viernes, septiembre 27, 2013

“Novelar lo que sucederá en El Cairo sería contar lo que ya pasó en Argel” | Cultura | EL PAÍS

“Novelar lo que sucederá en El Cairo sería contar lo que ya pasó en Argel” | Cultura | EL PAÍS

“Novelar lo que sucederá en El Cairo sería contar lo que ya pasó en Argel”

El escrito argelino Yasmina Khadra presenta en Madrid su última novela sobre la experiencia colonial de su país

Yasmina Khadra, seudónimo del prestigioso autor argelino Mohammed Moulessehoul / PEREZ CABO


Otra vez a vueltas con la Argelia colonial. Cuando Yasmina Khadra, el más prolífico y célebre de los escritores argelinos francófonos, agarra un tema, no lo suelta hasta haberle consagrado varias novelas.Los ángeles mueren por nuestras heridas (editorial Destino) es la última que acaba de publicar, casi simultáneamente en España y en Francia, y está de nuevo dedicada a la Argelia colonial en Orán, la ciudad donde creció, aunque nació en el Sáhara.
Lo que el día debe a la noche, otra novela publicada en 2009 y adaptada al cine, también transcurría en la Argelia colonizada por Francia. “Ahí y en los 4.000 años de ocupación que ha padecido Argelia están las heridas que aún no acaban de cicatrizar”, sostiene el autor.
“Para comprender a la Argelia de hoy en día, para entender por qué no despega, hay que remontarse a aquellos años”, explica Khadra durante una conversación en elInstituto Francés de Madrid. “Argelia no logra deshacerse de su pasado colonial; muchos compatriotas tienen aún mentalidad de colonizados”, se lamenta.
Yasmina Khadra, el seudónimo femenino de Mohamed Moulessehoul, tiene a sus 58 años un recorrido como escritor de lo más accidentado. Adoptó ese nombre en la década de los noventa, cuando era militar y alternaba la lucha armada contra los terroristas islamistas con horas de escritura “a veces hasta en las trincheras y en los helicópteros”, recuerda. En 2000 abandonó el ejército y se dedicó de lleno a la literatura, al principio con muchas dificultades y ahora cosechando éxitos. EL PAÍS fue el primer diario que desveló que detrás de ese alias femenino se escondía un militar aún en activo.
En los frescos de la Argelia colonial que pinta Khadra hay siempre “un personaje transversal” cuya biografía profesional o sentimental “le permite navegar entre las comunidades —colonos franceses, inmigrantes españoles, argelinos y unos pocos judíos— que se codeaban” entre las dos guerras mundiales en la segunda ciudad argelina.
Esta vez el protagonista de Khadra es Turambo, cuyo nombre recuerda al del gran poeta francés del XIX Arthur Rimbaud. Su fuerza al golpear con el puño izquierdo le convertirá en un exitoso boxeador que a lo largo de su carrera atravesará las capas sociales y se enamorará sucesivamente de tres mujeres, su prima, una prostituta y, finalmente, Louise, una francesa, hija del empresario que le contrató.
“El boxeador es un pretexto; el objetivo es contar toda una época”, asegura Khadra. El periodo histórico está marcado por la gran pobreza en la que viven los argelinos y al racismo que padecen. “Es nuestro país, la tierra de nuestros antepasados, y se nos trata como extranjeros, como esclavos traídos de la sabana”, se indigna uno de los personajes.
De la Argelia colonial Khadra va a dar pronto el salto a la de hoy en día, la que alcanzó la independencia hace medio siglo, pero eso no significa que vuelva a describir el terrorismo como en Lo que sueñan los lobos oEl otoño de las quimeras, ni tampoco que reaparezca su célebre comisario, Brahim Llob, protagonista de varias novelas policiacas. “El libro, que ya está acabado, es una parábola alrededor del asesinato de una joven”, revela el autor. “Me sirve para contar algunos de los males que sufre ahora Argelia como la corrupción, el tráfico de influencias”, añade. “Ardo en deseos de que se produzca una renovación de nuestros gobernantes”.
Durante años Khadra fue un escritor pegado a la actualidad de su país y, a través del terrorismo, a la de Afganistán, Irak, Israel y Palestina. La llamada primavera árabe, malograda en varios países, debería de haber supuesto para él una nueva oportunidad de reengancharse a las convulsiones del mundo musulmán, pero no ha querido hacerlo.
“Me aflige y, a veces, me repugna lo que sucede en los países de mi entorno”, reconoce. “No han aprendido las lecciones de la Argelia de los noventa”, que vivió una guerra civil larvada, entre los terroristas y el Ejército, con decenas de miles de muertos. “Crece la violencia, Al Qaeda se organiza y no va a soltar su presa. Los terroristas surgen en todas partes. Novelar lo que va a suceder en El Cairo sería contar lo que ya pasó en Argel hace 20 años”, sentencia.
Yasmina Khadra no quiere volver 20 años atrás y tampoco quiere seguir residiendo más en París. “Nací en el Sáhara y soy un hombre del sol”, asegura. “No quiero continuar viviendo en una ciudad de lluvia, con cielos bajos y transeúntes estresados”, pero tampoco tiene la intención de regresar a Orán. De ahí que se haya comprado una casa en San Juan, en Alicante, la provincia española mejor comunicada con la ciudad argelina. “En cuanto acabe mi misión en París [es también director del centro cultural argelino] nos mudamos rumbo al sol”, anuncia.

miércoles, septiembre 25, 2013

LA MELANCOLIA

[los melancólicos] tienen grandes huesos que contienen poca médula, la cual sin embargo arde con tanta fuerza, que éstos son incontinentes con las mujeres como víboras... son excesivos en la libido y sin medida con las mujeres como asnos, tanto, que si cesaran en esta depravación, fácilmente se volverían locos... su abrazo es odioso, tortuoso y mortífero como el de los lobos rapaces... tienen comercio con las mujeres, y no obstante les tienen odio (Cause et curae, ed. Kaider, Leipzig, 1903, p. 73, 20 ss.)
CITADO POR GIOGIO AGAMBEN en EROS MELANCOLICO


