sábado, abril 06, 2013

BENJAMIN PÉRET: EL DESHONOR DE LOS POETAS

- EL MIXIONARIO -: BENJAMIN PÉRET: EL DESHONOR DE LOS POETAS


BENJAMIN PÉRET: EL DESHONOR DE LOS POETAS


(Le déshonneur des poétes, publicado en México, febrero de 1945; reed. Pauvert, 1965).

Si se indaga en la significación original de la poesía, actualmente disimulada bajo los mil oropeles de la sociedad, se constata que es el verdadero aliento del hombre, la fuente de todo conocimiento y éste mismo conocimiento, bajo su aspecto más inmaculado. En ella se condensa la vida espiritual de la humanidad en su totalidad, desde que ha comenzado a tomar conciencia de su naturaleza; en ella palpitan ahora las más altas creaciones y, tierra por siempre fecunda, guarda perpetuamente en reserva los cristales incoloros y las cosechas del mañana.

Divinidad tutelar de mil rostros, se la llama aquí amor, allí libertad, en otros lados ciencia. Continúa siendo omnipotente, borbotea en el relato mítico de los esquimales, estalla en la carta de amor, ametralla al pelotón de ejecución que fusila al obrero en el momento en que exhala el último suspiro de revolución social y por lo tanto de libertad, chisporrotea en el descubrimiento del investigador científico, desfallece, exhangüe, hasta en las más estúpidas producciones que se reclaman de ella y de su recuerdo; elogio que podría ser fúnebre, figurando en las palabras momificadas de su asesino el sacerdote y que el creyente escucha persiguiéndola, ciego y sordo, en la tumba del dogma, donde la poesía no es sino una falaz ceniza.

Sus innumerables detractores, verdaderos y falsos sacerdotes, más hipócritas que los sacerdotes de todas las religiones, falsos testigos de todos los tiempos, la acusan de ser un modo de evasión, de huída ante la realidad, como si ella no fuese la realidad misma, su esencia y su exaltación. Incapaces de concebir la realidad en su conjunto y en sus complejas relaciones, no quieren considerarla sino en su aspecto más inmediato y en el más sórdido. Perciben Únicamente el adulterio sin experimentar jamás el amor, el avión de bombardeo sin acordarse de Ícaro, la novela de aventuras sin comprender la aspiración poética permanente, elemental y profunda, en una vana ambición por satisfacerla.

Desprecian el sueño en provecho de su realidad como si el sueño no fuera uno de sus aspectos y aún el más conmocionante, exaltan la acción a expensas de la meditación como si la primera sin la segunda no fuese un deporte tan insignificante como todo hecho deportivo. En otros tiempos, oponían el espíritu a la materia, su dios al hombre; actualmente defienden la materia contra el espíritu. De hecho, es la intuición que ellos tienen en provecho de la razón olvidando de dónde viene esta razón.

Los enemigos de la poesía tienen o han tenido en todas las épocas la obsesión de someterla a sus fines inmediatos, de rebajarla ante su dios o bien actualmente, de encadenarla al pregón de la nueva divinidad parda o "roja" - rojiparda de sangre desecada - más sangrienta aún que en la antigüedad. Para ellos, la vida y la cultura se resumen en útil e inútil, sobreentendiéndose que aquí lo útil toma la forma de un azadón manejado a guisa de su beneficio. Para ellos la poesía no es más que un lujo del rico, aristócrata o banquero, y si se quiere hacerla pasar por "Útil" a la masa, debe resignarse a la suerte de las artes "aplicadas", "decorativas", "dirigidas", etc.

Pero a pesar de todo, instintivamente, intuyen que es el punto de apoyo reclamado por Arquímedes y temen que, al sublevarse, el mundo les pueda Caer en la cabeza. De allí, su ambición en degradarla, en privarla de toda eficacia, de todo valor de exaltación, para otorgarle el papel hipócritamente consolador de una hermanita de la caridad.

Pero el poeta no está para mantener con el prójimo una ilusoria esperanza humana 0 celestial, ni para desarmar a los espíritus insuflándoles una conflanza sin límites en un padre o en un jefe contra el cual toda crítica deviene sacrilegio. Por el contrario, le corresponde pronunciar palabras siempre sacrílegas- y blasfemias permanentes. Antes que nada, el poeta debe tomar conciencia de su naturaleza y de su lugar en el mundo. Inventor para quien el descubrimiento no es más que el medio de alcanzar un nuevo descubrimiento, debe combatir sin descanso a los dioses paralizantes encarnizados en mantener al hombre bajo la servidumbre en relación con los poderes sociales y la divinidad, los cuales se complementan mutuamente.

