Reproducimos el texto leído por Luis Marigómez durante la presentación de , el nuevo libro-disco del poeta y músico leonés Ildefonso Rodríguez, en la Fundación Segundo y Santiago Montes (Valladolid), el 17 de octubre de 2014.
Por LUIS MARIGÓMEZ
Ildefonso Rodríguez tiene una larga carrera, con hitos como su poesía reunida, Escondido y visible(Editorial Dilema, 2008), sus investigaciones narrativas sobre el mundo de los sueños, Son del sueño (Ave del paraíso, 1998), Disolución del nocturno (Amargord, 2013) y su ensayo El jazz en la boca (Dossoles, 2007). Pero no todo son letras en su hacer. Siempre ha ocupado un lugar sustancial su labor de saxofonista, y soplador de otros instrumentos, de jazz y música improvisada, con varios discos participando en distintos combos.
Hoy viene con un libro verde, Inestables, intermedios, que, además lleva un disco dentro. El título ya indica que no es un objeto al uso. Primero un adjetivo, solo y, tras una coma, un nombre muy poco significativo. Uno no sabe qué se puede encontrar al abrirlo. Sospecho que es una de sus pretensiones, aguzar la confusión del lector /escuchante. ¿Esto qué es?
Como le gustaba a Walter Benjamin, este libro es una miniatura, una joya pequeña que hace virtud de su tamaño: «al ir buscando lo pequeño / el mundo se hace más redondo / buscas y ya no sabes dónde estás / avellanas en lo umbrío» Al tiempo de ser chico, es una obra de arte total. Lo es porque el autor juega con varias barajas un juego que seguramente es muy complicado pero que nunca ha parecido tan fácil como aquí. Está escrito desde la “oficina del río”, un lugar del que quizá quiera contar algo. “La poesía se hace donde corre el agua”, dice, al parecer, un proverbio celta que cita Rodríguez. Pero además de poesía, el género por el que es más conocido, hay en Inestables, intermedios, ensayo, texto autobiográfico, música, fotografía… No falta de nada.
La fotografía está para dar cuenta del lugar del origen, para mostrar el brillo del saxo, el agua del canal y la sombra del autor. Todo es real, no es un cuento.
La música viene en un CD y se aleja de las pretensiones discográficas al uso. Son como las cintas del sótano de aquel cantante, el trabajo del taller en bruto, sin refinar, pero lleno de la fuerza de donde surge. «Tocar en lo abierto: pasos, hojarasca, ruidos, pájaros; una vida espectral, las notas fantasmas.» En esta música se expresa algo que siempre aparece en los trabajos de Fonso, su capacidad de juego, sus ganas de pasarlo bien con lo que hace. «La música no quiere ser sólo documento, pero aspiraría a dar noción del entusiasmo, el arrebato con que se tocó, se sopló.» Entre los títulos, varios neologismos, Tinoretango,Clarizaina. Indican su voluntad de aunar elementos tradicionales, dulzaina, tango, con las maneras y los instrumentos que él usa, clarinete. La música es algo consustancial al autor, y nunca había aparecido junto a su obra escrita. Ya era hora, ¿verdad?
Pero no es solo la música, todo el libro se caracteriza por la naturalidad de lo hecho en casa, como las mejores mermeladas. Hay un disfrute que se quiere compartir. Ahí está otra característica habitual enIldefonso Rodríguez, el culto a la amistad. Aparecen sus tratos con Lastres, (Miguel Suárez) y conUrdiales, con sus conflictos y con la melancolía de la pérdida. En las estelas de Fernando Urdiales utiliza el versículo, algo que hasta ahora no había hecho nunca.
«porque de eso se trata, el lugar que voy buscando, como un guarda forestal o un peón caminero, para acomodarnos un ratito más y seguir hablando, es un lugar gozoso y a la vez está infectado, es la vida y es la muerte, de eso se trata sin remedio»
A Ildefonso Rodríguez siempre le ha gustado mezclarlo todo, aborrece los cajones de los géneros, pero nunca lo había hecho con tanta libertad, con tanta naturalidad, como en este libro. Hay además una curiosa armonía entre las partes, sospecho que difícil de lograr; con seguridad, fácil de digerir. La armonía, recuerdo, es un concepto musical.
Hay algo en este artefacto que creo que se afianza en su obra, la serenidad del artista maduro, de quien ya no tiene nada que demostrar y está más relajado y más suelto para hacer lo que quiere. Tiene una obra abundante detrás. No hay por qué insistir, corre uno el peligro de repetirse. Se puede desnudar con la seguridad de que no le van a llamar mucho la atención. Como dice un verso, «escribir como Nietzsche: sólo ola y juego».
Hay que agradecer esta alegría que no esconde la pena y, sobre todo, el regalo que nos hace al lector, al oyente, a quien quiera adentrarse en su mundo.
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