a la cabeza interesado solamente en hacernos creer que es progre y que, con idénticos y pesados tomos de páginas amarillas bajo el brazo, nos habla en diferentes foros de Hegel, olvidándosele convocar el Premio Velázquez, creado por su propio partido, convencido de que ninguno de nosotros se habrá dado cuenta del atropello.No insistiré en lo que vino después: intransigencia religiosa, subdesarollo, pobreza, analfabetismo y sobre todo crueldad. Situaciones éstas que ya anunciaban la pérdida de las colonias y el blindaje de los Pirineos. La Generación del 98 y la del 27 nos dieron algo, pero poco. Luego Primo de Rivera, la confusa y débil República, la Guerra Civil, el exilio, la represión, el aislamiento y luego la luz con la Transición, oscurecida por aquel estúpido y azucarado “café para todos” y “el que se mueva no sale en la foto”. Sin olvidar —para no perder la sonrisa— la movida.Pero todo ésto, naturalmente con matices, nos lo explica mejor Juan Pablo Fusi.
No exentos de responsabilidad se sitúan en segunda posición los marchantes que, al primer estornudo, cierran sus galerías, abandonando a su suerte a los artistas y casi siempre a los crédulos raros coleccionistas que creyeron en ellas, liquidando sin cuidado elstock mínimo que les queda a través de sospechosas casas de subastas tercermundistas. Y para guinda, ARCO a la cabeza de todo este desaguisado, con sus pequeñas parcelas de poder y sus inútiles mundanidades. Feria obnubilada, sin rumbo, desnortada, crecida en la idea de ser la primera gran cita del arte mundial después de Basilea, sin comprender aún que la verdadera protagonista de la feria es Madrid, que siempre encantará a provincianos y extranjeros porque se pueden emborrachar a buen precio y hacerse servir una paella —pongamos por caso— a las dos de la mañana. Oigo a propósito del IVA al 21 por ciento que los coleccionistas foráneos prefieren comprar obras en el extranjero, porque les cuesta menos que las ofrecidas por las galerías españolas. Y es cierto, porque lo que aquí llega —por lo general— es de segunda elección: obras de segunda categoría, la mayor parte quemadas y rechazadas por otros foros, consignadas en depósito por marchantes internacionales en plan de “a ver si cuela”.

También podríamos hablar de museos autonómicos sin contenido, sin obras, sin colecciones, o con colecciones emergentes, que es casi lo mismo. Sedes autodestruidas, politizadas, basadas en el clientelismo (el IVAM de Valencia, el CGAC de Santiago, el MUSAC de León, entre otros …) Dejándonos, para demostrar que la excepción confirma la regla, únicamente tres instituciones dignas, serias, competentes e independientes: el Prado, el Reina Sofía y el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Para qué seguir enumerando desmanes y estupideces practicadas por las ya desaparecidas brigadas internacionales de
curators, consejeros de colecciones, conservadores, asesores artísticos, directores de ferias, etc…Bastantes galerías, las nuestras, sin historia, sin depósitos propios, nutridas —en su época— del dinero del Estado, recibido en forma de compras la mayor parte sin sentido. Me comentaban últimamente que el ochenta por ciento de las obras compradas por la Junta de Andalucía fueron adquiridas en una sola galería de Madrid.
Hace bastantes años, cuando España no parecía que estuviera tan mal, recuerdo un brillante artículo de Julio Llamazares en estas mismas páginas. Se lamentaba el escritor por lo que le tocaba vivir y, cual desesperado Segismundo, no dejaba títere con cabeza. Enumeraba Llamazares sistemáticamente y con detalle lo que se le aparecía siniestro, ridículo y a veces sorprendente y terminaba su texto con una exclamación que sonaba algo así como “¿y yo qué hago aquí?”.
Pues yo pondré punto final a estas reflexiones de la misma manera: ¿y yo qué pinto aquí?
Eduardo Arroyo es pintor.

viernes, enero 24, 2014

MARIO MELENDEZ Entrevista a Zingonia Zingone




En tu último libro Los naufragios del desierto (Vaso Roto ediciones) podemos apreciar un desplazamiento hacia otras regiones, hacia otras claves que cohabitan en tu imaginario. La poesía de oriente ocupa un lugar preponderante en esta nueva etapa ¿Cómo se produce esta derivación?
Toda creación poética encierra un misterio. Es el fruto de lecturas, vivencias, percepciones, pero también y, yo diría sobre todo, de un misterioso dictado. El desierto es el espacio del silencio, y en el silencio se abre el oído de nuestros sentidos, predisponiéndonos a la escucha. Escucha que permite se mezclen nuestros conocimientos directos con aquellos indirectos, o dictados. Los naufragios del desierto nace más de mi relación con ese silencio que de estudios sobre la poesía de oriente.
Aunque sí me mueva la sabiduría de los sufí (recomiendo la lectura de Pensadores de Oriente de Idries Shah), y sí haya vibrado mucho en los versos de Rumi, Khayyam yHāfez, no siento que este libro sea producto de la filosofía oriental. Mi imaginario del desierto se desarrolla a partir de El extranjero de Albert Camus. Esta novela, que leí por primera vez en la adolescencia, me marcó de manera muy profunda e instaló en mí la potencia del desierto humano. En contraposición a esto, en mí yace firme la presencia bíblica que se refleja en las vidas de mis tres protagonistas: para ellos el desierto es vacío y plenitud; condición indispensable para transformar las heridas en luz.
Sería injusto para con el impulso creativo que originó este libro, que yo elaborara ad-posteriori un fundamento racional. Releyéndolo me doy cuenta que en él cohabitan numerosas claves, y que en realidad no tiene importancia ni el cuándo ni el dónde ni el cómo, porque el tema es la existencia. Y la existencia, por su naturaleza, se impregna de lo circunstante pero lo trasciende.  

