jueves, junio 24, 2010

de CARAS CABALES, de Tomas Segovia

EL BLOG DE TOMÁS
Pero tan global como los mercados (o más) es el narcotráfico, y sin embargo los gobiernos son capaces de unirse para combatirlo.
Esto último es bastante curioso. A pesar de su gran poder de corrupción y descomposición, el narcotráfico no amenaza de veras con derrocar a ningún gobierno (puede que ni el de México) ni arruinar del todo a ningún país. Eso porque está prohibido. Es de suponer que si no estuviera prohibido sería un negocio bastante más anodino y, aparte de estropear la salud de algunos ciudadanos (menos quizá que el tráfico urbano), no sería gran amenaza para la existencia de los países. En cambio los mercados son una amenaza para los países precisamente porque no están prohibidos. Si estuvieran prohibidos probablemente no se transformarían en un tráfico clandestino y armado, sino que los capitales, las inversiones, la iniciativa privada encontrarían maneras más controladas de seguir actuando. Dicho esto, ¿no es esquizofrénica nuestra política? Podríamos admitir que legalizar la droga no es tan simple, pero ¿hay alguna razón para que los países sigan prohibiendo la droga que amenaza bastantes cosas pero no su existencia, y sean en cambio incapaces de prohibir la especulación que amenaza su existencia misma? Me dirás tal vez que lo que pasa es que los especuladores no atacan a su propio país, sino a otros. Seguramente algo hay de eso, pero si nos dieran todos los nombres, a mí no me extrañaría que haya bastantes especuladores perfectamente dispuestos a que sufra su país si eso aumenta su fortuna, y en todo caso esa es la actitud más o menos indirecta de la muchedumbre de votantes que en los países víctimas votan por los partidos que se proponen perpetuar esta situación. Y también es posible imaginar un mundo donde hubiera entre los países, perdona la impertinencia, cierta solidaridad frente a las canalladas que soportan unos u otros. Aparte de que no está excluido que algún día le toque esa suerte al insolidario, por fuerte que se crea.
Pero ¿qué podría ser esa prohibición? ¿Cerrar “los mercados”?


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sábado, junio 19, 2010

de Lorenzo Gil


lorenzo Gil
sábado 10 de abril de 2010
No hubo llamadas de embarque ni rótulos fluorescentes. No hubo retrasos. No hubo un café apestoso a media tarde, a solas tú y yo, en alguna cafetería de mala muerte, ni se detuvo el mundo mientras nos observábamos, en silencio, fijamente a los ojos, ni alargaste tu mano, bajo la mesa, para tomar la mía, no te temblaba el pulso ni nada parecía para nada amor en especial. Ni siquiera, aquella misma mañana, como por casualidad, no despertamos ambos mientras amanecía, ni tú estabas desnuda bajo la luz del sol, más bonita que nunca entre las sábanas . No hicimos el amor. No tomamos la ducha juntos. No entregamos la llave en recepción. Tampoco algo después, como suelen hacer las parejas de enamorados, dimos ningún paseo hacia la playa. Por supuesto, tampoco fuimos a comer al parque, ni, al arrullo de la brisa, bajo un hermoso árbol, nos besamos apasionadamente, por última vez No prometí escribirte algún poema. Nadie perdió su equipaje. No hubo cinta transportadora ni azafatas bonitas. Nadie pidió mi tarjeta de embarque, ni tampoco mi pasaporte. No echó a volar tu sombrero mientras nos abrazábamos, ni te dije te quiero, mi vida, junto al avión en blanco y negro, no hubo viejos motores de hélice, ni al llegar al hotel pedí en la recepción un taxi a La Corniche. No estuvimos jamás juntos en Casablanca. No me juraste una eterna amistad mientras nos despedíamos. No me besaste en la boca, al fin, ni te estreché muy fuerte entre mis brazos como nunca. No hubo ningún tipo de despedida. El aire de los motores no echó a perder tu bonito peinado. No te quejaste, convencida de no estar suficientemente hermosa, ni retiré de tu rostro el flequillo, no estabas deslumbrante, ni pensé en ti como la mujer más bella de este mundo. No te dije te quiero. Nadie me dijo y yo te quiero a Ti. No te observé cuando al fin te alejabas, cada vez más pequeña, por la pista del aeropuerto, no hubo coche-escalera, ni pude verte mientras desparecías dentro del avión, siempre tan elegante. No hubo primera clase, no hubo instrucciones de cabina Las azafatas no coquetearon con el comandante, ni los pasajeros abrocharon sus cinturones. No hubo permiso para despegar, ni comida precocinada a la hora de almolzar. En serio. No hubo ninguna despedida. No acabé, disimuladamente, por echarme a llorar, solo contra ninguna esquina. No hubo nada de dramatismo, insisto. No hubo nada de lágrimas.


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