Será entonces revolucionario, pero no de los que se enfrentan al tirano actual, a juicio de ellos nefasto porque se opone a sus intereses, para ensalzar al opresor del mañana del que ya se han constituido en sus servidores. No, el poeta lucha contra toda forma de opresión: la del hombre por el hombre en primer lugar y la opresión de su pensamiento por los dogmas religiosos, filosóficos o sociales. Combate para que el hombre alcance un conocimiento para siempre perfectible de sí mismo y del universo. No se debe colegir con esto que deba desear poner la poesía al servicio de una acción política, inclusive revolucionaria. Pero su cualidad de poeta lo convierte en un revolucionario que debe combatir en todos los terrenos: el de la poesía, con los medios propios de ésta, y en el terreno de la acción social sin confundir jamás los dos campos de acción, so pena de restablecer la confusión que se trata de disipar y, por lo tanto, de dejar de ser poeta, es decir revolucionario.

Guerras como la que sufrimos no serían posibles sino en vista de una conjunción de todas las fuerzas de la regresión y ello significa, entre otras cosas, un freno al progreso cultural propiciado por esas fuerzas de la regresión que amenazan a la cultura. Esto es demasiado evidente para que haga falta insistir.

De esta derrota momentánea de la cultura, se deduce fatalmente un triunfo del espíritu de reacción, y, en primer lugar, del oscurantismo religioso, coronamiento necesario de todas las reacciones. Tendríamos que remontamos muy lejos en la historia para encontrar una época donde Dios, el Todopoderoso, la Providencia, etc. hayan sido tan frecuentemente invocados por los jefes de estado o en su beneficio. Churchill casi no pronuncia discursos sin asegurarse su protección, Roosevelt ha hecho lo mismo, De Gaulle se coloca bajo la invocación de la cruz de Lorena, HitIer invoca cada día a la Providencia y las metrópolis de toda especie, de la mañana a la noche, agradecen al Señor por el servicio stalinista.

Lejos de constituir una manifestación insólita, su actitud consagra un movimiento general de regresión al mismo tiempo que es revelador de su estado de pánico. En el transcurso de la guerra anterior, los curas de Francia declaraban solemnemente que Dios no era alemán mientras que, del otro lado del Rhin, sus congéneres reclamaban para él la nacionalidad germánica y las iglesias de Francia, por ejemplo, no han tenido tantos fieles como desde el comienzo de las presentes hostilidades.

¿De dónde proviene este renacimiento del fideísmo? Ante todo, de la desesperación engendrada por la guerra y por la miseria general: el hombre ya no ve salida en la tierra para su horrible situación o no la ve aún y busca en un cielo fabuloso un consuelo para sus desgracias materiales, que la guerra ha agravado en proporciones inauditas. Mientras tanto, en la época inestable denominada de paz, las condiciones materiales de la humanidad, que habían suscitado la constante ilusión religiosa, subsistían aunque atenuadas y reclamaban imperiosamente una satisfacción.

La sociedad presidía a la lenta disolución del mito religioso sin poder sustituirlo con nada, excepto con las sacarinas cívicas: patria o jefe. Los unos, frente a estos ersatz, en favor de la guerra y de las condiciones de su desenvolvimiento, han permanecido desamparados, sin otro recurso que un retorno puro y simple a la fe religiosa. Los otros, estimándola insuficiente y en desuso, han intentado ya sea sustituirla por nuevos productos míticos o de regenerar los antiguos mitos.

De allí la apoteosis general en el mundo, por un lado, del cristianismo, y, por otra parte, de la patria y el jefe. Pero la patria y el jefe, como la religión de la que son a la vez hermanos y rivales, no tienen hoy en día otro recurso para reinar sobre los espíritus que la coacción. Su triunfo presente, fruto de un reflejo de avestruz, lejos de significar un glorioso renacimiento, presagia su fin inminente.

Esta resurrección de Dios, de la patria y del jefe, ha sido también el resultado de la extremada confusión de los espíritus, engendrada por la guerra y mantenida por sus beneficiarios. Por consecuencia, la fermentación intelectual engendrada por esta situación, en la medida en que se abandona a la corriente, permanece enteramente regresiva, afectada de un coeficiente negativo.

