Deconstruyendo la palabra. Etnoeducación para la Academia
Existe la idea de que el lenguaje muta con el tiempo y según las necesidades de la población, pero parece más bien que, se amolda a las conveniencias del momento o de quienes según su lugar lo emplean e imponen.
Para los afrodescendientes, no es difícil ver dentro de los signos y palabras que se utilizan a diario en la sociedad, ya sea para formar a sus integrantes académicamente o para entablar una comunicación de forma oral o escrita, que el discurso continúa perpetuando su invisibilidad, estigmatización y prejuicios. En ese sentido, con la história como testigo se podría asegurar, que si bien el lenguaje ha tenido transformaciones importantes en las últimas décadas para incluir a grupos tradicionalmente discriminados como las mujeres y la población LGBTIQ , a día de hoy, tiene aún una gran deuda con los grupos étnicos o las mal llamadas “minorías” de la sociedad.
Sin embargo, la academia a través de sus terminologías y discursos, siempre ha elegido ponderar, reconocer y reivindicar a unos y marginar, segregar o eliminar a otros. En la
Argentina por ejemplo, resulta común en todos los ámbitos de la sociedad, escuchar a personalidades en altos cargos públicos hablar de combatir el “trabajo en negro” para referirse al trabajo informal o que maestros universitarios apelen al “negro de mierda”, para referenciar a personas de bajos recursos. Donde acto seguido a su pronunciación, entra rampante la nefasta explicación: “no son los negros de piel, sino de alma”, que hace más grotesca su utilización. Tampoco se puede dejar de lado que, docentes de secundaria hablen de “negros esclavos” para hacer referencia a, aquellos ancestros africanos que, contra su voluntad, fueron sometidos al flagelo de la esclavitud y que deberían ser nombrados como “personas esclavizadas”.
Argentina por ejemplo, resulta común en todos los ámbitos de la sociedad, escuchar a personalidades en altos cargos públicos hablar de combatir el “trabajo en negro” para referirse al trabajo informal o que maestros universitarios apelen al “negro de mierda”, para referenciar a personas de bajos recursos. Donde acto seguido a su pronunciación, entra rampante la nefasta explicación: “no son los negros de piel, sino de alma”, que hace más grotesca su utilización. Tampoco se puede dejar de lado que, docentes de secundaria hablen de “negros esclavos” para hacer referencia a, aquellos ancestros africanos que, contra su voluntad, fueron sometidos al flagelo de la esclavitud y que deberían ser nombrados como “personas esclavizadas”.
Junto a Daniela Galvis Restrepo, afrocolombiana, politóloga y estudiante de la Maestría en Intervención Social de la Universidad de Buenos Aires, mencionaremos a través del residir en el país y recolectar un sin fin de vivencias propias, algunos de los cambios lingüísticos del habla y la escritura, que dan cuenta que, a pesar que en los últimos años se ha creado un consenso mundial sobre la importancia del lenguaje incluyente en relación al género,considerar otros usos posibles del lenguaje incluyente, por ejemplo en términos anti-racistas, están todavía vedados al debate público.
Bajo el lema “Lo que no se nombra, no existe”, el feminismo ha conseguido posicionar en la escena académica, política e incluso popular la necesidad de transformar el lenguaje para dar cuenta de la diversidad de voces. Pasando por el ellas y ellos o el uso de la X y el @ en lugar de la “O”. El lenguaje ha sufrido importantes modificaciones en el uso escrito y verbal. Recientemente ha tomado cada vez más fuerza el reemplazo tanto de la “A” como de la “O” por el género neutro de la vocal “E”. Compañeres, todes, amigues, son palabras antes impensables pero ahora comunes. Su amplia difusión es un triunfo del movimiento feminista que en Argentina está en el centro de la escena política actual.
En esta línea, Galvis Restrepo enfatizó en que “la sociedad argentina parece poco dispuesta a cuestionar su propio lenguaje en lo que tiene que ver con otras formas de discriminación y en particular con el racismo. El léxico argentino (y latinoamericano), está cargado de expresiones racista hasta ahora poco cuestionadas. Ni en los espacios académicos ni aquellos de militancia política por fuera de los movimientos afrodescendientes, se tiene consciencia y voluntad de transformar el lenguaje ofensivo. Bajo la excusa que se trata de expresiones “inocentes” con gran arraigo en la cultura popular y que su intención no es ofender a la comunidad afro. Lo cierto es que, en todo tipo de espacios se repiten estas frases, todas ellas con connotaciones negativas”.
Es muy probable, que quienes de forma simplista recurren a estos dichos nacidos con las prácticas esclavistas porque quizás creen encontrar en ellos “un buen uso”, no hayan notado que estos encuentran su sustento en la deshumanización y demonización del “negro”, como frase o término en el marco de una construcción divisoria y racista promovida por décadas. ”Hace poco, en un curso de posgrado al que asisto, el docente, antropólogo y sociólogo dedicado a estudiar los sectores populares dijo, las clases populares trabajan como negros, a lo que respondí que no era correcto usar esa expresión. Su reacción no sólo fue la de negarse a cambiar la frase, sino que además la ratificó con mayor fuerza argumentando que no era su culpa si yo me lo tomaba como algo “personal”. En ese momento quedé paralizada, sin saber cómo responder y sin recibir apoyo del grupo de estudiantes, todos y todas defensores del lenguaje incluyente”, agregó Galvis Restrepo.
