Rifaat Atfé. El hispanista sirio pasa unos meses en España para escapar de la “asfixia” | FronteraD
Rifaat Atfé. El hispanista sirio pasa unos meses en España para escapar de la “asfixia”
Laura Cano - 03-09-2015
Salas vacías. Pero antes, puertas cerradas. El Centro Cultural Árabe Sirio, que ya no existe, todavía se anuncia como tal en el porterillo de entrada (y también aparece en Google Maps). La realidad es que estamos frente a un bajo en alquiler, y el portero se ha llevado las llaves de vacaciones. Rifaat Atfé, fundador y exdirector del centro, no puede hacer nada por mostrármelo, salvo animarme a que lo intente cuando vuelva el portero. Él ya estará de vuelta en Siria.
En solo dos encuentros la conversación con Rifaat Atfé ha atravesado todos los campos de inquietud del hombre lúcido actual, esa especie en extinción (y de esto, de la apatía y el conformismo, también hablamos): política, conflictos, mercados financieros y de armas, radicalización islámica, Siria, Europa, luchas de poder, democracia… Pero también independencia, familia, libros, autores y anécdotas personales. Dos ocasiones se quedan cortas para hablar del mundo con Rifaat Atfé, y casi no bastan para abarcar su trayectoria.
De Misyaf a Madrid
Tenía veintiún años cuando descubrió las becas internacionales anunciadas en el tablón de su universidad siria. Por entonces, Rifaat estudiaba historia y ya había entrado en contacto con la literatura española a través de los poemas de Federico García Lorca. No recuerda que otros estudiantes se interesaran por España: “la mayoría optaba por otros países europeos o por Rusia”. Sus padres solo quisieron saber por qué (por qué marcharse y por qué este país). En 1968, Rifaat pisó por primera vez Europa para estudiar Filología Hispánica en la Universidad Autónoma de Madrid. Su beca era fruto de un acuerdo entre los gobiernos sirio y el español, que se repartían los costes de cada curso académico.
El Madrid de los últimos años del régimen del general Francisco Franco no le pareció muy distinto a Siria en cuanto a estructura económica. Las costumbres y la comida sí eran extrañas, pero no requerían esfuerzos extraordinarios de adaptación. En 1974 se licenció con su tesis sobre las obras teatrales de Lorca, y ese mismo regresó a Siria para convertirse en redactor jefe de la revista española Ecos de Damasco. Cuatro años después, en 1978, adquirió por oposición el puesto de director del Centro Cultural Árabe en Misyaf, su ciudad natal.
La información sobre cualquier lugar sirve para aproximarse a su belleza. Misyaf se levanta en las montañas, al oeste de la provincia de Hama, muy cerca del Mediterráneo. Es una ciudad bella que encierra una verdad sobre el hombre y el abandono. La he descubierto a través de las palabras de Rifaat y, entre ellas, una repetida, muy tajante, humillación, que aparece cuando nos referimos a la huida, al refugio en una España conocida, “ahora que todavía se puede salir y entrar de Misyaf…”. Pero el gesto se le ensombrece. “Mi casa es un museo”. Allí ha construido el refugio de toda una vida. Allí, su carrera internacional y su legado tienen su base de operaciones. Allí está, todavía, el núcleo de su familia.
En el Centro Cultural Árabe de Misyaf ha sido profesor de español y ha organizado conferencias, seminarios, exposiciones y ciclos culturales sobre diversos temas y autores, como el propio Lorca, el filósofo musulmán Averroes (nacido en Córdoba) o el pensamiento arábigo-andaluz. También ha impartido conferencias en las ciudades sirias de Alepo, Homs, Hama, Salamiye y otras ciudades sirias. En el Instituto Cervantes de Damasco ha sido profesor de español y ha participado en eventos como cinco Coloquios Internacionales sobre Al-Ándalus, en colaboración con el Museo Nacional celebrados en la capital siria mucho antes de que la guerra los rompiera todo. Allí conoció a algunas figuras de la literatura española contemporánea (como Rosa Regás, Fernando Sánchez Dragó o Rafael Argullol). En 1999 se convirtió en el enlace oficial entre el Ministerio de Cultura sirio y el Instituto Cervantes. Su curiosidad le ha llevado a impartir conferencias en las universidades de Jordania y Líbano. Su huella es menos conocida En España, pero tan honda como en su país de origen: seminarios, cursos, colaboraciones, jornadas… como da fe su prolífico empeño como traductor y crítico de literatura española e hispanoamericana. Uno de sus logros más reconocidos ha sido la traducción al árabe de Don Quijote de la Mancha. Pese a la amplitud de sus inquietudes su tarjeta solo reza “Rifaat Atfé”.
