Tiqqun
parte de la evidencia de la catástrofe, del mundo como catástrofe. Ante
ella, dicen, están los que se indignan y los que toman nota, los que
denuncian y los que se organizan. Tiqqun está al lado de los que se
organizan.
La catástrofe específica de la situación en la que vivimos se llama
“guerra civil mundial”, donde nada es capaz de limitar el
enfrentamiento de las fuerzas presentes. Ni siquiera el derecho, que
entra en juego como otra forma del enfrentamiento generalizado.
La “guerra civil mundial” tiene un estrecho vínculo con la hegemonía del
“liberalismo existencial”, es decir, el hecho de que se admita como
natural una relación con el mundo fundada sobre la idea de que cada
cual tiene su vida. Que ésta consiste en una serie de elecciones,
buenas o malas. Que cada uno se define por una serie de cualidades, de
propiedades que hacen de él un ser único e irrepetible. Que el contrato
resume adecuadamente el compromiso de los seres unos con otros, y el
respeto, toda virtud. Que el lenguaje no es más que un medio para
hacerse entender. Que el mundo está compuesto de cosas a gestionar y de
un océano de yo-yo.
En este mundo, todos hemos sido educados como supervivientes, como
máquinas de supervivencia. Hemos sido formados en la idea de que la
vida consiste en marchar, marchar en medio del hundimiento de otros
cuerpos que marchan idénticamente, tropiezan y luego se hunden a su
vez, en la indiferencia. La novedad hoy es que esto se sabe.
De alguna manera, la política (de izquierdas o alternativa o autónoma)
está contaminada por el liberalismo existencial: se fetichiza la forma
organizativa (asamblea, etc.) donde los individuos se reunen,
abstracción hecha de los mundos de cada uno -de las redes de cosas, de
hábitos, de fetiches, de afectos, de lugares y de solidaridades que
conforman el mundo sensible y le dan consistencia. Como ponemos todo
esto entre paréntesis cuando hacemos política, todo lo que nos aferra a
la vida, negándonos a asumirlo colectivamente, siempre llega el día del
agotamiento y el fin de la movilización, donde cada cual se
reencuentra (felizmente, aunque no se admita) con sus hábitos
abandonados, con las pasiones cruciales, todo ello bajo el infecto signo de lo privado.
Es el problema del activista.
El activista se moviliza contra la catástrofe, pero en el fondo no hace
más que prolongarla. Sus prisas vienen a consumir el poco mundo que
queda. Olvida cuál es la naturaleza de la urgencia que nos atraviesa
como origen de nuestro compromiso. El activista quiere estar en todos
sitios. Habla de “la gente”, de los parados, de los sin-papeles, de los
huelguistas y de las prostitutas, pero sin ponerse él mismo nunca
realmente en juego. Se mueve, aporta su creatividad pragmática, su
energía festiva. Pero nunca se da los medios para pensar cómo hacer,
como bloquear el avance de la catástrofe, cómo establecer mundos
habitables. Y la verdadera legitimidad pertenece a quien piensa sus
gestos, a quien sabe lo que hace y porqué lo hace, a quien dobla el
acontecimiento en el orden del gesto con el acontecimiento en el orden
del lenguaje, quien establece un lazo intenso entre lo que vive y lo
que piensa.
¿Qué significa, pues, organizarse para Tiqqun? En primer lugar: partir de la
situación, no recusarla (en nombre de un pasado idealizado o del
porvenir). Tomar partido en su seno. Tejer ahí las solidaridades
necesarias: materiales, afectivas, políticas. Inventar prácticas
habitables para cuerpos con mundo, organizarnos según nuestras necesidades: amar, dormir, pensar, estudiar, reposar, etc.
