domingo, septiembre 28, 2014

Tres poemas inéditos de Adonis

Tres poemas inéditos de Adonis | Babelia | EL PAÍS









[¿EN QUÉ APOYARME?]
¿En qué apoyarme?
¿En la cuadratura del cero, en el triángulo del deseo, en las pirámides del aire o en los campamentos de la historia? ¿En los vientos que se evaporan de los cementerios o en una tórtola hambrienta?  ¿Tiene la flor al fin un hueco por cuello? ¿No es la mariposa lo mismo que una llama?
¿Debo preguntar cómo acabará este mundo o cómo ha empezado este infierno?
Cómo hacerme amigo de los lobos, matar esta humanidad agazapada entre mis garras.
Mi vista ajustada a mi visión y ésta a aquélla, acompaño en su país al perfume de una rosa muerta.
Las heridas humedecen el vestido de un cielo pobre que aprende a cantar con nosotros:
El pájaro está de paso
La jaula no tiene fin.

El sol ama los caminos de los mayas.

[EN ESTE MOMENTO...]
En este momento el aire está en duelo.
Mi mirada se desplaza sobre la tapa de lo real desde que he cedido mi visión a la luz de las leyendas.
Las imágenes que ignoran el mutismo se expresan sólo en cuchicheos.
Cerezas negras son los ojos
Puentes de polvo los pasos.
¿Por qué esta incapacidad para no embriagar a la época sino con jarras de sangre y partículas de átomo?
¿Por qué no saber bailar sino sobre cadáveres de nuestros amigos y amados?

El sol ama los caminos de los mayas.

[AL FINAL, ACABARÁS SOLO...]
Al final, acabarás solo, indio rojo, hermano mío, pues nada dispersa mejor que la soledad.
El yo es arena no semilla. El yo es nube cósmica.
Antiguo-San Ángel Inn
Gisèle-César-Afif. El Líbano en miniatura.
Restaurante en un barrio histórico. El cliente se mezcla con el polvo de la historia, con su oro, sus caballos enjaezados, ensillados con montañas que tiran de la calesa del tiempo.
Lo efímero no necesita eternidad.
Lo eterno necesita de lo efímero.
Hay en este restaurante caderas en forma de alas que hablan la lengua de las nubes.
¡Una mujer en relieve! Su cabeza es un bosquecillo en flor. Sus muslos, dos vertientes de un valle.
Los jinetes de los deseos se enfrentan en su pecho.
El poeta sirio Adonis en su casa de París durante la entrevista. / MOUSSE

Zócalo. Ese, directamente en español, es el título del último libro de Adonis, que el día 6 de octubre publicará la editorial Vaso Roto en traducción de Clara Janés. Fruto de un viaje a México en abril de 2012, los poemas en prosa que lo forman son a la vez un ejercicio de admiración y de reflexión en el que el poeta sirio no pierde de vista su propio origen. “Lejos de pasar revista a los estereotipos de lo mexicano o de capturar postales líricas”, escribe en el prólogo el escritor mexicanoErnesto Lumbreras, “el ojo y el pensamiento que rigen el discurso lírico son los de la memoria del poeta y de la tribu. Adonis necesita «vagabundear en profundidad» para ordenar su inventario del mundo. Las calles de la Ciudad de México, las ruinas mayas, el Museo de Antropología o la Casa de León Trotsky se resuelven en el heideggeriano claro de bosque donde todos los tiempos convergen, propiciando un fértil juego de correspondencias o de recapitulaciones donde la historia o la arqueología han cedido su puesto al orbe de la poesía”. A continuación, ofrecemos tres poemas de Zócalo.


UN POEMA DE "EPITAFIO PARA NUEVA YORK"

Whitman, cúmplase ya nuestra hora. De mis miradas hago 
una escalera, con mis pasos tejo una almohada. 
Esperaremos. El hombre muere, pero es más duradero 
que la tumba. Cúmplase ya nuestra hora. Espero que 
corra el Volga entre Manhattan y el Queens. Espero que 
desemboque el Huang Ho junto al Hudson. ¿Te 
sorprende? ¿Acaso no desembocaba el Orontes en el 
Tíber? Cúmplase ya nuestra hora. Oigo un estruendo, 
un fragor: Wall Street y Harlem se reúnen: júntanse las 
hojas y el trueno, el vendaval y el polvo. Cúmplase ya 
nuestra hora. Las conchas construyen sus nidos en la ola 
de la historia. El árbol conoce su nombre. Y hay agujeros 
en la piel del mundo, un sol que cambia su máscara, su 
destino, y solloza en un ojo negro. Cúmplase ya nuestra 
hora. Podemos girar más aprisa que la rueda, podemos 
romper el átomo y flotar en un cerebro electrónico 
pálido o radiante, vacío o lleno. Podemos hacer de los 
pájaros nuestra patria. Cúmplase ya nuestra hora. Hay 
un pequeño libro rojo que se alza, no sobre las tablas que 
se astillan bajo las palabras, sino sobre la madera que 
se ensancha y crece, la madera de la locura sabia y 
la lluvia que cae limpia para ser heredera del sol. 
Cúmplase ya nuestra hora. 

"Epitafio para Nueva York", Adonis. Miserias y contradicciones del coloso norteamericano

El poeta libanés, de origen sirio, retrató las miserias de la ciudad estadounidense y por extensión la relación entre Occidente y Oriente
Cultura | Kepa Arbizu - TerceraInformación | 23-09-2014
Un título tan directo como “Epitafio para Nueva York” es lo bastante significativo como para no dejar demasiadas dudas sobre el contenido que esconde. En este caso, y expresado de forma genérica, se trata de una mirada nada complaciente con el modo de vida (en su expresión más amplia) norteamericano. Su autor Adonis (de origen sirio y nacionalizado libanés), de nombre verdadero Ali Ahmad Said Esber y uno de los eternos aspirantes a ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura, realizó esta obra en 1971, a pesar de que en la actual edición publicada por Nórdicas Libros incluya también dos poemas, “Garganta de piel roja” y “Paseo por Harlem”, fechados en 1996 y 1997, que entroncan con esa temática.
El hecho de que este libro se escribiera entre Nueva York y Bikfaya (Líbano) es mucho más que un mero detalle geográfico. En verdad se trata de la representación de esa dicotomía que se desarrolla a lo largo de él y que estará presente a todos los niveles, como el relacionado con el hecho mencionado, encarnado en una mirada expresa hacia Nueva York, y por extensión a Estados Unidos, pero siempre pendiente de ese otra realidad, a la larga interconectada , que es la de Oriente, dando como resultado la representación de una mezcla de culturas (“Que las ratas en Beirut y en otras partes / se pasean burlonas por la sede de la Casa Blanca”; “Nueva York, tienes en mi país la tienda de campaña y el lecho, la silla y la cabeza. Y todas las cosas a la venta: el día y la noche, la piedra de La Meca y el agua del Tigris”).
Un poemario el realizado por Adonis que tiene un espejo bastante evidente con aquel que escribiera Federico García Lorca, “Poeta en Nueva York”. No se trata sólo de la equiparación lógica en cuanto a escenario y actitud, ni incluso en la aparición de zonas concretas y homenajes explícitos (como el dirigido a Walt Whitman), sino la más importante: esa mezcla (de nuevo aparece este concepto, y no será la última vez) de lirismo, en esta ocasión manifestado bajo esa actualización de los modelos tradicionales de la poesía árabe habitual en el autor, y la utilización de imágenes cercanas al surrealismo, como se desprende de versos como “Los corazones están hinchados como esponjas y las manos, llenas de aire. / Amasas con nieve a los niños para hacer las dulces / rosquillas de nuestro tiempo. Tu voz es óxido, veneno residual de la química”.
Pero la obra está repleta de versos que trabajan como auténticos dardos que tienen como objetivo la forma de vida que impone Estados Unidos , y para ellos utiliza una forma más directa, como aquellos que pudieran pertenecer a Nazim Hikmet o Vladimir Maiakovski. Valga como ejemplo “NUEVA YORK, / cultura con cuatro patas. Cada distrito es un crimen y un camino hacia el crimen. / Cada día es un sepulturero negro / que lleva una hogaza negra, un plato negro / Y en ellos traza la historia de la casa Blanca". Eso no impide que haya espacio también para una mirada más optimista, casi siempre orientada al pasado o a su historia , representada en personajes como Lincoln o Walt Whitman, pero enfrentada a su presente (Nixon) al que acusa de prostituir esos valores.
“Epitafio para Nueva York” es un bello, a pesar de la crudeza y contundencia que a veces entona, poemario que desnuda las carencias y miserias del gran coloso que es Nueva York, ariete del imperio estadounidense. Además es un manifiesto, en forma y fondo, sobre la eterna dicotomía, y sus consiguientes contradicciones, manifestada principalmente en la relación entre Occidente y Oriente.