lunes, septiembre 23, 2013

Un paseo por la biblioteca de Pessoa

Un paseo por la biblioteca de Pessoa | Tam-Tam Press
pessoa
Por LUIS MARÍA MARINA
No sé si exista caso alguno de escritor tan influyente para la vida de una ciudad como el de Pessoa en esta bellísima Lisboa, alzada sobre siete míticas colinas y remansada en rededor del estuario del Tajo. Kafkaestá en Praga, pero Praga no es Kafka; París es mucho más que Hugo o Baudelaire; Buenos Aires contiene a Borges, no al revés; pero Lisboa, aún hoy, sólo es capaz de contemplarse a sí misma a través de la lente múltiple y equívoca, siempre compleja, de Fernando António Nogueira Pessoa. Pessoa trasciende la cartografía de la ciudad (desde la consabida Brasileira del Chiado –que uno debe evitar so pena de ruptura del hechizo pessoano– hasta el Martinho de Arcada, olvidado en los rumbos cada vez menos frecuentes del Terreiro do Paço, pasando por el mítico tranvía (o eletrico) 28, cuyo trayecto nace en el Cemiterio dos Prázeres y muere en la plaza de Martim Moniz, o viceversa) para convertirse en presencia inmaterial que todo lo habita; en velo traslúcido que nos oculta aquello que el poeta no ve; en intérprete riguroso y arbitrario de las herencias; en oráculo que no vaticina el futuro, pues en sí mismo lo contiene.
La máquina de escribir del poeta, expuesta en la Casa Pessoa. Al fondo, sus libros...
La máquina de escribir del poeta, expuesta en la Casa Pessoa, en Lisboa. Al fondo, sus libros…
Pessoa es una herencia que todos los portugueses aceptan, pero que sólo el lisboeta puede reclamar con legítimo derecho como propia. En sentido figurado, pero también en sentido literal. El “espólio” (el portugués ha conservado las dos acepciones de esta palabra: la original, de resonancias épicas, que designa el botín del vencedor en una batalla, y otra más tardía, y prosaica, con la que se nombra simple y llanamente el conjunto de bienes que se dejan en herencia) de Pessoa, que incluía aquel mítico baúl que durante décadas ha vomitado sin fin nuevas obras maestras, contenía asimismo otro bien guardado secreto: la biblioteca personal del poeta, unos mil quinientos volúmenes que se conservan en la que fue última residencia del escritor, situada en el hoy bohemio barrio de Campo de Ourique, y a los que sólo algún oscuro profesor de una universidad estadounidense había prestado hasta hace unos pocos años alguna atención. Ésa es la principal recompensa que aguarda al visitante que se acerque, tras subir la oportuna colina, a este rincón de la ciudad. Ésa y, claro, la visión de los zapatos del poeta, único objeto verosímilmente pessoano de los colocados en la reconstrucción de la “habitación de Pessoa”. Un par de viejos zapatones desgastados –suelas raídas, cordones deshilachados, clavos asomando amenazadores, las costuras a punto de reventar– que bien pudieron pertenecer al poeta, por más que sus amigos (Almada Negreiros) lo retrataran siempre impecable: terno ajustado, sombrero de fieltro, pajarita, impermeable o paraguas colgando del brazo. Uno imagina que el sueldo de traductor de cartas para una modesta firma de importación y exportación no daría para zapatos caros. Y aunque así fuera, un poeta no ha de renunciar nunca a sus principios, es decir, a sus zapatos viejos, que lo retratan mejor que sus versos. Si veo a un poeta con zapatos finos, recién estrenados, esplendentes, pienso automática, puerilmente (con razón o sin ella, tanto da) que hoy ha escrito malos versos.
Pero dejemos los zapatos y volvamos a los libros, los de Pessoa, el poeta. Los volúmenes que, silentes, contemplaron ese gesto, el que define a un verdadero escritor: pergeñar los versos más bellos sabiendo que quizás nadie ha de leerlos. He ahí la trascendencia genuina de ese afán, cuasi religioso, del poeta. He ahí, también, la importancia de esos libros que, interrogados, dialogaron entonces y dialogan hoy con Pessoa. Cees Noteboom, infatigable peregrino de habitaciones (pasajeras y eternas) de escritores, explica el origen de esa extraña afición suya (nuestra): con muchos de ellos hemos pasado más tiempo que con la mayoría de nuestros contemporáneos; esa intimidad nos otorga el derecho, más aún, nos obliga a visitar los lugares que fueron suyos, a sentarnos en sus escritorios, a interrogar a los muebles, los cuadros y aun a las paredes. Sobre todo, nos conceden el placer incomparable de revolver en sus bibliotecas.
Como nada nos obliga, privilegio de poeta, a ser sistemáticos, deambularemos por los estantes, ojearemos los lomos, y tomaremos en nuestras manos sólo aquellos que llamen nuestra atención.Por ejemplo, este diario del suizo Amiel, que a tantos de los verdaderamente grandes subyugó, profusamente subrayado; párrafos que cobran matices propios cuando se reflejan en el espejo roto de Pessoa: “El spleen ha de convertirse en la enfermedad de la era igualitaria”; “Nadie comprende nada que no se halle en su interior”; “Espero desde siempre la mujer y la obra capaces de apoderarse de mi alma y de convertirse en mi meta”; “El instinto del judío errante, que me arranca la copa en que templé mis labios, que me prohíbe el gozo prolongado y me grita… Esta inquietud no es necesidad de cambio, sino más bien miedo de aquello que amo, el desafío de aquello que me atrae, el malestar de la felicidad… No atreverse a gozar inocentemente, simplemente, sin escrúpulos… Verse obligado a partir… El ser errante sin necesidad, el exiliado voluntario… no construye, no compra y no trabaja en ningún sitio”.
En medio de la legión de títulos ingleses, marcados muchos con el sello del librero “M. Lewtas & Taboada, Rua do Arsenal 144, The only English library in Lisbon” (clásicos griegos y latinos traducidos —Esquilo, Eurípides, Aristóteles, Apuleyo, Cicerón, Marco Aurelio—; clásicos y modernos ingleses —el Fausto deMarlowe y todo Keats, las Vidas de los poetas de Samuel Jonhson y el Ancient Mariner de Coleridge,Yeats y casi todo Chesterton—), en medio de los portugueses (muchos de ellos dedicados por sus autores, algunos aún intonsos, casi ninguno subrayado: Jorge de Sena ha observado inteligentemente que muy pronto Pessoa se percató de que, a diferencia de la obra de muchos de sus contemporáneos, la suya estaba destinada a pasar a la posteridad), junto a los escasos volúmenes en francés o italiano, buscamos instintivamente la familiaridad de la lengua.
Y ahí el criterio de buen lector se pierde en los vericuetos de las amistades y en los extraños azares sobre los que se alzan los pilotes de toda biblioteca. Encontramos un libelo misógino del psiquiatra alemán MoebiusLa inferioridad mental de la mujer, paradójicamente vertido al español y prologado porCarmen de Burgos, Colombine, periodista, lusófila, compañera de Ramón Gómez de la Serna y pionera de los derechos de la mujer en España, quien en sus frecuentes estancias en Portugal a buen seguro trató a Pessoa y le regaló el ejemplar. Pessoa, siempre confuso en esto del trato con el otro sexo, escribe “true” al lado de una observación de Colombine en el prólogo (“La diversa aptitud de los sexos no indica inferioridad en ninguno de ellos, sino modalidades diferentes”) y, más adelante, anota “admirably true” al margen de uno de los párrafos más anti-feministas de un misógino pseudocientífico como Moebius. Hallamos también lasHumoradas de Campoamor, que por los glosas y subrayados parecieron gustar a Pessoa, pese (o quizás gracias) a la distancia abismal de estilos, intención y propuesta. Hojeamos ahora dos curiosos volúmenes de poesía popular española: uno titulado Cantares populares, gorjeos del alma, seleccionados por Ramón Caballero, donde Pessoa subraya una copla popular que así adquiere un carácter casi premonitorio de los heterónimos: “Un zapatero y un sastre / y un oficial de barbero / son tres personas distintas / y ninguno verdadero”; el otro, una Colección de cantares españoles (1904), recogidos por Rafael Guerrero y editados por los hermanos Maucci, aquellos editores de origen italiano que desde Barcelona inundaron la América de habla hispana con sus libros modestos en los albores del siglo pasado. La herencia gallega está presente en las Follas novas de Rosalía con prólogo de Castelar y en un ensayo de uno de los padres modernos de la lengua gallega, Eugenio Carré Aldao, sobre la influencia de la lengua gallega en la castellana. Por fin, unMenéndez Pelayo, un Ortega, la Rueda de color del ultraísta Rogelio Buendía, más conocido hoy por ser el primer traductor de Pessoa a nuestra lengua que por su propia obra poética.
Frente a los restos de la biblioteca de Pessoa, sentimos la desazón que invade al observador de todo naufragio. La desazón que causa la certeza de su inevitabilidad, de su destino, que es el nuestro (¿acaso el fado es expresión de algo distinto?). Experimentamos, también, el incomparablemente dulce desasosiego del genio, la inefabilidad de la obra de arte: ¿cómo de estos mimbres se trenza la obra, única por múltiple, de Pessoa? Al cabo, descubrimos en la biblioteca de Pessoa algo que la emparenta íntimamente con su obra: un eclecticismo (Schopenhauer convive sin aspavientos con Crowley, el Kama Sutra con la patrística más ortodoxa) desordenado, caótico y artificial, que es la esencia misma del genio. Así también la obra del poeta, quien se definió a sí mismo orgullosamente como “una antología”. Toda biblioteca es, por definición, una antología. Todo lo que nos lega un (buen) escritor es una antología. Todos nosotros somos, de alguna manera, una antología de nosotros mismos.
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La Casa Fernando Pessoa, en Lisboa, ha digitalizado la biblioteca del poeta, accesible en su mayoría en:

