Ariadna Joyas. Isla Correyero: "TERCIOPELO AZUL
por Isla Correyero
Mi coño eleva el conocimiento que tú le has
enseñado. La velocidad y el violento latido de una horca.
Mi coño alimentado por una boca física tiene el
oficio azul de ser frágil y exacto.
Flexible y religioso, mi coño es la pirámide de un
resplandor de oxígeno que se pone mis bragas.
Tiene quinientos años de elegancia y de músculos
batidero de sangre volada de partículas.
Fluye con tabaco, la cicuta y el whisky, tiene chispas
de plata, monedas de cerveza.
Con tu estremecimiento causas en mí palabras que
dicen deserciones y dulces animales.
En tu lengua me dices cosas extraordinarias, se me
llena la oreja del ardor de los fósforos.
Pasa todo a mi coño, se forman las arrugas, aprende,
coronado cómo abrirse las venas.
Tan despierto y profundo como un túnel en llamas,
llega al centro, al tugurio de un burdel que se mueve.
Es un párpado oliendo tu medida en centímetros, el
aceite de un arma, con una bala de oro.
Extremaución del vértigo que crece en los amantes,
mi coño es un estado mental de luz y sombra.
Suda como una sábana. Palpita como un trago. Es
móvil terciopelo azul. Báilalo lento.
Por la muerte.
Jode la tristEZA
un proyecto donde lo efimero es el soporte sabiendo que la muerte odia la eternidad del instante.
domingo, septiembre 21, 2008
UbuWeb
UbuWeb Sound :: Hugo Ball
entre otros ramilletes de creadores,, poetas, artistas y pensadores:
ETHNOPOETICS
-
---SOUNDINGS---
Ca Dao: Vietnamese Folk Poems (MP3)
Canntaireachd
Celtic Mouth Music
Ella Fitzgerald
Slim Gaillard
Glossolalia
Indonesian Ketjack
Inuit Throat Music
Sainkho Namtchylak
Nigun / Nigunim
Maria Sabina
Tuvan Throat Singing
---VISUALS---
Aloïse
Cuna: Muu's Way
Chippewa: Songs & Song Pictures
Hidatsa: Lean Wolf's Complaint
Jewish Visual Poetry
Mayan Hieroglyphs
Navajo Visual Poetry
Shaker Visual Poetry
Apollinaire and Anonymous Roman
Adolf Wölfli
---POEMS---
from Poèmes Negres by Tristan Tzara (1916)
"The Annunciation" by Marpa, Tibet, 11th Century
"A Shaman Climbs Up the Sky" Altaic, Siberia
"The Killer" after A'yunini, Cherokee
"15 Flower World Variations" Yaqui
"A Poem for the Small Face" I. Luria (Aramaic)
"A Poem for the Shekinah..." I. Luria (Aramaic)
Eskimo and Other Translations
Jerome Rothenberg -- From A Book of Events
Vietnamese Folk Poems (texts)
Aztec Poems (Nahuatl) -- The Flight of Quetzalcoatl
Jacob Nibenegenesabe (Swampy Cree) From The Wishing Bone Cycle
Yaqui -- 15 Flower World Variations
Shamanistic Songs of Roman Estrada (Translation from Mazatec by Alvaro Estrada / Translation into English by Henry Munn)
- Finnish Cloud-Cake Songs and Related Commentaries
- Henry Wadsworth Longfellow "Song of the Owl"
- Dennis Tedlock "A Conversation with Madness" from The Human Work, the Human Design: 2,000 Years of Mayan Literature [PDF]
---DISCOURSES---
Alcheringa - Statement of Intention [HTML]
Robert Bringhurst -- Excerpt from "Story as Sharp as a Knife: The Classical Haida Mythtellers and Their World (1999/2000)
- Ghandl (Haida) / per Robert Bringhurst - Goose Food [PDF, 172K]
- Spoken Music [PDF, 132K]
- Shláwtxan / Robert Bringhurst -- The Prosody of Meaning
Michael Davidson - The Scandal of Speech in Deaf Performance [HTML]
H-Dirksen L. Bauman - Redesigning Literature: Poetics of American Sign Language Poetry [HTML]
Robert Duncan -- "Rites of Particiation"
Brent Hayes Edwards - Louis Armstrong and the Syntax of Scat [Microsoft Word Doc]
Yunte Huang -- Angel Island and the Poetics of Error [PDF]