sábado, septiembre 27, 2014

Lev Tolstói, mucho más allá de la indignación

Lev Tolstói, mucho más allá de la indignación | Lecturas Sumergidas





Si el autor francés Stéphane Hessel fue capaz de influir en las conciencias y voluntades de millones de europeos con su sencillo libro-manifiesto “Indignaos”, qué no sería capaz de provocar hoy, de llegar a las multitudes, un ensayo como el que acaba de publicar Errata Naturae de Lev Tolstói bajo el título “Contra aquellos que nos gobiernan”. Si bien es cierto que un libro no es capaz de cambiar el mundo, de lo que no cabe duda es de la capacidad transformadora de una lectura, de su fuerza para modificar los ángulos de visión, para promover el debate, para abrir la mente y, poco a poco, llegar a convencernos de que hay otras maneras de vivir, otros discursos para nada convencionales, para nada manoseados, otros ideales a los que agarrarse, otros rumbos que seguir en un momento en el que cada vez está más cerca el derrumbamiento del castillo de naipes de las mentiras que han sustentado durante décadas y décadas el sistema político y financiero mundial.
Acosados por la desigualdad, por la injusticia, por la corrupción, por el final del espejismo de las denominadas sociedades del bienestar, en nuestra búsqueda de asideros, de referentes morales a los que aferrarnos, cuál es nuestra sorpresa, ciudadanos, lectores de este siglo XXI, cuando comprobamos que hombres nacidos tanto tiempo atrás, en peores circunstancias, sin el acceso a toda la información de la que hoy nos jactamos, tuvieron claro cuál iba a ser el destino de la humanidad y lo dijeron alto y fuerte, con valentía, sin temor a la censura, ni a la cárcel, ni a la soledad. Hablo de Tolstói, pero irremediablemente pienso enThoreau, filósofo que inspiró poderosamente al escritor ruso con su “Desobediencia civil”.
Aún bajo los efectos de este “Contra aquellos que nos gobiernan”  siento una especie de chispazo en mi conciencia, la sensación de haber ido mucho más allá en este proceso imparable de comprensión de la realidad, en este despertar en el que tantas personas estamos inmersas desde que estalló la última crisis económica y el consiguiente capítulo de la austeridad, de los recortes, del salvamento a los bancos, de la deuda de los Estados en nombre de la cual todo es permitido; la pobreza, la criminalización del disidente, el no auxilio al inmigrante, la usurpación sistemática de los derechos adquiridos en todos los ámbitos. Leyendo a Tolstói nos damos cuenta de lo poco que ha avanzado la humanidad, de la manera en la que el poder ha ido construyendo una ficción en cuyas redes hombres y mujeres, generación tras generación, hemos ido cayendo sin la capacidad de reaccionar, de decir no, de juntar voces, gritos y voluntades en aras a la construcción de comunidades más equitativas.
Pero vayamos al autor de “Anna Karénina”, de “La guerra y la paz”, de “Resurrección”. Sigamos los pasos a este hombre que, de origen aristocrático, disfrutó las mieles de los privilegiados, gozó del halago de sus contemporáneos por sus logros literarios, cayó en los vicios del juego y se vio implicado, como soldado, en las batallas de su época. Pero nada de eso consiguió domar su espíritu inquieto, cegar sus ojos, acallar las dudas, las preguntas que surgían en lo más hondo de su corazón y que, previa crisis existencial, espiritual, de la que da cuenta en su obra “Confesión”, le llevaron a convertirse, en las últimas décadas de su vida, en un ser nuevo: un defensor de los débiles, una conciencia lúcida, revolucionaria, un azote para la Iglesia y los gobernantes.
 
Sigamos los pasos a este hombre que, de origen aristocrático, disfrutó las mieles de los privilegiados, gozó del halago de sus contemporáneos por sus logros literarios, cayó en los vicios del juego y se vio implicado, como soldado, en las batallas de su época. Pero nada de eso consiguió domar su espíritu inquieto, cegar sus ojos, acallar las dudas, las preguntas que surgían en lo más hondo de su corazón.
Como Thoreau, el  autor ruso hizo un llamamiento a la resistencia pacífica; como él vio claro que la vida en el campo, en plena naturaleza, procuraba la felicidad más que el hacinamiento en las ciudades y el trabajo mecánico en las fábricas. Como Thoreau, Tolstói (1828-1910), no se limitó a escribir y a difundir sus ideas, sino que las puso en práctica: dejó la ciudad, renunció a su fama de escritor, optó por vivir entre los campesinos y montó una escuela para los hijos de aquéllos, una escuela en la que formar a ciudadanos dignos, forjados en la libertad, en los principios de un cristianismo puro, no manchado por doctrinas, por mandamientos e intereses institucionales.
Son episodios de una biografía apasionante, preludio necesario para acometer la lectura de un ensayo altamente revelador que Errata Naturae vuelve a poner en las librerías españolas no con su título original, “La esclavitud de nuestro tiempo”, sino, muy acertadamente por su guiño a la actualidad, con otro mucho más llamativo: “Contra aquellos que nos gobiernan”. Desde aquí lo recomiendo con ímpetu y animo a colocarlo en las bibliotecas, grandes o minúsculas, de toda casa que mantenga sus ventanas abiertas a los aires renovadores del  cambio, a la ilusión por construir sociedades más justas para las  generaciones por venir.
Estamos ante un libro breve, de apenas 125 páginas, breve en páginas, pero inmenso en su contenido. Un ensayo en el que Tolstói demuestra sus dotes para la observación, su capacidad para desenmascarar el lenguaje del poder y para empatizar con los menos favorecidos, con los que sufren, una habilidad que, por otra parte, es uno de sus valores como constructor de mundos de ficción que han sobrevivido a las pesadas capas del tiempo. En “Contra aquellos que nos gobiernan” el autor parte de la constatación de las duras condiciones de trabajo de los braceros en la vía férrea Moscú-Kazán. Le han contado que durante treinta y seis horas, sin descanso, se ocupan de poner los bultos en la báscula a cambio de un pago miserable. No acaba de creérselo y se acerca al lugar, habla con los protagonistas, es testigo de sus padecimientos, de sus quejas.
 
Estamos ante un libro breve, de apenas 125 páginas, breve en páginas, pero inmenso en su contenido. Un ensayo en el que Tolstói demuestra sus dotes para la observación, su capacidad para desenmascarar el lenguaje del poder y para empatizar con los menos favorecidos, con los que sufren, una habilidad que, por otra parte, es uno de sus valores como constructor de mundos de ficción que han sobrevivido a las pesadas capas del tiempo.
Tolstoi con sus hijos pequeños. Fotografía de dominio público
En el espacio de cuarenta y ocho horas, únicamente disponen de una noche para dormir(…) Vestían todos blusones desgarrados, a pesar de que el termómetro marcaba veinte grados bajo cero (…) Todos eran campesinos emigrados (…) Ahora vivían como desdichados en Moscú”, va anotando a la manera de un periodista de investigación que busca sobre el terreno los datos para elaborar su reportaje.
El estilo es directo, certero. Hace preguntas, interroga a los hombres acerca de por qué realizan ese trabajo de presidiarios. “Estas son las condiciones que se nos imponen. Tenemos que comer. El que se queja, ¿ea, fuera! Si uno se retrasa una hora, se le ajusta el sueldo. No supone un problema, tienen diez solicitudes para cada puesto de trabajo”, anota la respuesta, una respuesta que perfectamente podríamos escuchar hoy, en tiempos de paro y de miseria en tantos lugares, cuando el mundo civilizado impone el trabajo basura, devalúa los salarios y aumenta los quehaceres de quienes temen quedarse sin sustento, en aras de una mayor productividad, haciéndonos creer que no hay otra salida.
Los rostros demacrados, fatigados que Tolstói observa, los accidentes laborales a los que hace referencia, las vidas apagadas, sin otro aliciente que la subsistencia, no nos quedan tan lejos. Somos testigos de casos así en nuestras ciudades, en el día a día. Y cuántas veces saltan noticias estremecedoras de dramas en las fábricas de países del Tercer Mundo, incluso en economías etiquetadas como emergentes, donde se fabrican los objetos que hemos de adquirir, la ropa que hemos de vestir a precios asequibles en Occidente, a costa del trabajo y de la vida de otros. No salgamos huyendo, sigamos avanzando por las páginas de este ensayo. De verdad merece la pena la sacudida, ese aldabonazo en las conciencias del que salimos con los ojos agrandados y la mente en ebullición.
 
