Con ocasión de la muerte se dan a conocer muchas personas, y su insustituible universo. Este es el caso de Carlos Pujol, que a raiz de su muerte podemos tener noticias de él. Favorables noticias. En estas tres "necrologicas" se resume, y no puede ser de otro modo, ya que los que escriben sobre él, le aprecian y lo conocen de un modo u otro. Y asi podeis comprobarlo.
El escritor y crítico literario Carlos Pujol, en 2005. / EFE (ARCHIVO) (EFE)
Carlos Pujol, la discreción del escritor ilustrado
Durante 40 años fue editor y jurado del Premio Planeta y mano derecha del fundador de la editorial, José Manuel Lara Hernández
CARLES GELI Barcelona 18 ENE 2012 - 13:21 CET4
El escritor y crítico literario Carlos Pujol, en 2005. / EFE (ARCHIVO) (EFE)
"Tenía una gran finura moral e intelectual; no sobreactuaba nunca, y en la amistad fue infalible". Difícil tener y mantener esas cualidades en el egocéntrico y fatuo mundo de las letras y la edición durante casi medio siglo. Y más cuando se es uno de los rostros más visibles del Premio Planeta, del que era miembro del jurado desde 1972 y, desde 2006, también su secretario. Casi una contradicción, admite el poeta y amigo Pere Gimferrer. Pero así veía a su compañero, el erudito editor, escritor y traductor Carlos Pujol, que coherente, en voz queda como vivió y escribió, falleció de manera inopinada la noche del lunes de un derrame cerebral.
"El lunes mismo -recuerda Gimferrer- hablamos de literatura". Fácil, era su vida. Nacido en Barcelona en 1936 y doctor en Filología Románica (1962), parecía que sus vastos conocimientos de las letras castellanas y francesas sobre todo, pero también de la inglesa y la italiana, predestinaban su carrera hacia la enseñanza, como así fue hasta 1977, cuando dejó de enseñar literatura francesa en la Universidad de Barcelona. Pero impartir clases le hacía sentirse más incómodo de lo que nunca confesó (hablar en público le inquietaba: no leer las votaciones del Planeta fue su única condición para ser el secretario).
Y quizá ahí estuviera la clave de su salto, por un lado, a la fina crítica literaria desde 1969 y, desde un tiempo antes (septiembre de 1963), a trabajar en Planeta, donde publicó estudios sobre sus queridos Voltaire (1973) y Balzac (Balzac y La comedia humana, 1974). Sería el inicio de una docena de ensayos más, entre los que destacarían Leer a Saint-Simon (1979) o 1900, fin de siglo (1987). "Era un ser irrepetible, un rara avis en estos tiempos donde las gentes desalojan mucho más que pesan", matiza su también amigo y crítico Fernando Valls.
Hombre de confianza del fundador del imperio Planeta, José Manuel Lara Hernández, se convirtió en uno de sus pilares literarios y su labor se tornó vital en la selección de los manuscritos que optaban a los Premios Planeta, Ateneo de Sevilla y Ramon Llull.
Cargado de una inmensa cultura al estilo de su añorada Ilustración, de una exigencia altísima hacia sí mismo, era una enciclopedia en la sombra de muchos editores del grupo y autor de un sinfín de estudios que precedían buena parte de las ediciones de los Clásicos Universales Planeta que, por su rigor casi enfermizo, eran piezas tan valoradas como sus ensayos. No era improvisado: se había forjado en algunos de los capítulos de la Historia de la Literatura Universal que Martí de Riquer y José Maria Valverde le pidieron en 1985.
Tan tímido como irónico parapetado tras su gafas, rehuía la notoriedad pública. Ello y un afán de documentación notable le ayudaron a forjar una doble vida que le permitió escribir cerca de 90 libros. "Es uno de sus misterios: cómo podía leer y escribir tanto y, además, ser hombre de familia", se maravilla su compañero. Y lo fue: casado con la pintora Marta Lagarrica, tenía cuatro hijos y 17 nietos, a los que dedicó novelas y cuentos, tercera parte de su obra, iniciada tardíamente en los años ochenta y que arrancó con La sombra del tiempo (1981), que junto a La noche más lejana (1986) son sus mejores novelas, según Gimferrer. Con Jardín inglés (1987) barajó el Nacional de Narrativa.
