miércoles, noviembre 27, 2019

Los cuadernos pálidos (5) /por Tomás Sánchez Santiago

Los cuadernos pálidos (5)

/por Tomás Sánchez Santiago; fotografías de Encarna Mozas/
Con toda su tormenta de evocaciones, se me viene encima un antiguo olor que reconozco bien. Me sorprende en una calle recóndita de la ciudad y me derriba el alma. Veo de nuevo a mi madre en aquella cocina chamuscando el pollo para la comida del domingo. Lo hacía tal como nos desvestía a nosotros para refregarnos cada sábado el cuerpo, con una dedicación minuciosa hasta dejar al animal sin barbas, totalmente pelado en una bárbara desnudez. Toda la casa olía entonces a eso mismo que he olido hoy. A sustancias chamuscadas. Me venía a mí al estómago una extraña aleación entre la repelencia —aquella visión de una palidez corporal exánime— y la ilusión gástrica de la comida que se avecinaba. Una alegría caníbal.
Se va abriendo el pecho del cielo sobre calles recién amanecidas. Y tú te dejas llevar por el oleaje de esa ciudad a la que has llegado y que desconoces mucho. Hiedra desmayada sobre fachadas de piedra; motivos esgrafiados en palacios absortos; plazas quietas donde aún hay cedros que apuntan a la exageración. Todo va despertándose en la ciudad que aún recorro a solas. Solo los gatos, entrometidos en los jardines, comienzan su rebusca. Enseguida, el filo del primer sol acuchilla aún sin ganas el corazón de Segovia.

Por segunda vez he visto entre la multitud a mi amigo, el que se me murió en noviembre de 2011. La otra vez, hace un par de años, lo vi de frente en una estrecha rúa muy concurrida. Casi nos dimos de cara y yo solté un aullido destartalado, lo mismo que me pasó ayer cuando volví a verlo. Iba con una mujer. Era él. Podía ser él. Su misma cara: las gafas de pasta, la barba algodonosa y entrecana, sus orejas alabeadas como dos pequeñas almejas a medio abrir. Instintivamente, me hice a un lado y volví la cabeza unos segundos en cuanto me sobrepasó. ¿De dónde regresaba? ¿Qué me quería pedir? Adiós, José Diego. Hasta que quieras volver a aparecerte en otra calle a asustarme, a recordarme cómo fueron tu rostro y tus andares.

Un olor poderoso a tierra ha invadido la cocina. Lo sueltan las acelgas mientras se contraen furiosas en el agua hirviendo. No conozco otro olor que nos empuje mejor hacia nuestro destino de criaturas convocadas irremediablemente a la oscura garganta del origen.
«MUCHO MÁS QUE UN CHAMPÚ», reza la propaganda del que elijo para mi descarada colección de estruendos capilares. Se titula «PREMIUM Nº 1» y presume de estar hecho a base de cebolla roja y sales del mar Muerto, proclamando que ya se usaba así en el Antiguo Egipto y en la medicina medieval. Pero es un champú a base de cebollas y recuerdo de inmediato a don Quijote advirtiendo a Sancho sobre que no las probara para no dar a conocer su villanería. Lo devuelvo entonces al anaquel. Un champú de cebolla roja… ¿Quién sabe cómo llorará el cabello en su contacto? Fuera, fuera. Hala, hala…

Hay que bajar al parque en estos días. Una mañana soleada, sin asomos de lluvia: cada año ha de ser así. Hay que recoger cinco, seis hojas de los arces; las que se hayan caído y estén dormidas sobre la yerba. Ni grandes ni muy chicas; algunas amarillas, del color de los plátanos pasados, y otras tomadas de colores sangrientos. Y hay que hacer un ramo, empuñarlo con decisión (hay quien se sorprenderá de verme así por la calle y yo pensaré en «La hoja» de Ludwig Hohl). Llegar a casa y quitar las hojas del año pasado, que crujen y se descascarillan entre los dedos como alas de mariposa. Poner entonces estas en su mismo lugar, junto al poema enmarcado de Aníbal Núñez. Ahí quedarán. Ahí atravesarán todas las estaciones hasta el año que viene, escoltando esas palabras «como una luz vivísima que mueve/ la destrucción de todos los horizontes  frágiles/ para vibrar imperceptible sobre/  el sol, el agua, los atardeceres». Ritual de cada otoño. Mitología íntima.
Está él tan seguro de cuanto dice que eso mismo ya lo pone todo bajo sospecha.