¿Cómo se da esto de escribir preferentemente en español siendo italiana de origen? ¿Por qué crees que se genera esta dinámica inusual?
Yo pasé mi infancia en Costa Rica, llevé a cabo mis estudios en inglés, y en casa siempre y sólo escuché hablar italiano. Mis primeras composiciones poéticas (a los 12 años) fueron en inglés. Supongo que el ritmo de las palabras que retumbaba en mí con mayor fuerza era el de mis lecturas escolásticas. Con el tiempo, migré hacia el italiano, en paralelo con los estudios universitarios (Economía) que cursé en Roma, en italiano. Finalmente, al mudarme de nuevo a Centroamérica, a los 27 años y por asuntos profesionales, encontré mi resonancia en el idioma castellano. Es en Nicaragua donde comencé a descubrir matices del idioma que me pertenecían desde tiempos antiguos, y poco a poco me fui afianzando en él.
En Nicaragua también aconteció el Amor. El idioma del amor es el idioma del corazón, y el corazón es aquel que origina todos los latidos. Por ende, aunque a veces pueda cometer errores en español, debidos a su similitud con el italiano, sé que mi pulsación poética le pertenece. Es un latido hispanoamericano. Ya el idioma de mis lecturas se ha vuelto indiferente; a la hora de tomar la pluma entre las manos, los versos surgen en español. Esta dinámica no aplica ni a la narrativa ni al ensayo, géneros en los que me expreso libremente en italiano, inglés y español.
Sin embargo, en respuesta concreta a la pregunta ¿por qué creo que se genera esta dinámica inusual?, tengo que apelar nuevamente al misterio poético. 

A la luz de tu experiencia ¿qué diferencias claves adviertes entre la poesía italiana actual y la que se hace en Latinoamérica?
Aclaro que no soy una experta en esta materia, menos una gran lectora de poesía contemporánea (todavía tengo mucho por leer del mundo clásico)…
En términos generales, en la poesía actual italiana percibo más concepto que entrañas. Se siente cierta sumisión a las grandes voces del siglo pasado, y el refugio en un refinamiento estético, salida que se convierte en cerco. Parte de la poesía sigue aferrada a las ideologías difuntas, mientras que otra busca un espacio en el cerrado panorama cultural. Esto último, pareciera ser más importante que la mera esencia del acto creativo, que tiende naturalmente hacia la “ruptura de los esquemas”.
Me atrevo a decir que esta situación responde en parte al estancamiento de la sociedad: los grandes sufrimientos (guerras y pobreza) son sólo recuerdos, y por ende un concepto, y no un sentimiento vivo. Así mismo, la esperanza, que no se vislumbra ni en la economía, ni en la política, ni en la reconquista de los valores fundamentales, constituye una especie de concepto frustrado.
En Latinoamérica, en cambio, la pobreza sigue vigente y las heridas son más frescas; también, es más palpable la esperanza de salir adelante y superar los históricos abusos. Esto se transmite a la lírica, que todavía logra involucrar al lector, provocando en él un movimiento desde adentro hacia fuera y no viceversa. En una tierra que funda sus orígenes en el conflicto entre amerindios y conquistadores, el modus vivendi es la “ruptura de esquemas”. No hay estática en esta lengua rica de resonancias, que engendra poesía como expresión propia de su existir. Y en este sentido, me parece iluminante un trozo del diálogo entre Jung y el indio de Nuevo México “Lago de montaña” (Carl G. Jung, Recuerdos, sueños pensamientos):
«Los blancos quieren siempre algo, están inquietos y desasosegados. No sabemos lo que quieren. No les comprendemos. Creemos que están locos». Le pregunté por qué creía que todos los blancos están locos. Me respondió: «Dicen que piensan con la cabeza.» «¡Pues claro! ¿Con qué piensas tú?», le pregunté. «Nosotros pensamos aquí», dijo señalando su corazón. Quedé sumido en largas reflexiones.

Zingonia Zingone. Poeta, narradora y traductora. Creció entre Italia y Costa Rica, y es licenciada en Economía. Escribe en castellano y vive en Roma.
Poemarios: Máscara del delirio (Perro Azul, 2006; Lietocolle, 2008), Cosmo-agonía (Perro Azul, 2007), Tana Katana (Perro Azul, 2009), Equilibrista del olvido (Raffaelli Editore, 2011; Editorial Germinal, 2012; Poetrywala, 2011; Aharnishi Prakashana, 2012), y Los Naufragios del Desierto (Vaso Roto Ediciones, 2013). Novela en Italiano:Il velo (Elephanta Press, 2000).
Su obra ha sido incluida en numerosas revistas literarias y ha sido traducida a varios idiomas como inglés, chino, hindi, kannada, malayalam, marathi y albanés.



Obras traducidas al español: Alarma de Virus (Ediciones Espiral, 2012) del poeta marathi Hemant Divate y La Cruz es un camino (Edizioni della Meridiana, 2013) del poeta italiano Daniele Mencarelli.
Integrante de la junta organizadora del festival internacional de poesía “Kritya” (India). Desde el 2007 ha participado en numerosos festivales internacionales de poesía en América Latina, Europa y Asia.