Relatos como estos, se leen, escuchan y comentan en grupos de afrodescendientes constantemente. Quienes viven estos hechos, no solo deben experimentar la violencia institucional y del contexto, sino que además, deben tomar la decisión de expresarse aun
cuando esto implique no recibir el apoyo de sus compañeros y en algunos casos, represalias en el ámbito estudiantil. “Después de la clase estuve pensando qué implicaba tomar la frase como personal y si hacerlo es una razón suficiente para que mi comentario fuera desestimado de esa manera. Pensando en la consigna feminista que lo personal es político, debo decir que sí, lo tomé personal porque en mi construcción de sujeta política mujer y afrodescendiente, esa expresión es violenta, racista y discriminatoria y debería estar por fuera del ambiente académico o por lo menos, ponerse en cuestión cuando la discusión es puesta sobre la mesa. Lo contrario implica ratificar la construcción de una sociedad excluyente, dispuesta a reproducir las formas de opresión bajo la excusa de que siempre ha sido así”, aseguró Galvis Restrepo.
cuando esto implique no recibir el apoyo de sus compañeros y en algunos casos, represalias en el ámbito estudiantil. “Después de la clase estuve pensando qué implicaba tomar la frase como personal y si hacerlo es una razón suficiente para que mi comentario fuera desestimado de esa manera. Pensando en la consigna feminista que lo personal es político, debo decir que sí, lo tomé personal porque en mi construcción de sujeta política mujer y afrodescendiente, esa expresión es violenta, racista y discriminatoria y debería estar por fuera del ambiente académico o por lo menos, ponerse en cuestión cuando la discusión es puesta sobre la mesa. Lo contrario implica ratificar la construcción de una sociedad excluyente, dispuesta a reproducir las formas de opresión bajo la excusa de que siempre ha sido así”, aseguró Galvis Restrepo.
La pregunta que se hace Daniela y muchos afrodescendientes residentes en el país es, ¿puede la universidad de hoy ser un espacio inclusivo y seguro para los y las afrodescendientes en Argentina? La respuesta es no, primero porque es un espacio en el que el pensamiento y el conocimiento producido por las personas negras, no está presente, no está contemplado en la academia argentina. “Después de dos años de cursada y más de 10 seminarios de posgrado en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, al revisar los textos leídos, además de reconocer poca producción latinoamericana, no encuentro ninguno escrito por un hombre o una mujer afrodescendiente. Es un espacio en el que además la preocupación por la cuestión afro (incluso cuando es estudiada por una persona no negra) es todavía marginal, vista como un problema de otros países o de una minoría”
Además remarcó que “recientemente, en ámbitos pequeños de la academia argentina se admite la posibilidad de producir conocimiento sobre nosotras, no desde nosotras, por eso, cuando nuestra presencia se hace real como sujetas y no sólo como objetos de investigación, genera incomodidad. Por lo tanto, no es un lugar seguro porque cuando alguno o alguna de nosotras se atreve a nombrar el racismo, a señalar esos puntos vedados del pensamiento académico y popular argentino, a proponer nuevas formas de construir el conocimiento y enriquecer la academia, es llamada al silencio y culpada de exponer un racismo que no existe, porque no se nombra”.
En 2005 la académica de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM en México, Tatiana Sule, al hablar de evolución y transformación del lenguaje aseguraba que este “nunca sufre retrocesos”, sin embargo los hechos parecen indicar lo contrario. “En la negación a transformar los usos del lenguaje, se advierte sólo la punta del iceberg de un racismo profundo, presente en todas las esferas de la sociedad argentina y tercamente negado. Igual que en el feminismo y las demás formas de opresión, sólo nombrandolo será posible transformarlo. Pero no basta con que quienes lo vivimos como un asunto personal (y político), intentemos llevarlo a los espacios que transitamos, es necesario sumar aliados que acompañen nuestras exigencias y aporten para la construcción de un verdadero lenguaje incluyente”, concluyó Galvis Restrepo.
Pero, ¿cómo deconstruir un lenguaje con tinte racista y discriminatorio si, desde reconocidas instituciones gubernamentales, académicas y hasta en la prestigiosa Real Academia Española, todavía se convive con definiciones ancladas en la prehistoria? Tal parece que, la comunidad afro ha encontrado la respuesta a este interrogante, no sólo denunciando en las redes sociales, entes gubernamentales de cada país o impulsando la firma de peticiones por Internet.
La necesidad de tomar acciones concretas en pro que, los enunciados racistas no continúen naturalizados en lenguaje coloquial, profesional y educativo, han llevado en esta oportunidad al portal Afroféminas, a lanzar una campaña bajo el lema “Negro no es esclavo”, con el fin que la R.A.E. elimine o corrija la definición de los escritores por encargo y a su vez, esto impacte tanto los medios periodísticos, como literarios y académicos en España, para que dejen de utilizar el término “negro” de forma despectiva.
Según lo que expresó el portal en sus redes, “aparece en el diccionario de la RAE, en el número 17 de las acepciones vinculadas al sustantivo “negro” como: Persona que trabaja anónimamente para lucimiento y provecho de otro, especialmente en trabajos literarios. Sorprendentemente, en ningún caso indica que se trata de una acepción peyorativa ni de uso despectivo. Es una expresión que recuerda un vergonzoso pasado de esclavización de millones de seres humanos del que este país no ha hecho ninguna reflexión. Mantener este tipo de expresiones solo confirma que es un hecho incontestable. España tiene un problema con su racismo y su pasado esclavista”.
Lisa María Montaño Ortiz
Afrocolombiana nacionalizada argentina. Reside en este país hace siete años, donde concluyó sus estudios en periodismo. Actualmente cursa una Licenciatura en Comunicación Audiovisual. En 2017 fue la primera periodista afrodescendiente en recibir un diploma de reconocimiento en el marco del Premio Lola Morapor transmitir una imagen positiva de la mujer negra libre de los estereotipos de género, promover la igualdad de oportunidades y derechos. Mención otorgada por la Dirección General de la Mujer que nació en 1999, y se entregó por primera vez en el 2000. Más textos de Lisa