Bronislaw Malinowski -- The Meaning of Meaningless Words... [HTML]
Henry Munn -- Writing in the Imagination of an Oral Poet [HTML]
The People's Poetry Language Initiative -- A Declaration Of Poetic Rights And Values [PDF] Kenneth Rexroth -- American Indian Songs [HTML]
Juan Gregorio Regino -- The Poet Speaks, The Mountain Sings... [HTML]
Jerome Rothenberg -- Endangered Languages, Endangered Poetries [HTML]
Jerome Rothenberg -- Introduction: Poetry Without Sound [HTML]
Jerome Rothenberg -- Total Translation: An Experiment in the Translation of American Indian Poetry [HTML]
Jerome Rothenberg -- Ethnopoetics at the Millennium
Dinita Smith -- The Poetic Hearts Of Mayan Women Writ Large [PDF] Gary Snyder -- The Politics of Ethnopoetics [PDF]
Nathaniel Tarn / Gary Snyder - From Anthropologist to Informant [PDF]
Dennis Tedlock - Ethnopoetics
Tristan Tzara -- Note on Negro Poetry (1918) [HTML]
Heribert
sábado, septiembre 20, 2008
jueves, septiembre 18, 2008
lunes, septiembre 15, 2008
Versión traducida de http://www.davidfosterwallace.com/
Versión traducida de http://www.davidfosterwallace.com/
sacado de EL MUNDO
David Foster Wallace
Por Jordi Costa
Dos magistrales obras del escritor norteamericano destacan en esta temporada editorial, marcada por las más radicales páginas de culto. Pulverizando dogmas y aunando pericia técnica con audacia conceptual, llega una tormenta de talentos dispuesta a arrasar.
Luce un lamentable aspecto de estrella del AOR, pero es el mejor escritor norteamericano de su generación. Y lo sabe. Por eso, a cada libro que escribe se pone más chulopiscinas y elabora más piruetas en el aire antes de caer de pie y levitar unos instantes sobre el agua ante la mirada sobrecogida de sus lectores. Es David Foster Wallace, de quien acaban de publicarse en nuestro país su más reciente libro de relatos (Entrevistas breves con hombres repulsivos) y su ya clásico libro de «ensayos y opiniones» (Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer). Su soberbia antología de relatos La niña del pelo raro le dio a conocer entre nosotros la pasada temporada. Ahora se anuncia para 2002 la traducción de la monumental Infinite Jest, una novela de más de mil páginas ambientada en un futuro cercano donde las grandes corporaciones esponsorizan y dan nombre a los años.
Después de los novelistas fashion de los 80 —grupo que tuvo en Jay McInerney a su patán y en Bret Easton Ellis a su única voz perdurable— y de los orfebres minimalistas del realismo sucio, Foster Wallace encabeza una polimórfica camada literaria caracterizada por haber sabido recoger la herencia de los experimentalistas del postmodernismo (Thomas Pynchon, John Barth, Robert Coover, Kurt Vonnegut, William Gaddis, etcétera...) sin renunciar a una clara voluntad de comunicación con el lector. Una generación capaz de alternar lo más elevado con las ocasionales zambullidas en las fosas abisales de la cultura popular. Su escritura, que en ocasiones tiene la textura de un meteorito llegado del espacio exterior, es un instrumento diabólicamente diseñado para verle los huesos (podridos) a una cultura americana sobresaturada de fatuo hedonismo: «Tenemos 500 canales de televisión. Los americanos disfrutamos de un nivel de vida con un grado de exceso sin precedentes en la historia. No es raro que una generación como la nuestra se muestre infeliz, impotente y ansiosa», afimaba el autor en las páginas del periódico The Oregon Voice.