‘Pessoa en España’

‘Pessoa en España’ | Tam-Tam Press

Fernando Pessoa.
Fernando Pessoa.
El pasado 12 de septiembre se inauguró en la Biblioteca Nacional de Lisboa una pequeña exposición, comisariada por Jerónimo Pizarro y Antonio Sáez Delgado (ambos buenos amigos), acerca de las relaciones entre Pessoa y España. Los dos han escrito largo y tendido sobre el particular; si el extremeñoSáez Delgado ha hecho de las relaciones entre las vanguardias españolas y lusas y, en particular, de las dePessoa con los Adriano del Valle y compañía, una de sus principales líneas de investigación (Órficos y ultraístasAdriano del Valle y Fernando Pessoa), el colombiano Jerónimo Pizarro, uno de los más reputados pessoanos de los últimos tiempos, ha firmado recientemente (con participación del propio Sáez Delgado y de Pablo Javier Pérez López) el volumen Iberia. Introducción a un imperialismo futuro, publicado primero en portugués por Ática y ya traducido en España por Pre-textos, en el cual se recogen textos de Pessoa acerca del iberismo y de su polémica visión de la integridad territorial española, y del que esta exposición es, en cierto modo, una continuación.
Como los tiempos no dan para más, la exposición se reduce a lo esencial, pero ello no obsta en absoluto para que el espectador sea consciente de la familiaridad con que los comisarios se mueven por el terreno que pisan. Y lo esencial es, por un lado, papeles de Pessoa y otros modernistas relacionados con España y, por otro, libros en castellano (y en las demás lenguas españolas) que dan fe de la desigual recepción dePessoa en nuestro país; desigual sobre todo si medida temporalmente: de la timidez de los años cuarenta y cincuenta (cuando ya la revista Presença había recuperado su figura y publicado parte de su obra en Portugal) al boom que se inicia a finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta y que se vuelve ya imparable, como se puede comprobar en las vitrinas de esta exposición, a partir de los ochenta, con la edición del Libro del desasosiego firmada por Ángel Crespo.
Entre los papeles de Pessoa encontramos las ya conocidas cartas a Miguel de Unamuno y los textos de la polémica, imaginada por Pessoa, y derivadas de sus diversas aproximaciones al iberismo. Nos sorprendemos al descubrir que también Mário de Sá-Carneiro le remitió a Unamuno su Dispersão, acompañándolo con una carta en tono grandilocuente que si no sirvió, por lo que parece, para que el bilbaíno le alabara los versos, sí es reveladora del enorme prestigio de que éste gozó en Portugal no ya entre la generación simbolista de Eugenio de Castro, sino también entre los modernistas. Pero, sin duda, lo que más nos ha sorprendido es una bizarra carta astral con que Pessoa trata de discernir los futuros de la II República Española tras su proclamación en Madrid y Barcelona. Una carta que nos quedamos con las ganas de saber (curiosidad obliga) si predijo o no el terrible destino que le aguardaba a la vuelta de la esquina, pero que en todo caso sirve para mostrar una vez más la predilección de Pessoa por el pensamiento oscuro como medio de acceso incluso a lo claro.
Entre los segundos, es decir, entre los libros que dan cuenta de la recepción de Pessoa en las lenguas de España, me quedo con dos, que nunca había visto físicamente y a los que debemos parte sustancial de la consagración de Pessoa en los países de habla hispana: me refiero a la traducción de los poemas deCaeiro que Ángel Crespo publicó en los bellos libritos en dieciseisavo de Rialp en 1957 y, sobre todo, a la Antología (precedida por el ensayo El desconocido de sí mismo) que Octavio Paz dio a las prensas de la UNAM en 1962 (y que, con buen criterio, fue recientemente reeditada en México por esa institución). Tal y como señalan los comisarios, la publicación de ambos y, en particular, la lucidez de la interpretación de la heteronimia que lleva a cabo Paz, representan el punto de no retorno en cuanto a la consagración de la obra del luso, extendida desde entonces  a todos los países de habla hispana: valga como ejemplo del caso de Venezuela —dos de los más grandes poetas de las últimas décadas, Rafael Cadenas y Eugenio Montejo, han sido pessoanos confesos y aun han practicado, en el caso de este último, la heteronimia como forma de expresión poética.
Recorrer la exposición que han organizado Sáez Delgado y Pizarro nos permite darnos cuenta del largo camino recorrido en estas décadas; de la fuerza con que Pessoa se ha incorporado a nuestro canon, en un impulso que no parece conocer límites: actualmente están en proceso varias nuevas ediciones —y varias nuevas traducciones— relativamente amplias (no hay “completas” de Pessoa, y quizás no tendría sentido que las hubiera) de las obras del luso. Nos habla, también, de la necesidad de aprender a lidiar con el éxito del icono Pessoa —convertido para cierta cultura en símbolo de una manera de entender al hombre contemporáneo; en paradigma de lo portugués y aún de la profesión literaria, paradigma del poeta posmoderno—: una necesidad de la que muchos de los poetas portugueses con quienes hablo sienten con peculiar intensidad. Y es que quizás haya llegado el momento de dar un paseo agradable por las laderas de esa enorme montaña de libros de Pessoa que hemos ido publicando en las últimas décadas para, llegados a la cumbre, sentarnos a disfrutar conscientemente —tarea en que no puedo imaginar mejores guías quePizarro y Sáez Delgado— de la soberbia vista que ofrecen los vastos y complejos países pessoanos.
  • Pessoa em Espanha, primera actividad de la Mostra Espanha 2013, se expone en la Biblioteca Nacional de Lisboa desde el 12 de septiembre hasta el 31 de diciembre.
Noticia relacionada en TAM TAM PRESS:

