*Autor Invitado: Antonio Santos Morillo
El estudio Afronegrismos en el Diccionario de la lengua española recibió en 2017 el II Premio de Investigación “Fundación González-Abreu” y ha sido publicado este mismo año por dicha fundación. Su autor, que lleva años indagando acerca del patrimonio lingüístico subsahariano en nuestro idioma y nuestra literatura, nos presenta este trabajo sobre las palabras de origen africano en nuestro diccionario, del que incluimos asimismo un extracto y la información para poder adquirir el volumen.
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Hace unos años, un amigo que había vuelto de un viaje reciente a La Habana me mostró un libro que había adquirido allí y que, según él, era una especie de joya bibliográfica que andaba buscando desde hacía ya algún tiempo. El libro en cuestión no era otro que la reedición hecha en 1990 del famoso Glosario de afronegrismos, trabajo con el que su autor, el polígrafo cubano Fernando Ortiz, inauguraba, en 1924 el estudio de la influencia de las lenguas subsaharianas en el español. Mi curiosidad de filólogo hizo que se lo pidiera prestado y que, tras leerlo, decidiera realizar un trabajo de investigación para comprobar lo que de cierto había en aquellas páginas. En ellas, don Fernando, más movido por su deseo que por el rigor científico, presentaba medio millar de términos usados en el español de Cuba como procedentes de lenguas negroafricanas. Era, sin duda, un número demasiado elevado para haber sido pasado por alto hasta entonces, pero el solo hecho de llamar la atención sobre este tipo de palabras ya justificaba su empresa, pues abría el camino a una nueva rama de la lingüística en el ámbito hispánico: aquella que trataría de sacar a la luz las posibles influencias de las lenguas africanas en el español, un contacto lingüístico que se dio a partir del desdichado episodio de la esclavitud negra en España y, sobre todo, en sus colonias de América.
Me pareció que aquel material lexicográfico y el estudio que lo acompañaba no habían tenido suficiente difusión y que el tema de los afronegrismos –término acuñado por el propio Ortiz– merecía un estudio y una atención mayores. Me propuse, pues, desarrollar un trabajo que respondía a dos inquietudes: una, lingüística –dar a conocer los afronegrismos españoles–, y otra, extralingüística –demostrar la importancia o meramente la existencia de los negros en nuestra historia.
Como era consciente de lo ambicioso de mis objetivos, lo primero que hice fue poner límites al trabajo y buscar una metodología adecuada para emprenderlo. Así, por ejemplo, me centraría en la investigación lingüística aunque no perdería de vista el hecho de que la lengua es un fenómeno social que, como un espejo, refleja a los hombres que la usan junto con sus creencias, su historia y el entorno en el que desarrollan sus vidas.
Una vez acotado el campo de mi trabajo, todavía resultaba demasiado extenso e inabarcable, sobre todo si tenemos en cuenta que la mayoría de afronegrismos se recogen en aquellos lugares del ámbito hispánico en los que, aún hoy, la presencia negra es evidente. Como no podía desplazarme a ningún país hispanoamericano para estudiar in situ los afronegrismos, me tenía que conformar con lo que tuviera más a mano, esto es: la información que pudiera sacar de libros, revistas e internet. Fue así como surgió la idea de buscar en el diccionario académico esa especie de flores exóticas que, reunidas por primera vez, sirvieran a la reflexión lingüística. Al final, resultó ser una buena idea pues los objetivos que me propuse se cumplían a la perfección: el estudio de los afronegrismos presentes en cualquier de las ediciones del Diccionario de la lengua española sacaba a la luz unos dos centenares de términos –palabras simples y derivadas–, de los cuales solo a 61 –palabras simples y derivadas– se les reconoce su naturaleza africana. Probaba con mis investigaciones que el número de afronegrismos recogidos en el diccionario oficial de todos los hispanohablantes era mayor que el que ese mismo diccionario proponía.
Era la mía una tarea de recopilación que cumplía el siguiente proceso: rastreaba en monografías sobre el español de América, en estudios de criollística afrohispana, en trabajos sobre el español de países con población negra, en investigaciones sobre el habla de los negros, en vocabularios de americanismos y de afronegrismos, en revistas antropológicas y lingüísticas, en obras de ficción o de cualquier disciplina científica en que interviniera el elemento negro… Una vez seleccionada la palabra, acudía al diccionario académico y comprobaba si estaba recogida en él. Si era así, consultaba diccionarios de español, portugués, francés e inglés buscando alguna nota etimológica que certificara su naturaleza africana.
Un referente lexicológico imprescindible para este trabajo, a pesar de que el número de afronegrismos que acepta como tales sea menor que el del DLE, ha sido el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de Corominas & Pascual.