Por ejemplo, los centros sociales (la gente de Tiqqun ha vivido en okupas
francesas e italianas). En las okupaciones, se cuida colectivamente la
supervivencia elemental, mediante el trabajo en grupo, los robos, las
comidas comunales, la puesta en común de técnicas, materiales, saberes,
inclinaciones amorosas, la fiesta, etc. Las intensidades emotivas
vividas en común quiebran las rigideces del individuo, su autarquía
afectiva. Se constituyen lenguajes y sintaxis comunes, nuevos medios de
comunicación, una cultura autónoma que trata de arrancar la transmisión
de experiencia de las manos del Estado. Durante un tiempo, todas esas
prácticas conviven con la lucha política: acción directa, sabotaje,
manis, etc. Pero pronto se escinde existencia y política, los valores
dominantes marcan la experiencia de las okupaciones: valorización
personal, competencia, liberalismo sórdido en la vida afectiva,
necesidad de territorio, escisión entre vida cotidiana y política,
paranoias identitarias.
La alternativa es: o gueto (hegemonía del plano existencial) o ejército
(hegemonía del plano político). La única forma de escapar a esta
alternativa es la “máquina de guerra”, la construcción permanente del
lazo entre vida y política, la configuración política de una
estrategia. No existe LA comunidad, existe el hecho comunitario, que circula.
¿Quién se organiza, quién hace política? Tiqqun escapa voluntariamente de la
identificación de un sujeto político con una clase social dada, con un
segmento de la sociedad (cognitariado, excluidos). Y para escapar a la
dialéctica que plantea un antagonismo interior a una totalidad
escindida (clase contra clase), vuelven a la reflexión de Foucault
sobre la plebe, a la reflexión de Marcuse sobre los desclasados, a la
reflexión de Bataille sobre la sociedad heterogénea. No hay identidad o
sujeto revolucionario: es un oxímoron. Se trata de devenir cualquiera,
devenir imperceptible, des-subjetivarse. Tiqqun llama a la secesión de
cada uno con respecto a su papel (jóvenes, obreros, mujeres, víctimas),
a un movimiento de deserción interior con respecto a las identidades impuestas.
Desertar significa crear otra cosa. Autonomía es un movimiento de separ/acción.
Federar esas deserciones interiores en un plano de consistencia es la
tarea. Sin totalizar ni unificar. A la multiplicidad de prácticas que
agujerean el Imperio (a veces dicen Espectáculo, a veces Biopoder)
Tiqqun las llama el Partido Imaginario. Tiqqun es la fracción consciente de ese Partido.
Cuando capitalismo y vida se funden la huelga tradicional ya no tiene sentido.
Viene el tiempo de la huelga humana, donde en primer lugar dejamos de
ser lo que debemos ser, nos vinculamos más allá de las identidades
pre-existentes y hacemos saltar por los aires todo el universo de lo
previsible, los límites del yo (las fronteras que ponemos en torno a
nosotros para que no pase nada). Serán precisamente los que no trabajan quienes inventen
las formas de la huelga humana.
En este sentido, analizan detenidamente el ejemplo de las luchas autónomas
en Italia en 1977. El peligro es afrontar al Imperio en tanto que sujeto,
colectivo y revolucionario: firmar los actos de guerra, separarse del
tejido ético del movimiento (fuerza material común: radios libres,
fiestas contraculturales, centros sociales). El caso que citan son las
Brigadas Rojas. Pero no las BR de Curcio (guerrilla anónima), sino las
de Moretti (estalinianas). Otro peligro es identificar al sujeto
revolucionario (aquí hacen la crítica de Negri), ceder a la tentación
sociológica del concepto de composición de clase, burocratizar el concepto mismo
de autonomía, hacer de los movimientos UN movimiento, etc.
El caso italiano les permite analizar también las nuevas formas de
represión, contrarrevolución, excepción: como el enemigo a partir de
ahora es difuso e invisible, se trata de controlar permanentemente a
toda la población (manipulación social de afectos, tortura blanca,
guerra psicológica, infiltración, represión terapeútica, etc.). El
Imperio gestiona la guerra civil. No es un sujeto que se nos opone,
sino un medio hostil en el que nos desenvolvemos.
