lunes, noviembre 21, 2011

Recordando a TOMAS SEGOVIA

Presentación de La Otra-Gaceta 56 | Revista La Otra
Presentación de La Otra-Gaceta 56
José Ángel Leyva
Tomás Segovia acaba de traspasar la última frontera de la vida, ha puesto fin a su inquietud intelectual y a sus preguntas renovadas. Volvió de España para morir en la tierra de sus hijos y de su adolescencia, en el México de su primera juventud, donde se formó intelectualmente y donde nunca dejó de ser un español con espíritu migratorio, pero también mexicano.

Una de las mentes más brillantes de su generación. Una de las grandes narradoras mexicanas, Inés Arredondo, fue su primera esposa y madre de sus descendientes. A este viaje, que sería la despedida y el homenaje postrero en Poetas del Mundo Latino, dedicado a él, y a la recepción del premio Víctor Sandoval, compartido con Juan Gelman, lo acompañó su mujer, María Luisa Capella.
Pocos días antes de viajar a México tuve esta conversación con Tomás Segovia (Valencia, 1927-México 7 de nov. De 2011), a quien siempre advertí a caballo entre lo español y lo mexicano. Lo que sigue es íntegramente el texto que él mismo revisó y aprobó, no sin antes intercambiar algunas diferencias y ajustes. Breves intercambios de opiniones o disensos derivados de una vocación, como la suya, y quizás también un poco como la mía, de buscarle más puntas a la madeja. El texto, quizás una de sus últimas entrevistas, fue originalmente publicado en La Otra, número trece (oct-dic, 2011) dedicado a él.
Su formación intelectual tuvo lugar en México, cierto, pero estuvo empapada del dinamismo del exilio republicano. Su escritura se ramifica por la poesía, el ensayo, la crónica, el artículo periodístico, la narrativa, el teatro. Con esa versatilidad creativa también es y ha sido un fiel editor de revistas, como es el caso de la Revista Mexicana de Literatura, y de libros. Hoy en día es un avezado bloguero que da cuenta, a quien lo desee, de su constante quehacer literario y reflexivo, artesanal, cotidiano. Desde 1985 reside en Madrid. Ha obtenido importantes reconocimientos internacionales, como Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo 2000, el XV Premio Juan Rulfo de Literatura Latinoamericana y del Caribe 2005 y el Premio Extremadura a la Creación 2007.
Insisto en lanzar preguntas a sabiendas de su escepticismo por este género periodístico que utilizamos a favor de la literatura, la entrevista. A riesgo de caer en lo mismo, sobre todo si nos colocamos en la vastedad y diversidad de su obra y si nos asomamos por su blog donde va dejando testimonios, imágenes, experiencias, fragmentos de su incansable labor escritural.
Comencemos entonces desde el presente y vayamos aproximándonos al pasado que nos interesa tocar. ¿Qué representa para ti la experiencia en la Red, el contacto diario con interlocutores próximos y lejanos?
En la informática, como en todo, desconfío de los dogmas. Por un lado, no creo que haya muchos escritores que hayan programado, como yo (hace años), su propio procesador de palabras. Más tarde manipulé un poco los que fui adquiriendo para hacer con una impresora común y corriente ediciones caseras de libros míos, y hace unos años que tengo un blog modestamente diseñado por mí. Pero por otro lado nunca he acabado de sumergirme en la mentalidad cibernética, no entiendo del todo las “redes sociales” y desconfío muchísimo de esos espacios tan obviamente manipulables para fines publicitarios o sabe Dios qué.
¿Qué vínculo hallas entre tu actividad artesanal de editor de libros y tu afición de cibernauta?
En parte ya respondí tu pregunta. Añadiré que esas dos actividades se parecen en la medida en que son dos maneras de escapar al círculo tradicional de comunicación con los lectores: dos maneras de regalar lo que uno escribe negándose a convertirlo en vergonzosa mercancía. Pero se distinguen en la medida en que regalar un libro a alguien sigue siendo un acto mucho más personal y humano que colgar algo en la red.
Hace poco, digamos en el 2010, decías en una entrevista para La Jornada que el ser un hombre octogenario te daba ya la libertad de hacer lo que te diera la gana sin importar la opinión de la crítica. Le he escuchado a varios escritores, poetas, que hay una edad en la que el poeta debe callar ¿cuál es tu opinión y tu actitud frente a tal postura?
No me imagino quién puede haber dicho que un poeta debe callar a cierta edad. Sin duda se dan casos en que un poeta envejecido empieza a decir tonterías, pero ¿cuántos empiezan a decirlas de jóvenes? ¿Y cuántos empiezan justamente a decir menos a medida que envejecen? La obra de vejez de un Goethe, de un Víctor Hugo, de un Thomas Mann o, en la pintura, de un Tiziano no creo que tenga que envidiar a la de ningún joven. La frase me parece indignante por lo que tiene de agresión discriminatoria si el que la dijo era joven: alguien que debería haberse callado desde mucho antes de envejecer. Lo que yo dije en La Jornada, si mal no recuerdo, no es que ya no me importe la opinión de la crítica, que, en cierto sentido, no me ha importado nunca, y en otro sentido me importa igual que siempre, sino que ya no tengo que probar nada ni estar en competencia con nadie: eso es la libertad.