Por orden municipal, la policía levanta el campamento de personas sin casa que llevaban casi medio año acampadas en el Paseo del Prado. Sin avisar, en medio de la noche, entraron con linternas en las tiendas, los deslumbraron y les conminaron a irse en cinco minutos. Luego despejaron todo para que la comisión de la UNESCO que viene estos días a comprobar si es posible proponer esa zona ilustre de Madrid como candidata a Patrimonio de la Humanidad lo viera todo limpio, ennoblecido y en orden. De paso, informes complementarios sanitarios y medioambientales se cargan de razones para expulsar a esta gente que reclamaba simplemente su derecho a una vivienda. Ochenta personas perturbaban la imagen impecable de Madrid, que necesita ser el espejo que debe ver el mundo. Pero en lugar de un espejo es un espejismo. Y hay que decirlo.

Propone eso el pintor Juan Rafael en su exposición de estas semanas: meternos a todos en la impenetrabilidad del bosque. Y eso nos dejan sus pinturas: la sensación de haber perdido pie dentro de un espacio que ya no dominamos. Y ya que el miedo nos impide ir al bosque y comprobar que no somos capaces de aliarnos con la gran madre que allí nos espera (para protegernos; para engullirnos), el artista mete sus bosques en el corazón de la ciudad, en una sala silenciosa y diáfana en la que quien mira se llena de luces confusas y del espesor atosigado de un mundo que hemos abandonado, que ya no nos pertenece. Por eso se hace difícil escuchar su rumor, saber todo lo que emiten estas pinturas de signos misteriosos y caligrafías sin dueño.
Fotografía de Juan Luis García de uno de los cuadros de la serie ‘Bosques’, de Juan Rafael.
En el barrio, parece que por fin se va a abrir una variante que enlace con la carretera general que sale hacia el norte. Y han de sacrificarse, como ocurre siempre, espacios vivos. Es el caso de un taller de desguaces que, por alguna razón, no han llegado a demoler. Y ahí sigue, exento como una isla achaparrada con sus tejados bajos de latón y su sigilosa actividad diaria. Un símbolo de la resistencia. Eso me parece a mí. Sin embargo, el otro día en una conversación de bar varios vecinos opinaban que deberían quitar del medio el taller, pese a quien pese, y ensanchar ya cuanto antes el nuevo trazado para los vehículos. «Si por mí fuese…», hacía saber uno de ellos. La escena me recordaba aquel aforismo de Kafka que desvelaba cómo a veces el animal arrebata el látigo al amo y se azota a sí mismo para suponer que ahora el amo es él.

En la mañana lluviosa del sábado los mercaderes ofrecen con menos ímpetu los productos de sus tenderetes, como si no quisieran asustar con la voz la aventura del agua. En su desnudez mojada, las hortalizas y las frutas tienen esa urgencia brillante de lo que se puede pudrir por el exceso. Solo una gitana pregona en su puesto una y otra vez la calidad de los calcetines que vende, como si ellos fuesen lo único que se aviniese esta mañana con el reino de la humedad absoluta.

Nuevos contenedores públicos. Estos de ahora presentan algo parecido a las barbas de las ballenas para sellar mejor la boca por donde se arrojan los desperdicios. Esa cortina de goma impide que los que rebuscan con sus pértigas en las basuras puedan acceder fácilmente al interior del monstruo. Ni siquiera se les deja llegar ahí, a quedarse con aquello que los demás hemos desechado. Seguramente se considera que esas inmundicias siguen siendo nuestras y nadie tiene derecho a manipularlas. Lo sobrante es todavía parte natural de la propiedad privada.