Democracia a la sombra
Hace dos meses que Rifaat Atfé pasea de nuevo por las calles de Madrid. Nos hemos conocido en la terraza de un restaurante italiano del barrio de Almagro. Rifaat sugiere que nos movamos a otra mesa porque allí la sombrilla cubre mejor. Es agosto y el sol todavía pica en la piel. Pedimos refresco y caña. Para abrir boca, tiramos de la manta literaria y salen títulos tan variopintos como sus autores, casi todos españoles. Nos detenemos en la cúspide cervantina.
La primera vez que leyó el Quijote fue en el año 1972, durante su época de estudiante. Ni siquiera existía un diccionario del árabe al español y tuvo que utilizar el inglés y el francés como intermediarios. Sí existía entonces la traducción de Abdul-Aziz Al-Ahwani, el primer traductor al árabe de la novela de Cervantes, pero lleva tantos años agotada y sin reeditarse que Rifaat no la ha leído nunca. Reconoce que la traducción posterior del poeta y filósofo existencialista egipcio Abd al-Rahman Badawi le pareció “demasiado solemne, casi como un tratado de filosofía o literatura”. Rifaat Atfé empezó su traducción del Quijote en el año 2000 y la terminó cuatro años después. En menos de un lustro añadió una nueva hazaña a la labor de sus predecesores: el respeto de la picaresca y de la “enorme vitalidad” de la novela.
“Nosotros [los árabes] tenemos una literatura casi novelesca anterior al Quijote. Piensa en Las mil y una noches. Conociendo el lenguaje de la literatura de entonces es fácil la traducción y el respeto de los arcaísmos hispánicos. El espíritu del idioma era muy similar”. Además, los vínculos hispano-árabes hacen según Afté más fácil la traducción del Quijote que de muchas obras modernas. “Casi todos los proverbios pronunciados por Sancho tienen un equivalente en la tradición oral árabe. Fue cuestión de buscarlos”.
No hay que olvidar el contexto histórico en el que se escribió el Quijote. Entre 1605 y 1615, fechas de publicación de la primera y la segunda parte de la novela, el rey Felipe III ordenó la expulsión de los moriscos. Este destierro forzoso se completó en cuatro años (1609-1613). La rebelión de las Alpujarras en 1568, la recesión económica de 1604, la creciente desconfianza de los gobernantes y el escepticismo europeo hacia la firmeza de una estructura de poder cristiana en España favorecieron esta decisión. Para entonces, los moriscos ya habían sido sometidos al catolicismo mediante la evangelización y muy pocos conservaban el árabe, que había sido relegado por el castellano. La expulsión de los moriscos supuso la desmembración de dos culturas muy mezcladas, también en las familias. Cervantes –que fue soldado contra el Imperio Otomano, estuvo cautivo en Argel durante cinco años y sometido a tortura–, pone en entredicho la intolerancia de las gentes en su obra. El Quijote refleja una convivencia amable entre moriscos y cristianos. Cervantes atribuyó la autoría de la novela a un morisco, un tal Cide Hamete Benengeli. Reivindicaba, así, la importancia de los moriscos en la cultura hispánica.
La traducción de obras contemporáneas es otra cosa. Rifaat Atfé menciona dos razones: el uso del árabe clásico y la censura de los editores árabes. “La traducción al árabe siempre se hace en árabe clásico, y el árabe clásico no puede abarcar el argot juvenil y de las sociedades europeas modernas. Además, el editor árabe no acepta los términos vulgares”. Escenas, expresiones y palabras comprometidas deben sortearse.
La libertad, esa inquietud, necesidad y ambición inherente al ser humano, orienta cada uno de los asuntos que entrelazan la conversación con Rifaat Atfé. Al fin y al cabo, literatura, historia y actualidad discurren en función y acerca de las libertades del hombre. Pero es la palabra “democracia” la que más a menudo acude a nuestros labios. Rifaat Afté cree que en Europa a la democracia le falta algo fundamental: la costumbre de “rendir cuentas”.
