sábado, septiembre 27, 2014

Lev Tolstói, mucho más allá de la indignación

Lev Tolstói, mucho más allá de la indignación | Lecturas Sumergidas





Si el autor francés Stéphane Hessel fue capaz de influir en las conciencias y voluntades de millones de europeos con su sencillo libro-manifiesto “Indignaos”, qué no sería capaz de provocar hoy, de llegar a las multitudes, un ensayo como el que acaba de publicar Errata Naturae de Lev Tolstói bajo el título “Contra aquellos que nos gobiernan”. Si bien es cierto que un libro no es capaz de cambiar el mundo, de lo que no cabe duda es de la capacidad transformadora de una lectura, de su fuerza para modificar los ángulos de visión, para promover el debate, para abrir la mente y, poco a poco, llegar a convencernos de que hay otras maneras de vivir, otros discursos para nada convencionales, para nada manoseados, otros ideales a los que agarrarse, otros rumbos que seguir en un momento en el que cada vez está más cerca el derrumbamiento del castillo de naipes de las mentiras que han sustentado durante décadas y décadas el sistema político y financiero mundial.
Acosados por la desigualdad, por la injusticia, por la corrupción, por el final del espejismo de las denominadas sociedades del bienestar, en nuestra búsqueda de asideros, de referentes morales a los que aferrarnos, cuál es nuestra sorpresa, ciudadanos, lectores de este siglo XXI, cuando comprobamos que hombres nacidos tanto tiempo atrás, en peores circunstancias, sin el acceso a toda la información de la que hoy nos jactamos, tuvieron claro cuál iba a ser el destino de la humanidad y lo dijeron alto y fuerte, con valentía, sin temor a la censura, ni a la cárcel, ni a la soledad. Hablo de Tolstói, pero irremediablemente pienso enThoreau, filósofo que inspiró poderosamente al escritor ruso con su “Desobediencia civil”.
Aún bajo los efectos de este “Contra aquellos que nos gobiernan”  siento una especie de chispazo en mi conciencia, la sensación de haber ido mucho más allá en este proceso imparable de comprensión de la realidad, en este despertar en el que tantas personas estamos inmersas desde que estalló la última crisis económica y el consiguiente capítulo de la austeridad, de los recortes, del salvamento a los bancos, de la deuda de los Estados en nombre de la cual todo es permitido; la pobreza, la criminalización del disidente, el no auxilio al inmigrante, la usurpación sistemática de los derechos adquiridos en todos los ámbitos. Leyendo a Tolstói nos damos cuenta de lo poco que ha avanzado la humanidad, de la manera en la que el poder ha ido construyendo una ficción en cuyas redes hombres y mujeres, generación tras generación, hemos ido cayendo sin la capacidad de reaccionar, de decir no, de juntar voces, gritos y voluntades en aras a la construcción de comunidades más equitativas.
Pero vayamos al autor de “Anna Karénina”, de “La guerra y la paz”, de “Resurrección”. Sigamos los pasos a este hombre que, de origen aristocrático, disfrutó las mieles de los privilegiados, gozó del halago de sus contemporáneos por sus logros literarios, cayó en los vicios del juego y se vio implicado, como soldado, en las batallas de su época. Pero nada de eso consiguió domar su espíritu inquieto, cegar sus ojos, acallar las dudas, las preguntas que surgían en lo más hondo de su corazón y que, previa crisis existencial, espiritual, de la que da cuenta en su obra “Confesión”, le llevaron a convertirse, en las últimas décadas de su vida, en un ser nuevo: un defensor de los débiles, una conciencia lúcida, revolucionaria, un azote para la Iglesia y los gobernantes.
 
Sigamos los pasos a este hombre que, de origen aristocrático, disfrutó las mieles de los privilegiados, gozó del halago de sus contemporáneos por sus logros literarios, cayó en los vicios del juego y se vio implicado, como soldado, en las batallas de su época. Pero nada de eso consiguió domar su espíritu inquieto, cegar sus ojos, acallar las dudas, las preguntas que surgían en lo más hondo de su corazón.