Sus productos continúan siendo reaccionarios, ya se trate de "poesía" de propaganda fascista o antifascista o de exaltación religiosa. Afrodisíacos de viejo, no aportan sino un vigor fugitivo a la sociedad solo para aplastarla mejor. Estos "poetas" no participan en nada del pensamiento creador de los revolucionarios del año 11 o de la Rusia de 1917, por ejemplo, ni de los místicos y heréticos de la Edad Media, porque están destinados a provocar una exaltación ficticia en la masa, mientras que aquellos revolucionarios y místicos eran el producto de una exaltación colectiva real y profunda que ellos traducían en sus palabras.

Expresaban por ese modo el pensamiento y la esperanza de todo un pueblo imbuido del mismo mito o animado por el mismo impulso, mientras que la "poesía" de propaganda tiende a insuflar un poco de vida a un mito agonizante. Cánticos cívicos, ellos tienen la misma virtud soporífera que sus patrones religiosos, de los cuales heredaron directamente su función conservadora, porque si la poesía mítica y luego mística ha creado la divinidad, el cántico explota esa misma divinidad. De igual manera, el revolucionario del año 11 o de 1917 crearon la sociedad nueva, mientras que el patriota y el stalinista de la actualidad medran con ella.

Confrontar a los revolucionarios del año 11 y de 1917 con los místicos de la Edad Media no equivale en modo alguno a situarlos en un mismo plano, pero al intentar hacer descender a la tierra el paraíso ilusorio de la religión, los primeros no han dejado de manifestar procesos psicológicos similares a los que se descubren entre los segundos.

Y aún es necesario distinguir entre los místicos que a pesar de sí mismos tienden a la consolidación del mito y preparan involuntariamente las condiciones que conducirán a su reducción al dogma religioso, y los heréticos, cuyo papel intelectual y social es siempre revolucionario porque cuestiona los principios sobre los que el mito se apoya para momificarse en dogma. Efectivamente, si el místico ortodoxo (pero, ¿puede hablarse de místico ortodoxo?) traduce un cierto conformismo relativo, por el contrario el herético expresa una oposición a la sociedad en la que vive. Solamente los sacerdotes serían entonces dignos de ser considerados al mismo título que los sostenedores actuales de la patria y el Jefe, porque desempeñan la misma función parasitaria respecto del mito.

No encuentro otro mejor ejemplo de esto que precede, que un pequeño folleto aparecido recientemente en Río de Janeiro: El honor de los poetas, que comporta una selección de poemas publicados clandestinamente en París durante la ocupación nazi. Ninguno de estos "poemas" supera el nivel lírico de la publicidad farmacéutica y no es por casualidad que sus autores se hayan creído, en su inmensa mayoría, en el deber de retomar a la rima y al alejandrino clásicos. La forma y el contenido guardan necesariamente entre sí una relación de las más estrechas y, en estos "versos", actúan mutuamente en una loca carrera hacia la peor reacción. Es, en efecto, significativo, que la mayoría de estos textos asocien estrechamente el cristianismo y el nacionalismo, como si quisieran demostrar que el dogma religioso y el dogma nacionalista tuviesen un origen común y una idéntica función social.

El título mismo del folleto, El honor de los poetas, considerado en relación con su contenido, toma un sentido extraño a toda poesía. En definitiva, el honor de estos "poetas" consiste en dejar de ser poetas para pasar a convertirse en agentes de publicidad.

En el caso de Loys Masson la alianza religión-nacionalismo comporta una proporción más grande de fideísmo que de patriotismo. De hecho, se limita a adornar expresiones del catecismo:

Cristo, concede a mi plegaria el poder de sacar fuerzas de las raíces profundas Concédeme merecer esta luz mi mujer en mi costado Que yo vuele sin flaquear hacia ese pueblo de prisiones Que ella cubra como María sus cabellos. Sé que detrás de las colinas tu paso largo avanza. Escucho a José de Arimatea machacar las mieses desleídas sobre la Tumba Y a la viña cantar entre los brazos rotos del ladrón en la cruz. Te veo tocado por el sauce y la yerba doncella La primavera se posa en las espinas de la corona. Ellas están ardiendo: Encendámonos de liberación, encendámonos viajeros ¡ah! que nos traspasen y nos consuman si su camino es hacia las prisiones.

La dosificación es la misma en Pierre Emmanuel:

Oh Francia vestido sin costura defe manchado de tránsfugas pies y escupidas Oh vestido de aliento suave que la dulce voz ferozmente por los insultantes desgarra

Oh vestido del más puro lino de la esperanza Eres siempre la sola indumentaria para todos aquéllos que conocen el precio de estar desnudos ante

Dios...