El hecho de dominar varios idiomas te ha permitido leer en lengua original textos fundamentales y traducir también a importantes autores ¿Cómo te sientes en esta labor de traductora?
Traducir es mi forma natural de hablar. Me muevo mucho entre Europa, la India y Latinoamérica, e intercambio con frecuencia mensajes con poetas diseminados por el mundo, por lo que ya se me hizo costumbre pasar de un idioma a otro. Traducirlos y traducirme.
Ahora bien, la labor de traducir poesía no implica sólo dominar los idiomas, sino que entender la cultura que un idioma encierra, para así poder trasponer una cultura en otra, un idioma en otro, un poema en su equivalente traducido. Por esta razón, me siento más cómoda trabajando con la poesía procedente de una cultura que conozco bien.
Prefiero siempre traducir al español. Y aclaro que no es español de España.
Tengo sensibilidad cultural y lingüística para con Italia, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Canadá y la India. Pero también me atrevo a traducir la poesía árabe desde el inglés y el francés conjuntamente, y la poesía de los países nórdicos desde el inglés.
Donde se me dificulta la labor, es en el desencuentro con un texto. Si no logro sintonía con el poema que traduzco, es difícil que el resultado me satisfaga, por lo tanto, mi política es traducir sólo lo que me gusta. 
Tu relación con Latinoamérica es muy cercana. Viviste algunos años en Costa Rica y has viajado por varios países de este continente. ¿Por qué se produce esta empatía? ¿Te sientes parte de una cultura, de un tejido social en permanente ebullición?
La empatía está fuera de nuestro control: o se manifiesta o no se manifiesta; no se puede construir a partir de la racionalidad.  
Al pasar mi infancia en Costa Rica, por simple osmosis ambiental, quedé permeada de latinoamericanidad. Me refiero, entre otras cosas, a la lengua, a la música, al dulce de leche y a la tortilla, a la devoción por la Virgen, y a la baraja étnica. Sobre todo, quedé llena de trópico, de esa relación entrañable con la naturaleza.
Más que sentirme parte de un tejido social, siento un vínculo más íntimo, una afinidad profunda. Tan es así, que al mudarme a Nicaragua ya como adulta, sentí que de alguna forma estaba regresando a casa.
En Costa Rica falleció mi padre. En Costa Rica nació mi hijo. La familia paterna de mi hijo es nicaragüense y peruana, por lo que en los últimos diez años, mi vínculo con América Latina se ha ido fortaleciendo siempre más. El amor es el más poderoso de los motores y del amor por una persona, puede nacer el amor por un pueblo, por un territorio.
Regresando al tema de la empatía, creo que vale la pena mencionar que mi memoria sensorial juega un papel importante. Desde niña, siempre la he tenido muy desarrollada, en contraposición con la pésima memoria para con números, datos y textos. El hecho de retener impresiones, las convierte en algo mío, extendiendo mi zona de confort. Esto no sólo me pasa a través de la experiencia personal, sino que a través de la lectura. El ejemplo más impactante implica a Neruda. Estando en el colegio, leí Entierro en el este, un poema que describe un ritual crematorio en las orillas del río Ganges. Me impactaron tanto los ruidos (“pasan sonando cadenas y flautas de cobre” y “el creciente monótono de los tamtam”), los olores punzantes (“azafrán y frutas”, “el humo de las maderas que arden y huelen”), así como colores y texturas (“envueltos en muselina escarlata”), que al visitar la India, hace 5 años, sentí que el país me pertenecía. Esto seguramente se debe también a mi domino del inglés y al trópico que vive en mí.
En resumidas cuentas, sí me identifico profundamente con América Latina, pero tengo empatía fácil con otras regiones del mundo. 

Aparte de las lecturas de rigor ¿crees que los viajes han sido funcionales a tu proceso creativo?
Definitivamente. Los viajes amplían los horizontes. Y, como dije anteriormente, mi memoria sensorial engloba rápidamente las impresiones.

Has incursionado en otros géneros literarios, especialmente la narrativa. Publicaste en 2000 una novela que lleva por título Il velo. ¿Crees que el poeta tiene esa capacidad de desdoblamiento cuando aborda otro escenario? ¿Cómo fue la experiencia en tu caso?
No podría generalizar. Hay poetas que son también ensayistas, dramaturgos, cuentistas y novelistas brillantes, como hay otros que sólo tienen vocación de poeta. Es algo muy personal.
A mí, desde que era niña me fascinaba contar cuentos, inventar historias. Como también tuve siempre amigos imaginarios que me acompañaban y con los cuales compartía unas historias elaboradísimas. El paso siguiente hubiera sido ponerlas por escrito.
Creo que para aprender a narrar, se necesita práctica y disciplina. Existen técnicas, pero lo que más me resultó a mí, fue la lectura de buenos cuentos y novelas, escritos en la estética contemporánea. Una vez organizadas las ideas en forma esquemática, sigue lo metódico: sentarse a diario frente al papel y avanzar hacia el objetivo. Así fue como escribí Il Velo y mi novela inédita, La leyenda del mendigo. Para esta última me nutrí de Stienbeck, Scott Fitzgerald y Hemingway; está escrita en tercera persona, y cada capítulo corresponde a una escena, como en una película.Il Velo, en cambio, es una novela intimista, escrita en primera persona y con un lenguaje más poético, menos fluido. Peculiarmente, el protagonista es un hombre.
Como reto personal, hace años incursioné también en el teatro. Era una época en la que estaba obsesionada por la obra del dramaturgo francés Jean Anouilh, y leía una o dos piezas suyas al día. Entré en el ritmo del teatro y escribí una obra en tres actos, Desideria. No era más que un ejercicio, pero no descarto retomarla en algún momento.  

Volviendo a tu proceso creativo, ¿qué cambios adviertes desde tus primeros libros a lo que vienes haciendo en la actualidad?
Soy poeta por nacimiento, por instinto, y no llevé a cabo estudios literarios, por lo cual mi poesía se encontraba inicialmente en su “estado bruto”. El tiempo y las lecturas han ido depurando mi voz.
Soy de aquellos reticentes a sacar su primer libro del armario. Sin embargo, como me dijo el dueño de la editorial costarricense Perro Azul, “si no se le apoya al poeta la edición de su primer libro, puede que se frustre y deje de escribir. El reto es que cada libro supere al anterior.” O, yo agregaría, cuando la voz es madura, que no se repita, que explore nuevos entornos. Siempre que las musas sigan cantando.
En estos 7 años (Máscara del delirio se publicó en el 2006) fui aprendiendo a hacer mi trabajo: leer mucho y leer bien; vivir con todos los sentidos desplegados, sentarme a escuchar el dictado, y recogerlo sobre el papel en blanco. Acto seguido: el reposo del texto y la pulida correspondiente. También ha resultado útil la confrontación con poetas de mayor trayectoria.
Este proceso me ha servido para entender que tengo que tomar las distancias del poema. Estar en él sin invadirlo. Tratar de que mi presencia pase desapercibida. Creo que esto último es precisamente lo que le da fuerza a Los naufragios del desierto. 