Foster Wallace puede hacer un implacable y feroz diagnóstico de la soledad y el espejismo de las relaciones humanas en la era posindustrial en dos escuetos párrafos, para, acto seguido, comenzar algún cuento con una meándrica frase sostenida durante tres páginas o abrir interminables notas al pie que pasan a convertirse en un universo paralelo (o un laberinto subterráneo) en el bajovientre de la acción principal. Tipos tan detestables como los que pueblan las películas de Neil LaBute (pero a los que logramos verles el alma fracturada), personas deprimidas cuyo victimismo invade como un cáncer las vidas ajenas o una colección de individuos secretamente atormentados por el rencor que sienten hacia un familiar agonizante son parte del material humano que le acredita como el perfecto diseccionador de la vida preservativa y aséptica del fin de milenio, una época donde las apariencias anodinas esconden volcanes morales a punto de entrar en erupción y donde los escritores inteligentes saben que hay que pedir disculpas al lector cada vez que utilizan la palabra sentimiento.
«El exceso de sudor parece un don ambiguo y no hacía exactamente maravillas por mi vida social en el instituto», afirma Foster Wallace en Deporte derivado en el corredor de los tornados, texto autobiográfico incluido en Algo supuestamente divertido... Allí, se autorretrata como un freak con la adolescencia marcada por el sueño imposible de convertirse en tenista profesional, en el seno de un entorno rural azotado por los tornados. El escritor recuerda, entre otras cosas, cómo fue propulsado por un feroz twister que lo acabó estampando contra una verja. Quizá el golpe transformó al tenista fracasado en el huracán literario que hoy conocemos.
El autor de Infinite Jest es un imitador de voces que, a veces, peca de arrogante y artificioso, un maestro de la abstracción cargada de verdad, un atleta biónico de la literatura dispuesto a batir cualquier marca y a combatir a los mass media con el único explosivo eficaz: el gran espectáculo. Ya sea transformando su experiencia de un crucero por el Caribe en una obra maestra del humor hiperrealista, deconstruyendo a David Lynch o indagando en la tensa espera de una invitada del late show de David Letterman para crear un relato perfecto, Foster Wallace demuestra que, si hablamos de literatura de última generación, él es el puto amo.
sacado de EL MUNDO
David Foster Wallace
Por Jordi Costa
Dos magistrales obras del escritor norteamericano destacan en esta temporada editorial, marcada por las más radicales páginas de culto. Pulverizando dogmas y aunando pericia técnica con audacia conceptual, llega una tormenta de talentos dispuesta a arrasar.
Luce un lamentable aspecto de estrella del AOR, pero es el mejor escritor norteamericano de su generación. Y lo sabe. Por eso, a cada libro que escribe se pone más chulopiscinas y elabora más piruetas en el aire antes de caer de pie y levitar unos instantes sobre el agua ante la mirada sobrecogida de sus lectores. Es David Foster Wallace, de quien acaban de publicarse en nuestro país su más reciente libro de relatos (Entrevistas breves con hombres repulsivos) y su ya clásico libro de «ensayos y opiniones» (Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer). Su soberbia antología de relatos La niña del pelo raro le dio a conocer entre nosotros la pasada temporada. Ahora se anuncia para 2002 la traducción de la monumental Infinite Jest, una novela de más de mil páginas ambientada en un futuro cercano donde las grandes corporaciones esponsorizan y dan nombre a los años.
Después de los novelistas fashion de los 80 —grupo que tuvo en Jay McInerney a su patán y en Bret Easton Ellis a su única voz perdurable— y de los orfebres minimalistas del realismo sucio, Foster Wallace encabeza una polimórfica camada literaria caracterizada por haber sabido recoger la herencia de los experimentalistas del postmodernismo (Thomas Pynchon, John Barth, Robert Coover, Kurt Vonnegut, William Gaddis, etcétera...) sin renunciar a una clara voluntad de comunicación con el lector. Una generación capaz de alternar lo más elevado con las ocasionales zambullidas en las fosas abisales de la cultura popular. Su escritura, que en ocasiones tiene la textura de un meteorito llegado del espacio exterior, es un instrumento diabólicamente diseñado para verle los huesos (podridos) a una cultura americana sobresaturada de fatuo hedonismo: «Tenemos 500 canales de televisión. Los americanos disfrutamos de un nivel de vida con un grado de exceso sin precedentes en la historia. No es raro que una generación como la nuestra se muestre infeliz, impotente y ansiosa», afimaba el autor en las páginas del periódico The Oregon Voice.