"Como su prosa, fuera de modas, sus poemas sin rimas pero con regularidad métrica eran para leerse de manera íntima", define Gimferrer la poesía de Pujol: otra quincena de títulos, entre ellos el autobiográfico Versos de Suabia (2005). La novela Los fugitivos y los versos de El corazón de Dios fueron sus últimos títulos el año pasado, siempre salpicados de un fino sentido del humor.
Pero más de la mitad de su bibliografía se la llevan las traducciones, en especial del francés, donde volcó en su castellano tan pulcro como parco en barroquismos obras de Balzac, Stendhal, Baudelaire, Tournier y Simenon. "Pero repetía que el autor más difícil era Henry James", apunta Valls. "Parecía tener una indiferencia absoluta por recoger un lector inmediato; quería pocos, pero que le comprendiera bien", cree Gimferrer. La discreción del sabio
Todo ha salido bien ANDRÉS TRAPIELLO
EL PAÍS - Obituarios - 18-01-2012
Escribo estas palabras pensando que las está leyendo. En cierto modo no hay una sola página que haya escrito en los últimos treinta y tantos años que no la haya escrito pensando en él, y que él no haya leído, comentado, corregido. Y no han sido pocas. Esta, sin embargo, es la más difícil de todas. Y que la está leyendo será para él algo fuera de duda. Era un hombre creyente, discreto, profundamente creyente. Su último libro, de poemas bellísimos, acaso los más hondos y verdaderos de cuantos escribió, lleva este título: El corazón de Dios. Para mí, para muchos, la obra de Carlos Pujol, tan secreta a veces, es ejemplo de finura suprema, milagrosamente sin desmayos, y de inteligencia siempre atinada en la elección de sus maestros, Saint-Simon, Balzac, Proust, Henry James o Emily Dickinson, a los que tradujo y estudió como nadie, y en la arquitectura de su propio mundo como novelista, poeta y ensayista: sencillez, humor, poesía y naturalidad. Su labor literaria, extensísima, titánica y silenciosa, fue siempre una celebración y una cita con la levedad y la gracia. Pero hay algo que la vuelve, a mi modo de ver, aún más extraordinaria. Como sin duda saben los que viven en y del mundo editorial español, vivió en y de él durante más de 50 años, sin contaminarse ni un átomo de nuestro pobre y desquiciado medio literario: "Hacer carrera, hacer la carrera", decía con sutil delicadeza y una media sonrisa, apartándose a un lado. Y pese a ello no dejó nunca de ser una persona asequible, afable, educadísima, con porte de sabio oxoniense, al que nadie habrá oído jamás levantar la voz, ni tampoco hurtarla. Como su confidente Emily Dickinson, decía "toda la verdad, pero sesgada". Solo había que saber escucharle tales susurros. Era una especie de ángel, lo ha sido hasta el último día, entre los hombres, en su oficina de Planeta, la bondad absoluta. Solía decir que la vida literaria, en realidad no es vida, sino solo una imitación hecha con humo. Su Cuadernos de escritura, suma de aforismos sobre el oficio de escribir, es una obra maestra del género, a la que vuelve uno a menudo buscando compañía. En él leemos: "El que escribe es otro', decía Proust, y es una gran verdad, pero el que redacta es uno mismo; de la armoniosa colaboración de ambos depende que todo salga bien". De pocos contemporáneos, al menos de los que uno ha conocido, podrá asegurarse que le haya salido mejor.
Amigo, has entrado en otro tiempo, el del silencio, el de lo inexplicable, el único que para ti valía la pena vivirse desde este mundo nuestro, no menos inexplicable, pero mucho más inconvincente. Así lo dijiste: "Solo tiene verdadero interés lo inexplicable, lo que puede explicarse en seguida resulta banal".
Por eso sé que, mientras las escribía, ha estado leyendo por encima de mi hombro estas palabras que yo querría que fuesen, solo por él, mucho mejores.
MARTES 24 DE ENERO DE 2012
Carlos Pujol, sabio clandestino
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El miércoles pasado, los medios de comunicación le prestaron mucha más atención a Carlos Pujol de la que le habían dedicado a su obra inmensa mientras vivió. Era lo esperable, y tal como están las cosas, no sería extraño que a la mayoría de los interesados por la literatura su nombre les sonara únicamente por su vinculación a Planeta, donde tenía la responsabilidad de organizar los distintos premios gordos de la editorial. Quizá no esté de más recordar que para él ese trabajo fue sólo un mero ganapán, con el que criar a una gran familia, de la que tanto le gustaba presumir y a los que adoraba casi tanto como a su mujer, la pintora Marta Lagarriga.