Existe una incapacidad de reconocer al otro cuando no pertenece a un grupo determinado. Este sentido de competitividad mal entendido hace que la poesía muchas veces sea un medio y no un fin. ¿Por qué piensas que se da este fenómeno?
Esta pregunta me hace sonreír porque me recuerda algo que leí en Pensadores de OrienteLos sufí, es comúnmente reconocido, han producido parte de la grande literatura mundial, particularmente en lo que se refiere a cuentos, obras ilustradas y poesía. Sin embargo, a diferencia de los “trabajadores literarios” o escritores profesionales, ellos ven esto como un medio para trabajar y no como el fin de su trabajo: “Cuando el Hombre Elevado hace algo admirable, es una evidencia de su maestría, no el objeto de la misma”.
Sonrío porque pienso parecido a los sufí. Soy reticente a eso de pertenecer a un grupo y, sobre todo, pienso que la creación está por encima de su creador. Entiendo bien el problema que planteas, sin embargo, me tiene sin cuidado. Es triste pensar que en la poesía existan círculos de poder, pero el poder, como todos sabemos, es un reflejo de cierta parte oscura del hombre. Yo pienso que todo cae por su propio peso y que la verdad (en este caso me refiero al talento) de una u otra manera, con tiempos ajenos a nuestros tiempos, sale a flote. 

Paul Celan afirmaba que la poesía es una especie de regreso a casa. ¿Qué sería para ti?
Parecido a Celan: es la vía del regreso a casa, porque el camino de la poesía, para mí, coincide con el camino espiritual. Ese trabajo de eliminar lo superfluo para llegar a la esencia, a la palabra precisa, a la verdad desnuda.
La poesía es búsqueda, pero hay que preguntarse ¿qué busco? Personalmente, no creo en los ejercicios estilísticos, en la búsqueda de la forma sin contenido. Creo más bien en el escarbado profundo. Es allí donde se descubren horizontes siempre nuevos. Bien lo dice el poeta argentino Hugo Mujica en su Poéticas del vacío: “El hombre, lo supo también Pascal, es un ser finito habitado por la infinitud.”



Mario Meléndez (Linares, Chile, 1971). Estudió Periodismo y Comunicación Social. Entre sus libros figuran: “Apuntes para una leyenda”, “Vuelo subterráneo”, “El circo de papel” y “La muerte tiene los días contados”. En 1993 obtiene el Premio Municipal de Literatura en el Bicentenario de Linares. Sus poemas aparecen en diversas revistas de literatura hispanoamericana y en antologías nacionales y extranjeras. A comienzos del 2005 obtiene el premio "Harvest International" al mejor poema en español otorgado por la University of California Polytechnic, en Estados Unidos. Parte de su obra se encuentra traducida al italiano, inglés, francés, portugués, holandés, alemán, rumano, búlgaro, persa y catalán. Durante cuatro años vivió en Ciudad de México, donde dirigió la serie Poetas Latinoamericanos en Laberinto ediciones y realizó diversas antologías sobre la poesía chilena y latinoamericana. Actualmente radica en Italia. A comienzos del 2013 recibe la medalla del Presidente de la República Italiana, concedida por la Fundación Internacional don Luigi di Liegro.

miércoles, enero 22, 2014

Las catacumbas y el firmamento de Walter Benjamin LA OBRA DE LOS PASAJES

Filosofía: Las catacumbas y el firmamento de Walter Benjamin | Cultura | EL PAÍS





No creo que haya ensayo filosófico más famoso, complejo, influyente y poco leído que la así llamada Obra de los pasajes, de Walter Benjamin.Su nombre obedece a que ni siquiera puede llamarse “libro”: es un montón de papeles que acabaron guardados en una maleta, en cuyas páginas hay kilómetros de citas (ajenas) y comentarios (de Benjamin). ¿Un conjunto de ruinas? Así lo describe Giorgio Agamben: es la visión de un superviviente cuando pasea la mirada por los cadáveres y ruinas que se extienden a su alrededor tras un bombardeo.