Foster Wallace puede hacer un implacable y feroz diagnóstico de la soledad y el espejismo de las relaciones humanas en la era posindustrial en dos escuetos párrafos, para, acto seguido, comenzar algún cuento con una meándrica frase sostenida durante tres páginas o abrir interminables notas al pie que pasan a convertirse en un universo paralelo (o un laberinto subterráneo) en el bajovientre de la acción principal. Tipos tan detestables como los que pueblan las películas de Neil LaBute (pero a los que logramos verles el alma fracturada), personas deprimidas cuyo victimismo invade como un cáncer las vidas ajenas o una colección de individuos secretamente atormentados por el rencor que sienten hacia un familiar agonizante son parte del material humano que le acredita como el perfecto diseccionador de la vida preservativa y aséptica del fin de milenio, una época donde las apariencias anodinas esconden volcanes morales a punto de entrar en erupción y donde los escritores inteligentes saben que hay que pedir disculpas al lector cada vez que utilizan la palabra sentimiento.
«El exceso de sudor parece un don ambiguo y no hacía exactamente maravillas por mi vida social en el instituto», afirma Foster Wallace en Deporte derivado en el corredor de los tornados, texto autobiográfico incluido en Algo supuestamente divertido... Allí, se autorretrata como un freak con la adolescencia marcada por el sueño imposible de convertirse en tenista profesional, en el seno de un entorno rural azotado por los tornados. El escritor recuerda, entre otras cosas, cómo fue propulsado por un feroz twister que lo acabó estampando contra una verja. Quizá el golpe transformó al tenista fracasado en el huracán literario que hoy conocemos.
El autor de Infinite Jest es un imitador de voces que, a veces, peca de arrogante y artificioso, un maestro de la abstracción cargada de verdad, un atleta biónico de la literatura dispuesto a batir cualquier marca y a combatir a los mass media con el único explosivo eficaz: el gran espectáculo. Ya sea transformando su experiencia de un crucero por el Caribe en una obra maestra del humor hiperrealista, deconstruyendo a David Lynch o indagando en la tensa espera de una invitada del late show de David Letterman para crear un relato perfecto, Foster Wallace demuestra que, si hablamos de literatura de última generación, él es el puto amo.
sábado, septiembre 13, 2008
Manifiesto
Manifiesto
Para no olvidar a PEDRO CASARIEGO
Afeitarse todos los días puede ser un pecado terrible. Afeitarse todos los días es alejarse definitivamente del arrayán y del aire. Admiro a las secretarias que se afeitan cada mañana antes de ir en helicóptero a las oficinas del centro y de cristal. Esas pecadoras modernas irradian ternura y tienen una moral a prueba de bomba. Cuando cometen una falta de ortografía nace una flor. Cuando me miro en el espejo veo un hombre de un solo color, de un solo pantalón, de un solo disco, de una sola pieza, de 28 años: azul, tela eterna, Breezin', un rompecabezas, 28 años. Sólo me lavo a fondo cuando la vislumbro. Cuido con esmero el pequeño jardín de mis padres. Olvido los nombres de las plantas y de las flores. Bebo café entre los obreros y ya sólo invento horarios fijos: sólo soy un verdadero artista mientras vacío el lavaplatos. Mis gafas se me antojan tan crueles e indispensables como la risa de Dios.
Todos seremos pianistas si desaparecen los pianos.
Justo es reconocer que cuando me miro en el espejo veo un hombre acabado. Por ello me sorprende que se me haya brindado la oportunidad de acceder a estas páginas limpias y secas para hablar de mis palabras. La única razón que encuentro a esta convocatoria, pecado multiplicado por mi asentimiento a ella, es que quizá existiera en mí un buen principio, prolífico y asesino de lo verde como la hormiga. Lo aquí grabado corresponde a aquellos días azules. El color azul fue y es mi única excusa, mi primera y única coartada.