Los rostros demacrados, fatigados que Tolstói observa, los accidentes laborales a los que hace referencia, las vidas apagadas, sin otro aliciente que la subsistencia, no nos quedan tan lejos. Somos testigos de casos así en nuestras ciudades, en el día a día.
Tolstói visita una fábrica de sederías y se apena ante las mujeres que abandonan a sus hijos en las aldeas de donde provienen o en hospicios porque el trabajo no les deja tiempo para atenderlos. Se refiere también a una fundición metalúrgica en Tula, su provincia natal, y traslada a sus lectores -no pocos de sus ensayos fueron censurados-  la situación de hombres que se ven obligados a beber aguardiente para mantener su energía. “Las estadísticas dicen que la duración media de la vida en Inglaterra es de cincuenta y cinco años para los hombres de las clases altas, y de apenas veintinueve para los que se dedican a trabajos insalubres”, apunta.
También manejaba estadísticas Tolstói. Estadísticas de ayer que hoy, cuando tanto ha avanzado la medicina, la ciencia, la tecnología, vuelven a constatar que la brecha de la desigualdad crece, que el abismo que separa a los ricos de los pobres, se ensancha. Las estadísticas, la inteligencia, el sentido común, llevaban a este creador, cuya imagen de casaca y largas barbas blancas ha llegado hasta nuestros días, a denunciar los terribles efectos de la industria moderna. “Nosotros que vivimos en la abundancia, que hablamos de liberalismo y de humanidad, que decimos compadecer a los otros hombres, y hasta a los animales, no pensamos sino en aumentar nuestras riquezas, es decir, en obtener más y más de ese trabajo asesino y ajeno, mientras vemos transcurrir días dichosos en la más perfecta calma”, decía, enfrentado a la clase privilegiada a la que pertenecía por cuna, esa clase que en su época y en la nuestra acalla su conciencia con actos de caridad o con pequeñas, insuficientes, mejoras hacia sus trabajadores para poder seguir tranquilamente, como dice Tolstói con sus comodidades y lujos, embolsándose sus sueldos, los dividendos que les procuran tierras y bienes inmuebles.
¿A quién se dirigía entonces el autor? ¿A quién sigue dirigiéndose hoy con su voz rotunda y sus convicciones, con su dolor y su ímpetu? No parece haber barreras, ni distancias, que ahoguen sus palabras. Su discurso incluso nos supera actualmente, se sitúa en esos ideales del movimiento anarquista que se tachan una y otra vez de utópicos. Podemos compartirlo o no, pero, en cualquier caso, es necesario como punto de partida para abrir un debate que debe prender cada vez más; para no dejarnos confundir por los teóricos del neoliberalismo imperante, para acabar de entender de una vez por todas de qué manera funcionan los mecanismos del poder, de qué forma todo gobierno se sostiene sobre la sumisión y el miedo de unos ciudadanos que no acaban de comprender cuánta fuerza poseen, cuánto podrían conseguir ejercitando activamente la rebeldía colectiva, desde el no generalizado. ¿Qué pasaría si poblaciones enteras se negasen a pagar impuestos, a formar ejércitos, a desempeñar trabajos que promuevan la desigualdad? nos induce a preguntarnos Tolstói. ¿Qué sucedería si se constituyesen cada vez más cooperativas independientes, más plataformas, más colectivos cívicos, más acciones al margen del sistema? He ahí la potencia de este libro.
 
¿Qué pasaría si poblaciones enteras se negasen a pagar impuestos, a formar ejércitos, a desempeñar trabajos que promuevan la desigualdad? nos induce a preguntarnos Tolstói. ¿Qué sucedería si se constituyesen cada vez más cooperativas independientes, más plataformas, más colectivos cívicos, más acciones al margen del sistema? He ahí la potencia de este libro.
Tolstoi en su estudio. Mayo 1908. Fotografía: Prokudin Gorskii y Sergei-Mikhailovich . El copyright ha caducado.
En “Contra aquellos que nos gobiernan”, ensayo que nos alumbra y deslumbra, se maldice cualquier modo de gobierno, ya se asiente sobre las ideas del capitalismo o del marxismo. Se aboga por destruir las fuerzas represivas de los Estados -ejércitos y policías- que utilizan la violencia para someter a los pueblos; se cuestionan los impuestos. Nada justifica la explotación, ni el consumo por el consumo que lleva a los individuos a vender su libertad,ni las leyes económicas que olvidan las ideas del bien general y defienden los intereses de la clase privilegiada.
Tolstói no deja de hacerse preguntas, de argumentar con lucidez y de cuestionar sus propias ideas desde la humildad. Como también le pasó a Thoreau no se sintió tan preocupado por su presente como por el mañana de la humanidad. Para él, tan cercano a los actuales defensores de las teorías del decrecimiento -cuánto recuerdan sus palabras a las de unPierre Rabhi, por ejemplo- la desgracia de los obreros de las fábricas, “y en general de todos los que trabajan en las ciudades, no dimana precisamente de cobrar poco por un trabajo excesivo, sino de no poder vivir de un modo sencillo en plena naturaleza y de verse privados de su libertad, obligados a hacer para otros un trabajo invariable e impuesto”.
¿Qué ha arrojado a esos hombres de las aldeas a cambiar la vida libre en los campos por la esclavitud de las fábricas?, abre un interrogante cuya respuesta le lleva a situar las causas y los problemas de lo que fue un cambio de vida, de paradigma, que nos ha traído hasta el presente.Un presente en el que no pocos auguran una vuelta a la vida rural, a la autoproduccióncomo posible salida para gran parte de los habitantes de estas sociedades enfermas, agotadas, contaminadas. “El trabajo de la tierra ha sido considerado por todos los sabios y poetas del mundo como la primera condición para una vida feliz. Por regla general, los trabajadores, por los menos aquellos que mantienen su dignidad y honestidad, lo prefieren a cualquier otro. Es sano y variado, mientras el trabajo en los talleres es insalubre y monótono. Es libre, es decir, que el campesino puede reposar un rato cuando le place y organizar a conveniencia sus labores, mientras que el trabajo industrial es obligatorio y depende del reloj y de la máquina”, expone el autor.
Si la primera parte del libro, la exposición sobre el trabajo y la defensa del campo frente a los tentadores cantos de sirena de la ciudad, resulta interesantísima -si me dedicase a transcribir todos los párrafos que he ido subrayando acabaría por reproducir el libro entero- la parte final, cuando Tolstói reflexiona sobre los pilares en los que se sostienen los gobiernos y se plantea qué pasaría si no existiesen, ya nos deja absolutamente perplejos: perplejos ante la sencillez y el sentido común de sus propuestas, ante su capacidad para pensar libremente, sin miedos ni ataduras, ante la urgencia y la actualidad de su discurso.
Tolstói, que se carteó durante un tiempo con el líder indio Mahatma Ghandi, a quien inspiró con sus ideas sobre la resistencia pacífica, tenía claro que la felicidad no dependía del tener más a cualquier precio, que los hombres y mujeres debían recuperar el equilibrio, la sobriedad feliz que hoy promulgan Pierre Rabhi y tantos otros. “La luz eléctrica, los teléfonos, las exposiciones universales, todos los jardines de la arcadia con sus conciertos y sus diversiones, los cigarros y las cajas de cerillas, los tirantes y hasta los automóviles… todo eso me parece muy bien, pero que desaparezcan para siempre todas esas cosas junto con los ferrocarriles y las fábricas de telas, si para perdurar todos esos manantiales de placeres y de comodidades, en provecho de una minoría privilegiada, el noventa y nueve por ciento de la humanidad debe permanecer en la esclavitud”, escribía con pleno convencimiento.
 
“La luz eléctrica, los teléfonos, las exposiciones universales, todos los jardines de la arcadia con sus conciertos y sus diversiones, los cigarros y las cajas de cerillas, los tirantes y hasta los automóviles… todo eso me parece muy bien, pero que desaparezcan para siempre todas esas cosas junto con los ferrocarriles y las fábricas de telas, si para perdurar todos esos manantiales de placeres y de comodidades, en provecho de una minoría privilegiada, el noventa y nueve por ciento de la humanidad debe permanecer en la esclavitud”, escribía el autor con pleno convencimiento.
Mucho han cambiado las cosas; las condiciones de los trabajadores han mejorado… Podemos pensar esto y seguir cómodamente instalados en el sofá o frente a la pantalla del ordenador. Pero, ¿de verdad las cosas son ahora tan diferentes? ¿Qué pensaría hoy Tolstói de las nuevas reformas laborales que dan marcha atrás en los avances conseguidos, dejando las manos libres a los empresarios para despedir, aumentar las horas de trabajo y reducir los salarios? Tomemos un respiro. Volvamos al ensayo, seamos capaces de seguir al autor en sus propuestas, de razonar a su lado desde una actitud abierta, libre de prejuicios.
Tolstoi. 1897. El copyright de la fotografía ha caducado.
“¿En qué consiste la esclavitud moderna?, ¿cuáles son las fuerzas que someten a unos hombres a otros?, se cuestiona el escritor. “Si preguntamos en Rusia, en Europa o enAmérica, a los que llenan las fábricas, las ciudades y hasta las aldeas como asalariados, qué concurso de circunstancias les condujo a aceptar el estado en que se encuentran hoy en día, nos contestarán que no tuvieron bastante tierra para poder satisfacer todas sus necesidades y vivir en su propiedad trabajándola (…); o que los impuestos directos o indirectos que se les exigen son tan altos que no podrían pagarlos si no ganaran dinero trabajando por cuenta ajena; o que en las ciudades adquirieron hábitos costosos y se crearon necesidades que no pueden satisfacer sino vendiendo su trabajo y su libertad”.
Ningún interrogante, ningún planteamiento, duda, contradicción, queda fuera del alcance de quien se pregunta también sobre quiénes hacen las leyes y con qué propósito, de quien parte de la idea de que las cosas no deben ser asumidas sin más. “En todas partes”, declara, “los gobiernos exprimen al pueblo, le toman cuanto puede dar sin medir nunca sus exigencias por las necesidades de la sociedad (…) Y las sumas que así amasan, las derrochan en empresas cuyos intereses responden a los de la clase social privilegiada a la que pertenecen los propios gobernantes”.
Tolstói entabla una cruzada contra los impuestos, contra la propiedad. Denuncia las guerras, impulsadas por intereses, “que no solamente no contribuyen a la prosperidad de los pueblos sino que los destruyen”, y denuncia asimismo la violencia de los Estados a través de sus fuerzas de seguridad. ¿Es un revolucionario o simplemente un hombre que piensa, que huye de las actitudes sumisas, que anhela otro tipo de relaciones sociales, de vida? Él mismo se plantea que puede estar equivocado en parte de sus apreciaciones, sabe que no pocos le dirán que sus ideas son inaplicables, pero de lo que no le cabe duda es de que la injusticia sigue marcando el pulso de las sociedades modernas.
 