La responsabilidad ante lo que no se hace, se incumple o se hace mal se ha sustituido por otra costumbre: la de la justificación y el desafío. Me lo explica entre pausas, con calma dialéctica pero intensidad expresiva. Es el estilo del que escoge las palabras para explicar una necesidad, o razones y argumentos de importancia que deben fabricarse con tiento para sostenerse con firmeza.
Llama la atención su voluntad por proyectarse fuera de su propia tragedia. Se me ocurre que, tal vez, no cree en el conflicto sirio como un problema exclusivo de los sirios, por ser sirios, aunque sobre ellos se cebe ahora la crueldad. Siria se ha convertido en un escenario más de una crisis mundial, llevada a la barbarie más extrema. Y la victimización de los sirios puede hacernos olvidar que los individuos tenemos, todos, la misma importancia ilusoria, dependiente de conflictos de intereses que detonan el estado de las cosas. Mientras en Siria impera la atrocidad, los europeos tiemblan ante un mercado financiero que dicta la legislación laboral. Lo curioso es que apenas protestan por una ni por otra causa, y esto sorprende a Rifaat.
La deshumanización del conflicto
Siria vive hoy una violación atroz de todas sus libertades y de la dignidad humana. Durante cuarenta años y hasta el estallido de las revueltas en 2011, fue un país próspero, sometido a la tiranía de un régimen absolutista. Los países europeos se rigen por democracias bajo la sombra de otras tiranías: las de los mercados y la corrupción política. La especulación financiera y la deuda han sometido, hasta ahora, a todas las ideologías. La evidencia más flagrante de su poder ha sido la reciente claudicación de Syriza en Grecia. Todo esto y mucho más preocupa a Rifaat, que pasa unos días en Madrid para “escapar de la desolación y de la asfixia”.
“Para que prosperen los derechos y las libertades hace falta que sirvan a una lucha de poder”. Durante la Guerra Fría, esgrime, Occidente se convirtió en defensor de los derechos humanos “como estandarte contra el comunismo”. Lo paradójico es que el propio sistema económico que parecía garantizar estos derechos justifica ahora su pérdida paulatina. Los derechos del hombre se convierten, así, en una herramienta susceptible de desecharse. “Y eso no puede ser. Las garantías sociales y todos aquellos derechos que se refieren a la dignidad y la igualdad del ser humano deben ser irrevocables”, recalca el traductor del Quijote.
Pero lo único irrevocable, hoy, es la muerte. La destrucción y la violencia. El daño y la pérdida. El 10 de agosto de 2015, casi cinco años después del estallido del conflicto en Siria, el diario español El País publica la noticia del secuestro de 230 civiles, entre familias suníes y cristianas, por parte del conocido como Estado Islámico (EI). En la imagen que acompaña a la noticia, “soldados fieles a Al Asad devuelven a una iglesia de Malula un retablo cristiano”. La guerra parece haber evolucionado desde aquella interpretación mediática de los rebeldes sirios pro-democracia contra el despiadado régimen y su ejército. Las facciones islamistas se multiplican, el régimen se atrinchera en Damasco y el EI domina ya las provincias interiores.
Quiero saber cómo es; qué queda. Cualquier persona al otro lado, atenta a los medios pero ignorante de Siria, que solo recibe noticias sobre destrucción y caos, no puede hacerse a la idea de lo que queda, o de cómo es y cómo era la vida en Siria. El recuento de víctimas y de refugiados, o las imágenes del espanto, son de una importancia incuestionable para seguir el curso de la guerra y denunciar sus consecuencias más devastadoras. No sirven, en cambio, para caminar por sus calles y entender lo que supone arrebatarle a una sociedad entera su país, su seguridad, sus estructuras e instituciones, su dignidad, su vida.
Quiero saberlo, pero no pregunto demasiado, porque ya lo recibo en pequeños incisos personales de Rifaat, intercalados entre sus explicaciones sobre el conflicto: “Fui a Damasco y no quise mirar. Cerré los ojos durante el trayecto para no ver la ciudad totalmente destruida”. “Las autopistas a la capital todavía funcionan”, añade. Y algunas secciones de la administración, también, pero solo en Damasco.