No puedo sino ceder inmediatamente a la tentación, que me atrae como si de tabaco se tratara, de difundir que suscribo todas las conclusiones que pueden y deben extraerse de la concienzuda lectura del ensayo de Manfred Kaltz titulado "El artista en cuanto ser inferior", manuscrito en época tan sospechosa como la que incluye el año de desgracias de 1939. Mando imprimir aquí, para corroborar mi dolorida sumisión a tal tratado, y para que sirva de prólogo y quizá de epílogo, el texto, siempre mutilado, de mi único manifiesto:
Santificamos a Dios, hicimos de Él un Santo; caminábamos campos en pos del cielo, cerrábamos campos con Iglesias. Luego, misteriosamente, bajó la cotización de las acciones de Dios en la Bolsa inmaterial de las almas: adiós a la religión de Dios, un adiós dubitativo porque el pañuelo aún se agita. Desnudos buscábamos cobijo para ocultar lo que veíamos, no éramos capaces de regalar nuestras llagas a la muerte, llagas envueltas en papel de renuncia altiva. El boxeador se desangraba, y nos resistíamos a arrojar la toalla. El árbitro del combate, el eterno hombre que pastorea, nos miraba, y su retina nos cubría con reproches que herían. Inventamos entonces la religión del Hombre, bautizamos con cultura nuestra sagrada ignorancia, ignorancia sabia, la única herencia de Dios. ¡No sabíamos que sólo nuestra ignorancia, la brutalidad celeste, nos hacía semejantes a Él! ¡Sólo alejándonos de las falsedades eruditas podríamos enfrentarnos a Él con una espada limpia!
Desolada quedó la piedra de las iglesias, y los hombres, que seguían sin ser hombres, trasladaron a los museos lo más vacío del espíritu de Dios. ¡Lentamente los artistas, la cojera de los corazones, ascendieron a los altares empujados por un aliento de sensibilidad vacía! ¡Desconocíamos tantas verdades! Los impíos artistas exteriores tomaron el relevo y la antorcha, cargando así aún más nuestras resignadas espaldas, y sus esclavos, los esclavos de los artistas exteriores, hablaron de sus amos con sucias bocas de miel, ayudaron a la propagación de la enfermedad de la cultura visible, construyeron museos para albergar monstruos que sustituyeran con ventaja a los decrépitos dragones, dictaron conferencias para menopáusicos y menopáusicas, encendieron eléctricas luces para alumbrar fósiles miserias, cometieron el grandísimo pecado de teorizar teorías: quemaron la huida de las almas rebeldes.
Estúpidamente negábamos, ciegos negábamos lo evidente: sólo existe el artista interior, sólo se puede ser artista secreto, la comunión todo lo mancha. ¡Estábamos canonizando a los más débiles, nombrábamos doctores a los incapaces...!
¡El artista debe crear dentro de sí mismo!
Si un Médico tomara la temperatura a los que creen ser hombres, diría que todos ellos albergan vana y terrible fiebre de homenajes y adulaciones.
Inventemos un termómetro de audacia; convirtámonos en hombres, aunque sea para desaparecer: os propongo entonar conmigo, sin mí y en silencio, el primer y último canto, el canto de la digna y mortal soberbia.
Escribí este rosario de letras hace algún tiempo, justo antes de comer y sin haber desayunado: no hay mejor escuela que el hambre, incluso la efímera, como no hay mejor esposo que el monje, que Mallick. No se escribe una obra literaria: se incurre en una obra literaria. Manufacturarla significa, si no se trata de un fraude aún más grave, desnudarse, y yo "desprecio a los que se desnudan" (entiéndase metafóricamente).
Entono por tanto, al mismo tiempo que el canto sonoro y compulsivo de las palabras manchadas, un mea culpa tan sincero como el eco, tan sincero como Mallick, tan lejano como Wataksi, tan ajeno a nosotros como todos nuestros destinos, tan fugaz como la prostituta mulata que visita mi celda cada mes.
Convencer al Otro de algo, y os remito a uno de mis poemas más desconocidos, es el suicidio por excelencia, por cuanto sólo tenemos nuestros errores, y éstos son tan pocos que compartirlos no es de buen cristiano silencioso, sino de cura parlanchín anclado a la sequía del púlpito.
Esconded vuestras monedas místicas, y recordad que no es menester regarlas: ellas solas se propagan sin necesidad de amor con la ayuda de una boca muda y del rastrillo sin dientes de la noche. Aquellos de entre vosotros que desoigan y desobedezcan serán premiados, a ellos, por regar, basta una sola gota, su propio misticismo con sangre sabia, les otorgará la vida premios y mercedes innombrables.