Tras la consulta de varios diccionarios de americanismos (Morínigo, Santamaría, Neves, el Diccionario de americanismos de las academias de la lengua) o provincianismos (Pichardo, Ugarte Chamorro, Venceslada) para comprobar la extensión geográfica de su uso, he buscado la presencia del término en las diversas monografías sobre los afronegrismos de cada una de las zonas afroamericanas.
Una vez reunida toda la información sobre las posibles etimologías de la palabra en cuestión, la extensión geográfica de su uso y las distintas acepciones que pueda tener, redactaba el artículo con todos estos datos y lo añadía a la explicación lexicográfica propuesta por el DLE.
Cuando no he tenido una seguridad suficiente o aceptable de la naturaleza africana de alguna voz, he preferido incluirla en un capítulo aparte con el título de “Posibles afronegrismos”. También he dedicado otro capítulo a algunos afronegrismos que, a pesar de ser conocidos por una extensa porción de hispanohablantes y tener clara filiación africana, no han encontrado hueco aún en el DLE.
La conclusión del trabajo cumple el objetivo que me llevó a iniciarlo: demuestra que, aunque efectivamente escaso, el número de afronegrismos españoles es mayor que el que una simple ojeada al diccionario académico podría darnos a entender.
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Los afronegrismos en el DLE. Antes de meterme de lleno en el estudio del vocabulario que presento a continuación, es de justicia aclarar que el término afronegrismo fue acuñado por el investigador cubano Fernando Ortiz (1924: XIV) para distinguir las palabras que proceden de lenguas habladas por los pueblos negros de África frente a las de otros que también habitan el continente. He decidido adoptarlo porque, a pesar de hacer referencia a raza y no a localización geográfica –como el adjetivo subsahariano, que también usaré– me parece válido para identificar la procedencia de tales voces independientemente del grado de color negro de los africanos a que haga mención y de la falacia de las razas a la que ya se refirió el propio Ortiz1 y que estudios científicos posteriores han confirmado2.
He dividido el presente trabajo de investigación en tres apartados o capítulos principales:
- Afronegrismos aceptados en el DLE cuyo origen considero suficientemente probado.
- Algunos afronegrismos no incorporados aún al DLE.
- Afronegrismos cuya filiación con alguna lengua subsahariana es posible o probable pero no segura.
En el primer grupo, el número de entradas es de 143; sin embargo, 24 de estas palabras tienen derivaciones que se estudian dentro del mismo artículo3. Las voces derivadas suman un total de 52 que, añadidas a las 143 que encabezan los artículos, dan un total de 195.
La mayoría de los 20 afronegrismos que conforman el tercer capítulo son palabras suficientemente conocidas en la actualidad en todo el ámbito hispánico, pero aún no han encontrado hueco en el DLE. Otros son americanismos cuyo uso la Academia y sus filiales no consideran bastante extendido para que formen parte de su diccionario o bien se incluyeron en ediciones anteriores y han desaparecido en la última.
Si a los 143 afronegrismos del capítulo segundo, se le suman los 20 del tercero y los 58 posibles del cuarto –37 principales más 21 derivados–, nos encontramos con un conjunto de 273 palabras que han sido el objeto de estudio de este trabajo.
Es cierto que, frente a los 93111 lemas con que cuenta la 23ª ed. del DLE que me sirve de referencia, el número de 195 es muy pequeño: supone tan solo un 0’20 % del total de entradas del diccionario académico; porcentaje que subiría al 0’27 % si se le suman los 58 posibles afronegrismos con sus derivaciones, es decir, 253 términos. No añado los 20 afronegrismos del capítulo tercero por no cumplir con el requisito que me he exigido para elaborar este vocabulario: que estén recogidos en el DLE.
No obstante, el conjunto de afronegrismos que el DLE presenta como tales –es decir, reconocidos–, es aún más reducido pues solo 33 tienen en su artículo una indicación etimológica que así lo corrobora. Estos, con sus respectivas 28 derivaciones, suman 61 términos, un 0’06 % sobre el total de los que tienen entrada en el DLE;un24 % sobre el total de los estudiados en este trabajo que están presentes en el diccionario académico (253).
A excepción de algunos casos en los que se identifica con exactitud la lengua de la que proceden, la mayoría de los datos etimológicos que el DLE nos da sobre los 33 afronegrismos reconocidos son muy vagos:
- Del bantú (22 palabras): cachimba (+ 8 derivadas), cacimba, chimpancé, hutu, kikuyo, macaco (+ 2 deriv.), malanga (+ 1 deriv.), mamba, tumba3(+ 1 deriv.), tutsi.