Como Thoreau, el  autor ruso hizo un llamamiento a la resistencia pacífica; como él vio claro que la vida en el campo, en plena naturaleza, procuraba la felicidad más que el hacinamiento en las ciudades y el trabajo mecánico en las fábricas. Como Thoreau, Tolstói (1828-1910), no se limitó a escribir y a difundir sus ideas, sino que las puso en práctica: dejó la ciudad, renunció a su fama de escritor, optó por vivir entre los campesinos y montó una escuela para los hijos de aquéllos, una escuela en la que formar a ciudadanos dignos, forjados en la libertad, en los principios de un cristianismo puro, no manchado por doctrinas, por mandamientos e intereses institucionales.
Son episodios de una biografía apasionante, preludio necesario para acometer la lectura de un ensayo altamente revelador que Errata Naturae vuelve a poner en las librerías españolas no con su título original, “La esclavitud de nuestro tiempo”, sino, muy acertadamente por su guiño a la actualidad, con otro mucho más llamativo: “Contra aquellos que nos gobiernan”. Desde aquí lo recomiendo con ímpetu y animo a colocarlo en las bibliotecas, grandes o minúsculas, de toda casa que mantenga sus ventanas abiertas a los aires renovadores del  cambio, a la ilusión por construir sociedades más justas para las  generaciones por venir.
Estamos ante un libro breve, de apenas 125 páginas, breve en páginas, pero inmenso en su contenido. Un ensayo en el que Tolstói demuestra sus dotes para la observación, su capacidad para desenmascarar el lenguaje del poder y para empatizar con los menos favorecidos, con los que sufren, una habilidad que, por otra parte, es uno de sus valores como constructor de mundos de ficción que han sobrevivido a las pesadas capas del tiempo. En “Contra aquellos que nos gobiernan” el autor parte de la constatación de las duras condiciones de trabajo de los braceros en la vía férrea Moscú-Kazán. Le han contado que durante treinta y seis horas, sin descanso, se ocupan de poner los bultos en la báscula a cambio de un pago miserable. No acaba de creérselo y se acerca al lugar, habla con los protagonistas, es testigo de sus padecimientos, de sus quejas.
 
Estamos ante un libro breve, de apenas 125 páginas, breve en páginas, pero inmenso en su contenido. Un ensayo en el que Tolstói demuestra sus dotes para la observación, su capacidad para desenmascarar el lenguaje del poder y para empatizar con los menos favorecidos, con los que sufren, una habilidad que, por otra parte, es uno de sus valores como constructor de mundos de ficción que han sobrevivido a las pesadas capas del tiempo.
Tolstoi con sus hijos pequeños. Fotografía de dominio público
En el espacio de cuarenta y ocho horas, únicamente disponen de una noche para dormir(…) Vestían todos blusones desgarrados, a pesar de que el termómetro marcaba veinte grados bajo cero (…) Todos eran campesinos emigrados (…) Ahora vivían como desdichados en Moscú”, va anotando a la manera de un periodista de investigación que busca sobre el terreno los datos para elaborar su reportaje.
El estilo es directo, certero. Hace preguntas, interroga a los hombres acerca de por qué realizan ese trabajo de presidiarios. “Estas son las condiciones que se nos imponen. Tenemos que comer. El que se queja, ¿ea, fuera! Si uno se retrasa una hora, se le ajusta el sueldo. No supone un problema, tienen diez solicitudes para cada puesto de trabajo”, anota la respuesta, una respuesta que perfectamente podríamos escuchar hoy, en tiempos de paro y de miseria en tantos lugares, cuando el mundo civilizado impone el trabajo basura, devalúa los salarios y aumenta los quehaceres de quienes temen quedarse sin sustento, en aras de una mayor productividad, haciéndonos creer que no hay otra salida.
