lunes, noviembre 17, 2014

Emily Dickinson siempre está, de Adolfo García Ortega

Web oficial de Adolfo García Ortega

Emily Dickinson



25 de octubre
En 1862, Thomas Higginson, crítico literario del ‘Atlantic Monthly’, un periódico local, recibe una carta con cuatro poemas de una tal Emily Dickinson, iniciando una correspondencia que abarcaría toda la vida. Aquellos poemas fueron para el crítico, como más tarde lo serían para la historia literaria, imposibles de clasificar en ninguna categoría. La fascinación que hoy en día siguen produciendo los breves poemas de Emily Dickinson no se corresponde con su vida anodina, casi monacal, que apenas si registra cuatro o cinco hechos medianamente descollantes.
Emily nació el 10 de diciembre de 1830 en Amherst, Nueva Inglaterra, en el seno de una familia cuyo padre era un abogado y político de prestigio con talante liberal, y en medio de una sociedad eminentemente puritana, representante del egocentrismo propio de lo americano de la primera mitad del XIX. Su padre habría de ser una de las personas que más influyera en la personalidad de Emily, a pesar de que ella lo respetara temerosamente. Su madre, en cambio, permanece gris, y al quedar paralítica, su hija la cuidó hasta su muerte. Emily, salvo en un par de viajes cortos, jamás salió de su pequeña ciudad natal, y llevó una vida retirada, solitaria y excéntrica. El centro de la sociedad calvinista de Amherst era la religión, y en esa férrea severidad teológica circundante transcurrieron la infancia y la adolescencia de Emily. No obstante, ella mantuvo siempre un rechazo hacia el ambiente de rigidez religiosa de su época, aspirando a un panteísmo exultante y primitivo de carácter privado.
En 1854 se enamoró de un pastor presbiteriano, Charles Wadsworth, casado y bastante mayor que ella. Sin embargo, la relación entre ambos, duradera hasta el final, no pasó de un fuerte platonismo, característica esencial de toda la obra y toda la vida de Dickinson. Lo mitificó, y la figura de este hombre al que sólo vio cuatro veces en su vida influiría decisivamente en sus poemas. Los años siguientes serían de una productividad febril. Al irse Wadsworth a California –distancia insalvable para entonces–, ella se ‘enluta’ tomando su famosa decisión de vestir para siempre de blanco. Fue un duro golpe que aumentó la soledad, la reclusión y el aislamiento.
Benjamin Franklin, amigo del padre de Emily Dickinson, ejerció un cierto papel de preceptor de la poeta, induciéndola a lo que sería un hecho definitivo en su vida: la lectura de Ralph Waldo Emerson, un hito de la poesía y el pensamiento americanos. Su doctrina de redención por la naturaleza, del uso benéfico de la incomprensión y del poder de la propia conciencia dejó una huella profunda en Emily. El lánguido vitalismo y la tranquilidad propios del discurrir del tiempo provinciano invade la vida de Dickinson, siendo, por el contrario, su poesía torturosamente llena de excitantes emociones. Esta rara mezcla parece proceder de una cita de Emerson que la guió siempre: “Las palabras son acciones, y las acciones son una especie de palabras”. Platonismo en vena.
Emily Dickinson sólo publicó en vida siete poemas, los cuatro que envió a Higginson en la primera carta y tres más en la segunda. Moriría el 15 de mayo de 1886, tras de una larga enfermedad. Cuatro años después de su muerte se publicó una antología de 1.775 poemas que llegó a escribir, y en 1894 apareció una selección de sus cartas. La obra de esta mujer sin relieve, intensa, extraña, con aire adolescente, no muy agraciada en el físico, se tituló tan sólo ‘Poemas’, y es una obra densa, desconcertante y copiosa. Tal solo es comprensible en alguien que viviera únicamente para ‘ser poema’ más que persona, como era el caso de Emily Dickinson. Pero es aquí donde la historia se divide, donde aparece su esquizofrenia interior. A su renuncia a existir se contrapone su descomunal imaginación de poeta, como si en realidad sólo viviera ‘en y por los versos’. El resto de la vida no era más que tiempo gastado entre un poema y otro poema.
En la poesía de Dickinson no existe una tensión dialéctica entre ella misma y el mundo, no constituye un sistema que parta de ella y dialogue o actúe con el mundo. Estos poemas son intransitivos, y a Emily D. sólo le interesa ser Emily D., un ser extraño en ebullición. Inventa un universo de lo pequeño, y lo hace transcendente a base de microemociones, por llamar de algún modo sus poemas. Desde lo que ve y vive, Dickinson construye una gran aglomeración inacabada en miles de versos. Su poesía es un fluido abierto y caóticamente hermoso, fundada en ese transcendentalismo de lo efímero cercano. Por otra parte, no son muchos los temas que aborda: escribe de las estaciones y de la naturaleza, del amor en todas sus fases (lo cual contribuyó a achacarle amantes inexistentes) y de lo religioso y su relación estrecha con la muerte y la inmortalidad. A este asunto, el central de su poesía, dedicó 500 poemas con el tono más variado. Trabajaba mucho sus poemas, para alguna de cuyas palabras tenía una lista de dieciséis combinaciones posibles, alejándose así de la imagen de una poeta meramente intuitiva. Al leer su poesía, se tiene la impresión de estar ante algo permanentemente novedoso, cuya belleza recuerda a ciertos vegetales, a ciertas músicas y a ciertos rostros. Lo asombroso es que hoy sigue siendo actual, incisiva, presente, y percute en la intimidad como un disparo.

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