La última vez que te vi en la Ciudad de México, en Copilco, me sorprendió tu conocimiento y locuacidad sobre tus padecimientos y las intervenciones quirúrgicas que te practicaron y aún a las que te debías de someter. Además de los conocimientos médicos ¿qué enseñanza has sacado de esa travesía por el dolor y la caducidad? : (Nocturno: (1947): “Te he visto,Muerte, te he conocido en mí, te he reconocido como tú me reconocerás desde mis primeros actos (…) Ancho es el mundo. Ancho mi deseo.” Y también en “Poesía” (194): “Tú, Poesía, eres, /como la muerte, la insospechada eterna”
No veo por qué te extraña la lucidez en esas circunstancias, es incluso un tema bastante manido en la literatura y el cine corrientes. Los poemas que citas son muy juveniles y por eso no tan lúcidos. Yo dije muchas veces, cuando era joven, que la muerte es una obsesión sobre todo en la juventud. Ahora quizá matizaría: en la juventud nos enfrentamos a esa obsesión con muchos más prejuicios que lucidez; la riqueza de la vejez es justamente que te quita cada vez más prejuicios. Nuestra civilización consumista, con su repugnante manipulación interesada de la juventud, está cegando a muchos y llevándoles a perder esa riqueza.
Me parece que allí encajan mejor que en ningún otro ejemplo la reflexión sobre el pasmo y la euforia sobre las que tú escribes. El cuerpo sometido a la tortura de la sobrevivencia y la incertidumbre y la alegría de ver ese cielo de la infancia una vez más. El deseo es hacer memoria, trascender, quedar para la posteridad. De algún modo tú ya lo has logrado. Pero siguiendo a Cernuda ¿cómo quedan en la balanza los días de la realidad y el deseo?
Nunca me ha parecido que la realidad y el deseo se opongan. Es uno de los tópicos de mi época con los que no comulgo. Para mí el deseo más radical y primigenio es justamente deseo de realidad. Si me convenzo de que sólo puedo desear lo que la realidad no me da, la realidad se vuelve toda “tortura e incertidumbre”, y mi deseo, enemigo de la realidad y por lo tanto de la vida, de esta vida, a la que se le opone otra inventada o invertida.
El tema del nómada o del nomadismo es recurrente en tu obra poética. ¿Has encontrado una estación o una etapa para el sedentarismo?
Hay mil respuestas a esa pregunta en mi poesía: “La que hace mi casa en todas partes”, “la belleza expósita, tu patria intermitente”, “Descubrir el lugar astuto e íntimo / Donde habitar sin que lo note / Su espesa piel celosa un mundo hasta su médula”, “Nos miramos los unos a los otros / Con un burbujear de leve gozo / Como en casa del otro cada uno.” Etc., etc.
“Pregunta tonta”. “¿Por qué cuando anochece /se nos acerca el cielo / y crece?” (País del cielo –1943-1946) ¿Te sigue ocurriendo?
Sí, claro, pero a la vez es una sensación muy característica de la ciudad de México de mi adolescencia (1943, ese año cumplí 16, pero tal vez tenía todavía 15). Otra cosa que las generaciones siguientes ya no conocieron.
“La memoria”. “Memoria ahorradora de harapos, disecadora de pájaros, ¿qué vale ahora lo de antes?” (“Recitativo disperato”, en Anagnórisis). La memoria que refieres ¿tiene algún sentido o utilidad en tu visión de resistencia, disidencia, oposición?
Bueno, el sentido (sobre todo en poesía, pero no sólo) nunca se cierra del todo, y podemos encontrar algún sentido de esa frase referido a la memoria oficial de una época, de una sociedad o de un grupo, pero el primer sentido, cuando la escribí, se refería a algo así como el remordimiento, para decirlo de un modo muy burdo: un sentimiento de culpa que en aquella época me perseguía bastante y que hubiera querido olvidar.
Si Anagnórisis es de algún modo el encuentro entre dos personajes de ficción, me parece que tú has estado buscando ese encuentro en tus notas, tus ensayos, tus cartas y hasta tus poemas. Hay una necesidad dialógica expresada en abundancia, pero salvo Matías Vegoso no nos queda claro quiénes son esos otros posibles interlocutores. ¿Has sentido alguna vez el impulso de cultivar la heteronimia o es una pregunta inoportuna ante alguna evidencia?