Bendito sea el que no haga caso, el que se aparte del misticismo como de la serpiente, bendito sea mi maestro el impuro, bendito sea el feliz, porque le es lícito tener hijos que labren e hilen, bendito el que no lee y actúa, el que se aleja de las letras de cambio, que son todas, bendito el que elude el abrazo del calor, bendito el que ama el frío, benditos los corazones congelados y baratos.
¡Sólo os pido que atornilléis vuestros huesos a la brisa, hombres pobres, que talléis en piedra vuestros gestos, hombres sin esperanza, jueces el día del Juicio Final!
Sólo debéis reclamar aquello que ya tenéis, pues jamás ha sido vuestro. ¡No exijáis estrellas! ¡Exigid vuestra piel y vuestros ojos, la flor que no habéis pisado, el pájaro que todavía vuela!
Desangraos en la construcción de un caballero interior afín a la gloria y al vacío.... No me hagáis caso, sólo os requiero para que asumáis la defensa del bruto, del verdadero poeta, del leñador, del iletrado.
¿Qué edad teníais al nacer?
Y ahora, junto al tic tac del reloj que aflige, que exacerba el hambre de infinito, ahora o nunca, no puedo menos de exponer una de las obligaciones ineludibles del poeta de segunda, del poeta que escribe: este poeta condenado que a nada sobrevive ha de revelar la naturaleza de la gran tragedia, del precio de la piedra, del precio de cada pan, de cada lágrima, de cada rugido, de cada hombre. Como un gran número, en torpes números redondos la tiranía del Altísimo, del Jugador de Baloncesto que ve un aro en cada luna y en cada nube, se desmenuza en precios pequeñísimos, en decimales como moscas que nos ahogan y nos miden y nos pesan y exigen que adelgacemos, que añadamos músculo al trigo, que hablemos de lo que está arriba y de lo que echamos de menos, de las limitaciones que se nos han impuesto.
¡Llevamos la semilla de la insatisfacción, y Dios, campesino en sus horas libres, manda brillar al sol, caer a la lluvia, morir sin nacer a la helada y al granizo! ¡Jardinero en lo azul, ¿cuánto vales Tú?, nos has hecho saber el precio de la lágrima y sentir el ansia de infinito! ¡Redímenos ahora de esta miseria en la sombra, de esta sombra que vibra aun en la noche más oscura...! ¡Colma todos nuestros bolsillos de billetes de Banco o, si no hay suficientes billetes allá arriba, baja los precios del espíritu y haz que nos contentemos con esta nada!
Hoy se ha fundido la bombilla de las flores. Hoy los monos intermitentes ya no nos hacen gracia.
Hoy las cabezas de los mendigos han perdido su chistera.
Hoy los chistes los cuentan los dentistas para sacarnos los dientes.
¡Pero también hoy hay una ----- muy misteriosa que me mira con las manos y me busca con los ojos! Salpicado de bailes por -----,
pierdo la regla de cálculo
y soy casi
misterioso
Pedro Casariego Córdoba
Para no olvidar a PEDRO CASARIEGO
Afeitarse todos los días puede ser un pecado terrible. Afeitarse todos los días es alejarse definitivamente del arrayán y del aire. Admiro a las secretarias que se afeitan cada mañana antes de ir en helicóptero a las oficinas del centro y de cristal. Esas pecadoras modernas irradian ternura y tienen una moral a prueba de bomba. Cuando cometen una falta de ortografía nace una flor. Cuando me miro en el espejo veo un hombre de un solo color, de un solo pantalón, de un solo disco, de una sola pieza, de 28 años: azul, tela eterna, Breezin', un rompecabezas, 28 años. Sólo me lavo a fondo cuando la vislumbro. Cuido con esmero el pequeño jardín de mis padres. Olvido los nombres de las plantas y de las flores. Bebo café entre los obreros y ya sólo invento horarios fijos: sólo soy un verdadero artista mientras vacío el lavaplatos. Mis gafas se me antojan tan crueles e indispensables como la risa de Dios.