Funciona, además, todo un entramado de activismo y servicios voluntarios encabezado por la sociedad civil. Comités divididos en ámbitos como cultura, infancia, atención psicológica o cooperación y desarrollo intentan salvar la sociedad del futuro. Para conocer los proyectos sobre el terreno y las historias individuales –los esfuerzos de una población que quiere sobrevivir– es preciso acudir a fuentes más primarias que los medios, tan pendientes de la noticia. Como
Syria untold (la Siria no contada), por ejemplo, es una página web con testimonios y reportajes diarios sobre la organización de la sociedad siria.
Los diarios de Atfé
Llego tarde a nuestro segundo encuentro y Rifaat me espera con un café. Esta vez invita él, advierte. Voy al baño. “Pero no pagues”. Su firmeza de palabra es siempre amable, ya trate de política o de hacerse cargo de la cuenta. Podría considerar cualquier objeción y admitirla. Todo lo escucha y, si no lo entiende, contesta con un “eh”, atento a la repetición del mensaje. Frente al aperitivo (dos empanadillas mustias), primero, y en tranquila caminata, después, desgranamos los despropósitos del mundo. Hombro con hombro pero a alturas distintas (constato que es de baja estatura), avanzamos despacio por las calles de Madrid y nos perdemos.
Mientras los refugiados sirios colapsan el Líbano y Europa vive una oleada de inmigración sin precedentes, el presidente británico, David Cameron, es criticado por hablar de una “plaga” migratoria. Cameron advierte que así no se puede garantizar el sistema de bienestar europeo.
“Hoy en día, más que nunca, lo que sucede en un punto del planeta afecta al planeta entero”. Y además, obedece a una orquestación, a una lucha en la sombra mediática. Rifaat Afté habla de un “caos creativo”. Está convencido de que la guerra de Siria traerá importantes consecuencias a Occidente, que ya tiene mucha más responsabilidad en la entrada de armas y de facciones de lo que se permite admitir. “Me sorprendió ver a Daesh (el EI) con armas modernas, con coches todoterreno. A mi parecer, estamos viviendo la época de la tercera guerra mundial, o de sus principios”.
Así, sabiéndose en el borde de un abismo que parece abrirse para el mundo, un sumidero de violencia que se ensancha desde su epicentro en Siria, no se puede dormir. No se puede, tampoco, desde la distancia, desde el refugio temporal madrileño o desde el otro lado del mundo, en Buenos Aires. Rifaat Atfé descubrió, hace algunos años y por casualidad, una rama argentina de la familia, gracias a Facebook y a la feliz coincidencia de los burócratas en la transcripción de sus apellidos como Atfé y no como Atfá. A ellos, sus parientes lejanos, y al insomnio que provoca la guerra, hace referencia en su diario personal, cuyos fragmentos fueron publicados en ‘La sombra del ciprés’, suplemento cultural del periódico El Norte de Castilla, en abril de 2015:
Parece que va a llegar un día en que no durmamos. Me acordé de lo que me dijo Paula, la hija de Reinaldo Atfé en Argentina: “Mi padre no duerme. Desde que os conoció está pegado a la pantalla de su ordenador, buscando noticias de Siria” […] No abro el ordenador al despertarme. Quiero otorgar un poco de espacio a mis ojos, un poco de silencio a mis oídos.
El silencio a sus oídos no se lo puede conceder Madrid. Pero aquí, menos mal, no se oyen las bombas. La guerra y Oriente Próximo están al otro lado, fuera del barullo protector y en la sección internacional de las noticias. A Rifaat esas noticias le llegan también por whatsapp. Son noticias de casa. En el móvil guarda fotos de su jardín, de sus nietos y de su nevera reconvertida en armario. La ausencia permanente de electricidad ha obligado a reconsiderar la utilidad de algunos electrodomésticos.
Allí en Misyaf, Rifaat Atfé todavía trabaja en sus traducciones. A pesar los obstáculos inherentes al oficio (la mencionada censura editorial), se ha consagrado como traductor del español al árabe con una vasta nómina de autores: Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Isabel Allende, Manuel Altolaguirre, Rafael Argullol, Bernardo Atxaga, Calderón de la Barca, Julia Castillo, Camilo José Cela, José Echegaray, Antonio Gala, Gabriel García Márquez, Ramón Mayrata, Juan Goytisolo, Miguel Hernández, Julio Llamazares, Pablo Neruda, Mario Vargas Llosa…
Con Fernando Sánchez Dragó tuvo un trueque de intereses. Rifaat tradujo su novela El camino del corazón y Dragó lo entrevistó en 2004 en Negro sobre blanco, el programa de literatura que dirigía en TVE.
