martes, febrero 09, 2016

José Luis Guerín: La vida imaginativa

José Luis Guerín: La vida imaginativa | Opinión | EL PAÍS





La vida imaginativa

EVA VÁZQUEZ









Dafne, Eco y Eurídice sufren la enfermedad del amor. Eurídice, porque no puede regresar del reino de los muertos y reunirse con Orfeo; Eco, porque privada del lenguaje sólo podrá repetir hasta el absurdo las palabras del joven que ama; Dafne, porque para escapar de la ferocidad del deseo de Apolo regresa a la ciega naturaleza transformada en laurel. Tres ejemplos, en suma, de desdicha amorosa. La amante a quien la muerte aleja de lo que ama; la que no puede expresar lo que siente, y la víctima en el juego siempre impredecible del deseo. Las tres pertenecen, sin embargo, al reino de las musas, ya que propician nuestro encuentro con la belleza.

En una de las escenas de la película el profesor y una alumna viajan a Cerdeña a escuchar el canto milenario de unos pastores. Las musas se confunden con las ninfas de las fuentes y de los bosques. Ellas son las guardianas de la armonía del mundo e inspiran los distintos tipos de poesía, así como las artes y el amor. Y esos pastores las llaman con sus cantos misteriosos y las piden que abandonen el reino mudo de la naturaleza y regresen con ellos. Una ninfa que rompe a hablar, eso es una musa: un puente entre la naturaleza y la historia, entre el mundo de los vivos y el de los muertos, entre la realidad y el sueño. Y esta película nos dice que solo a través del amor, considerado como una de las bellas artes, se pueden conseguir cosas tan insensatas.
 La academia de las musas, la última película de José Luis Guerín comienza con un seminario en la universidad de Barcelona sobre la poesía de Dante. La película es una larga conversación entre el profesor de ese insólito seminario y las alumnas que le escuchan tan embelesadas como sorprendidas por lo que les pide: que ellas mismas se transformen en musas en un mundo que ha dejado de creer en la poesía y la belleza. Y una musa es alguien que hace hablar, pero también y, sobre todo, que habla, que descubre en sí misma un poder que no sabía que tenía: el poder de encantar a los demás con las palabras. Es Beatriz, pero también Eloísa; la joven siempre lejana, perdida en la distancia, que ofrece a Dante las palabras que crearán su poema; y aquella que arrebatada por la pasión le dice a su amante que él es su único Dios. La que inspira el amor del poeta y la que crea una nueva lengua para expresar lo que quiere; la que se entrega y la que toma lo que desea, porque las musas nunca tienen un solo corazón. Son Beatriz y Eloísa; son Eurídice, Eco y Dafne a la vez. La que hace cantar a Orfeo y le recuerda que debe escuchar a los muertos; aquella a quien la intensidad de su deseo priva del habla y la transforma en el eco del joven que ama; y la que al sufrir y rebelarse contra su destino de mujer violada se transforma en un laurel, lo que es lo mismo que decir que transforma su cuerpo en lenguaje. Porque ¿acaso el laurel no es el árbol cuyas hojas coronan a los poetas?

La academia de las musas
 es una larga conversación sobre ese cuerpo que encendido por el deseo debe recurrir obligatoriamente a la poesía para dar cuenta de lo que quiere. Como si el amor mismo, como afirma Denis de Rougemont en su libro El amor y Occidente, fuera una invención de la literatura, una invención de los trovadores. Es lo que hace Dante con Beatriz, transformar las musas del mundo del mito en una mujer real. Y lo que vemos en la película de José Luis Guerín es cómo un grupo de mujeres jóvenes de este tiempo se acercan a esa fascinación del amor de los trovadores. A veces dudan, no saben si querer algo así, pues ¿acaso tal búsqueda no es una maldición para ellas, un resto de ese mundo patriarcal que les dice que sólo deben vivir para ser el objeto de deseo de sus compañeros? Y las inteligentes muchachas que asisten a esa academia se rebelan, claro, contra ese discurso masculino que las obliga a vivir solo para el amor, pero a la vez, no dejan de estar secretamente fascinadas por ese posible viaje a los reinos de la sibila, y hacer suyo el canto de los bellos pastores del mundo del mito, ese canto que une todo lo que nosotros separamos al vivir.
En Frankie y la boda, la preciosa novela de Carson McCullers (¿por qué ya no se escriben novelas así?), pueden leerse estas líneas: “Frankie estaba tan crecida, aquel verano, que ya no podía andar por debajo del emparrado como siempre había hecho. Otras criaturas de doce años seguramente podrían todavía pasear por allí debajo y hacer teatro y divertirse. Incluso señoras mayores que fueran bajitas podrían pasar bajo las ramas; pero Frankie ya era demasiada alta; aquel año tenía que quedarse dando vueltas y mirar desde fuera como los mayores”. ¿También nosotros nos hemos quedado sin mundo como la desdichada Frankie? La película de Guerín se rebela contra esta idea y nos devuelve a esos lugares bajo las ramas donde la vida imaginativa, la estética y la práctica son aún una sola cosa. Vayan a verla, descubrirán lo bellas e insensatas que son las cosas que suceden allí.Eso hacía Orfeo, el cantor. Iba por los caminos y su música hacía que los árboles le entregaran sus frutos, que las aves dejaran de volar y los arroyos se detuvieran para escucharle. Y las estudiantes quieren oír ese canto, que les hace preguntarse por el misterio de estar enamoradas, pero que también les permite dialogar con los muertos. Quieren ser Orfeo y Eurídice a la vez, la que habla con la naturaleza y la que regresa de la muerte. Y hablar de esa que regresa es hacerlo de todas las bellas dormidas de los cuentos y las leyendas, pues todas ellas representan esa vida ignorada que hay en cada uno de nosotros y que espera despertar alguna vez. Y es ese canto el que lo consigue. Por eso van a la Academia de las Musas, porque no se conforman con hablar sino que quieren que hablar y cantar sean la misma cosa, que es lo que pasa en el amor. Y por eso de todas las historias que existen su preferida es aquella de La Divina Comedia en que se cuenta el beso de Francesca y Paolo. Son cuñados y están leyendo un libro donde se narran los amores de Lancelot y la reina Ginebra. Y cuando llegan al pasaje en que el caballero y la reina se besan, ellos como los amantes de la historia del libro que leen también se descubren besándose. Jorge Luis Borges habla en uno de sus poemas de ese beso inolvidable: “Son Paolo y Francesca / y también la reina y su amante / y todos los amantes que han sido / desde aquel Adán y su Eva / en el pasto del Paraíso. / Un libro, un sueño les revela / que son formas de un sueño que fue soñado / en tierras de Bretaña. /Otro libro hará que los hombres, / sueños también, los sueñen”.
Gustavo Martín Garzo es escritor.

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