Contemplo junto a un niño el despertar rojo del cielo en el amanecer. Jugamos a nombrar colores que se van sucediendo sin pausa en el prodigio. Él mira todo con balbuceante extrañeza. «¿Has visto qué espectáculo, Álex?», le digo al retirarnos del ventanal. «Impresionante», me responde con gracia inesperada en la voz confitada de sus cuatro años. Y ya se lanza a jugar en el único oficio de la infancia.

La visitación de la niebla. Una gasa cansada que cae sobre las cosas y desorganiza la distancia. Así emplumado, el río se llena de adivinaciones fantasmales apenas vislumbradas desde el puente. La mañana parece ya de noviembre: sustancias mantecosas bailan por el aire; entre la niebla la gente surge atrincherada en las primeras vestimentas de la ocultación.
Si es verdad —según quiere la leyenda bengalí— que los muertos pueden volver a ver si se les suspende en el aire, ayer en el viaje del helicóptero él tuvo que divisar allá abajo cunetas con huesos secos y andrajos carbonizados por el tiempo. No debería quejarse nadie de su nuevo emplazamiento mortuorio. Sigue teniendo más suerte que ellos.

HAIKÚ EN OCTUBRE
Las frutas, ácidas.
El aire: manos gordas.
Bronce y alarmas.

Tomás Sánchez Santiago nació en Zamora en 1957. Sus últimos libros de poesía son El que desordena (2006) y Pérdida del ahí (2016). En prosa es autor de las novelas Calle Feria (2006) y Años de mayor cuantía (2018). En 2019 ha aparecido su escritura de diarios y anotaciones reunida en El murmullo del mundo. Es coautor, junto a la fotógrafa Encarna Mozas, de Interior Acuario (2016), y miembro del Seminario Permanente Claudio Rodríguez, con sede en Zamora.

sábado, noviembre 23, 2019

Katz Editores: Kwame Anthony Appiah

Katz Editores: Kwame Anthony Appiah



Kwame Anthony Appiah Londres, Reino Unido, 1954
Nacido en Londres, donde su padre, originario de Ghana, estudiaba leyes, K. A. Appiah pasó su infancia en Kumasi, Ghana, y recibió su educación como interno en Bryanston School y, luego, en Clare College, en Cambridge, donde obtuvo el doctorado en filosofía. Ha enseñado filosofía y estudios africanos y afroamericanos en las universidades de Ghana, Cambridge, Duke, Cornell, Yale, Harvard y Princeton, y ha dictado conferencias en numerosas instituciones de los Estados Unidos, Alemania, Ghana y Sudáfrica, así como en la École des Hautes Études en Sciences Sociales en París. Es, desde 2002, miembro del cuerpo docente de la Universidad de Princeton, donde integra el Departamento de Filosofía y el Centro Universitario para los Valores Humanos. Anthony Appiah publicó numerosos estudios culturales y literarios sobre temas africanos y afroamericanos. En 1992, Oxford University Press editó In my father’s house, obra que se ha convertido en un clásico de los estudios culturales y por la que ha recibido el Premio Herskovitz al mejor estudio afroamericano publicado en inglés. Sus investigaciones versan sobre la historia africana y afroamericana, estudios literarios, ética, y filosofía de la mente y del lenguaje. Ha dictado regularmente cursos sobre las religiones tradicionales africanas. Sus principales intereses son, en la actualidad, de doble naturaleza: por una parte, los fundamentos filosóficos del liberalismo y, por otra, las cuestiones de método vinculadas con el conocimiento de los valores.

obras del autor en katz editores

Cosmopolitismo
La ética en un mundo de extraños
Mi cosmopolitismo
+ "Las culturas sólo importan si les importan a las personas" (entrevista de D. Gamper Sachse)

en otras casas editoriales

Thinking it through: An introduction to contemporary philosophy, Nueva York, 2003
Color conscious. The political morality of race (en colaboración con Amy Gutman), Princeton, 1998
In my father's house: Africa in the philosophy of culture, Nueva York, 1993

miércoles, noviembre 20, 2019

Ildefonso Rodríguez recupera sus “aventuras” de juventud “en los tiempos del Nacionalcatolicismo”

https://tamtampress.es/2019/11/21/ildefonso-rodriguez-recupera-sus-aventuras-de-juventud-en-los-tiempos-del-nacionalcatolicismo/

1 Ildefonso

libro de fonso


ldefonso Rodríguez recupera sus “aventuras” de juventud “en los tiempos del Nacionalcatolicismo”



De Eloísa Otero / 21 de noviembre de 2019 / CUADERNO DE VIAJES, POESÍA, RELATOS /



Ciclo Tierra de Campos (inacabado).