- De or. africano (18 palabras): bachata (+ 2 deriv.), candombe (+ 1 deriv.), marimba (+ 2 deriv.), ocra (+ 1 deriv.), quilombo (+ 3 deriv.), vudú (+ 2 deriv.), zombi.
- Del Congo (6 palabras): banana (+ 3 deriv.), ñame (+ 1 deriv.).
- Del pamue (4 palabras): bocapí, ekuk, embero, malamba.
- De topónimos o etnónimos africanos (4 palabras): bambuco, carabalí, loanda, lubolo.
- Del amárico (3 palabras): negus, rastafari (+ 1 deriv.).
- De otros orígenes (4 palabras): cola3(del mandinga), ébano (de or. nubio), masái (del masái), rafia (del malgache).
Aunque, como acabo de decir, los afronegrismos en nuestra lengua son escasos, dos circunstancias hacen disminuir su número más aún: el ser considerados localismos –a veces, sin embargo, usados en dos o más países– que no merecen entrada en el DLE por no ser compartidos por la mayoría de hispanohablantes y, cuando son admitidos, el pasar por alto su naturaleza africana. Como el objeto de estudio del presente trabajo son los términos de ascendencia africana admitidos en el diccionario académico, me limitaré a ellos –a excepción de los 20 del capítulo tercero– a pesar de ser consciente de que su número es mayor en determinadas zonas del ámbito hispanohablante.
La inclusión o no de una palabra en el DLE está sujeta a criterios académicos que tienen que ver, sobre todo, con el uso de la misma: su difusión entre los que compartimos el español como lengua materna4. A pesar de esta pauta, no es raro encontrar arcaísmos, dialectalismos o localismos que sólo utiliza un grupo muy reducido de hablantes, mientras que, por otro lado, voces que son conocidas y usadas en uno o varios países no encuentran su hueco legítimo en dicho diccionario; tal es el caso, por ejemplo, de algunas de las analizadas en el capítulo dedicado a las no incorporadas: bonobo, bwana, chikunguña, ébola, ganga o enganga, suricato, tse-tsé, vuvuzela o zika.
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Notas
1 Sergio Valdés en Fernando Ortiz, 1990 [1924]: XIX.
2 En un artículo sobre genética aparecido en El país (13/IX/00), J. Craig Venter, director de Celera Genomics Corporation en Rockville, Maryland, afirma que “La raza es un concepto social, no científico. Todos evolucionamos en los últimos 100.000 años a partir del mismo grupo reducido de tribus que emigraron desde África y colonizaron el mundo”.
3 Hay algunas excepciones a esta pauta autoimpuesta pues estudio en artículos distintos algunas palabras que están relacionadas etimológicamente; p. e. cacimba y cachimba; bachata, cumbancha y cumbé.
4 A la hora de añadir, suprimir o enmendar un término o su información semántica, etimológica o de cualquier otro tipo, el Instituto de Lexicografía de la Real Academia Española se sirve del fichero léxico y lexicográfico y de las bases de datos del español. En estas últimas se recogen ejemplos de obras de contenidos y procedencias diversos. Los nuevos términos que aspiran a una entrada propia en el diccionario han de pasar por una Comisión de Académicos que, partiendo de los ejemplos sacados de las bases de datos, los examinan, los definen lo más claramente posible y, finalmente, los admiten o rechazan. Es una labor que llevan a cabo todas y cada una de las Academias de la Lengua Española repartidas por el mundo.
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*Antonio Santos Morillo es doctor en filología hispánica por la Universidad de Sevilla. Su principal línea de investigación se centra en las huellas afronegras en la lengua española. Es profesor de Enseñanzas Medias desde el curso 88-89. Entre 1998 y 1999 fue redactor de la revista de temas afrohispanoamericanos Palabras de la Ceiba. Durante el curso 2004-2005 coordinó el grupo de trabajo “Lengua española para alumnos inmigrantes (adaptación curricular)”. Actualmente forma parte de dos grupos de investigación de la Universidad de Sevilla “Estudios lingüísticos, histórico-culturales y Enseñanza del Español como Lengua Extranjera” y “La Escritura Elaborada en Español de la Baja Edad Media al Siglo XVI: Traducción y Contacto de Lenguas (FFI2016-74828-P)”. Ha publicado artículos en diversas revistas y anuarios, como Philologia Hispalensis o Palabras de la Ceiba y es coautor del libro Las letras flamencas de Francisco Moreno Galván. Tradición, innovación y compromiso.
*El libro Afronegrismos en el Diccionario de la Lengua Española puede adquirirse de manera gratuita, pagando los gastos de envío. Para hacerlo, basta con ponerse en contacto con su autor a través del email asmsev@hotmail.com.
*Imagen de portada: «La cena de Emaús», conocida como «La Mulata», de Diego de Velázquez.
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