Tolstói entabla una cruzada contra los impuestos, contra la propiedad. Denuncia las guerras, impulsadas por intereses, “que no solamente no contribuyen a la prosperidad de los pueblos sino que los destruyen”, y denuncia asimismo la violencia de los Estados a través de sus fuerzas de seguridad. ¿Es un revolucionario o simplemente un hombre que piensa, que huye de las actitudes sumisas, que anhela otro tipo de relaciones sociales, de vida?
Hay un pasaje en el libro absolutamente feroz en el que Tolstói no duda en comparar a los bandidos, que asaltan a los viajeros en el camino a cambio de un tributo que les facilite el paso, con los gobernantes, que aún salen peor parados que aquéllos. “El bandido calabrés despojaba con preferencia a los ricos, los gobiernos despojan a los pobres y favorecen a los ricos, que a su vez les apoyan en sus crímenes. El bandido arriesgaba su vida; los gobernantes no aventuran su piel, y sólo obran valiéndose de la astucia y de la mentira”, vamos leyendo y podemos fantasear con un posible viaje en el tiempo de Tolstói, rumbo al siglo XXI.
“¿Cómo derribar a los gobiernos?” es la gran cuestión que plantea este ensayo. “Denunciando ante los hombres la mentira oficial” es la respuesta que ofrece Lev Tolstói, tras referirse ampliamente al dominio de unos sobre otros, a la burla de quienes engañan y manipulan a los demás porque tienen la fuerza de las armas, de la represión, de su parte. “Desenmascarando la violencia y haciendo patentes las mentiras en las que se apoya”, dice en otro momento este intelectual al que no le bastó con apresar el mundo en portentosas ficciones y que animó a sus semejantes a negarse a ejercer trabajos que contribuyeran al despotismo, al abuso, al avasallamiento, a la desigualdad, al sostenimiento de los Estados.
 
¿Cómo derribar a los gobiernos?” es la gran cuestión que plantea este ensayo. “Denunciando ante los hombres la mentira oficial” es la respuesta que ofrece Lev Tolstói, tras referirse ampliamente al dominio de unos sobre otros, a la burla de quienes engañan y manipulan a los demás porque tienen la fuerza de las armas, de la represión, de su parte.
Hay multitud de verdades, de razones, en su discurso. Un amplísimo abanico de argumentos enriquecedores en los que cada cual deberá bucear. Para finalizar yo me quedo con uno grandioso que transcribo tal cual: “¿En qué medida y cuándo se reemplazará el reinado de la violencia por el del consentimiento libre y racional de los hombres? Eso dependerá del número de hombres que en cada país tengan conciencia de la injusticia, y del grado de claridad con que lo adviertan. Cada uno de nosotros, aisladamente, puede colaborar al movimiento general de la humanidad o, por el contrario, trabarlo. Cada uno de nosotros deberá escoger: ir contra las leyes superiores de la vida, construyendo sobre la arena la frágil morada de su existencia ilusoria y pasajera, o dirigir sus esfuerzos en el sentido del eterno, del inmortal movimiento de la vida auténtica”.
“Contra aquellos que nos gobiernan” ha sido publicado por Errata Naturae. La traducción ha corrido a cargo de Aníbal Peña.
Las fotografías que ilustran este texto son de dominio público. La imagen en la que se ve al autor en su estudio lleva la firma de Prokudin Gorskii y Sergei Mikhailovich.
El vídeo que se incluye a continuación corresponde al tema “Dentro de un por qué”, incluido en el álbum “Un bosque de té verde”, de Nacho Goberna. Fue grabado y editado por el propio autor.
Lev Tolstoi - Contra aquellos que nos gobiernan
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Leonardo da Jandra: “La ética, no la libertad, debe ser lo primero”

Leonardo da Jandra: “La ética, no la libertad, debe ser lo primero” | Lecturas Sumergidas



Leonardo da Jandra: “La ética, no la libertad, debe ser lo primero”

LEonardoDaJandra_FotografíaPorNachoGoberna (6)



El nombre del escritor y filósofo mexicano Leonardo da Jandra (Chiapas, 1951) poco dice a los lectores españoles. Ni es un autor de best-sellers, ni ha ganado ningún premio significativo, ni ha protagonizado espectáculo mediático alguno. Pero hay ocasiones en que, sin necesidad de ninguno de esos factores, sin siquiera una campaña promocional potente y sin la atención de los medios oficiales, poco dados a fijarse en los “outsiders”, en los personajes que se sitúan a contracorriente, un libro es capaz de llamar la atención del observador atento con la fuerza de su mensaje. Es lo que sucede con “Filosofía para desencantados”, una interesantísima obra publicada por Atalanta, que sirve de carta de presentación a este hombre cargado de rebeldía y vehemencia, que harto de los círculos académicos de su país se fue a vivir, en compañía de su mujer, la artista Agar García, a la selva del Estado de Oaxaca durante treinta años para sentirse libre, para escribir, leer y tener la vida en sus manos, como él mismo explica. Resulta inevitable recurrir a ese llamativo capítulo biográfico, para trazar el retrato de quien ha sido capaz de experimentar por sí mismo el peligro, el riesgo, el vivir sin red de seguridad en un mundo entregado a las comodidades.
En medio de una realidad tan cargada de información, necesitamos símbolos, metáforas, imágenes potentes, que nos lleven a detenernos ante una figura determinada. Y en este caso, ese dato acerca de alguien que decidió por voluntad propia, hoy, en la sociedad del consumo y de la tecnología, habitar en medio de la naturaleza salvaje, funciona como un estímulo para ir a la obra, para abrir las páginas de una entrega que nos atrapa con su carga de crítica a las sociedades actuales, una crítica que para nada se queda ahí, en el mero grito, en el descontento, sino que funciona como punto de partida para plantear el ideal de un mundo que “sin dejar de ser racional y pragmático sea al mismo tiempo moral y espiritual”, un objetivo inconcebible sin la mediación de la filosofía, filosofía que debe volver a los espacios públicos y que debe atreverse, una y otra vez, a “poner el pensamiento cabeza abajo”.
Capaz de sacudir y de incitar a la reflexión, el ensayo que ahora nos descubre a Da Jandra, propone un viaje alentador, un viaje del egocentrismo en el que estamos inmersos a una etapa de cosmocentrismo -conexión con el cosmos, conciencia de que no estamos solos en el universo- a la que habremos de llegar después de un interludio sociocéntrico, de aceptación de que sólo dando la mano a los otros y colaborando en el bien común, la colectividad habrá de encontrar un nuevo rumbo, un sentido. La experiencia y el conocimiento, la observación y la intuición, la razón y el sentimiento, se dan la mano en un recorrido cargado de sugerencias que nos lleva a mantener el diálogo que a continuación se desarrolla y que tuvo lugar en Madrid, en un viaje reciente del autor que le permitió acercarse al presente convulso de una ciudad, de un país, que conoce bien, pues de niño vivió en Galicia y en la capital española cursó estudios universitarios antes de regresar a su lugar de origen.
 
Harto de los círculos académicos de México, Leonardo da Jandra, el autor de “Filosofía para desencantados”, un hombre cargado de rebeldía y vehemencia, se fue a vivir, en compañía de su mujer, la artista Agar García, a la selva del Estado de Oaxaca durante treinta años, con el objetivo de sentirse libre, escribir, leer y tener la vida en sus manos, como él mismo explica.
- ¿Por qué vivimos en tiempos tan anti filosóficos? Ya sé que para dar respuesta a esta pregunta, para argumentar sobre ella, escribió “Filosofía para desencantados”, pero…
- Para explicarlo a grandes rasgos puedo partir de la idea de que hay toda una sintomatología en el cuerpo social que se puede interpretar con la misma verosimilitud que la del cuerpo humano. Las características son muy similares cuando se entra en decadencia y se potencia la oralidad y la genitalidad sobre la reflexión crítica. El tiempo actual es un tiempo generalmente anti filosófico porque se busca la gratificación por encima de todo. Y aquí he de citar a los señores que yo llamo neo-fenicios, quienes tienen en sus manos el poder económico, que es ante el que ahora está supeditado el poder político. Estos señores hacen un énfasis muy específico en sacar a la filosofía y a la ética de la enseñanza, porque una juventud consciente, reflexiva, crítica, es muy difícil de domesticar. Está claro que la filosofía representa el mayor obstáculo para quienes manejan todo el aparato a nivel global y, por eso mismo, para mí representa toda una garantía contra la domesticación de la conciencia.
- ¿Entonces, consideras que el apartamiento de las humanidades, de la filosofía, de la enseñanza, pero también de los medios de comunicación, que ponen el acento y otorgan el protagonismo a otro tipo de cuestiones, es algo premeditado, provocado desde los círculos de poder?
- Bueno, nos puede parecer que hay una inteligencia perversa detrás de todo esto, pero yo diría que se trata de una conjunción de factores que ya se dieron con anterioridad, de modo similar, en la Grecia, la Roma, la Inglaterra, la España de antaño. Cuando esa España, que considero históricamente la más luminosa que ha existido: la de Gracián, Vives, Saavedra Fajardo y Quevedo, entre otros, colapsó, no colapsó solamente la filosofía. De una manera muy sutil podemos decir que la filosofía expresa, mide en cierto modo, el fracaso del aparato socio-histórico en su totalidad, pero dicho esto, es evidente que hoy sí hay un énfasis claro en la sustitución de referentes críticos y pensantes por otros más gozosos e inmediatos. El hecho de que los medios estén determinantemente saturados de futbolistas, de chicas de pasarela, de comediantes, de opinólogos banales, y no de hombres y mujeres con capacidad de reflexión crítica, con aportación de ideas enriquecedoras; el hecho de que no existan propuestas de vanguardia y de que la mayor parte de la creación estética sea una mirada hacia el pasado y no una proyección hacia el futuro, son parámetros indicativos de una decadencia incuestionable. No creo que detrás haya una intencionalidad económica, porque eso sería atribuirle demasiada inteligencia y perspicacia a los neo-fenicios, pero, incuestionablemente, lo han sabido aprovechar, lo fomentan.
 