jueves, septiembre 19, 2013

Lento proceso. José Luis Cancho

Lento proceso. José Luis Cancho
José Luis Cancho
Un escritor en crisis busca lejos de su medio habitual la inspiración perdida. Retirado en un hotel vacío frente a una playa desierta, terminará comprobando que el mundo se ha reducido a su pequeña habitación, donde pasa las horas contemplando el mar, reflexionando y esforzándose en escribir. Así, se desvela el vínculo que conecta el pasado y el presente, y el conocimiento de uno mismo.
José Luis Cancho , coordinador de las tertulias literarias en castellano de la biblioteca, acaba de publicar su última novela. El libro ha sido presentado hace unos días en Zarautz y también lo será dentro de poco en  ciudades como Donostia, Valladolid, Burgos o Salamanca…
Con esta novela el autor se ha sumado como asesor literario y colaborador al proyecto de una nueva editorial, Papeles mínimos.
El libro pronto estará disponible en la biblioteca.

José Luis Cancho presenta su libro 'El lento proceso'

17.07.13 - 00:07 -
Hoy, miércoles, a las 19.30 horas de la tarde en la librería Garoa, de Trinidade kalea, el escritor José Luis Cancho presentará su último libro 'El lento proceso'. Nacido en 1952 en Valladolid, José Luis Cancho reside en Donosti y es el moderador de las tertulias literarias que se celebran en castellano en la biblioteca de Sanz Enea. En 'El lento proceso' se desvela el vínculo que conecta el pasado y el presente, el conocimiento de uno mismo y el empeño literario de construir una nueva obra. Un escritor en crisis busca lejos de su medio habitual la inspiración perdida. Retirado en un hotel vacío frente a una playa desierta, terminará comprobando que el mundo se ha reducido a su pequeña habitación, donde pasa las horas contemplando el mar, reflexionando y esforzándose en escribir.

Lento proceso es el título de la novela de José Luis Cancho con la que se inaugura la trayectora narrativa de la editorial madrileña Papeles mínimos. Esta es la sinopsis: "Un escritor en crisis busca lejos de su medio habitual la inspiración perdida. Retirado en un hotel vacío frente a una playa desierta, terminará comprobando que el mundo se ha reducido a su pequeña habitación, donde pasa las horas contemplando el mar, reflexionando y esforzándose en escribir. En Lento proceso se desvela el vínculo que conecta el pasado y el presente, el conocimiento de uno mismo y el empeño literario de construir una nueva obra". Para más información sobre la obra o la editorial este es su correo electrónico: papelesminimos@telefonica.net

lunes, septiembre 16, 2013

Literatura contra los daños colaterales desde Pakistán

Literatura contra los daños colaterales desde Pakistán | Cultura | EL PAÍS

Literatura contra los daños colaterales desde Pakistán

Nadeem Aslam, uno de los autores en inglés más relevantes de su generación, aborda el extremismo islamista



El escritor paquistaní afincado en Londres Nadeem Aslam. /ULF ANDERSEN (GETTY IMAGES)

Nadeem Aslam se aferra “a la belleza que subsiste en un mundo oscuro” cuando desgrana una conmovedora historia de amor y conflicto en El jardín del hombre ciego, novela que sigue los avatares de una familia paquistaní durante los meses que sucedieron al 11-S y expone el impacto entre la gente común de la intervención occidental en el vecino Afganistán, y de la guerra contra el terror desencadenada tras aquellos ataques. El precio que Pakistán todavía hoy sigue pagando es enorme. “Solo uno de cada cincuenta ataques de los drones de Estados Unidos [aviones teledirigidos que operan a ambos lados de la frontera afgano-paquistaní] mata a un militante. Las 49 víctimas restantes son inocentes”, subraya el autor paquistaní (Gujranwala, 1966) durante una entrevista en su casa de Londres. Es ese drama de los “daños colaterales” el que incita a los dos jóvenes protagonistas de su libro, un estudiante de medicina paquistaní y su mejor amigo, a cruzar la frontera con Afganistán para asistir a los heridos. Su idealismo colisionará con la intransigencia de los talibanes, el cautiverio a manos de los señores de la guerra afganos y finalmente de unas tropas estadounidenses que se revelan atroces con aquellos a los que considera sospechosos de terrorismo.

Nadeem Aslam precisó de cuatro años y medio para escribir
 El jardín del hombre ciego (Mondadori) en el que, a pesar de los horrores que lo impregnan, se impone una historia de amor y “la importancia que tiene una sola vida”. Su pluma, rica en el lenguaje y en los simbolismos, destila un tono poético especialmente cuando describe hermosos aunque fugaces episodios. Y lo hace en inglés, una lengua que solo aprendió ya cruzada la adolescencia. “Mi vida se rompió a los 14 años”, explica sobre el exilio en el Reino Unido al que se vio forzada su familia a causa de la persecución política de su padre, un poeta y productor de cine de filiación comunista. El progenitor había sido muy crítico con el apoyo estadounidense a los muyaidín de Afganistán, canalizado a través del régimen del dictador paquistaní Zia ul Haq, tras la invasión soviética de ese país (1979). El resultado, tras la retirada de la URSS nueve años después, fue la toma del poder por los talibanes.El relato es desgarradoramente explícito en la descripción de los interrogatorios y torturas que infligen a sus presos los supuestos defensores de la democracia y la libertad, pero se muestra igualmente implacable con un radicalismo musulmán que utiliza la religión como arma de subordinación. El anciano ciego que da título a la novela (padre natural de uno de los jóvenes y adoptivo del otro) ha asistido impotente a la transformación de la escuela islámica que fundó en un centro de yihadistas. A través de veterano personaje, el autor quiere contraponer los “valores humanistas” del Islam, el anhelo de una civilización que antaño fue puntera en el cultivo del arte y de la ciencia, con la intolerancia de los extremistas en auge.
Aslam solo conocía un inglés muy básico cuando recaló en Huddersfield (norte de Inglaterra). “Porque no provengo de una familia rica y en Pakistán asistí a una escuela en urdú”, alega. Ello le impidió ahondar en sus queridas materias de Humanidades, en pro de las ciencias que le llevaron a matricularse en Químicas en la Universidad de Manchester. En el tercer año dejó la carrera: “Me di cuenta de que mi inglés ya era lo suficientemente bueno para dedicarme a escribir”, dice. Atribuye ese dominio a una obsesión autodidacta y a su inmersión en las obras de autores tan diversos como García Márquez, Toni Morrison o Cormac McCarthy. En su empeño, llegó a copiar a mano El otoño del patriarca,Beloved y Moby Dick, entre otros libros.