La editorial Abada
 acaba de publicar una nueva versión de este clásico dentro de la ambiciosa obra completa del autor, y tiene como garantía la solvencia de su traductor, el poeta Juan Barja. La desventaja es que hasta dentro de unos meses no aparecerá el segundo volumen. En cualquier caso, es un acontecimiento editorial. Mientras tanto, siempre nos queda la edición de hace algunos años en Akal.
Breve biografía¿Qué andaba buscando Benjamin con tan abrumadora acumulación de documentos fragmentarios? Es casi imposible contestar a esta pregunta. El editor alemán, Rolf Tiedemann, cree que la ambición de Benjamin era escribir una filosofía de la historia que superara la herencia de Hegel y Marx.Otros opinan que es el más sofisticado análisis de los orígenes del capitalismo industrial. También los hay que no la tienen por obra de filosofía, sino de literatura, un prodigioso experimento comparable al de Joyce, que usa aquellas técnicas cinematográficas de montaje sobre las que tanto escribió Benjamin. Y no falta quien cree que, por lo menos en su primera parte, es un poema surrealista.
Walter Be
Porque en realidad hay dos partes y mantienen grandes diferencias la una con la otra. Nuestro pensador trabajó en su obra de 1927 a 1940. En la primera etapa, de 1927 a 1929, es indudable que quería reconstruir el auge del capitalismo nacido de laRevolución Francesa, haciendo uso de un método sorprendente: vivificando las ruinas que han quedado de aquel primer momento explosivo. Así, por ejemplo, los pasajes, los panoramas, los grandes almacenes de París, pero también la publicidad o la prostitución. Estos restos arqueológicos aparecen ante nuestro entendimiento como cadáveres devueltos a la vida (Benjamin usó la palabra “fantasmagoría” para su proyecto) y con capacidad para “despertarnos” del sueño capitalista.
En esta primera parte, Benjamin explora un mundo compuesto por mitos eternos que se vuelven a activar en cada etapa de la historia y que como tales mitos son invisibles en el presente, pero pueden intuirse en el pasado. El método no es muy distinto al de algunos surrealistas (en este caso Aragon) cuando describen un surtidor de gasolina como si fuera un tótem salvaje de los tiempos modernos. “El capitalismo es un producto natural junto con el cual le sobrevino a Europa un nuevo sueño en cuyo interior las fuerzas míticas se vieron nuevamente reactivadas”, escribe. Y este fue el problema. Su mentor y protector, el filósofo Th. W. Adorno, marxista ortodoxo y simpatizante del partido comunista, no podía admitir que Benjamin pusiera en modo onírico lo que para los creyentes era una superestructura racionalmente deducible de la infraestructura material. Benjamin tenía que cambiar de método si quería mantener la protección de Adorno.
Así que, a partir de 1929, Benjamin interrumpió su obra y se puso a estudiar la de Marx. Tanta humildad no se vería recompensada porque nunca alcanzó a ser un comunista aceptable y aun en la actualidad solo los muy conservadores lo siguen presentando como filósofo marxista. El caso es que no reemprendió su obra hasta 1934 y ya no la abandonaría hasta 1940, cuando la persecución nazi le obligó a escapar de París. Como es sabido, acabaría suicidándose en Portbou.
En su segunda parte, la música tiene otro programa, otra armonía, y aunque continúa siendo palmariamente benjaminiana sopla en ella un fuerte viento materialista que impone al texto nuevos mitos y fantasmagorías sin por ello disminuir la fuerza analítica. Son ahora los fantasmas de la Comuna, del París de Haussmann, de la Bolsa, de los ferrocarriles, de la gran banca. Y es también el fantasma de Baudelaire, luminoso aparecido lírico, primer poeta de la ciudad industrial que insufla sentido a la acumulación de mercancías, con gran irritación de Adorno.
Baudelaire será una obsesión de Benjamin y logrará arrancar al poeta del Olimpo francés, donde mueren los grandes, para devolverlo a la vida verdadera. He aquí una iluminación perfecta: Benjamin dio vida nueva a una poesía que había sido condenada a gloriosa ruina y languidecía convertida en mármol. La misma editorial Abada acaba de publicar, dentro de sus obras completas, el conjunto de ensayos que Benjamin dedicó a Baudelaire. Una edición imprescindible.

Eso no hace menos interesante la segunda parte, en la que asistimos al ascenso de la mercancía (el fantasma por antonomasia) desde las catacumbas (los pasajes) hasta los palacios (los grandes almacenes) y finalmente a los templos (las exposiciones universales). La mercancía y su deseo fantasmagórico nace enterrada en los subterráneos iluminados por gas del Paris ochocentista, sube impetuosa a los escaparates lujosos de los grandes bulevares y acaba por asentarse en un pedestal parecido al trono de san Pedro a partir de las exposiciones universales. Esta segunda parte requerirá, seguramente, un nuevo comentario cuando aparezca el segundo volumen de Abada.
En su segunda parte, el concepto clave de los pasajes será el fetichismo de la mercancía, noción que tomó de Lukács, no de Marx, y que ha ido adquiriendo fuerza a medida que el capitalismo se ha ido haciendo cada vez más agresivamente fetichista. Las “imágenes del deseo” que se ocultan en las mercancías eran de nuevo, para Benjamin, espectros míticos que se filtraban desde el pasado en la vida del presente para hacernos caer en un sueño. Iluminarlos conducía a nuestro despertar. A nosotros, que no solo vivimos el fetichismo de las mercancías de un modo absoluto, sino que lo aceptamos como lo propio de “la Naturaleza”, es decir, que ya no queremos despertar, esta segunda parte nos puede parecer casi melancólica. Lo que Benjamin intuía en 1935 se ha convertido en un monstruo colosal que cubre con su sueño narcótico el globo entero y contra el que carecemos de herramientas críticas decisivas tras el hundimiento de la izquierda en su propio sopor arcaico.
Su grandeza está en la cantidad de interpretaciones que permite
La grandeza de esta obra catastrófica permite tantas interpretaciones que los comentaristas siempre nos quedamos cortos, pero no quiero dejar pasar un elemento de cierta importancia para algunos lectores. Indirectamente, en esta obra se encuentra oculta o sumergida una defensa romántica del arte, tan original como oscura. Es evidente que Benjamin luchaba contra la filosofía de la historia “progresista”, la de Hegel, la de Marx, pero también la del cristianismo. Él no creía en la continuidad temporal y escatológica que permite deducir leyes y sentido a los acontecimientos, como si el tiempo se dirigiera hacia algún lugar. Aun cuando simuló ser un materialista dialéctico tenía demasiada inteligencia para someterse a un dogma. Veía el curso de la historia como una secuencia siempre interrumpida, un cataclismo enigmático que amontona cadáveres y que a veces se ilumina con el relámpago de un “acontecimiento”. Sin embargo, en ese momento de iluminación, lo que aparece a nuestro entendimiento es un mito que regresa en un renacimiento perpetuo. Lo que vemos durante los escasos momentos en que despertamos de nuestra ensoñación son arquetipos originarios que dan brevemente sentido a una existencia banal mediante la unión perfecta de presente y pasado. Esos momentos de iluminación no los producen las guerras, las revoluciones, los inventos o las luchas sociales, lo producen las obras de arte.
En nuestro firmamento brillan miríadas de estrellas, pero muchas de ellas sabemos que ya han muerto y hasta nosotros solo llega su fantasma. Lo mismo sucede con las obras de arte, con la particularidad de que incluso las muertas y fantasmagóricas permiten a los buenos marineros navegar por el mar de la existencia.
Monumento a Walter Benjamin en Portbou (Girona). / PERE DURAN

