Para poder siquiera los dos acercarnos
necesitaríamos
siglos de instantes como este instante.
Para que pudieran morir las aguas más sucias,
para que pudieran brotar las aguas más claras.
Aquella sed, los gritos, el pájaro amarillo
que cantaba ayer tarde y te ponía triste.
Aquel candor feroz de tus ojos de esponja
en el momento cumbre, al desplegar los párpados.
El viento, el mar, las más bellas palabras
que pronuncia un hombre a la hora de morir.
El verte y el no verte. El deslizar los dedos
por las venas muertas de tus manos vivas.
Todo es vana poesía. Todo se ha convertido
en inútil deseo de un deseo de amor.
Para poder siquiera los dos acercarnos
necesitaríamos
siglos de ternura como esta ternura.
e. gancedo | león 12/09/2012
necesitaríamos
siglos de instantes como este instante.
Para que pudieran morir las aguas más sucias,
para que pudieran brotar las aguas más claras.
Aquella sed, los gritos, el pájaro amarillo
que cantaba ayer tarde y te ponía triste.
Aquel candor feroz de tus ojos de esponja
en el momento cumbre, al desplegar los párpados.
El viento, el mar, las más bellas palabras
que pronuncia un hombre a la hora de morir.
El verte y el no verte. El deslizar los dedos
por las venas muertas de tus manos vivas.
Todo es vana poesía. Todo se ha convertido
en inútil deseo de un deseo de amor.
Para poder siquiera los dos acercarnos
necesitaríamos
siglos de ternura como esta ternura.
e. gancedo | león 12/09/2012
Fue uno de los grandes poetas contemporáneos en lengua española, y sin embargo su nombre, para la gran mayoría de leoneses, pasó casi completamente desapercibido. Ayer se conocía la muerte de Agustín Delgado, conocido como el ‘cerebro’ del grupo fundador de Claraboya —la revista que removió hasta los cimientos la poesía española en los años sesenta— junto a José Antonio Llamas, Luis Mateo Díez y Ángel Fierro. «Él fue el responsable de toda la parte teórica de Claraboya, era un intelectual nato que a los veinte años ya debatía de filosofía, que tenía dos doctorados, algunas de cuyas obras están traducidas incluso al chino... y a quien León, la provincia donde había nacido, le negó el pan y la sal», decía ayer un apenado José Antonio Llamas, siempre muy unido al autor a quien el poeta José-Miguel Ullán llamara «entrañable lobo estepario».
Por su parte, el también escritor y colaborador de este periódico Alfonso García declaraba que estamos ante una noticia «tristemente importante», pues Delgado fue «uno de los poetas más destacados de España» y «uno de los intelectuales más importantes que ha dado la provincia de León», sobre todo «por su capacidad de síntesis, por su extremo dominio del idioma, y por haber sido el creador del concepto de ‘poesía dialéctica’». No obstante, al haberse mantenido alejado, durante toda su vida, de las corrientes en boga y de los cenáculos literarios y sociales, «por esa tranquilidad, esa paciencia con la que vivió» —reflexionaba García—, «ajeno a dimes y diretes», permaneció al margen de premios, homenajes y de un amplio reconocimiento social. «Fue un gran teórico y crítico de la poesía española contemporánea que escogió un camino independiente», el de cultivar «la poesía que cuenta la vida», el de abordar «una reflexión permanente sobre la existencia» y el de emplear sabiamente «la ironía y el sarcasmo».
Un creador al margen
Nacido en Rioseco de Tapia en 1941, Agustín Delgado estudió en las universidades de Comillas, Barcelona y Complutense de Madrid. Era doctor en Filología Románica y residió en Toulouse, París y Bruselas. Durante los últimos años vivía en Madrid. Catedrático de Literatura Española, Delgado ejerció algunos cargos relevantes en el mundo de la educación y publicó poemarios que acabaron por ser muy celebrados por la crítica especializada como El silencio, Nuevas rayas de tiza, Cancionero civil, Aurora boreal, Espíritu áspero, De la diversidad, Sansirolés, Mol, Las coplas de Fidelio y Zas. Asimismo, junto con José María Merino y Luis Mateo Díez editó aquel genial Parnasillo provincial de poetas apócrifos.
A Delgado le dedicó Diario de León uno de los números de su Biblioteca Leonesa de Escritores: el volumen llevaba el expresivo título de Mazos de luz en vilo de guadaña. «Sus tres etapas creativas —objetivista, irónica y ‘sansirolés’— quedan recogidas en este poemario de lenguaje depurado, musical, sutil, esquelético a veces y siempre ingenioso», escribía entonces, en el prólogo del libro, la poetisa Carmen Busmayor. También el Colegio Maristas Champagnat le homenajeó, en el año 2006, con motivo del Día de las Letras Leonesas, uno de los escasísimos homenajes que se le dispensaron.