A
Ramón Mayrata lo une la amistad y la admiración mutuas. Su afinidad mezcla la vida y la obra, lo personal y lo profesional. Mayrata, poeta y novelista traducido al árabe por Afté, se hizo cargo de la columna introductoria a sus diarios personales. Dice Mayrata que “para Rifaat el mal solo existe negativamente. Comparte con Camus esa intuición mediterránea, convertida en rareza, en un mundo dominado por visiones siniestras”.
En sus fragmentos, Rifaat describe una rutina de espera, su ansia de desahogo y la búsqueda de paz en un área de paz aparente, de funesto sosiego:
He bajado al jardín en un intento de alejarme un poco de las noticias. […] La madreselva y el limonero mezclan sus fragancias. ¡Dios mío, que bella es la naturaleza! ¡Cuánto la deformamos y nos dejamos llevar por ideas insignificantes, prefabricadas, por la sangre derramada y no por ella! Un pájaro ha pasado dejando su excremento en mi hombro. Lo he considerado como una condecoración. Lo he dejado.
Último paseo
Hemos dejado el Centro Cultural Árabe Sirio, algo resignados por no haber podido franquear sus puertas, y hemos echado a andar. Rifaat quiere saber mis planes. Le preocupa el futuro de los jóvenes europeos. Le preocupan, también, el incumplimiento de los programas electorales y el sectarismo de los medios. “¿Quién lo va a cambiar?”, me pregunta. Le digo que “la intelectualidad”, por ocurrencia y sin mucho convencimiento. Pero la intelectualidad es Rifaat Atfé, y también la impotencia, que reconoce llevar adherida a la voluntad desde el estallido de la guerra.
Google Maps nos ha llevado por la calle Juan de Austria. Allí vivió Rifaat durante su primera etapa de estudiante. Cree haber reconocido el portal en un edificio con la fachada amarilla y todavía se acuerda del nombre de la dueña (Leticia). Por una suerte de casualidad intencionada nos hemos detenido en
Tuuu Librería de la calle de Covarrubias. Aquí los libros se encuentran por azar y se amontonan en secciones según el género. Es fácil descubrir títulos traducidos por Rifaat Faté: en apenas unos minutos me señala cuatro (de Antonio Gala y Rosa Regás, entre otros). Me he llevado tres.
De vuelta a las calles y a la preocupación primordial, al asunto que le hace perder la mirada –seguir o no seguir en Siria–, me sorprende oírle hablar de humillación respecto a otro fenómeno que poco o nada puede afectarle: el de los jóvenes obligados a seguir en casa de sus padres porque no les da el presente para vivir independientes y el futuro no pinta mejor. Me sorprende, especialmente, después de haber hablado de la humillación del refugiado de guerra. ¿Y si la aspiración suprema del hombre fuera la independencia, entendida ésta como el poder de construir y construirse (vida personal, entorno mejor, carrera próspera), y fueran muchas las maneras de arrebatárselo en la escala de la brutalidad? La humillación consiste en la incapacidad (forzosa) del individuo capaz, convertido en ser indefenso, necesitado de asilo por haber sido despojado de oportunidades. Y la humillación suprema implica arrebatarle a un hombre todas las oportunidades, hasta la vida propia (o de sus hermanos, amigos y familiares) y el futuro, el presente y el pasado; la dignidad a golpe de bombas, morteros y armas químicas.
Rifaat Atfé seguirá en Misyaf, por ahora. Aún le quedan unos pocos días para caminar por un país sin guerra, antes de atravesar la frontera del Líbano con Siria. Acabamos el paseo en el bar italiano del primer día. Y la conversación sigue.
Laura Cano Sastre (Madrid, 1989) es periodista y correctora. En marzo de 2014 fundó la tertulia literaria La Habitación Propia, que organiza actividades, debates y eventos literarios en Bruselas y en Madrid. Ha sido redactora de los periódicos Sierra Madrileña y El Pueblo de Albacete. Desde diciembre de 2013, colabora con la revistaAcentos, que se publica y distribuye en Bruselas.