jueves, octubre 16, 2014

Elogio de los saberes inútiles, de NEL RODRIGUEZ RIAL

Elogio de los saberes inútiles





Elogio de los saberes inútiles

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L eo la prensa y mi alma se acongoja: se anuncian recortes en la educación universitaria, especialmente en los estudios humanísticos, esos que parecen impartir saberes que nada rinden a la economía productiva. Uno es un profesor de filosofía a punto de retirarse de la vida académica. Y antes de hacerlo quisiera dejar aquí mi modesto elogio de los saberes inútiles.
Los bienes del espíritu no tienen precio, pues no se pueden comprar. Las virtudes no se venden en el escaparate del mercado, la sabiduría no se subasta al mejor postor. Adquirimos aquéllas y esta por constante y esforzada educación. Tarea dura, trabajo difícil, compartido entre docentes y discentes, entre maestros y alumnos. Nadie puede comprarlas o adquirirlas para nosotros, tampoco vienen con diploma alguno, no las garantiza el más prestigioso de los títulos, sino que llegan al alma joven de los alumnos por una vocación y elección personal íntima, por un anhelo ardiente y esforzado de mejora espiritual.
¿En cuánto valorar este esfuerzo juvenil, esta opción desinteresada de perfección y cultivo del espíritu que las facultades de humanidades facilitan a los alumnos que a ellas llegan? ¿Qué precio ponerle a esta actividad personal gratuita, nada lucrativa, alejada de toda práctica comercial? ¿En cuánto tasar la creación de un alma sensible y cultivada, de un ciudadano juicioso y responsable? ¿Cuánto pagar por conferir una Humanitas granada y plena a los recién llegados al mundo? ¿Cuánto por elevar el nivel de civilización en la tierra? ¿Cuándo entenderá este capitalismo ignorante y cruel que hay bienes que no tienen precio, saberes que son fines en sí mismos, productos inútiles para el mercado pero que son los más útiles para el alma; prácticas e instituciones que no rinden beneficios económicos, pero cuyo rendimiento y valor son incalculables? ¿Cuándo comprenderán estos políticos liliputienses -que en lugar de corazón tienen una máquina registradora- que hay bienes de una economía especial, muy rara y única: la de los saberes? Sí, el saber es el único bien que crece al ser repartido: enriquece tanto a quien lo da como a quien lo recibe.
Por eso, aplicar la lógica del costo/beneficio económico a los asuntos del espíritu, calificar de inútiles o de no prioritarios estos saberes humanísticos y humanizadores, no convertibles en dinero, no solo es pura ignorancia y grave necedad sino una malignidad consciente que arruina la vida colectiva y desertiza la civilización. Una civilización cuyo cultivo y enriquecimiento, por cierto, debiera ser el fin primordial de toda actividad económica y humana. ¿Cuándo, en fin, comprenderán estos nuevos bárbaros que la educación ha sido desde siempre el líquido amniótico en el que ha crecido el cuerpo y alma de toda civilización? ¡De qué nos vale la riqueza material si tenemos una humanidad ignorante y embrutecida, espiritualmente anoréxica! Nuestra especie necesita filosofar, poetizar, pintar, tocar o danzar tanto como comer. Nos alimentamos de ideas, sonidos, imágenes y metáforas tanto como de patatas.
De ahí que la crisis que los amos del mundo han provocado no puede ser la mendaz coartada para destruir las instituciones encargadas de la economía del espíritu: las escuelas primarias y secundarias, las universidades, las facultades de Letras y Humanidades, de Bellas Artes, más también las editoriales, los teatros, los auditorios de música, las bibliotecas, los periódicos y revistas y todos cuantos en ellos trabajan y sirven a la mejora espiritual de todos nosotros están siendo acosados por este capitalismo privatizador, siniestro y desalmado, que recorta los fondos públicos precisos y necesarios, y que exige cada vez más altos impuestos a todo este mundo de la cultura que cuida y alimenta nuestras almas. Este utilitarismo necio y egoísta de los ricachones de la Tierra, ciegos para la curiositas del espíritu, sordos para las exigencias más espirituales del ser humano, acabará llevándonos a todos a la ruina del alma.
¡Qué será de la humanidad cuando se haya vuelto amnésica de su historia, cuando desconozca las lenguas clásicas sobre las que se erigieron sus ricas culturas, cuando ignore las grandes obras de la literatura y el pensamiento universal, cuando vea mermado el libre, crítico y responsable pensamiento; cuando ya no sepa reconocer las más bellas obras de arte! ¡Qué será de ella cuando, en fin, su sensibilidad, su imaginación y creatividad se hayan secado al calor de una racionalidad que busca tan solo la eficacia técnica y el lucro económico! Ya Rousseau se quejaba en su tiempo que «los políticos de la antigüedad hablaban de las buenas costumbres y las virtudes; los nuestros de comercio y dinero».
Tal vez por eso la sabiduría, como sucede con la santidad, no esté ya de moda, no se publicite en el mercado de las virtudes públicas, en el escaparate de las vocaciones apetecibles. Ya no queremos ser santos y tal vez no sepamos cómo ser sabios.
Nel Rodríguez Rial es profesor titular de la Facultade de Filosofía de la USC.

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