WALTER BENJAMIN nació en Berlín en 1892, en cuya universidad estudió, así como en las de Friburgo y Berna, donde se doctoró con una tesis sobre el romanticismo alemán.
A su vuelta a Berlín y una vez truncada su carrera académica, trabajó como crítico literario y traductor. Influido por Bloch y Luckács, asumióposturas marxistas.
Desde 1933 vivió exiliado en París, adonde se había mudado ante el empuje del nazismo en Alemania. Huyó de la ciudad a mediados de junio de 1940.
Se trasladó a España con idea de embarcar hacia EE UU. En Portbou, se suicidó con morfina. Un monumento recuerda su paso por la localidad gerundense.
La primera parte de la Obra de los pasajes es el séptimo de los 11 volúmenes de las obras completas, cuya edición está llevando a cabo Abada a partir de la publicada en Alemania por la prestigiosa Suhrkamp Verlag, en edición de Rolf Tiedemann y Hermann Schweppenhäuser (con la colaboración de Theodor W. Adorno y Gerhom Scholem).

domingo, enero 19, 2014

LA GRAN BELLEZA: dos miradas

En una sala atestada de público ruidoso, el espesor del silencio se podía cortar con un cuchillo a los pocos minutos. A primera vista, La gran belleza es una ambiciosa y exuberante entrega, sobre todo visual y sonora, con unas imágenes y una música que –tanto por el lado coral refinado, como por el lado hortera, la repetición techno o la atmósfera chillout- pueden llevar al trance o al agotamiento de los sentidos. En realidad, la película de Sorrentino, repleta de frases memorables, es también una amarga reflexión sobre el sentido que todavía tiene respirar, llegar a amar u odiar en nuestros escenarios ultra-iluminados. Entre otros cien, recordamos este momento: “Me gustan estos ‘trenes’ de nuestras fiestas, con la serpiente de gente bailando, me gustan porque no van a ninguna parte”.
Ninguna parte. ¿Cómo la vida misma, como este espectáculo diurno y nocturno que es el esplendor de Roma, de toda capital que se precie y quiera atraer la vorágine mundial de turistas y de capitales?
El director, Paolo Sorrentino, también el personaje principal, Jep Gambardella (Toni Servillo), podrían estar de acuerdo en una idea: somos necesariamente histriónicos porque –a diferencia de la tierra que nos rodea- tememos al vacío, al sinsentido, al silencio de vivir. Hubo un tiempo en que se inventó un Dios para que Él supiera de ese significado inescrutable, mientras los mortales se afanaban en sus tareas anónimas. Ahora, sin Él, el sinsentido del ocio y del trabajo cae sobre nuestras espaldas mojadas bajo la luz permanente de los focos. De ahí el frenesí de la vida social, no sólo en Roma y no sólo nocturno. Hace poco tiempo, encontrábamos en Shame una indagación similar en versión neoyorquina. Si cabe, y cabe, la versión romana de Sorrentino –que, sin imitarlas, no olvida nunca el drama barroco de Roma y La dolce vita- va más lejos a la hora de “acompañar toda esa densidad” que mezcla lilas con cadáveres parlantes.
¿Una metafísica del desecho? Sí, no todos los días vemos una performance que consiste en estrellarse de cabeza contra un supuesto muro antiguo; o una liturgia masiva –con ritual casi religioso- donde un gurú de la estética hace pequeños implantes a precios de oro; o una fiesta frenética donde la cantante oriental se contorsiona, escayolada, en una camilla de hospital. Esta Europa lleva siempre el horror más lejos, pues aquí mezclamos la brutalidad con la cultura, la violencia con el discurso ético. No sólo Fellini, otros nombres venerables –Pasolini, Antonioni, Visconti- fueron maestros en esa hipótesis italiana acerca de las complicidades íntimas del mal y el bien.
Y sin embargo, el sabor agridulce de La gran belleza proviene de una cámara que se pasea por todo ese pasillo radiante de los horrores con una mezcla indecidible de dulzura y espanto. Jep no es un moralista, no se pierde nada, casi nunca dice que no a una oportunidad, pero le salva asistir con una cierta distancia a ese desfile divino y repugnante. Lo que no soporta es que además le suelten discursos que maquillen la triste realidad. Por eso le canta las cuarenta a su amiga Stefanía, que en medio de la putrefacción intenta mantener un discurso crítico y progresista. Estamos completamente degradados, dice Jep, y sólo nos queda acompañarnos mutuamente, procurando cierta benevolencia mientras cotilleamos sobre banalidades.
No obstante, su único misterio es simple: Gambardella no sabe cómo vivir. Sus amigos le aprecian no tanto por ser ingenioso y divertido, o exactamente irresistible, sino porque a veces sabe pararse. Pararse y hablar, con unas palabras que brotan, en medio de toda la degeneración imaginable, de un inmenso amor por la vida, un amor infantil y erótico a la vez. El pensamiento y las palabras de Jep son como las de un animal que sabe que no podrá jamás salir de la espesura. De un modo u otro, siempre piensa con la soga al cuello, pero con una sonrisa. El cinismo le defiende de la degeneración total, también del desencanto que empuja al suicidio a algunos, tal vez los más honestos.
Volver a casa de madrugada, lento, agotado, un poco borracho, mientras el resto de la ciudad se despereza. Hay un momento –mañana o tarde, es difícil distinguir- en el que un hombre desde una barcaza mira a Jep –que no es exactamente homosexual- como una aparición erótica en medio de la nada decorada que son nuestras ciudades. Lo que destaca en el protagonista de La gran belleza es que él nunca excluye nada, ni la misma nada. No excluye ningún gesto de ternura dentro de su fortaleza, ni siquiera su propia desaparición. Entre otros rasgos, esta elementalidad “popular” de Jep se manifiesta en la manera llana en la que él, rico y famoso, trata a su criada hispana: “granuja”, se dicen mutuamente, con la complicidad de dos seres que no pertenecen a ninguna parte.