Los rostros demacrados, fatigados que Tolstói observa, los accidentes laborales a los que hace referencia, las vidas apagadas, sin otro aliciente que la subsistencia, no nos quedan tan lejos. Somos testigos de casos así en nuestras ciudades, en el día a día. Y cuántas veces saltan noticias estremecedoras de dramas en las fábricas de países del Tercer Mundo, incluso en economías etiquetadas como emergentes, donde se fabrican los objetos que hemos de adquirir, la ropa que hemos de vestir a precios asequibles en Occidente, a costa del trabajo y de la vida de otros. No salgamos huyendo, sigamos avanzando por las páginas de este ensayo. De verdad merece la pena la sacudida, ese aldabonazo en las conciencias del que salimos con los ojos agrandados y la mente en ebullición.
 
Los rostros demacrados, fatigados que Tolstói observa, los accidentes laborales a los que hace referencia, las vidas apagadas, sin otro aliciente que la subsistencia, no nos quedan tan lejos. Somos testigos de casos así en nuestras ciudades, en el día a día.
Tolstói visita una fábrica de sederías y se apena ante las mujeres que abandonan a sus hijos en las aldeas de donde provienen o en hospicios porque el trabajo no les deja tiempo para atenderlos. Se refiere también a una fundición metalúrgica en Tula, su provincia natal, y traslada a sus lectores -no pocos de sus ensayos fueron censurados-  la situación de hombres que se ven obligados a beber aguardiente para mantener su energía. “Las estadísticas dicen que la duración media de la vida en Inglaterra es de cincuenta y cinco años para los hombres de las clases altas, y de apenas veintinueve para los que se dedican a trabajos insalubres”, apunta.
También manejaba estadísticas Tolstói. Estadísticas de ayer que hoy, cuando tanto ha avanzado la medicina, la ciencia, la tecnología, vuelven a constatar que la brecha de la desigualdad crece, que el abismo que separa a los ricos de los pobres, se ensancha. Las estadísticas, la inteligencia, el sentido común, llevaban a este creador, cuya imagen de casaca y largas barbas blancas ha llegado hasta nuestros días, a denunciar los terribles efectos de la industria moderna. “Nosotros que vivimos en la abundancia, que hablamos de liberalismo y de humanidad, que decimos compadecer a los otros hombres, y hasta a los animales, no pensamos sino en aumentar nuestras riquezas, es decir, en obtener más y más de ese trabajo asesino y ajeno, mientras vemos transcurrir días dichosos en la más perfecta calma”, decía, enfrentado a la clase privilegiada a la que pertenecía por cuna, esa clase que en su época y en la nuestra acalla su conciencia con actos de caridad o con pequeñas, insuficientes, mejoras hacia sus trabajadores para poder seguir tranquilamente, como dice Tolstói con sus comodidades y lujos, embolsándose sus sueldos, los dividendos que les procuran tierras y bienes inmuebles.
¿A quién se dirigía entonces el autor? ¿A quién sigue dirigiéndose hoy con su voz rotunda y sus convicciones, con su dolor y su ímpetu? No parece haber barreras, ni distancias, que ahoguen sus palabras. Su discurso incluso nos supera actualmente, se sitúa en esos ideales del movimiento anarquista que se tachan una y otra vez de utópicos. Podemos compartirlo o no, pero, en cualquier caso, es necesario como punto de partida para abrir un debate que debe prender cada vez más; para no dejarnos confundir por los teóricos del neoliberalismo imperante, para acabar de entender de una vez por todas de qué manera funcionan los mecanismos del poder, de qué forma todo gobierno se sostiene sobre la sumisión y el miedo de unos ciudadanos que no acaban de comprender cuánta fuerza poseen, cuánto podrían conseguir ejercitando activamente la rebeldía colectiva, desde el no generalizado. ¿Qué pasaría si poblaciones enteras se negasen a pagar impuestos, a formar ejércitos, a desempeñar trabajos que promuevan la desigualdad? nos induce a preguntarnos Tolstói. ¿Qué sucedería si se constituyesen cada vez más cooperativas independientes, más plataformas, más colectivos cívicos, más acciones al margen del sistema? He ahí la potencia de este libro.