La actualidad se impone al final de la entrevista e, inquirido sobre los planes del presidente Obama de atacar Siria, subraya que “los escritores no deben dictar a la gente el qué pensar, sino sugerirles sobre qué deben pensar”.
Esa fue la forja de un escritor que, tras su debut con Season of the rainbirds (1993), ha recibido elogios y galardones por Mapa para amantes perdidos (2004), ambientado en una comunidad de emigrantes paquistaníes en el norte de Inglaterra, y The wasted vigil (2008), un recorrido por tres décadas de la historia de Afganistán hasta el ascenso y caída del terrible régimen talibán. Este último libro entronca en cierto modo con El jardín del hombre ciego, su cuarta novela, que él enmarca en “una década que empezó en el 11-S y acabó con la primavera árabe”. “Y, entre esos dos momentos, la guerra contra el terror, Abu Ghraib y Guantánamo, las bombas de Londres y Madrid, la incomprensión entre el Este y el Oeste… En el libro, quise incluir todo esos elementos”. Ateo al igual que su padre (aunque su madre es una mujer muy religiosa), Aslam proclama metafóricamente: “Me convertí en un musulmán tras el 11-S”. Con esa declaración define su desafío tanto frente a los crecientes prejuicios con los que el mundo occidental mira al Islam como frente a aquellos radicales que quieren imponer su distorsionada “definición de lo que significa ser musulmán”. Sobre eso Aslam profundizará para quienes asistan mañana a una charla que dará en el Centro de Cultura Contemporània de Barcelona.

sábado, septiembre 14, 2013

Cómo volver a creer en la política, por ADOLFO GARCIA ORTEGA

Cómo volver a creer en la política | Opinión | EL PAÍS


Los que amamos la política porque creemos en la fuerza constructiva de lo público lamentamos el lodazal en que la política ha caído, derribada por quienes deberían practicarla con honorabilidad. Tramas de corrupción, financiación ilícita de partidos y enriquecimientos subrepticios se añaden a otras infamias, como son los miopes y enfrentistas patrioterismos, la incompetente gestión económica, descaradamente codiciosa e injusta; la decapitación de cualquier futuro en materia de ciencia, educación, sanidad y cultura, la creciente desigualdad social, etcétera. Este mapa de irresponsabilidades pinta nuestro actual paraíso político. La última muestra de evaluación ciudadana de instituciones, entidades y grupos sociales (ver EL PAÍS del 25 de agosto de 2013) situaba a los políticos en el último puesto de aprobación, con un ínfimo 6%.
Pero es peligroso abjurar de la política en general o de simplificarla como una praxis de incompetentes estafadores. Lejos de eso, hay que volver a creer en la política como una cualidad edificante. Quizá hoy en día ya no sea posible dar nuestra confianza a los políticos tal como se organizan en los partidos, ni a la elocuencia de cliché que utilizan en su discurso. Por desgracia, la mayoría de ellos se ha empeñado en dar una imagen nefasta de sí mismos, y en esto, gracias a Twitter, se han refinado hasta el patetismo. La ciudadanía, no sin indignación ni descreimiento, los ve encastillados en sus pequeñas parcelas ideológicas y en su legitimidad cuestionada por la realidad, de la que parecen haberse distanciado, error carísimo para todo político.
¿Hay entre ellos alguien consciente de que el reto que les toca afrontar como políticos, más temprano que tarde, es estructurar un nuevo modo de representatividad convincente, eficaz y real? Tardarán en hacerlo, porque esa regeneración ha de partir de los propios políticos que han enturbiado su función. Demasiadas cosas inmediatas se lo impiden: corrupción generalizada, crisis, desconcierto interno, deslegitimación moral, etcétera. Son situaciones que frustran enormemente a la ciudadanía y alimentan el desprecio hacia los políticos en su conjunto, perjudicando a los honrados y honestos, que sin duda los hay, aunque demasiado silentes o engrosando segundas filas.
La actividad política no es el feo trajín autodefensivo y hostil que esgrimen derechas e izquierdas. La política —y su praxis— es una actividad altruista, generosa y servicial orientada a gestionar, por encima de todo, la verdad, tal cual es, sin manipulaciones, desviaciones u ocultamientos. La política como el arbitrio de lo mejor, o al menos de lo posible, para evitar lo malo y sobre todo lo peor.
Las mayorías absolutas ya no pueden verse como un cheque en blanco
Reivindiquemos de nuevo la política como servicio a la colectividad, consecución de objetivos de alcance general y ejercicio de una gobernanza para el bien común. En esto, el principio de equidad ha de guiar la acción política. Pero no retóricamente, sino con evidencias concretas, con hechos.
Dicen muchos políticos que no están en política para enriquecerse. Y dicen bien, en absoluto deberían estar para eso. Pero esa es su mayor debilidad. El problema que ha estallado es que la sociedad no tolera ya que los políticos se aprovechen sin escrúpulos de determinados privilegios, confiados por el pueblo como clase dirigente, para desarrollar una codicia inusitada, laberíntica y delictiva.
La política ha de volver a ser un ideal que entrañe el esfuerzo por renovar e innovar en la sociedad. Porque toda sociedad a la que sirven los políticos necesita de cambios y mejoras de manera constante, urgente casi siempre. Para ello, la política ha de hallar el modo de partir de cero, de empezar preguntando a la ciudadanía las prioridades desde las que construir esas mejoras. Crear muchos más cauces para conocer las necesidades de las minorías y los problemas de las distintas capas sociales.
Escribió Roland Barthes con brillantez que la política es “un espacio obstinadamente polisémico, el sitio privilegiado de una interpretación perpetua”. Comparto esa visión movediza, líquida, de la política. Hacer política es aportar ideas sin miedo, aunque sean arriesgadas. Hacer política es ir, en ocasiones, incluso contra el electorado objetivo que los políticos creen tener. Ejecutar las ideas desde una perspectiva colectiva requerirá estar por encima de las ideologías enfrentadas. Hoy en día no es tan inasumible la frontera ideológica, porque la confrontación derecha-izquierda no puede ceñirse tan solo a una serie de prejuicios irreconciliables. El apriorismo daña al político. Como le daña la estrategia de la revancha, cuando lo que el ciudadano desea es la vía de la construcción mediante el consenso y el pacto.
Los ciudadanos no pueden ser indulgentes a la hora de elegir a sus representantes
Ahora la ciudadanía tiene valoraciones muy matizadas de las cosas, asume criterios ponderados, incluso contradictorios. El político ha de aprender de la ciudadanía. La sociedad de hoy manifiesta una visión plural incluso dentro de un mismo bando, en un mismo ciudadano, y eso se traduce en controversia, no en incoherencia. La contradicción, en política, puede sumar más que restar, porque introduce la revisión y el análisis.
Y todo esto que podría parecer ingenuo, es, sin embargo, necesario. ¿Por qué no reivindicar un papel elevado e idealista de la política? Desde su origen, este fue el motor de la dedicación profesional del político: articular un ideal por cambiar las cosas en la práctica. Pero requiere un factor esencial a la hora de esa práctica: la ejemplaridad. Es un rasgo moral que enaltece al político, sin el cual el político es un mero arribista. Hoy más que nunca, aparte de la formación y de la capacitación para gestionar y dirigir, se precisa honestidad y decencia. Exijámoselas a aquellos que se presentan a las urnas. Ya que se supone que en las urnas hallaremos a los más capaces y a los mejores. Gente que piense y ejecute, invente y aporte soluciones.
En la renovación de la política, el primer objetivo es abatir el abuso de los privilegios, el uso injusto del poder. Un concepto nuevo de la política pide paso: las mayorías absolutas ya no pueden ser un cheque en blanco por cuatro años; eso, más que democracia, es abuso de la inocencia democrática. Hay muchas minorías a tener en cuenta, incluso dentro de la aparente mayoría. La aportación de lo distinto es lo que enriquece la política. Ese es el discurso que la ciudadanía espera escuchar; no el de la imposición o el rencor. Ni el de la prepotencia. Hay que creer otra vez en la política como inventiva, creatividad, arrojo, generosidad, diálogo, valentía para buscar lo necesario y aplicarlo con medidas consensuadas.
Los políticos no pueden tratar de idiotas a los ciudadanos. Estos, por su parte, no pueden ser indulgentes a la hora de elegir políticos que les representen. Son tiempos de buscar cauces nuevos dentro de los partidos tradicionales y también al margen de los partidos tradicionales. Cauces asociativos por diversos criterios o motivaciones. Usar las redes sociales, los medios que ofrecen las comunicaciones inmediatas, utilizar la calle como foro.
Si no somos exigentes con los políticos (y las políticas que estos han de aplicar), tendremos los políticos que nos merecemos. ¿Es así? ¿Nos merecemos a estos políticos? Las mayorías absolutas no pueden ni deber ser paréntesis inhibidores para los ciudadanos. Estos han de seguir influyendo en los representantes. Un Congreso vallado desde hace meses es la peor imagen de la política: recordémosles que ellos solo son la sartén, la legitimidad del mango es del pueblo.
Adolfo García Ortega es escritor.