Además de sus misteriosos y extraños ‘sansirolés’, verdaderos hallazgos fónicos, descubiertos por Delgado en París en los años ochenta, la obra del autor de Rioseco estaba llena de sonoridades, de palabras inventadas pero rebosantes de significación, de vocablos ásperos, blandos, dulces, salados o amargos. Un ejemplo son estos versos del poema Omphalo: «Viéntreme, madre,/ Lechéceme./ Óvalo, óbolo,/ Aválame».
En diciembre del 2010, Diario de León entrevistaba a Agustín Delgado con motivo de la publicación, por parte de la editorial Trama, de todos sus versos: su título era Espíritu áspero. Poesía reunida (1965-2007). Decía entonces, con la rotundidad que siempre le acompañaba: «En los años sesenta o setenta escribir poesía era tanto como arriesgarse hasta el fondo desde una opción, estética o moral, del todo ajena a cualquier perspectiva de provecho o medro socio-profesional, para ya no decir mediático. Hoy, para muchos, escribir poesía es tanto como calibrar estrategias, tácticas, tendencias, siempre en perspectiva de obtener réditos mediáticos, y rentabilizarlos en cualquier otro orden de la industria cultural o de la deriva profesional».
Por su parte, el también escritor y colaborador de este periódico Alfonso García declaraba que estamos ante una noticia «tristemente importante», pues Delgado fue «uno de los poetas más destacados de España» y «uno de los intelectuales más importantes que ha dado la provincia de León», sobre todo «por su capacidad de síntesis, por su extremo dominio del idioma, y por haber sido el creador del concepto de ‘poesía dialéctica’». No obstante, al haberse mantenido alejado, durante toda su vida, de las corrientes en boga y de los cenáculos literarios y sociales, «por esa tranquilidad, esa paciencia con la que vivió» —reflexionaba García—, «ajeno a dimes y diretes», permaneció al margen de premios, homenajes y de un amplio reconocimiento social. «Fue un gran teórico y crítico de la poesía española contemporánea que escogió un camino independiente», el de cultivar «la poesía que cuenta la vida», el de abordar «una reflexión permanente sobre la existencia» y el de emplear sabiamente «la ironía y el sarcasmo».
Un creador al margen
Nacido en Rioseco de Tapia en 1941, Agustín Delgado estudió en las universidades de Comillas, Barcelona y Complutense de Madrid. Era doctor en Filología Románica y residió en Toulouse, París y Bruselas. Durante los últimos años vivía en Madrid. Catedrático de Literatura Española, Delgado ejerció algunos cargos relevantes en el mundo de la educación y publicó poemarios que acabaron por ser muy celebrados por la crítica especializada como El silencio, Nuevas rayas de tiza, Cancionero civil, Aurora boreal, Espíritu áspero, De la diversidad, Sansirolés, Mol, Las coplas de Fidelio y Zas. Asimismo, junto con José María Merino y Luis Mateo Díez editó aquel genial Parnasillo provincial de poetas apócrifos.
A Delgado le dedicó Diario de León uno de los números de su Biblioteca Leonesa de Escritores: el volumen llevaba el expresivo título de Mazos de luz en vilo de guadaña. «Sus tres etapas creativas —objetivista, irónica y ‘sansirolés’— quedan recogidas en este poemario de lenguaje depurado, musical, sutil, esquelético a veces y siempre ingenioso», escribía entonces, en el prólogo del libro, la poetisa Carmen Busmayor. También el Colegio Maristas Champagnat le homenajeó, en el año 2006, con motivo del Día de las Letras Leonesas, uno de los escasísimos homenajes que se le dispensaron.
Además de sus misteriosos y extraños ‘sansirolés’, verdaderos hallazgos fónicos, descubiertos por Delgado en París en los años ochenta, la obra del autor de Rioseco estaba llena de sonoridades, de palabras inventadas pero rebosantes de significación, de vocablos ásperos, blandos, dulces, salados o amargos. Un ejemplo son estos versos del poema Omphalo: «Viéntreme, madre,/ Lechéceme./ Óvalo, óbolo,/ Aválame».
En diciembre del 2010, Diario de León entrevistaba a Agustín Delgado con motivo de la publicación, por parte de la editorial Trama, de todos sus versos: su título era Espíritu áspero. Poesía reunida (1965-2007). Decía entonces, con la rotundidad que siempre le acompañaba: «En los años sesenta o setenta escribir poesía era tanto como arriesgarse hasta el fondo desde una opción, estética o moral, del todo ajena a cualquier perspectiva de provecho o medro socio-profesional, para ya no decir mediático. Hoy, para muchos, escribir poesía es tanto como calibrar estrategias, tácticas, tendencias, siempre en perspectiva de obtener réditos mediáticos, y rentabilizarlos en cualquier otro orden de la industria cultural o de la deriva profesional».
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