Los señores que yo llamo neo-fenicios, que son quienes tienen en sus manos el poder económico, ante el que ahora está supeditado el poder político, hacen un énfasis muy específico en sacar a la filosofía y a la ética de la enseñanza, porque una juventud consciente, reflexiva, crítica, es muy difícil de domesticar.
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- ¿En medio de los vacíos, la desesperanza y la incertidumbre del presente necesitamos cada vez más a los filósofos, necesitamos gobernantes filósofos?
- No. Yo no creo en los gobernantes filósofos. Discrepo de raíz en ese punto con Platón. Cada vez que el hombre de conocimiento se acerca al poder, no se hace más sabio y, sin embargo, el poderoso tiende a volverse más perverso con el conocimiento. Lo que sí creo es que debe darse una complementación. Ha habido momentos históricos muy claros en que el hombre de poder económico y político tuvo la inteligencia suficiente para conocer sus limitaciones y acercarse a personajes que lo podían, no digo iluminar, pero sí, al menos, darle ciertas pautas de un comportamiento más íntegro. A mi juicio la necesidad de la filosofía no es un imperativo categórico en el sentido kantiano. La filosofía tiene que ver con significados y si no comprendemos los significados del mundo es imposible relacionar la facticidad de la ciencia con los valores de la espiritualidad. La filosofía es un dinamismo mediador por antonomasia, siempre y cuando hablemos de ella lejos del ámbito constreñido de la academia. Yo dudo en llamar filósofos a los profesores de filosofía, con todo el respeto a quienes tienen que divulgar esas enseñanzas. El filósofo para mí es aquel que tiene ideas y las experimenta, en primer lugar, en sí mismo, pero, lejos de eso, la mayor parte de los que se llaman filósofos viven de espaldas a la vida.
 
El hecho de que los medios estén determinantemente saturados de futbolistas, de chicas de pasarela, de comediantes, de opinólogos banales, y no de hombres y mujeres con capacidad de reflexión crítica, con aportación de ideas enriquecedoras; el hecho de que no existan propuestas de vanguardia y de que la mayor parte de la creación estética sea una mirada hacia el pasado y no una proyección hacia el futuro, son parámetros indicativos de una decadencia incuestionable
- ¿No basta con sentarse a pensar y promulgar las ideas, hay que llevarlas al plano de la acción?
- Así es. A lo largo de mi trayectoria me he encontrado con demasiados pensadores que no se preocupan por tener una vida íntegra, que simplemente están interesados en enseñar ciertas doctrinas y en hacerlo sin implicarse, como quien da una clase sobre alimentación sin importarle nutrirse de comida basura. Quienes de verdad se involucran con el quehacer filosófico necesariamente deben tener principios rectores éticos. Y, para empezar, yo no diría que la universidad represente hoy en día ningún refugio de eticidad. Por eso no se trata únicamente de plantearse una reforma o una transformación social. Lo que está mal es el modelo evolutivo en el que estamos inmersos, este proceso civilizador que se ha distanciado de tal manera de sus fundamentos originales, de sus principios básicos, que hace necesario regresar a las raíces. Se trata de cortar todas esas ramas podridas y empezar de nuevo.
- Pese a todo el progreso, pese a toda la tecnología, la humanidad, ha abandonado el centro que civilizaciones antiguas tenían muy claro: el contacto con la naturaleza, esa idea espiritual de la existencia, de la armonía con el cosmos.
- Creo que el proceso de disyunción no es un proceso novedoso. Llevamos tiempo, sobre todo después del tanático siglo XX, asistiendo al fracaso de ciertos modelos que se pretendían redentoristas, por ejemplo todos los procesos que tienen su raíz en el marxismo y en elhegelianismo. Esos modelos ya no funcionan, son, prácticamente, referentes arcaicos. Con el respeto que le tengo a Marx, porque le he leído a fondo y considero que sigue muy vigente suteoría de la enajenación y la urdimbre perversa del capital, no creo que la violencia sea la partera de la Historia. No comparto eso en absoluto. No se puede implementar ningún tipo de organización social armoniosa en base a la violencia. Lo que se instaura con violencia se perpetúa con violencia, y, por otro lado, tampoco comparto las dialécticas confrontativas hegeliano-marxianas, que son el sustento de la violencia. Yo no creo que el empresario y el obrero, el ciudadano y el funcionario público, el hombre y la mujer, lo solar y lo lunar, la ciencia y la espiritualidad, tengan que ser opuestos. No defiendo esa oposición, porque no la veo en la naturaleza. No puedo estar de acuerdo con Heráclito ni con la mala interpretación que hizo Marx y epígonos de esa dinámica confrontativa. Inevitablemente hay choques, pero no percibo esos choques con el concepto de malignidad que le da el ser humano. Para mí el concepto de maldad es genuinamente humano. Yo no veo maldad, y he vivido durante treinta años en la selva, en los animales salvajes, ni en las fieras, ni en el tiburón, ni en las serpientes o arañas. Creo que sus condiciones, sus propiedades ontológicas son así y usan lo que tienen como defensa o como ataque para vivir, pero el hombre no, el hombre se regodea en la destrucción. Y hemos llegado al límite de ese regodeo.
- Pero vivimos en una época menos belicista que otras anteriores.
- No necesariamente tiene que ver con la guerra. Basta que encendamos la televisión para comprobar que es muy difícil encontrar alguna propuesta medianamente inteligente que no esté salpicada de sangre y semen, por decirlo en términos contundentes. La sangre y el semen son las características de la animalidad y mientras le estemos dando el énfasis a ese aspecto de la naturaleza humana es impensable un proceso armonizador, ético, de respeto, un proceso donde no tengamos que estar sometidos permanentemente a una presión de raíz punitiva, intolerante. Si tuviéramos principios rectores básicos no necesitaríamos de la pistola en la sien, de ejércitos ni policías. La vigencia de eso es para mí la más clara prueba de nuestro fracaso como modelo histórico.
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- Antes hablabas de la filosofía y la vida, de la filosofía que parte de la vida, de la experiencia. ¿Qué aprendiste de todo ese tiempo en la selva, qué supuso esa etapa en tu recorrido?
- La experiencia en la selva fue decisiva después del cansancio, más que cansancio, asco, que viví en el mundo académico, en México. La experiencia utópica de la selva me permitió encontrarme con valores que creía haber asimilado a través de lecturas. Allí me di cuenta de la falsedad, de la impostura que había en hacer del lenguaje el centro del mundo, que ha sido la némesis de la filosofía fundamentalmente alemana y francesa. La filosofía se alimenta de sí misma y de ahí que esa dinámica la convierta en su mayor parte en una logorrea, limitándola a la autosuficiencia del lenguaje y olvidando todos los principios humanísticos, el hecho de que somos una parte de una totalidad y, por tanto, necesitamos estar en armonía con la totalidad. La selva me permitió tomar una distancia considerable, la cual sigo manteniendo, con el pensamiento académico, al que cada vez presto menos atención. A mí lo que me interesa es sacar la filosofía a la calle. Es en la calle donde se dan las transformaciones sociales y si llevas la filosofía, como está sucediendo hoy en día, a un nivel tan elevado de especialización, se vuelve estéril, del mismo modo que si se la fuerza a convertirse en una ciencia, lo cual es una aberración.
- Pero, ¿cómo recuperar la filosofía en el devenir cotidiano, en medio de las preocupaciones, de los quehaceres del día a día?
- Defiendo que la filosofía debe fomentarse mucho más en la enseñanza secundaria para que los chicos tengan capacidad de reflexionar sobre su relación con el mundo. Eso es básico. Está claro que no nos va a dar verdades absolutas porque ni la ciencia es capaz de eso -cuando alguna disciplina pretende ofrecer una verdad absoluta, inmediatamente, nos muestra el cobre, la falsedad, la pretensión de absoluto-, pero lo que sí nos puede permitir es abrir horizontes, empujar la membrana de la verdad cada vez con más fuerza sabiendo que nunca la vamos a lograr romper. ¿Acaso no es bello preguntarse permanentemente sobre todo lo que hacemos? Cuando los jóvenes ya no se preguntan y dan por hecho todo lo que ven, cuando confían en la imagen sin una reflexión crítica, se convierten en conciencias estabuladas. Y la conciencia estabulada es la conciencia genuinamente animalizada, directa al matadero, sin tránsito de libertad.
 