jueves, septiembre 12, 2013

Compromiso social y literatura, entrevista a IGNACIO CASTRO

Compromiso social y literatura | FronteraD
Imagen de ignacio.castro

Compromiso social y literatura


1. Sofía Lancho*: En todos los talleres y libros sobre literatura hay siempre un tema que se repite: la relación del texto con el autor y sus circunstancias. ¿Crees que se puede escribir un libro sin dejar que el mundo del autor se refleje en él?

No, no lo creo, pero “el mundo del autor” es una expresión extremadamente ambigua, de la misma manera que lo es la palabra “reflejo” o “biografía”. Se podría decir que existe la literatura, sencillamente, porque en una serie de cuestiones cruciales estamos solos, sin remedio y sin mundo. “Vivimos como soñamos, solos”, dijo una vez Conrad, y creo que sin tomar en serio algo de esta verdad, la literatura antigua y moderna se vuelven incomprensibles. O reducidas a una colección de tópicos eruditos, lo cual es todavía peor. Una cosa es que en Lispector, en Walser o en Sebald se reflejen estratos de un entorno. Algo muy distinto es que la literatura se limite a eso. Si hay un autor, hay un salto mortal por encima de la sociología de las “circunstancias”. Si hay literatura, es ella la que explica el “contexto”, y no lo contrario. La literatura existe debido a una ambigüedad radical en lo que llamamos mundo. Únicamente la inflación de la sociología en la modernidad, este desarrollo científico que difícilmente podemos separar de las tecnologías de doma del hombre, ha permitido desdibujar el escándalo de la ambivalencia real, este suelo sísmico del que brotan la novela y la poesía.

Andric, sin duda, es uno de los productos del magma social balcánico de comienzos del siglo XX. Sin embargo, entendemos ese “contexto” histórico a partir de la invención de Andric, esa pirueta en el aire que es Un puente sobre el Drina. La literatura redefine el contexto, a veces ayudando a producir cambios sociales, a partir de una creación ex nihilo, de un pacto con el diablo del vacío. Esto explica por qué en el mundo contemporáneo, tan “lleno” de marcas, ese pacto es extremadamente difícil. El narcisismo del mundo cultural, su habitual falta de humildad en relación con las sombras, es el primer obstáculo para la creación, mayor aún  que la presión obscena del mercado. Los creadores que buscan el éxito a todo precio se asustan ante unos márgenes donde el público, las cámaras y los focos no están presentes. Y sin embargo, ese borde salvaje es crucial para que haya una obra singular, algo que sea memorable.

En relación con esto, existe otra cuestión. Lo social es tal vez un concepto posterior y más restrictivo que lo popular. En toda la literatura que perdura –es maravillosa en este sentido La piel, de C. Malaparte- hay una absoluta pasión por lo popular, una fascinación que no excluye una visión a veces muy cruda de la crueldad odiosa que a traviesa a los pueblos. Nuestra preocupación por “lo social” es contemporánea y desconfía de todo “populismo”. Entiende lo popular ya encuadrado, organizado y estabulado por la distribución de papeles que otorga la visibilidad civil. Por el contrario, lo popular es un poco más bárbaro. La plebe de Genet o de Pasolini, los pueblos de Handke o de Berger, encarnan una humanidad mítica que jamás entrará en los cauces institucionales de lo moderno y estatal.

2. Muchos dicen que una excesiva implicación por parte del autor puede llegar a “matar el arte”, que se supone que va más allá de quien sostiene la pluma. ¿Estás de acuerdo con esto?