Aventuras de tres amigos en los tiempos del Nacionalcatolicismo

ILDEFONSO RODRÍGUEZ

Ediciones Malasangre. Oviedo, 2019



El poeta y músico leonés Ildefonso Rodríguez recupera un relato biográfico de su juventud: “Ciclo Tierra de Campos (inacabado). Aventuras de tres amigos en los tiempos del Nacionalcatolicismo”, que se publica ahora, medio siglo después de haber sido escrito, rescatado por Ediciones Malasangre.



El libro se presentará el viernes 22 de noviembre de 2019, a las 19:00 horas, en la Librería Enclave (C/ Relatores, 16, 28012 Madrid). El autor conversará con el escritor Marcos Canteli, miembro del consejo editorial de “Malasangre”.



Cuando la luces se apaguen en la ciudad

a la hora de los grandes cansancios

sin la fuerza favorable de los sueños:

eres un traidor, iremos a buscarte.

Ildefonso Rodríguez



“El manuscrito estaba ahí, guardado. Lo escribí cuando hicimos aquel viaje, hacia 1970, y lo he retocado muy poco, lo justo, para publicarlo ahora”, apunta Ildefonso Rodríguez. Es, por tanto, un “libro de juventud”, sobre un viaje de alguna forma iniciático, y está dedicado a la memoria de su padre, “que alcanzó a ser anciano”.



El relato, dividido en cinco capítulos, aparece salpicado de poemas. En la contraportada figura también un poema, obra de los editores de Malasangre, que busca resumir el contenido del libro: “Fábula y rueda de los tres amigos. / Tiempos de ira y miedo, tierras de taberna y camino. / (…) / Estaban los tres arrebatados. / Abel / Sindo / Efraín / Bajo una tormenta en las eras de Grajal. / Con la momia del dictador aún viva. / El hijo de militares. / El hijo de maestros. / El hijo de labradores. / Dominados por el ansia en un espacio inerte, en las junturas del llano. / (…) / Al ritmo de Charlie Parker, Thelonious Monk, Miles Davis, Lester Young, Ornette Coleman y John Coltrane, bulle un bulto de palabras. / Cuando se hundieron en las formas puras / y bailaron sobre la tumba de la momia”.



Así explica el propio autor aquel proyecto de escritura, al comienzo del libro:



«El proyecto titulado Ciclo Tierra de Campos pretendía abarcar un amplio territorio narrativo, tramado con las lecturas de aquellos tiempos (iniciáticas, numinosas, fragmentarias) y con unos sucesos biográficos.



Los sucesos se limitaban al viaje de unos pocos días que tres amigos hicieron por los pueblos de la comarca de Sahagún de Campos, en la provincia de León. La alegría de los excursionistas, la juventud, la amistad, el vino (y el primer hachís) provocaron que todo cobrase un relieve, que cada hecho fuera un paso en la embriaguez de lo real maravilloso, lo simbólico, la conciencia de una magia cotidiana y el mito. Un estado que se suponía extranjero (ante todo) y romántico.



Las lecturas eran, ya se ha dicho, gozosamente desordenadas, ávidas siempre. La Rama Dorada y Homero, el Manifiesto Comunista, Octavio Paz, Novalis, el nouveau roman, Lorca y Rimbaud. Y la tensión siempre, la entropía (una de nuestras palabras de entonces) de una obra abierta (otra) que superase la delimitación genérica: poesía y prosa entrecruzadas para llegar al relato de lo que se hacía necesario contar, la raíz.



Los resultados de aquel proyecto saltan a la vista, su ambición, su inmadurez.