La filosofía nos puede permitir abrir horizontes, empujar la membrana de la verdad cada vez con más fuerza sabiendo que nunca la vamos a lograr romper. ¿Acaso no es bello preguntarse permanentemente sobre todo lo que hacemos? Cuando los jóvenes ya no se preguntan y dan por hecho todo lo que ven, cuando confían en la imagen sin una reflexión crítica, se convierten en conciencias estabuladas.
- Pero, ¿realmente ves así a la juventud, no hay indicios de todo lo contrario?
- Veo que se tiende a eso, pero también creo que tendrá que surgir una nueva generación. No sé… Se sacrificarán tres, cuatro… Pasarán 50 años o más, los que se necesiten a nivel cósmico, porque la evolución no va en línea recta ni con la premura que quisiéramos, pero confío que llegará una generación que, sin dar la espalda a lo que hay, logrará asimilarlo, le dará su lugar y volverá a recuperar el pensar como eje dinámico de una relación equilibrada entre valores que son fundamentales para la sociabilidad armoniosa y la comprensión fáctica de las nuevas tecnologías. Si los científicos no tienen esta relación con los valores se convierten en máquinas productoras de máquinas y nos arrastrarán a todos hacia la cosificación. Hoy es incuestionable que ha habido un gran adelanto tecnológico, pero el adelanto tecnológico sin la espiritualidad y sin la reflexión crítica necesaria cae en el mercenarismo. Y aquí también tengo que ser crítico. Salvo honrosísimas excepciones, lo que hacen los científicos es preocuparse por subir en el escalafón, para ser más reconocidos y tener más dinero para sus investigaciones. Supuestamente ellos creen que están haciendo un bien a la sociedad, pero:¿qué bien está haciendo a la sociedad un científico que inventa un nuevo misil? Me puede decir que su país necesita protegerse. Pero yo no puedo comprender, o quizás lo comprendo pero no lo acepto, que países como Alemania, como Japón, que han tenido toda una historia beligerante y que no han cesado de estar en una permanente dinámica de avasallar a los demás, no entiendan lo que significa en su propia cultura la militarización. Cada vez que se inventan enemigos externos y dedican una cantidad enorme de presupuesto a la militarización, lo que hacen es acercarse cada vez más al suicidio. La Historia se lo ha manifestado una y otra vez, pero no acaba de entenderse. Desafortunadamente no aprendemos de la Historia. Si la leyéramos más, a fondo, nos daríamos cuenta de que la solución no puede ser la violencia ni la revolución. La evolución tendrá que ser pacífica, mucho más lenta de lo que quisiéramos, pero ese es el camino.
- ¿Cómo se define Leonardo da Jandra como filósofo? ¿Al lado de que otros pensadores le gusta caminar?
- A mí me gusta la filosofía narrativa, desde Platón a Nietzsche, pasando por Cioran. Creo que es más imaginativa, más abierta, mientras que la filosofía sistemática, la de Hegel o Kant, proponen sistemas cerrados que no permiten ni una fisura. Con sus defectos, la filosofía narrativa es más activa y está más vigente; de ahí que hoy esté más vivo Nietzsche que Kant o Hegel.
- ¿Y Thoreau? ¿No se asemejan tus vivencias en la selva a su retiro en la cabaña del bosque?
- No me identifico con Thoreau ni con Rousseau, con el que también se me ha comparado, cosa que me ofendía al principio porque él no supo nunca lo que era la naturaleza. Lo de Rousseau era una nostalgia del pequeño burgués urbano. Esos paseos por el campo de los que habla son como ir al Retiro, con tu bastón, fumarte un cigarrito, y decir que amas la naturaleza. La naturaleza, como yo la viví, es una complementación muy cabrona de Eros y Tánatos. Estás en el paraíso y puedes dar un paso que, de repente, te conduzca al infierno. En cuanto a Thoreau, su experiencia duró apenas unos meses. Lo que pasa es que los norteamericanos lo ensalzan por una especie de romanticismo, ellos que han sido los mayores depredadores de la naturaleza, la temen y tienen una desconfianza genuina hacia ella. La obra de Thoreau puede tener aspectos iluminadores, pero también es muy egocéntrica, algo muy propio de la cultura norteamericana.
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- La nostalgia del campo perdido, es algo muy contemporáneo.
- Sí. Y me parece que ese vestigio de romanticismo es una mala interpretación de filosofías orientales. Yo me cuido mucho de caer en el culto al árbol sagrado, a la madre naturaleza y a los ríos, porque es panteísmo, es el peor Spinoza y no quiero rescatar al peor Spinoza, me interesa el mejor. Se ha dado mucho esta tendencia del escritor urbano a tratar de rescatar lo rural tras percibir que la urbanidad se había convertido en una derivación profana de lo que era la vida en la naturaleza, el respeto a los ciclos. Mi mujer y yo, por ejemplo, conservamos del tiempo vivido en la selva la costumbre de acostarnos cuando oscurece y levantarnos con la salida del sol, pero el ser urbano vive cada vez más de espaldas a la luz, es un ser nocturnal. Por eso no es gratuito el culto a los vampiros, todos estos personajes oscuros que huyen, que rompen con lo que no quieren. Nadie sabe lo que quiere. Y cuando estás en la naturaleza necesitas saber cuál va ser el próximo paso y por qué lo das. Cuando pescas en las rocas, si no tienes conciencia de lo que estás haciendo, te puedes caer y si vas caminando por la selva y te descuidas, puedes acabar pisando una serpiente cascabel. En el mundo urbano se suele andar como zombies y por eso gustan tanto los zombies. Ahora sucede que los chicos no quieren salir de casa y lo peor de todo es que los padres tampoco desean que se vayan. Y es una dinámica perversa, porque el ser humano necesita independizarse, arriesgarse, buscar, abrirse, y hoy, como hay una reticencia a eso, la apertura se realiza solamente en el plano virtual, en la red, pero se trata de una apertura sin cuerpo, demasiado sintética. A estas últimas generaciones de jóvenes no les gusta abrirse. Por eso en las relaciones humanas son muy precavidos, no quieren compartir su intimidad. Y cuando lo hacen, enseguida se fragmentan, se caen. Falta ese ser acostumbrado a luchar, a caer, a levantarse, sin pánico a la caída, a la pérdida. Tal vez lleguen los que ahora tienen 13 o 14 años y digan que no quieren renunciar. Puede ser…
 
El ser urbano vive cada vez más de espaldas a la luz, es un ser nocturnal. Por eso no es gratuito el culto a los vampiros, todos estos personajes oscuros que huyen, que rompen con lo que no quieren. Nadie sabe lo que quiere. Y cuando estás en la naturaleza necesitas saber cuál va ser el próximo paso y por qué lo das. Cuando pescas en las rocas, si no tienes conciencia de lo que estás haciendo, te puedes caer y si vas caminando por la selva y te descuidas, puedes acabar pisando una serpiente cascabel.
- Lo cierto es que vivimos en sociedades atemorizadas. Sociedades en las que unos miedos son sustituidos por otros.
- Pues esos son los señores, los dueños de la jaula. Lo hacen muy bien. Y no podemos perder de vista el ascenso de la derecha a nivel ideológico. Los partidos de derechas nacen y tienen un objetivo muy claro, el beneficio de unas minorías, del capital. No comprendo cómo personajes como Vargas Llosa pueden darle algún sustento al sistema neoliberal y dejarse seducir por filósofos como Popper, que apelan a una libertad incondicional, cuando la libertad incondicional es la peor forma de esclavitud. Si no sabes qué hacer con tu libertad y no tienes regulación, ciertos límites de comportamiento ético, el más astuto irá siempre a imponerse, a maltratar, al más torpe. Yo discrepo de Rorty y de estos filósofos que ponen la libertad por encima de todo. Prefiero dar ese lugar a la ética. Si tienes valores éticos vas a saber qué hacer con tu libertad, pero una libertad sin ética es regresar a la manifestación más extrema de depredación natural. Nos dicen que lo primero es la libertad y que después se dará todo por añadidura. Ese es el error de la cultura norteamericana. ¿Libertad para qué, para acabar con el planeta, para consumir como bestias? ¿Esa es la libertad que queremos, un consumo excesivo, inconsciente, que daña e inferioriza al otro? Todo eso tiene que cambiar.
- En el ensayo te refieres a la caída inevitable de todos los imperios y aseguras que esa caída se detecta ahora en las sociedades occidentales. Lo reproduzco textualmente: “La caída se produce cuando el ciudadano le da la espalda a la naturaleza y al cosmos para dedicarse a la optimización del goce”.
- No creo estar descubriendo nada. Es evidente que todo lo que estamos viviendo, todos los síntomas indican, sobre todo en Europa, que hay un agotamiento de los modos de convivencia, de las estructuras. No se puede generalizar ni aplicar los mismos parámetros a todos los países. No es lo mismo hablar de Italia, Portugal o España, que de Alemania, ya que sus identidades, visiones y voluntades son muy distintas. Si nos centramos en España percibo una cierta negación de la voluntad, un fenómeno del que ya hablaba Unamuno. Y sin voluntad no hay posibilidad de trascendencia. Y, por otro lado, sigo viendo un exceso de mercadotecnia en este país. Y la mercadotecnia es genuinamente digestiva, no es mental. ¿Acaso esta España no sigue siendo demasiado digestiva, demasiado sanchopancesca?. Me hubiera gustado verla más enquijotada. Hay muy poco Quijote y muchos Sancho Panza. Pero, dicho esto, a mí me fascinan las crisis, porque es en las crisis donde el ser humano está obligado a sacar lo mejor de sí. Es en la adversidad donde se forja grandeza; cuando hay demasiada facilidad la vida se hace fácil. Y lo fácil es efímero.
 