 
¿Qué pasaría si poblaciones enteras se negasen a pagar impuestos, a formar ejércitos, a desempeñar trabajos que promuevan la desigualdad? nos induce a preguntarnos Tolstói. ¿Qué sucedería si se constituyesen cada vez más cooperativas independientes, más plataformas, más colectivos cívicos, más acciones al margen del sistema? He ahí la potencia de este libro.
Tolstoi en su estudio. Mayo 1908. Fotografía: Prokudin Gorskii y Sergei-Mikhailovich . El copyright ha caducado.
En “Contra aquellos que nos gobiernan”, ensayo que nos alumbra y deslumbra, se maldice cualquier modo de gobierno, ya se asiente sobre las ideas del capitalismo o del marxismo. Se aboga por destruir las fuerzas represivas de los Estados -ejércitos y policías- que utilizan la violencia para someter a los pueblos; se cuestionan los impuestos. Nada justifica la explotación, ni el consumo por el consumo que lleva a los individuos a vender su libertad,ni las leyes económicas que olvidan las ideas del bien general y defienden los intereses de la clase privilegiada.
Tolstói no deja de hacerse preguntas, de argumentar con lucidez y de cuestionar sus propias ideas desde la humildad. Como también le pasó a Thoreau no se sintió tan preocupado por su presente como por el mañana de la humanidad. Para él, tan cercano a los actuales defensores de las teorías del decrecimiento -cuánto recuerdan sus palabras a las de unPierre Rabhi, por ejemplo- la desgracia de los obreros de las fábricas, “y en general de todos los que trabajan en las ciudades, no dimana precisamente de cobrar poco por un trabajo excesivo, sino de no poder vivir de un modo sencillo en plena naturaleza y de verse privados de su libertad, obligados a hacer para otros un trabajo invariable e impuesto”.
¿Qué ha arrojado a esos hombres de las aldeas a cambiar la vida libre en los campos por la esclavitud de las fábricas?, abre un interrogante cuya respuesta le lleva a situar las causas y los problemas de lo que fue un cambio de vida, de paradigma, que nos ha traído hasta el presente.Un presente en el que no pocos auguran una vuelta a la vida rural, a la autoproduccióncomo posible salida para gran parte de los habitantes de estas sociedades enfermas, agotadas, contaminadas. “El trabajo de la tierra ha sido considerado por todos los sabios y poetas del mundo como la primera condición para una vida feliz. Por regla general, los trabajadores, por los menos aquellos que mantienen su dignidad y honestidad, lo prefieren a cualquier otro. Es sano y variado, mientras el trabajo en los talleres es insalubre y monótono. Es libre, es decir, que el campesino puede reposar un rato cuando le place y organizar a conveniencia sus labores, mientras que el trabajo industrial es obligatorio y depende del reloj y de la máquina”, expone el autor.
Si la primera parte del libro, la exposición sobre el trabajo y la defensa del campo frente a los tentadores cantos de sirena de la ciudad, resulta interesantísima -si me dedicase a transcribir todos los párrafos que he ido subrayando acabaría por reproducir el libro entero- la parte final, cuando Tolstói reflexiona sobre los pilares en los que se sostienen los gobiernos y se plantea qué pasaría si no existiesen, ya nos deja absolutamente perplejos: perplejos ante la sencillez y el sentido común de sus propuestas, ante su capacidad para pensar libremente, sin miedos ni ataduras, ante la urgencia y la actualidad de su discurso.