Habituado a los así sea y a los incensarios stalinistas, Aragon no consiguió, a pesar de todo, aliar a Dios y a la patria como los precedentes. No se encontró con el primero, si se me permite decirlo de esta manera, sino tangencialmente, no obteniendo más que un texto que ha hecho palidecer de envidia al autor de la cantinela radiofónica francesa: "Un mueble firmado Leviatán se garantiza por mucho tiempo":

Hubo un tiempo para el sufrimiento Cuando Juana de Arco llegó a Vaucouleurs ¡Ah! cortad en pedazos a Francia El día tenía esa palidez Continúo siendo el rey de mis dolores.

Pero ha sido Paul Eluard quien supo ser, entre todos los autores de este folleto, el único poeta, aquel al que se debe la letanía cívica mas acabada:

Sobre mi perro glotón y dulce
Sobre sus orejas levantadas
Sobre su pata desmañada
Escribo tu nombre.

Sobre el trampolín de mi puerta
Sobre los objetos familiares
Sobre el oleaje de fuego bienaventurado
Escribo tu nombre...

Es apropiado subrayar incidentalmente aquí que la forma de letanía aflora en la mayoría de estos "poemas", sin duda a causa de la idea de poesía y lamento que implica y del gusto perverso por la desgracia que la letanía criístiana tiende a exaltar, en vista de merecer las felicidades celestiales. Incluso Aragon y Eluard, ateos antaño, se creen obligados, uno de ellos, a evocar en sus producciones a los "santos y los profetas", a la "tumba de Lázaro" y el otro de recurrir a la letanía sin duda para obedecer a la famosa consigna: 'Tos curas con nosotros".
En realidad todos los autores de este folleto parten sin confesarlo y sin confesárselol de un error de Guillaume Apollinaire, e inclusive lo agravan. Apollinaire había querido considerar a la guerra como sujeto poético.
Pero sí la guerra, en tanto que combate y despojada de todo espíritu nacionalista, puede en rigor constituir un sujeto poético, no es lo mismo una consigna nacionalista, la nación en cuestión, aunque hubiese sido, como Francia, salvajemente oprimida por los nazis. En ese sentido, a expulsión del opresor y la propaganda, constituyen un medio de acción política, social o militar, de acuerdo a cómo se considere esa expulsión, de una u otra manera.

En todo caso la poesía no debería intervenir en el debate sino a través de su propia acción, por medio de su misma significación cultural, quedando los poetas en libertad de participar, en tanto que revolucionarios, de la derrota del adversario nazi por medio de métodos revolucionarios, sin nunca olvidar que esa opresión corresponde al anhelo, confesado o no, de todos los enemigos de la poesía -nacionales en primer lugar, extranjeros después-, de la poesía comprendida como liberación total del espíritu humano, porque, parafraseando a Marx, la poesía no tiene patria ya que es de todos los tiempos y todos los lugares.

Habría aún mucho que decir acerca de la libertad, tan habitualmente evocada en estas páginas. En primer lugar, ¿de qué libertad se trata? ¿De la libertad de un pequeño número de exprimir al conjunto de la población, o de la libertad pafa esta población de hacer entrar en razones a ese pequeño número de privilegiados? ¿De la libertad para los creyentes de imponer su dios y su moral a la sociedad entera, 0 de la libertad para esta sociedad de no admitir a Dios, ni su filosofía, ni su moral? La libertad es como "un llamado del aire", decía André Breton, y, para cumplir con su cometido, en primer lugar, este llamado del aire debe barrer todos los miasmas del pasado que infestan este folleto.

En tanto los fantasmas perversos de la religión y la patria continúen ofendiendo el aire social e intelectual bajo cualquier disfraz que ellos adopten, ninguna libertad será concebible: su expulsión antes que cualquier otra cosa es una de las condiciones capitales para el advenimiento de la libertad. Todo "poema" que exalte una "libertad" voluntariamente indefinida, aún cuando no estuviese decorada con atributos religiosos y nacionalistas, en principio deja de ser un poema y en consecuencia constituye un obstáculo para la liberación total del hombre, porque lo engaña al mostrarle una "libertad" que disimula nuevas cadenas. Por el contrario, de todo poema auténtico se desprende un soplo de libertad completa y movilizadora, inclusive cuando esta libertad contribuye a la liberación efectiva del hombre, aunque no sea evocada en su aspecto político y social.

México, febrero de 1945.
(Traducción: JUAN CARLOS OTAÑO)

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