Las notas y los apuntes siguientes (quedó un mazo de fichas) son un testimonio de aquellas pasiones, naturales en el escritor joven y embalado. También, el consuelo de que siempre merece la pena intentarlo».



Y así se confesaba Ildefonso Rodríguez en 2015, hablando de sus proyectos (entre ellos este libro que ahora se materializa), en una entrevista con Manuel Cuenya:



En estos momentos, Ildefonso está con una nueva obra en marcha. “Pero hay varias marchas –precisa-. Hacia delante, lo que hay es lo de siempre, lo que el último libro publicado expulsó, las piezas que no entraron en él, por razones compositivas, por azares, por olvidos. Esas piezas, como seres coleantes, piden atención. Entonces, uno abre la carpeta azul, la de las gomas, y a ver qué queda aquí;  y vuelve a barajar. Pero hay también la marcha hacia atrás, como los cangrejos o los zapateros (acuáticos)”. En su caso, repasa, resoba un manuscrito del que adelanta el título (“por si aparece editor”): ‘Ciclo Tierra de Campos (inacabado). Aventuras de tres amigos en los tiempos del nacionalcatolicismo’. “¡Qué locura! Y encima, inacabado –se lamenta-. Mi única defensa es tratarlo como si fuera el clásico manuscrito encontrado en un arcón; y en cuanto al subtítulo, todo hace pensar que el nacionalcatolicismo, versión patria fundamentalista del fascismo, nunca se ha ido del todo y cada día está más presente”.







:: Sobre el autor

Ildefonso Rodríguez (León, 1952) fue miembro fundador de las revistas Cuadernos leoneses de poesía y El signo del gorrión. Ha publicado libros de poesía (entre otros, La triste estación de las vendimias, Premio Provincia de León en 1988, Mis animales obligatorios, Premio Rafael Alberti en 1995), narrativa (Son del sueño, Disolución del nocturno) y ensayo (El jazz en la boca). Su obra poética ha sido reunida en el volumen Escondido y visible (Editorial Dilema, 2008). Sus últimas publicaciones son el libro-disco Inestables, intermedios (Eolas, 2014) e Informes y teorías (Eolas, 2018). Es saxofonista, dedicado al jazz y a la improvisación libre. Actualmente escribe en Tam Tam Press la sección «Despierto y por la calle».



:: Sobre la editorial

Malasangre es un sello con sede en Oviedo que nace del esfuerzo y la vocación de seis escritores asturianos —Fernando Menéndez, Hermes González, Luis Muñiz, Chus Fernández, Alfonso Fernández y Marcos Canteli— para dar a conocer obras que, por su singularidad, carácter y excepcionalidad, deben ser editadas y conocidas por el público. Abrir márgenes en la literatura y divulgar aquello que por fronterizo no tiene otros acomodos es uno de los retos de la editorial.



El objetivo de Ediciones malasangre es editar «sin prisa, pero con esmero», valorando de forma especial los tiempos de confección y elección de cada título como garantía de independencia. Es un modo de concebir «la literatura como militancia».

lunes, noviembre 04, 2019

Día Internacional de la lengua gitana

Día Internacional de la lengua gitana | Periodistas en Español

los amigos son Beatrices que nos conducen a traves de los desconocidos dias y sus respectivos universos



Día Internacional de la lengua gitana

Juan de Dios Ramírez-Heredia[1]

Reunidos en Zagreb (Croacia) los días 3 a 5 de noviembre de 2009, gitanos y gitanas de quince países tomaron la decisión, con el amparo de la Union Romaní Internacional, de declarar el 5 de noviembre como Día Internacional de la Lengua Romaní.
Con este motivo, permítanme ofrecerles algunos datos para ilustrar el conocimiento de este vehículo de comunicación fundamental para la identificación cultural de cualquier pueblo o comunidad.