Si tienes valores éticos vas a saber qué hacer con tu libertad, pero una libertad sin ética es regresar a la manifestación más extrema de depredación natural. Nos dicen que lo primero es la libertad y que después se dará todo por añadidura. Ese es el error de la cultura norteamericana. ¿Libertad para qué, para acabar con el planeta, para consumir como bestias? ¿Esa es la libertad que queremos, un consumo excesivo, inconsciente, que daña e inferioriza al otro? Todo eso tiene que cambiar.
- Me gustaría incidir un poco más en tus apreciaciones sobre la España actual. ¿No has percibido una mayor voluntad de cambio, más conciencia social, más movilización, más figuras que están poniendo en jaque al poder?
- Ojalá que se vaya en la dirección del Quijote. Ojalá que desaparezca esa España de los pedos y los eructos, que decía Ortega. La verdad es que todo el aparato ha llegado a tal nivel de ruindad, de descaro, que, pese a todo, yo confío en la reacción de la gente. No es el buen cinismo, el cinismo como corriente filosófica, el que se ha instaurado. Ahora asistimos a la representación de cínicos avorazados, que quieren comerse todo, que no quieren dejar nada para nadie. Para combatir eso se requieren medidas drásticas, pero no violentas. Tenemos que meter toda esa pulsión, todo ese odio y coraje, que empieza a detectarse en amplias capas de población, en el crisol del pensamiento y dejar que se decante con unas gotas luminosas de espiritualidad para evitar que nos venza la animalidad, el deseo de venganza, de destruir, de romper. Porque con eso no se logra nada, ya lo hemos aprendido con la Historia.
- ¿Qué opinas de los nuevos partidos, movimientos, plataformas, que están emergiendo?
- Bueno, en este último viaje he visto a mucha gente concienciada y he percibido una esperanza en el surgimiento de nuevos partidos como Podemos y de nuevos movimientos ciudadanos, pero también he percibido que se trata de una esperanza matizada de temor, de cierta desconfianza. ¿Qué va a pasar con estos chicos, inexpertos, cuando entren en toda la corrupción del aparato de poder? Porque van a entrar. Y no es lo mismo estar aullando desde fuera como oposición que estar en el poder. A mí me interesa la rebeldía del personaje que se mantiene firme a lo largo de toda su trayectoria y no renuncia a esa rebeldía porque considera que el pensamiento crítico debe estar en permanente acecho frente a la corrupción del poder, tanto económico como político y religioso.
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- En “Filosofía para desencantados” se dice que el verbo “intentar” es el mejor de los verbos. Se trata de intentar, de confiar, ¿no?
- Sí, en efecto. Hay un trasfondo de nobleza incuestionable en todas estas nuevas manifestaciones y hay que intentar seguir adelante. Pero no creo que pueda existir un proceso democrático en base a partidos. El modelo tradicional de partido está agotadoLa derecha resulta aberrante y la izquierda ha sido la mayor desilusión que hemos sufrido todos los que luchamos, desde los 60, por la transformación del mundo, por una sociedad más igualitaria, más justa, con educación, con salud pública… Ahora lo que queremos son individuos, personas íntegras. Lo interesante es la transformación desde la base de la sociedad. Formaciones como Podemos pueden ser, incuestionablemente, un disparador, un sacudimiento, y eso hay que incentivarlo. Pero lo que yo le digo siempre a la gente es que no esperemos el cambio de la totalidad para cambiar nosotros. Vayamos cambiando en la medida de nuestras posibilidades, empecemos a tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros. Ese es el camino en un panorama en el que todo está colapsando: los “reality shows”, los “best-sellers”, los periódicos. Lo que deberíamos ahora entender es que no tiene ningún sentido gastar energías por rescatar todo eso que está cayendo. Hay que apostar por los proyectos nuevos, pero que sean de verdad nuevos, nada de emular lo que ya ha sido, nada de aliarse con estructuras de partido convencionales.
 
Lo que queremos en estos momentos son individuos, personas íntegras. Lo interesante es la transformación desde la base de la sociedad. Formaciones como Podemos pueden ser, incuestionablemente, un disparador, un sacudimiento, y eso hay que incentivarlo. Pero lo que yo le digo siempre a la gente es que no esperemos el cambio de la totalidad para cambiar nosotros. Vayamos cambiando en la medida de nuestras posibilidades, empecemos a tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros.
- ¿Y qué tal América Latina? En vez del agotamiento de Europa se percibe energía. ¿Es así?
Percibo una gran diferencia entre América Latina y Europa y, a mi juicio, creo que el error más grave que ha cometido y que está cometiendo España, es tratar de europeizarse a toda costa y dar la espalda a la América Latina. Yo estaría de acuerdo con Ortega cuando pedía la europeización de España. Está bien. No hay ningún problema en ser europeos, pero sin perder de vista que la única posibilidad que tiene este país de competir, de manera genuina y con ciertas ventajas, en el contexto occidental es con el impulso, con la voluntad de América Latina. Si el español es hoy por hoy el idioma que más está creciendo es gracias a América Latina, aMéxico fundamentalmente. Si la economía española puede salir adelante no es con el apoyo usurero de los banqueros alemanes, ni con el capital ilegal ruso o chino que pueda llegar aquí. Será a través de la interacción con América Latina desde una relación de iguales, no ya desde la perspectiva del vasallaje colonial. Los jóvenes profesionales españoles, que hoy no tienen empleo aquí, encontrarán al otro lado del océano una posibilidad enorme de crecer como individuos y de contribuir a un proceso de transformación inédito en toda la historia de América Latina. Es evidente que la cultura hispana, a través del ímpetu del idioma, está entrando enEstados Unidos y colocándose en un nivel hegemónico en el seno del imperio. Y no es por elInstituto Cervantes ni por los profesores que van a las universidades a enseñar el Siglo de Oro español o el poder imperial de Carlos V. Es por todas las oleada de emigrantes que está mandando América Latina. Y ante este panorama tan alentador, ante esa realidad bilingüe en la que conviven el inglés y el español, no hay una política de Estado clara y firme. Ahora mismo, tanto pensadores como políticos, tendrían que estar dándole vueltas a cómo mover las piezas en este nuevo tablero global. Pero no sucede así. Están demasiado preocupados en mantener el poder, en aferrarse al pesebre.
- ¿Los filósofos deben apostar siempre por poner el pensamiento cabeza abajo?
- En México se dice “poner patas arriba” (risas), pero el corrector español me sugirió esta otra expresión. Se trata de una metáfora un poco exagerada con la que trato de dar a entender quela función genuina del filósofo es no estar de acuerdo con su presente. Donde el político o el economista atisban posibilidad de riqueza, de estabilidad, el filósofo tiene que ver dudas por doquier y tiene que hilar muy fino para, a través de esas dudas, articular posibles respuestas que beneficien, no a las minorías, sino a la mayor cantidad de gente el mayor tiempo posible. Lo que necesitamos ahora es proteger a los desprotegidos de los excesos del capital. La tarea no es fácil, pero siempre digo que sólo lo difícil vale la pena. El problema es que estamos forjando generaciones que nacen de espaldas a la dificultad. Hay que invertir esa tendencia y quitar a los jóvenes el miedo a equivocarse. Podemos equivocarnos, tenemos todo el derecho. Debemos asumir que a veces se aprende más de los fracasos que de los triunfos, que los triunfos nos envanecen. Lo hemos visto recientemente, con la selección española de fútbol. Ya la daban como triunfadora. Ya los futbolistas se dedicaban a anunciar todo los productos comerciales habidos y por haber. Y de pronto llegó la lápida de la derrota, la conciencia del perdedor, la destrucción de las esperanzas. Es un episodio para tomar nota, para aprender.
 
