sábado, junio 19, 2010

de Lorenzo Gil


lorenzo Gil
sábado 10 de abril de 2010
No hubo llamadas de embarque ni rótulos fluorescentes. No hubo retrasos. No hubo un café apestoso a media tarde, a solas tú y yo, en alguna cafetería de mala muerte, ni se detuvo el mundo mientras nos observábamos, en silencio, fijamente a los ojos, ni alargaste tu mano, bajo la mesa, para tomar la mía, no te temblaba el pulso ni nada parecía para nada amor en especial. Ni siquiera, aquella misma mañana, como por casualidad, no despertamos ambos mientras amanecía, ni tú estabas desnuda bajo la luz del sol, más bonita que nunca entre las sábanas . No hicimos el amor. No tomamos la ducha juntos. No entregamos la llave en recepción. Tampoco algo después, como suelen hacer las parejas de enamorados, dimos ningún paseo hacia la playa. Por supuesto, tampoco fuimos a comer al parque, ni, al arrullo de la brisa, bajo un hermoso árbol, nos besamos apasionadamente, por última vez No prometí escribirte algún poema. Nadie perdió su equipaje. No hubo cinta transportadora ni azafatas bonitas. Nadie pidió mi tarjeta de embarque, ni tampoco mi pasaporte. No echó a volar tu sombrero mientras nos abrazábamos, ni te dije te quiero, mi vida, junto al avión en blanco y negro, no hubo viejos motores de hélice, ni al llegar al hotel pedí en la recepción un taxi a La Corniche. No estuvimos jamás juntos en Casablanca. No me juraste una eterna amistad mientras nos despedíamos. No me besaste en la boca, al fin, ni te estreché muy fuerte entre mis brazos como nunca. No hubo ningún tipo de despedida. El aire de los motores no echó a perder tu bonito peinado. No te quejaste, convencida de no estar suficientemente hermosa, ni retiré de tu rostro el flequillo, no estabas deslumbrante, ni pensé en ti como la mujer más bella de este mundo. No te dije te quiero. Nadie me dijo y yo te quiero a Ti. No te observé cuando al fin te alejabas, cada vez más pequeña, por la pista del aeropuerto, no hubo coche-escalera, ni pude verte mientras desparecías dentro del avión, siempre tan elegante. No hubo primera clase, no hubo instrucciones de cabina Las azafatas no coquetearon con el comandante, ni los pasajeros abrocharon sus cinturones. No hubo permiso para despegar, ni comida precocinada a la hora de almolzar. En serio. No hubo ninguna despedida. No acabé, disimuladamente, por echarme a llorar, solo contra ninguna esquina. No hubo nada de dramatismo, insisto. No hubo nada de lágrimas.


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