Manuel Arroyo, fundador de la editorial Turner y autor de 'Pisando ceniza',
a principios de marzo de 2015, en Madrid. /CARLOS ROSILLO
Al teléfono recuerda el primer artículo que le dedicaron: fue una "pseudo entrevista" con motivo de suLibelo contra los franceses, publicado como anónimo en los años setenta. Entonces se trataba de demostrar que el autor no era francés, y en la foto que acompañó el texto de Carmen Rico Godoy, el rostro de Manolo Arroyo aparecía cubierto con un antifaz.
Pregunta. ¿Cómo empezó este libro?Mantener un cierto misterio y citar de lejos, son dos cosas que gustan particularmente al autor de Pisando ceniza (Turner, 2015). También el sentido del humor que en su libro define como "una mezcla de sabiduría y carácter, de entender y vivir la vida con resignación y entereza, de no tomarse en serio a sí mismo, ni mucho menos a los demás". Así que encaja perfectamente dentro su particular estilo que el librero y fundador de la editorial Turner esta vez marque como premisa innegociable, no exenta de coquetería, que la nueva entrevista no debe tratar nada personal. Señala como alternativa hablar sobre sus sugerencias "para mejorar la marca España" (que el expresidente Aznar reciba el título de Marqués de Peregil, que Ronaldo juegue en tanga en el Bernabéu o que el zoológico madrileño sea donado al monarca que abdicó hace menos de un año, para evitar futuras cacerías en África). Finalmente en el cara a cara, Arroyo accede a que le tomen un retrato, previo paso por la peluquería, para recortar su mata de pelo blanco, por la que su buen amigo, el editor y también escritor José Bergamín le apodaba Ludovico, por Beethoven.
Respuesta. En agosto de 1984, encerrado en Madrid , un verano. He pasado 30 años escribiendo. Nunca he tomado notas ni he hecho "investigación", he hecho de todos menos eso. 'Región luciente' es el primero de estos textos que escribí. Carmen Martín Gaite lo leyó, hizo observaciones muy inteligentes y me animó a seguir.
P. Ese texto, 'Región luciente', trata sobre Bergamín pero omite su nombre.
R. No lo pongo porque no es él, hay cosas que hizo y que no hizo. La memoria es una continua invención, reinventas cuando recuerdas. La escritura tiene ciertas normas que te llevan por sus caminos, frasecita a frasecita. Es la escritura la que manda. Así que es lo mismo, solo que no es lo mismo. Ojalá fuera yo una persona sencilla como las demás.
P. ¿Ni realidad, ni ficción?
R. Cada uno se inventa a partir de ciertas cosas, si no eres un fabulista como Borges, que también era poeta y a mí personalmente me gusta más en esta faceta. Pisando ceniza es un homenaje a unos cuantos amigos que he querido. He tratado de celebrar a gente que me parecía admirable, y les he usado para contar una historia. También quería expresar el asco que me da España, la rabia y la tristeza que me produce desde que nací. Soy más español que la tortilla de patatas, también medio inglés, y con eso me sobra. Cuando me han llamado anglófilo, siempre he respondido ¡anglófilo lo será tu madre!
P. También tiene sangre irlandesa.
R. Si un cuarto, pero lo noto muchísimo. En Dublín me encuentro con primos en todas las esquinas.
P. ¿Hasta qué punto complica la escritura el ser editor?
R. La hace imposible casi. Me he pasado la vida leyendo, editando, vendiendo, hasta comiendo sopas de letras. Compré mi primer libro a los nueve años en la calle Río Rosas. Y para ser buen lector es malo ser buen editor, porque esto implica un tipo de lectura profesional y perversa. Ser editor impide ser escritor por el mismo motivo pero en mayor medida. Siempre he pensado que lo mejor de ser editor era no conocer al autor.
P. La muerte es el hilo de los seis relatos reunidos.
R. Solo escribo de la muerte, es lo único que me importa. Muchos años después de escribir la frase pisando ceniza, comprendí que ese debía ser el título, es lo que da unidad y coherencia.
El verano pasado Arroyo pensó que había perdido sus textos debido a un problema informático. Aquello le impulsó a publicar, y encontró en la editora Pilar Álvarez, la lectora que buscaba. El autor se revuelve contra la etiqueta de libro de memorias, algo que le resulta ajeno: "Todo lo que he vivido es una ficción. ¿Qué es uno sino memoria?" Sobre su tapiz de recuerdos decidió escribir, creó personajes inventados y alteró las historias.
En sus muchas vidas -apasionado bibliófilo, editor de 1500 títulos ("mil propios y 500 por cuenta ajena"), y apoderado del matadorRafael de Paula, entre otras muchas ocupaciones, tiene material más que de sobra para armar ficciones. "Wittgenstein decía que la tarea del filósofo es juntar recuerdos con un fin determinado, y eso que él se creía poeta", matiza con media sonrisa. "La del escritor sería recopilar, mezclar, hay docenas de verbos". ¿Con qué fin determinado escribe él? "Hacer llorar a quien lo lea".Los seis textos reunidos transcurren en la semiclandestina trastienda de un librero de viejo, en una oscura taberna, en el cementerio de un pueblo burgalés, en el San Sebastián lluvioso de los ochenta. Arroyo abre el foco para retratar un paisaje de España: "Hacía casi un año que Carrero Blanco había volado por los aires en una calle del centro de Madrid, pocos meses después habían ejecutado a Puig Antich con garrote vil en la cárcel modelo de Barcelona (…) En aquellos tiempos sombríos de pronto un hombre solo frente a un toro había provocado una borrachera de alegría en ocho o diez mil espectadores en una pequeña plaza de toros a las afueras de Madrid", escribe en 'Melancolía de un torero', la historia detrás del libro La música callada del toreo de Bergamín, que Arroyo editó.
Al filósofo alemán Arroyo le dedicó 'Una tauromaquia a lo Wittgenstein' un texto que compiló en Imagen de la muerte y otros textos, libro que él mismo encuadernó a mano. Acostumbraba a usar el papel sobrante de las guardas de sus libros para publicar sus propias historias y fragmentos, en tiradas cortas de apenas 15 o 20 ejemplares y como anónimos. Al fin y al cabo, pasó muchos años buscando y reeditando tesoros bibliográficos olvidados y perdidos, y en ese rastro de guardas sobrantes parece que continuó, a su manera, la tradición. "Odio que nadie dé nada por supuesto o espere nada de mí".
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