Sobre la lucha anti-CPE
Lo primero que Tiqqun (organizado en el Comité de Ocupación de la Sorbona)
resalta es que se trata de una lucha contra una ley votada
mayoritariamente por un Parlamento legítimo. La sola lucha anti-CPE
prueba que el principio democrático de voto por mayoría es
contestable, que el mito de la asamblea general soberana puede ser una
usurpación. La asamblea, como práctica, nos remonta a épocas donde la
vida y la palabra estaban cargadas de comunidad. Comunidad obrera o
campesina, guerrera o popular, guayakí o hassidica. Siempre hubo en la
asamblea una teatralidad, un gregarismo, un panoptismo, juegos de
poder, de control, de hegemonía. Pero según Tiqqun ya no hay más que
eso. De ahí que la gente se escapa de ellas. Por eso, ahí donde no ha
podido nacer una comunidad de lucha, las Asambleas Generales del
movimiento funcionaron sin relación con la calle. Inadecuadas para el
pensamiento libre y la organización de la acción, ignorantes de la
amistad como cemento político, la asamblea es una forma vacía, un
simulacro bueno para todo y nada. Un estorbo.
Por ejemplo, la idea de debatir democráticamente, cada día, con los
no-huelguistas sobre el desarrollo de la huelga es una aberración. La
huelga no ha sido nunca una práctica democrática, sino una política de
hechos consumados, una toma de posesión inmediata, una relación de
fuerzas. Nadie ha votado nunca la instauración del capitalismo.
Para Tiqqun, el CPE ha sido en primer lugar un pretexto. Pretexto para la
movilización de las organizaciones clásicas, sindicales. Pretexto para
las prácticas de bloqueo de los estudiantes. Pretexto de rebelión para
todos. Luego se convirtió en un asunto de honor. Nadie vivió la
retirada como una victoria, sino como una ofensa borrada. El contenido
de una lucha reside en las prácticas que adopta, no en las finalidades
que proclama. Según Tiqqun, el contenido efectivo del movimiento fue el
bloqueo de la economía y el ataque a las fuerzas del orden, la
interrupción de la circulación mercantil y la liberación del territorio
de su ocupación policial. El problema, con las reivindicaciones, es que
formulando necesidades en términos inteligibles para el poder, no dicen
nada de nuestras necesidades, de lo que implican como transformaciones
reales del mundo. Así, reinvindicar la gratuidad de los transportes no
dice nada sobre nuestra necesidad de viajar y no sólo desplazarse,
sobre nuestra necesidad de lentitud.
La lucha anti-CPE ha sido finalmente también un síntoma: nadie se siente
en su casa en el fúnebre decorado de la metrópolis capitalista. Al
rechazar el CPE no se aspiraba a una explotación más clásica (trabajo
fijo), no se rechazaba el trabajo asalariado ni su crisis, sino la
redefinición del trabajo que resulta de esa crisis, el elemento de sometimiento del trabajo contemporáneo, mediante el cual se nos moviliza subjetivamente. El deseo que animaba la lucha anti-CPE es: no deseo permitir que el trabajo penetre todo mi ser.
Frente a las Asambleas Generales, Tiqqun apostó por las comunidades: las
bandas. No llamaron a formar bandas, porque la banda sobreviene, sin
decisión previa. No es el producto de un contrato entre individuos
propietarios, sino de un pacto, anterior a toda decisión: esa es la experiencia de lo común.
Para ilustrar las dos formas de moverse en la calle, la comunidad-banda o la
muchedumbre de solitarios, Tiqqun alude al conflicto de marzo en los
Inválidos, cuando cenenares de chicos de banlieue atacaron la
manifestación anti-CPE, robando moviles, golpeando en corro a chicos,
arrastrando a chicas por el suelo de los pelos, etc. Según Tiqqun, a la
manifestación llegas individualmente, te unes por un rato a tus
“compañeros”, gritas algunos eslogans que no llegas a creerte y vuelves
a casa solo. No pasa nada. Con la banda se desembarca en la mani en
grupo, se tiene una ligera idea de lo que se ha ido a hacer ahí (pelear
contra los polis, incendiar París, liberar la Sorbona, robar móviles,
atacar a periodistas o manifestantes). La banda es una jauría de un
solo hombre, pero compuesta por cincuenta. Si uno corre, todos corren.
Si uno golpea, todos golpean. Si a uno le golpean, igual. Reflejos de
horda. Jerga común. Disposición a la estupidez, al seguidismo, al
linchamiento. Varias veces, en los dos últimos años, esas dos maneras
de moverse se han encontrado en la calle. Y cada vez, la confrontación
da la ventaja a las bandas. Cada vez, el individuo separado de las
muchedumbres, con su libertad de expresión, su derecho a ser sí mismo,
a tener su móvil y su tarjeta de banco, muerde el polvo, golpeado.