Lo que hace humano a Jep no es su lengua acerada, su relativa apostura, sus múltiples contactos mundanos. Sus amigos le quieren, más bien, por una extraña sinceridad, por un tranquilo sentido común en medio del delirio, por el hecho de que siempre vuelve en él una escena primaria. Y cierta indefensión de fondo, que le impide abandonar el coraje de cierto descaro en los momentos límite. Hace falta valor para acercarse a un cardenal, el antiguo exorcista que hoy está obsesionado con el escaparate culinario, y confesarle sus dudas espirituales en medio de un encuentro esperpéntico.
Hace falta moral para abandonar a una insinuante millonaria en su lujosa mansión, mientras ella va a buscar las fotografías que continuamente se hace a sí  misma. Hace falta entereza para no intentar hacer el amor con Ramona (Sabrina Ferilli), para acompañarla y finalmente escuchar su confesión: “Gasto mi dinero en intentar curarme”. Hace falta valor, el de cierta inocencia, para llorar de vez en cuando, en público y contra todo pronóstico. Y sobre todo, esa escena borrosa que vuelve, con el primer amor, el primer y último pudor –dice Óscar Brox- en el borde nocturno del agua.
Sin que nadie lo sepa, Ramona se muere, pero no puede dejar de actuar hasta el final, incluso trabajando con un dudoso número erótico en el club de su padre. Y todo para pagarse una curación que sólo prolongará su sonrisa irónica, su inteligencia de despedida, más bien triste. Es Ramona quien asiste a uno de los mil momentos culminantes de la película, cuando Jep intenta recordar el sentido de aquella escena primitiva, el instante donde una joven semidiosa llamada Elisa se vuelve hacia él, bajo el brillo de un mar nocturno, y dice... “Y dice… Y entonces ella dice”… Pero Jep –ante el estupor de Ramona, que no tiene mucho tiempo- no puede seguir, prendado de esa escena sublime e insignificante que explicaría su vida. Elisa, tardaremos tiempo en olvidar el breve lapso de su aparición, nos recuerda que nada hay más afrodisíaco que la ambivalencia.
Sorrentino, al menos en esta película, trabaja la alianza soterrada del cielo y el infierno. En cada minuto, una música celestial y una música grotesca; una humanidad adorable y enseguida abominable. Y a veces es la misma persona, con un pequeño cambio de gesto. En cada minuto, escenas sublimes y perfiles dantescos. El  mismo personaje que puede ser execrable ahora, es un poco después un monumento de sabiduría, como la enana que dirige la revista de la que Gambardella vive.
También la infancia –personificada en una furiosa niña artista, pero no sólo en ella- puede ser aberrante. Entre la furia de algunos niños, otros que observan el silencio de los jardines, y la decrepitud de la sabiduría anciana –esa Santa que apenas puede expresarse-, los adultos crepitan día tras día en la parrilla de un limbo. Finalmente, Jep sólo saldrá de esa parálisis cuando acepte los límites terrenales, ese sentido absurdo de vivir que un ilusionista le enseña. Como la magia, también la literatura es un truco para crear una ilusión de desaparición dentro de una trampa gigantesca, rodeado de niños que no pueden crecer.
Parece evidente que la película de Sorrentino no es exactamente alegre, pero la áspera sobriedad que alienta tras su escenografía extravagante constituye un reto para los meses que vienen. Lo que permite que Jep vuelva a escribir, sin abandonar nada de ese radiante decorado infernal, es aceptar que no hay salida y sólo queda aprender a tener un pie fuera, en el estribo desde el que toda esa estupidez es casi bella.
Antes, Jep nos brindó indicios de una liberación que sólo consiste en amar un mapa de la trampa. En la noche que recorre los tesoros escondidos de los palacios romanos, acompañados de un hombre de confianza que guarda todas las llaves. Antes, en la ensoñación repetida del mar verde azulado de su juventud, palpitando en el techo de su habitación. Sobre todo, en ese primer amor indeciso que una y otra vez vuelve, aunque Gambardella no recuerde con precisión los detalles de su escena cenital, ni si fue él quien dejó a Elisa, o ella a él. Ya no hay forma de saberlo. No importa, basta con poder narrar su claroscuro, la leve influencia de aquel aroma del cuello, del pelo al caer.
Aunque no tuviéramos preocupaciones teológicas –quizás hay que tenerlas, al menos para defenderse de la comunicación-, es probable que el último trabajo de Sorrentino pueda ser entendido como una demostración laica de la existencia de un dios, en medio precisamente de la inmundicia. O de su inexistencia, en medio precisamente del esplendor. O ni una cosa ni otra, sino una reflexión agnóstica sobre la hipótesis de que Dios ni siquiera pueda serinconsciente. Impotente para entender las penúltimas mutaciones de sus criaturas, ha huido.
Sodoma y Gomorra aún podían tener un modelo de comprensión, en el frenesí del vicio por el vicio. Nosotros, chapoteando en un libertinaje que al mismo tiempo se atormenta con un discurso ético bajo los focos, profundamente infelices en medio de nuestra falta de límites, somos incomprensibles para cualquier creador exnihilo. No sabemos qué opinaría Walter Benjamin, pero La gran belleza es suficientemente compleja para que casi toda conjetura final sea plausible, a la vez que dudosa. Quedan los ojos rasgados; los oídos, un poco ensordecidos. Y este rumor de duermevela en nuestras cabezas. Gracias por el insomnio.
Ignacio Castro Rey. Madrid, 19 de enero de 2014