Tolstói, que se carteó durante un tiempo con el líder indio Mahatma Ghandi, a quien inspiró con sus ideas sobre la resistencia pacífica, tenía claro que la felicidad no dependía del tener más a cualquier precio, que los hombres y mujeres debían recuperar el equilibrio, la sobriedad feliz que hoy promulgan Pierre Rabhi y tantos otros. “La luz eléctrica, los teléfonos, las exposiciones universales, todos los jardines de la arcadia con sus conciertos y sus diversiones, los cigarros y las cajas de cerillas, los tirantes y hasta los automóviles… todo eso me parece muy bien, pero que desaparezcan para siempre todas esas cosas junto con los ferrocarriles y las fábricas de telas, si para perdurar todos esos manantiales de placeres y de comodidades, en provecho de una minoría privilegiada, el noventa y nueve por ciento de la humanidad debe permanecer en la esclavitud”, escribía con pleno convencimiento.
 
“La luz eléctrica, los teléfonos, las exposiciones universales, todos los jardines de la arcadia con sus conciertos y sus diversiones, los cigarros y las cajas de cerillas, los tirantes y hasta los automóviles… todo eso me parece muy bien, pero que desaparezcan para siempre todas esas cosas junto con los ferrocarriles y las fábricas de telas, si para perdurar todos esos manantiales de placeres y de comodidades, en provecho de una minoría privilegiada, el noventa y nueve por ciento de la humanidad debe permanecer en la esclavitud”, escribía el autor con pleno convencimiento.
Mucho han cambiado las cosas; las condiciones de los trabajadores han mejorado… Podemos pensar esto y seguir cómodamente instalados en el sofá o frente a la pantalla del ordenador. Pero, ¿de verdad las cosas son ahora tan diferentes? ¿Qué pensaría hoy Tolstói de las nuevas reformas laborales que dan marcha atrás en los avances conseguidos, dejando las manos libres a los empresarios para despedir, aumentar las horas de trabajo y reducir los salarios? Tomemos un respiro. Volvamos al ensayo, seamos capaces de seguir al autor en sus propuestas, de razonar a su lado desde una actitud abierta, libre de prejuicios.
Tolstoi. 1897. El copyright de la fotografía ha caducado.
“¿En qué consiste la esclavitud moderna?, ¿cuáles son las fuerzas que someten a unos hombres a otros?, se cuestiona el escritor. “Si preguntamos en Rusia, en Europa o enAmérica, a los que llenan las fábricas, las ciudades y hasta las aldeas como asalariados, qué concurso de circunstancias les condujo a aceptar el estado en que se encuentran hoy en día, nos contestarán que no tuvieron bastante tierra para poder satisfacer todas sus necesidades y vivir en su propiedad trabajándola (…); o que los impuestos directos o indirectos que se les exigen son tan altos que no podrían pagarlos si no ganaran dinero trabajando por cuenta ajena; o que en las ciudades adquirieron hábitos costosos y se crearon necesidades que no pueden satisfacer sino vendiendo su trabajo y su libertad”.
Ningún interrogante, ningún planteamiento, duda, contradicción, queda fuera del alcance de quien se pregunta también sobre quiénes hacen las leyes y con qué propósito, de quien parte de la idea de que las cosas no deben ser asumidas sin más. “En todas partes”, declara, “los gobiernos exprimen al pueblo, le toman cuanto puede dar sin medir nunca sus exigencias por las necesidades de la sociedad (…) Y las sumas que así amasan, las derrochan en empresas cuyos intereses responden a los de la clase social privilegiada a la que pertenecen los propios gobernantes”.
Tolstói entabla una cruzada contra los impuestos, contra la propiedad. Denuncia las guerras, impulsadas por intereses, “que no solamente no contribuyen a la prosperidad de los pueblos sino que los destruyen”, y denuncia asimismo la violencia de los Estados a través de sus fuerzas de seguridad. ¿Es un revolucionario o simplemente un hombre que piensa, que huye de las actitudes sumisas, que anhela otro tipo de relaciones sociales, de vida? Él mismo se plantea que puede estar equivocado en parte de sus apreciaciones, sabe que no pocos le dirán que sus ideas son inaplicables, pero de lo que no le cabe duda es de que la injusticia sigue marcando el pulso de las sociedades modernas.