Población gitana mundial y estado de su lengua universal

Vivimos en el mundo, aproximadamente, catorce millones de personas gitanas que se distribuyen de la siguiente forma: Dos millones en América del Sur y dos millones entre Estados Unidos y Canadá. Los diez millones restantes viven en Europa, de los cuales, ocho millones están presentes en los 27 Estados que forman la Unión Europea y los dos millones restantes en los países situados más al Este del territorio comunitario. No dispongo de datos suficientemente fiables de la población gitana residente en Turquía que podría aumentar en un millón la cifra total de esta comunidad residente en todo el mundo.
El rromanó es el nombre oficial y universal con que se conoce este idioma que es de origen sánscrito y que se inscribe en el conjunto de lenguas distintas ―el prácrito― que se hablaban en la India varios siglos antes de que naciera Jesucristo y que se mantuvieron hasta el siglo XI después de Cristo, época en que se produce el éxodo gitano desde la India hasta el último rincón de la Europa continental.
groso modo yo me atrevería a decir que el nivel de conocimiento e implantación del rromanó en el mundo sería el siguiente: Diez millones de personas gitanas tienen el rromanó como su lengua madre. Es el idioma que usan todos los miembros de la familia en su vida diaria y con el que se comunican con el resto de los integrantes del grupo que viven en su entorno más inmediato. Evidentemente todos son bilingües porque conocen y usan el idioma del país en que residen para relacionarse con el resto de la ciudadanía.
De los cuatro millones restantes, la mitad conocen y usan el rromanó de forma natural en su vida diaria, aunque esta lengua haya dejado de ser para ellos la lengua madre. Hablan rromanó con naturalidad porque lo han aprendido de sus padres o de sus abuelos, pero usan indistintamente el idioma oficial del país, también en el seno familiar.
Finalmente quedan dos millones de personas para las cuales el rromanó ha dejado de ser la lengua vehicular a través de la cual se comunican con el resto de los miembros del grupo y del que tienen un conocimiento muy limitado y fuertemente mediatizado por el idioma oficial del país en que viven. Por desgracia para nosotros, los gitanos y gitanas españoles, estamos incluidos en este tercer grupo.

El rromanó, una lengua a la que hay que proteger

Diccionario Español RomanóEl Consejo de Europa redactó la Carta Europea de las Lenguas Minoritarias o Regionales y la ratificó en Estrasburgo el 5 de noviembre de 1992. Su objeto es la defensa y promoción de todas las lenguas de Europa que no son oficiales o que siéndolo en un Estado miembro no es reconocida en alguno otro de los Estados firmantes.
En estos momentos el rromanó ha sido reconocido como lengua que merece una especial protección por Alemania, Austria, Eslovaquia, Eslovenia, Finlandia, Montenegro, Países Bajos, Rumanía, Serbia y Suecia. Son muchos todavía los países en los que los gitanos están presentes y cuya lengua no ha merecido la protección de sus respectivos gobiernos.
Una de las causas a las que achacar esta desidia por parte de España tal vez sea la consideración que el idioma gitano tiene, de acuerdo con la propia terminología de la Carta, de “Lengua sin territorio”, es decir, cuando el habla está circunscrita a porcentajes minoritarios de personas que viven en todo el territorio del Estado. Esa diferencia es evidente cuando contemplamos, por ejemplo, el catalán, el euskera o el gallego que sí tienen un territorio concreto y delimitado donde se habla.
En el punto 4 de la Declaración de Zagreb, los firmantes manifiestan que “Los Estados deben financiar la promoción de la lengua rromaní, así como todas aquellas acciones que ello conlleva. Y en el punto 5 reclaman que “Las instituciones de Europa deben hacer un exhaustivo seguimiento y control sobre las acciones que realicen los Estados implicados tanto en la lengua como en la cultura rromaní.”