          JEP GAMBARDELLA

7 de diciembre
El consejo que Diderot da a los actores es el siguiente: “No expliques nada si quieres que se te entienda”. Todo lo que ha de transmitir, el actor ha de llevarlo incorporado en su sola presencia, en la dicción de la voz, en la mirada, en su silencio, sus pasos, su inmovilidad, en un aura que solo puedo definir como ‘atracción’. Un actor ha de atraer, en el sentido de capturar la atención en su totalidad y hasta la sumisión. El espectador ha de estar sometido a él, poseído por él, y sin que el actor deba explicar nada: basta con estar.
Pienso en ese ‘estar inexplicado’ mientras sigo recreando en mi cabeza la impresionante actuación de un actor extraordinario: Toni Servillo. Es el protagonista absoluto de la obra maestra de Paolo Sorrentino ‘La gran belleza’, película maravillosa que solo es comparable a sí misma. Y a la maravilla contribuye en mucho el papel de Servillo, convertido ya para siempre en ese Jep Gambardella que pasará a la historia del cine. La voz nasal y precipitada de Servillo, que encadena las sílabas tan dejadamente que enfatiza la monotonía; la estatuaria delicuescencia de su rostro; la verticalidad de su caminar lento; la expresión cansada e irónica, oblicua; la mirada fría en unos ojos que delatan astucia, todo eso con lo que Toni Servillo ha sabido dotar al personaje de Jep Gambardella nos lo hace un arquetipo único y contemporáneo. Ese cronista de la vanidad, impostor de la ligereza, amante de lo mundano, bordeador de la ternura, rey de la vacuidad y señor del instante que es Gambardella, se dota con Servillo de melancolía, ambición, falta de escrúpulos, indolencia, frivolidad y elegancia heroica. Todos los matices universales pero concretos que ya en otras películas como ‘Il Divo’ o ‘Gomorra’ Servillo estuvo explorando. Es un actor magnético que transmite como nadie la imagen del hombre desgastado, testigo amoral que huye hacia delante, ya sea interpretando a Giulio Andreotti o a un mafioso de tercera napolitano.
Se ha comparado ‘La gran belleza’ con ‘La dolce vita’. Sorrentino homenajea a Fellini reconociéndolo como de la misma estirpe. Porque, siendo distintas, ambas películas son iguales: ambas guardan en su interior el as en la manga de lo portentoso. Ese portento que capta Gambardella ante una jirafa o ante la bellísima escena de los flamencos. Las dos son el mismo retrato de un mundo inane y contemporáneo, un parnaso mundano inmerso en la banalidad: la de la decadencia de los excesos, la del hechizo de la felicidad. Y para decadencias, nada mejor que Roma, la ciudad que ha sabido hacerse profesional de los imperios decadentes. Y de las sofisticaciones. ‘La gran belleza’ es Roma, y Jep Gambardella su último, inmenso emperador.
10 de diciembre
Sobre la crítica literaria. Sigo con Diderot, cuya lectura es siempre una bocanada de inteligente alegría, y caigo en un lúcido texto suyo acerca de los críticos. “Los viajeros –escribe Diderot– hablan de una especie de hombres salvajes que lanzan dardos envenenados. Lo mismo hacen nuestros críticos”. Esta imagen sigue siendo válida hoy en día. Más adelante, Diderot dice que los críticos “no pierden jamás la alta opinión que tienen de sí mismos”. Y añade: “El papel de un autor es un papel bastante vano; es el de un hombre que se cree capaz de dar lecciones al público. ¿Y el papel del crítico? El del crítico es mucho más vano aún; es el de un hombre que se cree capaz de dar lecciones al que se cree capaz de dárselas al público”. Para el crítico, si el autor ha muerto, toda su obra es un dechado de virtudes; si el autor vive aún, su obra lo es de defectos. En cualquier caso, los críticos nunca aciertan con el verdadero e íntimo defecto del escritor, ese que solo él conoce de sí mismo, manifestado libro tras libro, y que, por su cerrazón, le es vedado al crítico, cuyo criterio solo se basa en su propio gusto y en la presuntuosidad de filtrarlo todo por él.
Los críticos –según Diderot– dicen que aplican un rigor objetivo, pero, siendo realmente partes secundarias de la creación, solo pueden apelar a la subjetividad de su gusto, casi siempre escasamente formado, pobre y anquilosado, cuando no directamente ciego. Quizá lo primero que ha de ser un crítico –según Diderot– es buena persona, “hombre de bien”. Pero eso es mucho pedir, creo yo. Si un crítico es mal padre, pésimo marido, mal amigo, mezquino, violento, maltratador, cretino o ruin, no veo la razón por la que haya de carecer de esos rasgos cuando se enfrenta al hecho de leer. El máximo efecto de la lectura es dejarse poseer por lo ajeno, por el texto, la visión, la percepción y la expresión de otro; es decir, el crítico ha de partir de una postura generosa y receptiva, al leer. Sin embargo, el crítico –según Diderot– ya de partida carece de esa postura, porque se cree juez, ejecutor, verdugo, legislador, en definitiva, superior; y sobre todo se cree impune. Qué cierto es que un escritor, cuando escribe, delata su alma; y un crítico también.
Acaba Diderot su texto sobre los críticos con este gran e irónico final: “Comprendió que aún tenía mucho que aprender. Volvió a su casa. Se encerró allí durante quince años. Se entregó a la historia, a la filosofía, a la moral, a las ciencias y a las artes; y a los cincuenta y cinco años llegó a ser un nombre de bien, un hombre instruido, un hombre de gusto, gran autor y un crítico excelente.” Lo hago mío.
                                        ADOLFO GARCÍA ORTEGA

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