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Carlos Pujol era católico practicante, pero no al tosco modo que suele gastarse entre nosotros, sino de la pequeña facción civilizada y tolerante. Pero para mí era, sobre todo, un hombre sabio, afable, discreto y bueno, además de generoso con sus inmensos saberes. Ahora que ya no está, empezaremos a darnos cuenta de que se trataba de un ser irrepetible, sobre todo en estos tiempos donde los escritores a menudo desalojan mucho más que pesan. Fue un ensayista ameno y lúcido, y un gran traductor. Él solía repetir que el autor que más quebraderos de cabeza le había dado, en este terreno, había sido Henry James. Fue también un crítico literario generoso y un notable narrador, poeta y aforista, al margen de modas pasajeras.
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Sorprende que un señor que tenía en su haber versiones de John Donne, Ronsard, G. M. Hopkins, la poesía romántica francesa, Emily Dickinson, Baudelaire o Verlaine -prefirió las traducciones de poesía aunque también nos dio en castellano obras en prosa de Defoe, Jane Austen, Stendhal, Proust o Simenon-, nunca mereciera el Premio Nacional de Traducción, ni ningún otro de los varios que se conceden a la traducción. ¿Por qué? Y esta interrogación podría extenderse, además, a su obra poética y narrativa, a la que tan poca atención le hemos prestado...
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Cuando yo lo conocí, a comienzos de los 80, acababa de publicar una excelente novela,La sombra del tiempo (1981), elogiosamente reseñada por Francisco Rico, tan poco dado a apostar por libros posteriores a 1650. Ya no trabajaba como profesor en la Universidad de Barcelona, pero se sentía orgulloso de haber sido discípulo de Riquer, con quien hizo su tesis. Abandonó las clases de literatura francesa en 1977 porque no le daba para vivir, pero nos ha dejado notables ensayos sobre Voltaire, Saint-Simon o Balzac; o un estudio sobre la obra de su gran amigo y vecino Juan Perucho. En casa de éste y con los poetas Alfonso Canales y Pere Gimferrer, fundó la Academia de los Ficticios, en la Avda. de la República Argentina. ¡Cuánto hubiéramos dado muchos letraheridos por que alguna vez nos hubieran permitido meter allí la nariz!
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Poco después fueron apareciendo sus libros de poemas, entre los que prefiero Gian Lorenzo (1987). Habría que sumar, además, un puñado de novelas culturalistas, teñidas de humor y una leve ironía, entre las que destacaría El lugar del aire (1984), Es otoño en Crimea (1985) Jardín inglés(1987) o los relatos de Fortunas y adversidades de Sherlock Holmes (2007), donde consigue enriquece el estilo de Conan Doyle. Otro de mis preferidos es Cuadernos de escritura (1988, ampliado en el 2009), libro singular y pleno de sabiduría literaria, compuesto de aforismos y breves artículos. Después de muchos cambios de editorial (nunca tuvo agente literario), él mismo me confesó que había hallado la tranquilidad debido a la confianza que le mostró José Ángel Zapatero, editor de Menoscuarto y Cálamo, quien le ha editado casi todos sus últimos libros, tanto en prosa como en verso, como los dos que aparecieron en el 2011, los poemas de El corazón de Dios y la novela Los fugitivos. Quienes tuvimos la inmensa fortuna de tratarlo y disfrutar de su amistad no podremos olvidar nunca a Carlos Pujol, pero dado lo mucho que hemos aprendido de él y el disfrute que nos han proporcionado sus obras, deberíamos conjurarnos para que su nombre abandone definitivamente esa clandestinidad que él tanto apreciaba.
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P.S. La tiranía del espacio, a la que todo periódico tiene que someterse, me ha impedido destacar el apoyo intelectual y el aprecio personal que le mostraron siempre a Carlos Pujol, escritores, editores y críticos, entre los que habría que destacar a Andrés Trapiello, editor en Comares de varios libros suyos, en campos como la novela, la poesía, el ensayo y la traducción, Manuel Longares, Valentí Puig, Miguel Sánchez-Ostiz, Manuel Borrás o los críticos José María Pozuelo y Ricardo Senabre.
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* Este artículo ha aparecido publicado hoy, 24 de enero, en el diario El País, sin el P.S. final. La foto de Pujol me la remitió él mismo, para que apareciera en este blog, junto a sus aforismos. En la otra foto se le ve con Andrés Trapiello, en la sede madrileña de la Fundación Juan March.
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PUBLICADO POR FERNANDO VALLS
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