El rromanó en España, un milagro de supervivencia

En España los gitanos hablamos en kaló que es una rama muy limitada y casi puramente testimonial del rromanó universal. Siento la tentación de explayarme ahora en una explicación rigurosa y académica del habla de los gitanos españoles, pero desisto de ello por razones obvias: ni tengo espacio para ello ni cumpliría con el carácter periodístico y divulgativo que pretenden tener mis artículos. Invito, eso sí, a quien quiera saber más sobre la lengua gitana que se ponga en contacto conmigo en la siguiente dirección electrónica: u-romani@pangea.org
El uso del kaló en España depende en gran medida del territorio. Obviamente donde más se usa es en Andalucía en cuya habla se evidencia las muchas aportaciones del kaló popular. Luego me atrevería a decir que es en Cataluña donde los gitanos tienen un mayor conocimiento del rromanó universal porque incorporan a su habla muchas expresiones de uso corriente entre todos los gitanos del mundo y que para mí eran desconocidas hasta que viví en Cataluña.
Desde que nací, y de forma absolutamente natural, en el habla de mi familia se usaban palabras clave en la conversación como: “naquerar, dikar, villar, chalar, jamar, jallipen, kalladó, lachó, chorró, jundunar, pestañí, báto, mui, pesti, chukel, chavó, romí, kher, etc. etc.”. Y así hasta un centenar escaso de palabras que debidamente entreveradas con el castellano hacían imposible que cualquier ciudadano pudiera entender con precisión cualquier conversación de mis abuelos con mis tíos y mis tías. Es más, todavía hoy me produce una sensación de maravillosa admiración, comprobar que mi pobre madre, gitana analfabeta como lo eran todos los miembros de mi familia, sabía declinar algunos de los casos de los pronombres personales tal como se hacía hace mil años, cuando los primeros gitanos iniciaron su éxodo desde la India hacía lo desconocido y tal como lo hacen ahora los diez millones de gitanos y gitanas que tienen el rromanó como su lengua madre.
La cultura gitana en su conjunto, así como nuestras costumbres y tradiciones milenarias, han sufrido y siguen experimentando cambios sumamente importantes que jamás habrían sospechado nuestros padres y mucho menos nuestros abuelos. Y la lengua gitana no ha quedado al margen de esa realidad.
Recuerdo que hace unos cincuenta años ―¡Señor, como ha pasado el tiempo!― dirigía yo unas palabras a un numeroso grupo de familias gitanas en uno de los pueblos más importantes de la provincia de Valladolid. Trataba de animarlos para que no decayeran en su legítimo orgullo de ser gitanos y en la necesidad de que revalorizaran todo aquello que constituía para nosotros las mayores muestras de nuestra identidad cultural. Y ¡cómo no!, dediqué una buena parrafada insistiendo en que debían recuperar el kaló que aprendieron de sus antepasados y enseñarlo a sus hijos. Les dije que cuantos más hablaran el kaló, mejor sería para todos. Pero, he aquí que, al terminar, se me acercó un gitano de avanzada edad para decirme lo siguiente:
―Sobrino, me ha gustado mucho todo lo que has dicho y puedes contar con nosotros para lo que haga falta, pero quiero advertirte de una cosa: No se te ocurra facilitar que los “payos” aprendan nuestra lengua. Te lo advierto porque si lo haces tendrás graves problemas con nosotros mismos.
Salí del apuro como buenamente pude porque yo sabía que para aquel viejo gitano, como para la mayoría de nuestra gente de aquella época, el kaló era un arma de defensa frente a la marginación y la persecución que veníamos sufriendo desde siempre, tanto de la sociedad mayoritaria como de los poderes públicos.

Un grito a la esperanza

Cincuenta años no han pasado en balde. Hoy tenemos una juventud gitana que valora su lengua como uno de los símbolos más palpable de su pertenencia a una comunidad muy grande, esparcida por todo el mundo, y que ha sabido guardar su idioma como el más preciado tesoro.
Por eso queremos que cuanta más gente lo sepa, mejor. Esa sería la mejor garantía de su supervivencia. Tanto es así que los poderes públicos deberían comprometerse en la elaboración de programas que hicieran posible que en las escuelas donde haya un número significativo de niños y niñas gitanos se impartieran clases de rromanó a las que deberían asistir tanto los niños gitanos como los que no lo son y tengan interés en aprenderlo.
Esta es una petición que hacemos al Gobierno de la nación y a los de las comunidades Autónomas. Salvo al Gobierno andaluz a quien reclamamos su implicación directa en este asunto. Que no en vano la población gitana supera en aquella tierra el cinco por ciento, lo que supone una población gitano-andaluza de más de 350 000 personas.
  1. Juan de Dios Ramírez-Heredia es abogado y periodista. Presidente de Unión Romaní

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