Vamos por partes: anagnórisis no es encuentro de dos personajes ficticios, sino la acción de revelarse o ser reconocido; en cierto modo la aparición de la verdadera persona, todo lo contrario de una ficción. Entonces los interlocutores (posibles) son todos. En cuanto a los heterónomos, hay en Digo yo un ensayo, “Montejo y él”, donde me explayo sobre el tema. Matías Vegoso no es un heterónomo, aunque sea un anagrama, sino una inocente ficción, un corresponsal imaginario que no representa en absoluto ninguna “faceta” o “personalidad alternativa” mía, más bien la de ciertos amigos míos, y ¿puede uno inventar heterónimos de otras personas? He usado a veces casi un heterónomo, un tal Valente Reyes, pero sólo jugando y cuidando de no tomarlo en serio. A mí me parece normal que un poeta (o cualquier persona) tenga diferentes maneras de ser o de hablar, pero me parece más iluminador llamar a eso diferentes “voces” o “registros” o incluso “estilos”, como lo llamábamos antes, que enredarnos en el elegante ilusionismo formal y académico de los heterónomos.
¿Qué piensas de la escritura transversal, además de ejercerla, y cómo logras ordenar y administrar tu paso de un género a otro: cuentos, ensayo, artículos, novela y poesía?
Yo soy del tipo de escritor que no tiene ninguna dificultad para cambiar de género. (Por cierto, olvidas que tengo también una obra de teatro.) Nunca trato de hacer relatos poéticos o ensayos con suspenso, porque además en nuestra época los géneros son lo bastante flexibles para que no haya que forzarlos. Reconozco sin embargo que en mis dos novelas, la publicada y la inédita, el tono ensayístico ocupa más lugar que en muchas novelas, aunque tampoco falta en muchas otras. He meditado sobre eso, pero éste no es el momento de hablar de ello. En cambio, puedo ir más al fondo y proponer que la diversidad de mis géneros es consecuencia de mi actitud básica ante la literatura: es ante todo la vida, no la literatura, lo que me interesa; es lo que la escritura revela, no la escritura misma. Otra cosa en la que soy muy poco moderno.
Aunque has escrito sobre las vanguardias tu poesía se apega más a la tradición y al decir, más que al cómo decir. No expones tu poesía a dinámicas formales que la alejen de sus significados más próximos a la realidad y a tu propia experiencia. Es una poesía reflexiva pero no distante de lo cotidiano. ¿Qué opinas al respecto?
En efecto, creo que la búsqueda del sentido es la tarea del hombre y tengo muchos reproches que hacer a la modernidad por sus tentativas de supeditar, manipular, vaciar o destruir el sentido, lo mismo en lo político y social que en el arte o la filosofía. Cada vez está más claro que son los dueños del poder los que prohíben, incluso con la violencia si hace falta, intentar abrir el sistema o la estructura o la mecánica para acceder al contenido.
México, Madrid, Valencia ¿qué significan estos sitios para ti ahora que la infancia y la juventud están cada vez más lejanos y que tampoco son lo que fueron?
Bueno, Valencia no significa mucho. Apenas viví allí los dos primeras años de mi vida, de los que no tengo ningún recuerdo. Pero a México y Madrid yo añadiría París y Casablanca, primeras etapas de mi infancia exiliada. Todas las infancias son añoradas, cada una con sus peculiaridades. Sobre la mía he dicho muchas veces que el exilio la caracteriza pero no la define. Claro que fue una infancia diferente de otras, pero es que todas las infancias son diferentes. Si algo en la mía fue especialmente peculiar, creo que no fue mi infancia española, sino mi adolescencia mexicana. Soñadora y beatífica como ninguna.
No obstante en algunos de tus versos refieres la infancia como una zona fría, escasamente iluminada. “Todos los árboles de la plazuela clara /mecen su joven fuerza /abrazados a un viento limpio y alto /que viene de bañarse /en las muy frías aguas de la infancia.” (“Rumor de hojas”)
Me extraña que encuentres en mis referencias a mi infancia una atmósfera fría y oscura. Yo he dicho muchas veces que a los niños todo les parece natural y que mi infancia puede parecerle a un espectador bastante dramática, en medio de una guerra civil, el comienzo de una guerra mundial y un exilio; pero tal como la viví fue una infancia como cualquier otra, en la que todo me parecía natural y en la que sufrí algunas privaciones pero muchas menos que millones de niños de todas partes y de todas las épocas. Creo que en algunos textos míos aparece un tema psicológico, la ausencia de madre, que en algunas épocas me hizo reflexionar mucho, pero que nunca me llevó a renegar de la infancia, más bien a renegar de los posibles gestos que me hayan alejado de ella.
Por último, la extensión y diversidad de tu obra me conduce a la pregunta ¿Cómo quieres ser recordado: cómo poeta, ensayista, intelectual, escritor, editor, académico?
Querido José Ángel, supongo que eso no es asunto mío, sino de la posteridad, si es que se acuerda de mí. Desde mi perspectiva, es como si me preguntaran cuál de mis hijos quisiera que se acordara de mí: no sabría responder.

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