Todos seremos pianistas si desaparecen los pianos.
Justo es reconocer que cuando me miro en el espejo veo un hombre acabado. Por ello me sorprende que se me haya brindado la oportunidad de acceder a estas páginas limpias y secas para hablar de mis palabras. La única razón que encuentro a esta convocatoria, pecado multiplicado por mi asentimiento a ella, es que quizá existiera en mí un buen principio, prolífico y asesino de lo verde como la hormiga. Lo aquí grabado corresponde a aquellos días azules. El color azul fue y es mi única excusa, mi primera y única coartada.
No puedo sino ceder inmediatamente a la tentación, que me atrae como si de tabaco se tratara, de difundir que suscribo todas las conclusiones que pueden y deben extraerse de la concienzuda lectura del ensayo de Manfred Kaltz titulado "El artista en cuanto ser inferior", manuscrito en época tan sospechosa como la que incluye el año de desgracias de 1939. Mando imprimir aquí, para corroborar mi dolorida sumisión a tal tratado, y para que sirva de prólogo y quizá de epílogo, el texto, siempre mutilado, de mi único manifiesto:
Santificamos a Dios, hicimos de Él un Santo; caminábamos campos en pos del cielo, cerrábamos campos con Iglesias. Luego, misteriosamente, bajó la cotización de las acciones de Dios en la Bolsa inmaterial de las almas: adiós a la religión de Dios, un adiós dubitativo porque el pañuelo aún se agita. Desnudos buscábamos cobijo para ocultar lo que veíamos, no éramos capaces de regalar nuestras llagas a la muerte, llagas envueltas en papel de renuncia altiva. El boxeador se desangraba, y nos resistíamos a arrojar la toalla. El árbitro del combate, el eterno hombre que pastorea, nos miraba, y su retina nos cubría con reproches que herían. Inventamos entonces la religión del Hombre, bautizamos con cultura nuestra sagrada ignorancia, ignorancia sabia, la única herencia de Dios. ¡No sabíamos que sólo nuestra ignorancia, la brutalidad celeste, nos hacía semejantes a Él! ¡Sólo alejándonos de las falsedades eruditas podríamos enfrentarnos a Él con una espada limpia!
Desolada quedó la piedra de las iglesias, y los hombres, que seguían sin ser hombres, trasladaron a los museos lo más vacío del espíritu de Dios. ¡Lentamente los artistas, la cojera de los corazones, ascendieron a los altares empujados por un aliento de sensibilidad vacía! ¡Desconocíamos tantas verdades! Los impíos artistas exteriores tomaron el relevo y la antorcha, cargando así aún más nuestras resignadas espaldas, y sus esclavos, los esclavos de los artistas exteriores, hablaron de sus amos con sucias bocas de miel, ayudaron a la propagación de la enfermedad de la cultura visible, construyeron museos para albergar monstruos que sustituyeran con ventaja a los decrépitos dragones, dictaron conferencias para menopáusicos y menopáusicas, encendieron eléctricas luces para alumbrar fósiles miserias, cometieron el grandísimo pecado de teorizar teorías: quemaron la huida de las almas rebeldes.
Estúpidamente negábamos, ciegos negábamos lo evidente: sólo existe el artista interior, sólo se puede ser artista secreto, la comunión todo lo mancha. ¡Estábamos canonizando a los más débiles, nombrábamos doctores a los incapaces...!
¡El artista debe crear dentro de sí mismo!
Si un Médico tomara la temperatura a los que creen ser hombres, diría que todos ellos albergan vana y terrible fiebre de homenajes y adulaciones.
Inventemos un termómetro de audacia; convirtámonos en hombres, aunque sea para desaparecer: os propongo entonar conmigo, sin mí y en silencio, el primer y último canto, el canto de la digna y mortal soberbia.
Escribí este rosario de letras hace algún tiempo, justo antes de comer y sin haber desayunado: no hay mejor escuela que el hambre, incluso la efímera, como no hay mejor esposo que el monje, que Mallick. No se escribe una obra literaria: se incurre en una obra literaria. Manufacturarla significa, si no se trata de un fraude aún más grave, desnudarse, y yo "desprecio a los que se desnudan" (entiéndase metafóricamente).