Golpeado por chicos de 15 años. Golpeado por una cruel alternativa:
organizarse en banda o morder el polvo.
¿Cómo se explica que el movimiento anti-CPE se desvaneciese en un abrir y
cerrar de ojos? Según Tiqqun, al rechazar la identificación de los
sindicatos, los media, la administración, los anti-huelga como enemigos,
y rechazando tratarles como a tales, el movimiento les permitió
convertirse en una componente más, figurándose así el consenso de la
sociedad civil contra el gobierno. Cuando todo ese mundo declaró con
una sola voz la victoria y el entierro del movimiento, el vacío se hizo
en torno a los que querían continuarlo, señalados como un puñado de
locos al descubierto.
Todo parece como si el estado de la sociedad actual fuese extremadamente
favorable al surgimiento de movimientos callejeros que son
exclusivamente movimientos “de expresión”, como se dice: repentinos,
espectaculares, enormes y sin porvenir. Como rezaba una pancarta en la
Sorbona: “los movimientos nacen para morir. ¡Viva la insurrección!”
Ahora no habrá “retorno a la normalidad”, sino un proceso de normalización:
una guerra a muerte contra las trazas del acontecimiento. Tiqqun no se
refiere aquí a “toma de conciencia” alguna, sino a amistades. Toda
amistad conserva una huella de las condiciones de su nacimiento, del
momento del encuentro (lacrimógenos, ocupación colectiva de la calle,
disturbios), a las que se tenderá siempre a volver.
(Tomado de Mesetas.net)http://dabolico.blogspot.com/2008/07/tiqqun-y-zimmerman.html
IV. ¿Qué somos nosotros?
“En realidad, la violencia existe para nosotros como aquello de lo que hemos sido desposeídos, y aquello de lo que hace falta ahora reapropiarse”. Tiqqun.
Queridos amigos,
Disculpad que os escriba en bloque. Es algo que odio, lo podéis
suponer. Odio esta idiota generalidad de la informática, pero en este
caso "el guión" (?) lo exige. En el fondo, lo sabéis, no confundo a
nadie. Gracias a vivir patológicamente "desconectado", alegremente
desinformado -esta presunción es un virus como otro cualquiera- sé
quién es cada uno.
Se trata de casos distintos y distantes –je, je- y muchos de vosotros
ni siquiera os conocéis. Sólo lo singular del mensaje -ya veremos-
disculparía su envío genérico.
Con todo, con todo quizás este bloque técnico tiene algo que ver con
una pregunta real: ¿qué hay en común entre los amigos de uno? Al fin y
al cabo, uno es uno, ¿no es eso? Y uno, tan uno -zoy como zoy,
decía Popeye-, no es amigo de cualquiera. Cualquiera, digamos, no tiene
amigos, es... "lo desconocido sin amigos". Por el contrario, nosotros,
vosotros tenéis que tener algo “uno” sabido, que se pueda unisaber. ¿Podemos temer que nuestra identidad tiene relación con el hecho de que hemos llegado?
¿Es eso? Os lo habéis currado, mucho, para llegar a donde estáis
-¿dónde decíais que estabais?- y por eso ahora no os mostráis
dispuestos a aceptar una versión radicalmente distinta del mundo que
hemos logrado. Sólo admitís de buen grado retoques de decorado,
detalles del programa, pero no que se cambie el papel principal. ¿Tiene
esto algo que ver con nuestra reciente manía de legislar hacia atrás,
sobre la ceniza de los muertos que callan? ¿No es menos cierto que nos
dedicamos a la Memoria Histórica, judicializando a víctimas y verdugos,
porque el presente ya lo sentimos cuajado y es hora -en parte
por aburrimiento- de hacer cuentas, de ajustar el pasado a este
presente que sentimos definitiva, gradualmente justo? Y además -je-, si
la izquierda no se distingue por la versión de las cosas, por su
"cultura", ¿qué haríamos aquí?