Donde el político o el economista atisban posibilidad de riqueza, de estabilidad, el filósofo tiene que ver dudas por doquier y tiene que hilar muy fino para, a través de esas dudas, articular posibles respuestas que beneficien, no a las minorías, sino a la mayor cantidad de gente el mayor tiempo posible. Lo que necesitamos ahora es proteger a los desprotegidos de los excesos del capital
- En “Filosofía para desencantados” se analiza la realidad en tres pasos. Ahora estamos en una fase de egocentrismo. De lo que se trata es de avanzar hacia el sociocentrismo y luego dar el paso final que sería llegar al cosmocentrismo.
- Así es. Básicamente se trata de un recorrido en el que hombres y mujeres han de ir dejando atrás su animalidad y haciéndose más divinos. Y cuando hablo de la divinización de la conciencia humana no me refiero a dogmas, a hipocresías. Me refiero a ser conscientes del remanente de luz que hay en nuestras mentes y a actuar de acuerdo a una dinámica que produzca el menor daño, que busque siempre la armonía, las soluciones consensuadas, el concepto de justicia, que no es lo mismo que legalidad. Esto es muy importante. Hoy en Estados Unidos, por ejemplo, el deporte nacional son las leyes, los juicios. Te demandan por cualquier cosa y lo que importa es cómo ganar un caso, cómo sacar a un delincuente de la cárcel o cómo impedir que ingrese en ella un banquero, aunque defraude miles de millones de euros. Esto es así, sin importar que mientras tanto un pobre emigrante, que no tiene para comer y roba un litro de leche, acabe con sus huesos en prisión. Ahí está la diferencia fundamental entre justicia y legalidad. La legalidad está hecha de artimañas y mentiras, pero no así la justicia. Con ella jamás puedes auto engañarte. Los niños, desde los cinco o seis años, cuando toman sus primeras decisiones morales, saben cuando están haciendo daño al otro: al hermano, al compañero de colegio, a su madre o a su padre. Lo saben perfectamente. Pero en estas sociedades la brecha entre justicia y legalidad es cada vez más grande. Nadie se pregunta si lo que hace es justo o no. Lo que se dice es: “estoy cumpliendo con los requisitos que me marca la ley y, por tanto, estoy seguro, estoy a salvo”. Por eso los norteamericanos se sienten tan seguros y consideran que la amenaza siempre ha de venir de afuera, del exterior. Todo lo externo para ellos es un peligro y por eso tienden a cerrarse. El turismo norteamericano es más del 80% interno. Se viaja muy poco, se traduce sólo el dos por ciento de lo que se lee y se llena al mundo con la basura propia. Y todo eso no lo hacen a punta de pistola sino de una manera mucho más sutil, a través de la manipulación de las conciencias.
 
Hoy en Estados Unidos, por ejemplo, el deporte nacional son las leyes, los juicios. Te demandan por cualquier cosa y lo que importa es cómo ganar un caso, cómo sacar a un delincuente de la cárcel o cómo impedir que ingrese en ella un banquero, aunque defraude miles de millones de euros. Esto es así, sin importar que mientras tanto un pobre emigrante, que no tiene para comer y roba un litro de leche, acabe con sus huesos en prisión. Ahí está la diferencia fundamental entre justicia y legalidad. La legalidad está hecha de artimañas y mentiras, pero no así la justicia.
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- El sentimiento de amenaza del otro, del diferente, no facilita el paso hacia el sociocentrismo que propugnas.
- Ese es el juego que se está estableciendo y al que hay que ponerle un dique. Ese dique es pasar del egocentrismo, de la autogratificación, a través del autocontrol, al sociocentrismo, que nos lleva a pensar, efectivamente, que vivimos con el otro, no contra el otro. Esa es la tarea inmediata, a través de la ética. De ahí que en las escuelas secundarias haya que enseñar a los chicos qué es la ética, y no me refiero a una revisión histórico geográfica, a explicarles cómo la han ido interpretando los filósofos, los pensadores. Se trata de enseñar qué es la ética aplicada al comportamiento diario, desde que se levantan por la mañana y actúan con su padre, con su madre, con sus hermanos, con los maestros. La ética ha de enseñar a perfilar ese sentido de cooperación, no de competitividad. Si se nos dio un talento especial tenemos que compartirlo con el que no lo tiene, pero en las escuelas tipo norteamericanos algo así suena terrible. Se trata de sacar las mejores notas, de ser los mejores, los “number one”. Y los demás que se jodan. Ahí está la raíz de la desigualdad, el desequilibrio y la desarmonía social.
- Pero todo ese aprendizaje ha de empezar en la familia…
- Sin duda. Hay varias etapas o estadios en la transmisión de la identidad que son fundamentales. El primero es la familia. Si no mamas los valores desde el hogar, difícilmente los vas a suplir con la escuela. Ahí está la dicotomía que hay entre la determinación genética y la cultural. Es importantísimo, pero no decisivo, el trasfondo genético. La cultura nos permite romper con eso, de no ser así no habría libre albedrío. Si tuviéramos una determinación genética tan firme, ¿para qué estudiar, para qué leer, si ya sabemos lo que vamos a ser?. La cultura permite romper con esa especie de camisa de fuerza, pero esa cultura se apoya en dos pilares: la familia y la escuela. Los maestros son los segundos padres. Pero es que esos dos pilares han sido minados por toda esta oleada de capitalismo salvaje. Los más los jóvenes no quieren mantener relaciones duraderas y los más preparados e inteligentes no desean procrear. Cuando todo esto se rompe el único refugio es la autogratificación. ¿Para qué partirse el alma por los hijos, por la pareja? Y vemos que en la escuela los maestros luchan desesperadamente por conseguir la base, los objetivos, no por transmitir valores y enseñanzas. Y después, al salir a la calle, vamos todo el tiempo con cuidado, porque vemos enemigos en potencia por todas partes, no nos paramos con nadie porque pensamos que nos van a pedir o a robar. Y en el trabajo, no se va a formar un equipo, a aprender con los demás. Todo es competencia, miedo a ser desplazados, despedidos. Ese es, a grandes rasgos, el panorama en el que estamos inmersos por falta de eticidad, por falta de valores.
- Uy… ¿Algo positivo? En el ensayo dices que la felicidad está en la búsqueda de la verdad, de la belleza, de la bondad.
- Por supuesto. Tenemos que tender hacia eso, caminar hacia la perfección, hacia el mejoramiento. Tenemos que recuperar las familias, las escuelas, hacer que surjan empresarios que se hagan ricos enriqueciendo a los demás, no empobreciéndolos. No se trata de que saqueen, depreden, acaben con mares y selvas, y luego levanten una fundación e inauguren maravillosas exposiciones. No podemos aceptar esa filantropía hipócrita. Ya sé que es complicado cambiar todo eso, pero insisto en que tenemos que empezar por nosotros mismos. Si tú haces bien tu trabajo, llevas luz y amor en el ámbito en el que te mueves, no andas de mal humor todo el rato, reduces la velocidad de tu vida y te creas menos dependencias, irás bien. Cuando uno empieza a fijarse metas que no va a poder cumplir, entonces ya se convierte en un fracasado y anda como loco. Cuántas más cosas tenemos más nos esclavizamos, más nos codificamos. Necesitamos una generación que recupere el sentido de lo elemental. Todo lo que está pasando se veía venir. La gente tenía una casa donde vivir, pero el sistema le ofrecía créditos para tener segundas residencias en la montaña o en la playa. ¿Para qué tantas casas, para que atiborrarse?
 
Si tú haces bien tu trabajo, llevas luz y amor en el ámbito en el que te mueves, no andas de mal humor todo el rato, reduces la velocidad de tu vida y te creas menos dependencias, irás bien. Cuando uno empieza a fijarse metas que no va a poder cumplir, entonces ya se convierte en un fracasado y anda como loco. Cuántas más cosas tenemos más nos esclavizamos, más nos codificamos. Necesitamos una generación que recupere el sentido de lo elemental.
- ¿Y el cosmocentrismo? Hablas de una apertura de conciencia total. Dices que la filosofía tiene por delante la tarea de unir al individuo con el cosmos.
- El cosmocentrismo es el nuevo ámbito que habrá de llegar y que tiene que ver con la comunicación cósmica. Tarde o temprano, ya los físicos teóricos se han dado cuenta,seremos conscientes de que no hay un universo, sino millones de universos, una enorme cantidad de soles cerca de nosotros con una enorme cantidad de planetas con condiciones habitables. Una vez recuperada esa conexión cósmica va a empezar a crecer la espiritualidad, y cuando esa espiritualidad crezca empezarán a desaparecer los ejércitos, las armas, las químicas bacteriológicas. Entonces dejaremos de estar sujetos a energías que son infernales como los hidrocarburos, que ya podían haber sido sustituidos y habrían evitado muchos conflictos. Detrás de Irak, de Irán, de lo que sucede ahora mismo en Ucrania, no se esconde un problema de identidades contrapuestas, sino de dinero, de los millones y millones de euros que están detrás del petróleo, del gas. Y lo mismo pasa con el narco en México, que no se legaliza porque son miles de millones de dólares en venta de armas los que están en juego. México no produce armas. Las armas vienen de EEUU y los norteamericanos se escandalizan porque por la frontera pasan emigrantes y pasa la cocaína. ¿Y las armas? Los narcos tienen bazuca y no les llega por teletransportación. Hay mucho cinismo, un cinismo brutal en todo esto. Hay una nueva energía, el hidrógeno, que sale del agua, que podría empezar a aplicarse, pero los hidrocarburos mueven mucho dinero y no se pueden abandonar. No es tan sencillo. Al aparato económico no le importa la contaminación, el efecto invernadero. Ya ningún idiota dice que es un invento lo del cambio climático, pero aún estamos lejos de que se adopten las medidas necesarias para frenarlo. Así están las cosas, pero hemos de seguir adelante, mirando a la luz, anhelando la armonía, rechazando la conflictividad.
LEonardoDaJandra_FotografíaPorNachoGoberna (4)
“Filosofía para desencantados”, de Leonardo da Jandra, con prólogo de Guillermo Fadanelli, ha sido publicado por la editorial Atalanta. 
-Todas las fotografías fueron tomadas por Nacho Goberna (nachogoberna@gmail.com)
 
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