 
Tolstói entabla una cruzada contra los impuestos, contra la propiedad. Denuncia las guerras, impulsadas por intereses, “que no solamente no contribuyen a la prosperidad de los pueblos sino que los destruyen”, y denuncia asimismo la violencia de los Estados a través de sus fuerzas de seguridad. ¿Es un revolucionario o simplemente un hombre que piensa, que huye de las actitudes sumisas, que anhela otro tipo de relaciones sociales, de vida?
Hay un pasaje en el libro absolutamente feroz en el que Tolstói no duda en comparar a los bandidos, que asaltan a los viajeros en el camino a cambio de un tributo que les facilite el paso, con los gobernantes, que aún salen peor parados que aquéllos. “El bandido calabrés despojaba con preferencia a los ricos, los gobiernos despojan a los pobres y favorecen a los ricos, que a su vez les apoyan en sus crímenes. El bandido arriesgaba su vida; los gobernantes no aventuran su piel, y sólo obran valiéndose de la astucia y de la mentira”, vamos leyendo y podemos fantasear con un posible viaje en el tiempo de Tolstói, rumbo al siglo XXI.
“¿Cómo derribar a los gobiernos?” es la gran cuestión que plantea este ensayo. “Denunciando ante los hombres la mentira oficial” es la respuesta que ofrece Lev Tolstói, tras referirse ampliamente al dominio de unos sobre otros, a la burla de quienes engañan y manipulan a los demás porque tienen la fuerza de las armas, de la represión, de su parte. “Desenmascarando la violencia y haciendo patentes las mentiras en las que se apoya”, dice en otro momento este intelectual al que no le bastó con apresar el mundo en portentosas ficciones y que animó a sus semejantes a negarse a ejercer trabajos que contribuyeran al despotismo, al abuso, al avasallamiento, a la desigualdad, al sostenimiento de los Estados.
 
¿Cómo derribar a los gobiernos?” es la gran cuestión que plantea este ensayo. “Denunciando ante los hombres la mentira oficial” es la respuesta que ofrece Lev Tolstói, tras referirse ampliamente al dominio de unos sobre otros, a la burla de quienes engañan y manipulan a los demás porque tienen la fuerza de las armas, de la represión, de su parte.
Hay multitud de verdades, de razones, en su discurso. Un amplísimo abanico de argumentos enriquecedores en los que cada cual deberá bucear. Para finalizar yo me quedo con uno grandioso que transcribo tal cual: “¿En qué medida y cuándo se reemplazará el reinado de la violencia por el del consentimiento libre y racional de los hombres? Eso dependerá del número de hombres que en cada país tengan conciencia de la injusticia, y del grado de claridad con que lo adviertan. Cada uno de nosotros, aisladamente, puede colaborar al movimiento general de la humanidad o, por el contrario, trabarlo. Cada uno de nosotros deberá escoger: ir contra las leyes superiores de la vida, construyendo sobre la arena la frágil morada de su existencia ilusoria y pasajera, o dirigir sus esfuerzos en el sentido del eterno, del inmortal movimiento de la vida auténtica”.
“Contra aquellos que nos gobiernan” ha sido publicado por Errata Naturae. La traducción ha corrido a cargo de Aníbal Peña.
Las fotografías que ilustran este texto son de dominio público. La imagen en la que se ve al autor en su estudio lleva la firma de Prokudin Gorskii y Sergei Mikhailovich.
El vídeo que se incluye a continuación corresponde al tema “Dentro de un por qué”, incluido en el álbum “Un bosque de té verde”, de Nacho Goberna. Fue grabado y editado por el propio autor.
Lev Tolstoi - Contra aquellos que nos gobiernan
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