Ya hemos llegado. ¿No veis que hace tiempo nos repetimos? Sólo nuestro
insólito narcisismo -la cáscara amarga oculta dulces entrañas- nos
impide reconocer esa letanía. Somos fácilmente caricaturizables. Pero
nos dedicamos a la cultura, en esto consiste la alternativa de
izquierda. ¿Qué significa esto? Si la ventaja de la honestidad, de ser
coherente, es que al menos así puedes estrellarte, nosotros nos
refugiamos en el fragmento, en el zapping conceptual, en el estrés
deconstructivo... Nuestra autoconciencia no nos permite tener una única
versión, aparecer en bloque, con el uniforme de lo que somos.
En fin, time will tell.
Como decía aquel amigo, “Izquierda rockera, derecha petrolera, el mismo
combate”: Es necesario que parezcamos plurales, que no se vea nuestro
uniforme, esta miserable aversión al sentido de la existencia mortal,
este racismo frente al atraso de la humanidad que es indiferente al
progreso. Nuestra habitual histeria antivitalista, incluso
antiexistencial, repite que no existe naturaleza, ni referente, ni
tampoco existencia. La tierra entera debe pasar, como lo hicimos
nosotros, por un cambio climático para ser admitida en el club. ¿No
somos adorables? Pasará, como decía Debord de la sociedad, que pronto
seremos reconocidos únicamente por nuestros enemigos. Al fin y al cabo,
aparte del consenso, hace mucho que no creamos nada.
Entremedias, pensando siempre en vosotros y en vuestro digitalizado
malestar, me he tomado la molestia de romperme el espinazo con dos
libros extraños, difíciles, visionarios, "un poco" sombríos. Fijaos en
los títulos: Teoría del Bloom e Introducción a la guerra civil. ¿Verdad que prometen algo, aunque no sepamos qué? Los dos firmados por el "medio" anónimo Tiqqun en la editorial Melusina. Si caen
en vuestras manos -tal vez, diga yo lo que diga, no los buscaréis-
preferiréis pensar que estos libros son ininteligibles o incluso,
directamente un bluff. En efecto, al principio no se entiende nada...
¿y cómo nosotros no vamos a entender? ¿Os habéis parado a
pensar que tal vez porque nosotros, de izquierda de toda la vida, hace
mucho tiempo que estamos cómodamente instalados como ala alternativa de
lo que funciona, para darle precisamente fluidez? Sólo nos diferencia
de la derecha la letra de la canción, no la música, esa voluntad de
marcar el paso con el progresismo integral de un mundo democrático,
plural, desarrollado frente a los bárbaros de las afueras. Racismo
democrático que no admite que esos bárbaros tengan una versión de
nosotros que nosotros debamos escuchar. El problema es que estos chicos
de Tiqqun, que piensan como bárbaros interiores, no son rusos ni
árabes, sino de los nuestros, franceses o italianos -pocos lo saben-
que hablan nuestro idioma. Son cultos, citan a Benjamin, a Walser y a
Kafka. Y sin embargo, lo que dicen no dejará de alterar nuestros oídos,
pues vuelven nuestro pasado contra esta cultura del presente y
descubren una temporalidad oculta en nuestra historia que nos hace aberrantes.
En suma, como tienen la osadía y el descaro de ignorar que la
Democracia se ha convertido en la religión verdadera, hablan como si el
mal, aquello de lo que hay que ocuparse, anidase dentro de nosotros,
fuésemos nosotros. Generan así una metamorfosis monstruosa de nuestra
cotidianeidad: hablan de nosotros como si fuésemos los Otros, de manera
que nos costará reconocernos en ese espejo. Tenéis una breve, modesta
presentación -como es mi estilo- de esos dos libros venenosos en www.ignaciocastrorey.com .
Nosotros. ¿Qué es Tiqqun? Lo que podría dividirnos. Y como diría
nuestro amigo Badiou -no citado por ellos, aunque poseen una memoria infranalógica-,
¿qué es un pensamiento que no divide a los hombres? Haced la prueba,
resistir el impulso inicial de cerrar esos textos y después contadme la
experiencia. Decidme que me equivoco, que no somos parte de la infamia.
Hasta pronto. Gracias por estar ahí.
Vuestro
Ignacio
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