Estoy básicamente de acuerdo. No es el autor, tal sujeto particular apoyado en su biografía, quien escribe. Muy lejos de esto, ocurre más bien que una persona con una especial sensibilidad, un individuo dotado de cierta potencia perceptiva y una alta formación, con frecuencia autodidacta, logra que a través de él surjan corrientesimpersonales. Se trata de líneas de brujería, campos de fuerza más bien anónimos. El personaje del autor, con su historia y sus manías, es la escalera a través de lo cual surge una fuerza exterior, una forma original y nueva de relacionarse con lo desconocido. Si esa mediación del control personal -las propias convicciones, la biografía, la conciencia y los íntimos objetivos- no se derriba en el momento justo, sólo sale de ahí un buen trabajo canónico. El buen “oficio” únicamente produce obras correctas y mediocres que no nos hacen pasar vergüenza, nada más.

Una obra de arte es otra cosa, por eso sigue siendo “actual” durante mucho tiempo y atraviesa la costra de las épocas con una carga densa, un poco demoníaca. EnAprendizaje de Clarice Lispector, brilla una relación con lo “inhumano” que en general nos asusta. Clarice fue ahí solo un “médium” para tal irrupción. Me consta que esta frase suena un poco esotérica, pero creo que sin algo parecido a un pacto con el diablo, el demonio de lo espectral y asocial, no hay obra. El autor y su historia contextual representan el conjunto de condiciones necesarias, pero esencialmente negativas, que son necesarias para que surja algo distinto a lo personal. Como decía un clásico del siglo XX, y es cierto, la peor literatura se escribe con los mejores sentimientos. Es necesario tenerlos, aunque acto seguido es obligado violentarlos, ponerlos a prueba con la irrupción de relaciones externas. Si no ocurre esto, estamos simplemente ante lo que se llamaficción, un género industrial que, aunque a veces sea digno, tiene esencialmente la función social de entretener nuestros diarios desplazamientos laborales en transporte público. Y creo que el efecto real de la literatura puede y debe ser muy distinto al de complementar al sistema productivo. Por tal peligro, el de abrirnos otra percepción del mundo, la censura existe y tiene efectividad social. Protege al rebaño humano del afuera; antes, con la prohibición estatal, ahora con la hostilidad silenciosa del mercado.

3. A veces la implicación del autor no se limita a un mero reflejo de su forma de pensar o de expresarse, sino que persigue un fin concreto. ¿Hasta qué punto forma parte ese objetivo de la literatura? ¿Tiene que haber siempre una intención detrás de una obra, o se puede escribir sin una motivación concreta?

Creo que el primer compromiso es con lo vivido, que siempre está cargado de ambivalencia y de vértigo. Cuando el poeta estadounidense G. Snyder habla de un “compromiso moral con lo no humano”, me parece que está dando en el clavo, apuntando a una relación con la “barbarie” exterior, con la masa bruta de vivir, sin la cual una obra se torna imposible. En tal sentido, por paradójico que parezca, lo que habitualmente llamamos “cultura” es el peor obstáculo para que de vez en cuando ocurra el milagro que llamamos arte. En resumidas cuentas, con las mejores intenciones no se hace una obra. Si la motivación es básicamente “ideológica”, difícilmente saldrá de ahí otra cosa que un buen producto de escuela. Detrás de una novela o un poema que valen la pena leer al cabo de un siglo, como el Ulises de Joyce, existe naturalmente una idea fija, una intencionalidad obsesiva, mil planes y un inmenso oficio. Pero también existe, ante todo, un derrape de sentido, una entrega al coro que tenemos en la cabeza, que es ajena incluso a la conciencia del autor. Repito que la fidelidad de éste debe ser sobre todo al pantano de la duda, al magma de lo vivido, a las voces oídas en los bordes de lo reconocible. Si el “autor”, en definitiva, no ha pasado una temporada en el infierno, a cien años-luz de la cobertura que llamamos sociedad y cultura, probablemente no hay mucho que contar. Además, en el campo de las intenciones y los objetivos, ya está casi todo dicho.

4. La única intención de muchos textos parece ser la de entretener: ¿crees que es una motivación “legítima” para escribir un libro o tiene que haber algo más?

“Entretener” vuelve a ser una palabra equívoca. Entretener, borrar el mundo y el tiempo, conseguir que alguien se olvide sí mismo… no es nada malo, pero –si el público no es idiota- es una de las cosas más difíciles del mundo. La norma actual, y esto es algo muy distinto, es adaptarse al programa de entretenimiento general y repetir los tópicos del mercado. Esto sólo lo hacen los autores que realmente no tienen nada que contar, que no se han atrevido a estar solos. En otras palabras, se trata de celebridades que escriben de oficio, como podían dedicarse a cualquier otra cosa que les diera fama y dinero. Aquí las palabras de Rilke siguen siendo válidas: “Pregúntese si podría no escribir, si podría dejar de hacerlo”. Basta que una obra pueda no ser hecha, para que sea aconsejable dejarla. Si una novela o un poema no surgen de una imperiosa necesidad, de algo muy parecido a la urgencia del hambre o del odio, es sencillamente un “producto cultural”, algo bastante banal que se limita a reflejar el contexto literario o histórico. Escribir no surge de haber viajado y leído mucho. Eso sólo da lugar, nunca se insistirá lo bastante, a un trabajo correcto que, aunque se convierta en best-seller, se parece demasiado a la información, al entretenimiento que ya circula. 

5. Siempre nos han enseñado que los grandes autores buscaban ese “algo más” en sus obras: el compromiso social. No nos faltan ejemplos de libros que fueron el motor de cambios sociales muy importantes, pero, ¿cuál es la verdadera función de este tipo de obras dentro de la historia? ¿Puede la publicación de un libro sacudir los cimientos de la sociedad, o la relación entre ambos eventos es meramente circunstancial?

Me inclino por lo último. Además, tampoco sé muy bien qué es eso del “compromiso social”. Céline tiene una ideología más o menos fascista y, sin embargo, eso no resta un ápice de la potencia generatriz de su escritura. ¿Cuál es el compromiso social de Borges, el de Plath, el de Unamuno? Es indiferente, pensando en la literatura que nos hiere y deja una huella, la ideología del autor, sus intenciones, el compromiso social al que apunta, etc. Todo eso es la morrena del glaciar, el material de arrastre inevitable de una corriente que, propiamente hablando, no tiene más objetivo que darle forma a una imperiosa vivencia que nos amenaza porque no tiene nunca precedentes. Si la obra no brota de este irracional objetivo casi médico, el de curarnos de una experiencia que puede volvernos locos, estamos todavía e el terreno de la academia, a  veces del periodismo. La piel de Malaparte manifiesta un amor infinito por el pueblo italiano, pero esto lo hace desde todo lo que ha violentado al autor, no desde una ideología que el autor controle. Por lo demás, los efectos de un libro son imprevisibles. Con frecuencia la mejor literatura está condenada a la clandestinidad. Incluso aunque sea premiada, permanecerá en buena medida sumergida. De todas formas, decía María Zambrano, si hay una obra, la penumbra común ya está dentro, aunque el público no aparezca.

6. Ciertos movimientos artísticos, como el romanticismo, se caracterizan por no hablar del mundo inmediato al autor, sino de otros más o menos inventados. ¿Puede haber compromiso social sin hablar de la sociedad?