Entono por tanto, al mismo tiempo que el canto sonoro y compulsivo de las palabras manchadas, un mea culpa tan sincero como el eco, tan sincero como Mallick, tan lejano como Wataksi, tan ajeno a nosotros como todos nuestros destinos, tan fugaz como la prostituta mulata que visita mi celda cada mes.
Convencer al Otro de algo, y os remito a uno de mis poemas más desconocidos, es el suicidio por excelencia, por cuanto sólo tenemos nuestros errores, y éstos son tan pocos que compartirlos no es de buen cristiano silencioso, sino de cura parlanchín anclado a la sequía del púlpito.
Esconded vuestras monedas místicas, y recordad que no es menester regarlas: ellas solas se propagan sin necesidad de amor con la ayuda de una boca muda y del rastrillo sin dientes de la noche. Aquellos de entre vosotros que desoigan y desobedezcan serán premiados, a ellos, por regar, basta una sola gota, su propio misticismo con sangre sabia, les otorgará la vida premios y mercedes innombrables.
Bendito sea el que no haga caso, el que se aparte del misticismo como de la serpiente, bendito sea mi maestro el impuro, bendito sea el feliz, porque le es lícito tener hijos que labren e hilen, bendito el que no lee y actúa, el que se aleja de las letras de cambio, que son todas, bendito el que elude el abrazo del calor, bendito el que ama el frío, benditos los corazones congelados y baratos.
¡Sólo os pido que atornilléis vuestros huesos a la brisa, hombres pobres, que talléis en piedra vuestros gestos, hombres sin esperanza, jueces el día del Juicio Final!
Sólo debéis reclamar aquello que ya tenéis, pues jamás ha sido vuestro. ¡No exijáis estrellas! ¡Exigid vuestra piel y vuestros ojos, la flor que no habéis pisado, el pájaro que todavía vuela!
Desangraos en la construcción de un caballero interior afín a la gloria y al vacío.... No me hagáis caso, sólo os requiero para que asumáis la defensa del bruto, del verdadero poeta, del leñador, del iletrado.
¿Qué edad teníais al nacer?
Y ahora, junto al tic tac del reloj que aflige, que exacerba el hambre de infinito, ahora o nunca, no puedo menos de exponer una de las obligaciones ineludibles del poeta de segunda, del poeta que escribe: este poeta condenado que a nada sobrevive ha de revelar la naturaleza de la gran tragedia, del precio de la piedra, del precio de cada pan, de cada lágrima, de cada rugido, de cada hombre. Como un gran número, en torpes números redondos la tiranía del Altísimo, del Jugador de Baloncesto que ve un aro en cada luna y en cada nube, se desmenuza en precios pequeñísimos, en decimales como moscas que nos ahogan y nos miden y nos pesan y exigen que adelgacemos, que añadamos músculo al trigo, que hablemos de lo que está arriba y de lo que echamos de menos, de las limitaciones que se nos han impuesto.
¡Llevamos la semilla de la insatisfacción, y Dios, campesino en sus horas libres, manda brillar al sol, caer a la lluvia, morir sin nacer a la helada y al granizo! ¡Jardinero en lo azul, ¿cuánto vales Tú?, nos has hecho saber el precio de la lágrima y sentir el ansia de infinito! ¡Redímenos ahora de esta miseria en la sombra, de esta sombra que vibra aun en la noche más oscura...! ¡Colma todos nuestros bolsillos de billetes de Banco o, si no hay suficientes billetes allá arriba, baja los precios del espíritu y haz que nos contentemos con esta nada!
Hoy se ha fundido la bombilla de las flores. Hoy los monos intermitentes ya no nos hacen gracia.
Hoy las cabezas de los mendigos han perdido su chistera.
Hoy los chistes los cuentan los dentistas para sacarnos los dientes.
¡Pero también hoy hay una ----- muy misteriosa que me mira con las manos y me busca con los ojos! Salpicado de bailes por -----,
pierdo la regla de cálculo
y soy casi
misterioso
Pedro Casariego Córdoba
miércoles, septiembre 10, 2008
domingo, septiembre 07, 2008
sábado, septiembre 06, 2008
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