Nunca, ya desde Larra o Byron, menos aún desde el imperio aplastante de la información, la diferencia entre lo “inventado” y lo “real” ha sido más ambigua. Sí, puede haber “compromiso social” en una novela que hable únicamente de la soledad del ser humano, en esta época y en cualquier otra. ¿Qué hay más “social”, más común -incluso “comunista”- que la soledad del hombre, las dramáticas dificultades de comunicación de cualquiera, aunque este humano no sea un genio? En tal sentido, Memorias del subsuelotiene una carga “social” inmensa, precisamente porque está escrito desde la espiral de aislamiento más perniciosa. Lo mismo se puede decir de los poemas de Álvaro deCampos, uno de los heterónimos de Pessoa. Ocurre algo parecido con Carta breve paraun largo adiós, de Handke; la desolación es casi completa, y sin embargo la humanidad, y “América” entera, se hacen presentes como en pocas novelas recientes.

7. Para provocar un cambio social a veces es necesario ir más allá de la propia estructura: necesitamos cambiar las normas morales. ¿Es posible hacer eso con un libro o hace falta algo más?

Hace falta “algo más”; por sí mismos los libros apenas pueden hacer nada. Hace falta un movimiento popular dirigidos por líderes que escuchan lo que un pueblo necesita, y esto poco tiene que ver con los libros. La literatura no tiene la obligación de provocar un cambio social, sino de entender la vida, ese rumor común y enigmático que siempre permanece sumergido, bajo cualquier cambio histórico. Para eso, para crear algo nuevo es necesario maltratar el propio cliché. Creo que era Pascal quien decía que la verdadera moral comienza por transgredir las normas reinantes. De todas formas, el efecto de la literatura es casi completamente imprevisible. Y hoy en día, en esta sociedad tan maniatada por una interactividad endogámica –Baudrillard hablaba de una promiscuidad incestuosa-, es difícil que ningún libro cambie nada, excepto quizás las modas que imperan en el mercado literario. 

8. Ahora nos parecen muy evidentes los cambios que ha sufrido la sociedad a lo largo del tiempo, pero, ¿cómo sabemos en qué dirección hay que tirar si no podemos fijarnos en el futuro? ¿Se puede escribir simplemente reivindicando un cambio, o hay que tener claro primero en qué debe consistir ese cambio?

Tal vez cambiar es bueno por sí  mismo, si algo pulveriza la seguridad del canon vigente. Pero no hay por qué “tirar” en ninguna dirección, salvo que queramos averiguar los gustos del público cautivo. E incluso esto me parece difícil. Creo que nadie, y menos que nadie el escritor, debe fijarse un objetivo distinto a la necesidad inconfesable que le dicta su vida. Sólo tenemos una vida. Lo que hay de intransferible en ella es nuestra primera y casi única propiedad. Es muy posible que todos los grandes creadores sean personas de una única idea, de un único tema, aunque se despliegue en cien escenarios distintos. Bajo este drama late otra cuestión. Es muy posible que el tema de fondo de la literatura sea lo que no cambia, aquello que no puede cambiar porque no pertenece en absoluto a la historia del hombre, sino a un fondo de dolor y vértigo que hace que la literatura, a pesar de la inquisición de la comunicación, siga existiendo.

9. El tiempo nos permite mirar al pasado con perspectiva, pero, ¿crees que podemos percibir la importancia de una obra contemporánea? ¿Es posible que haya libros que ahora pasen casi inadvertidos, pero que algún día formen parte de la historia?

No sólo lo creo, estoy seguro de que es así. La inmensa mayoría de los libros que formarán “parte de la historia” pasarán hoy completamente desapercibidos, incluso serán despreciados por la crítica y el público. Ni siquiera está claro que sea fácil mirar el pasado “con perspectiva”. ¿Cuánta gente valora y ha leído Cartas a un joven poeta? La estupidez del mundo contemporáneo, en parte debido a la apisonadora del mercado informativo, es completamente deprimente. Si nos fijamos sólo en el destino de dos películas recientes y soberbias, muy vinculadas a la mejor literatura, Detachment (“El profesor”) y To thewonder, es como para echarse a temblar. Es difícil que la denostada Inquisición medieval haya sido más cruel y despiadada, con las rarezas y las herejías que se atreven a poner en duda el canon vigente, que esta sociedad del conocimiento. La literatura y el cine tienen que ver con la violencia de la verdad, no con la organización institucional que llamamos cultura.

10. Por último, nos gustaría plantearte la duda que todo escritor tiene, sobre todo cuando empieza en este mundillo: ¿Comprometerse o no comprometerse? ¿Qué nos aconsejas?

¿Comprometerse con qué?, insisto. ¿Con qué aspecto de nuestra compleja andadura hemos de comprometernos? Según en qué lado de nuestra abigarrada experiencia hagamos hincapié, nos inclinaremos al crimen o a la santidad. En todo caso, sobran compromisos y campañas de solidaridad. Compromisos formales, institucionales, establecidos y reconocidos: sobran. Hay sin embargo pocos seres humanos, en todos los campos, que se comprometan hoy con lo más oscuro de su experiencia, que vivan de acuerdo con la dureza que han experimentado. Y esto último, en el fondo, es lo único importante si estamos hablando de arte y de literatura; incluso de moral o de política. No existe ninguna necesidad de más escritores, de más artistas, de más poetas. Y esto no sólo porque se lea cada vez menos y haya ya demasiados autores ignorados. Lo único verdaderamente importante que alguien puede preguntarse es cómo servir a su propia y más inconfesable experiencia, en qué cree, a qué debe serle fiel. En otras palabras, ¿cómo estar a la altura del peligro mortal que, lo quiera o no, le ha tocado en suerte a cada uno? Esto no pasa necesariamente por la escritura. En un pastor de cabras, en un buen bebedor, puede haber más “literatura” que en un mal escritor. Si se escribe a la fuerza –la literatura nace del roce con lo intolerable- ser un buen escritor o no serlo es una pregunta que debe hacerse poco y que tiene una difícil contestación. ¿Qué más da, además, si esa persona no puede hacer otra cosa y no puede dejar de escribir? Ya dirá la historia lo que vale. O no lo dirá nunca, pues no olvidemos que la inmensa mayoría de las novelas o películas que habría que conocer han sido vapuleadas por la historia.

11. ¿Algún mensaje para nuestros lectores?

Buscad dificultades que ofrezcan resistencia, aquello que violente nuestro esterilizante narcisismo. Todo lo demás es información y cultura, algo que sólo confirma nuestra inercia y esclavitud, esta condición de público cautivo. A la postre, casi todo lo que triunfa en la luz pública es bastante aburrido y humillante, ajeno a la literatura que merece ser leída.

* La primera versión de esta entrevista fue publicada por Sofía Lancho Drozdowskyj enTaller de escritores.

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