En tu último libro Los naufragios del desierto (Vaso Roto ediciones) podemos apreciar un desplazamiento hacia otras regiones, hacia otras claves que cohabitan en tu imaginario. La poesía de oriente ocupa un lugar preponderante en esta nueva etapa ¿Cómo se produce esta derivación?
Toda creación poética encierra un misterio. Es el fruto de lecturas, vivencias, percepciones, pero también y, yo diría sobre todo, de un misterioso dictado. El desierto es el espacio del silencio, y en el silencio se abre el oído de nuestros sentidos, predisponiéndonos a la escucha. Escucha que permite se mezclen nuestros conocimientos directos con aquellos indirectos, o dictados. Los naufragios del desierto nace más de mi relación con ese silencio que de estudios sobre la poesía de oriente.
Aunque sí me mueva la sabiduría de los sufí (recomiendo la lectura de Pensadores de Oriente de Idries Shah), y sí haya vibrado mucho en los versos de Rumi, Khayyam yHāfez, no siento que este libro sea producto de la filosofía oriental. Mi imaginario del desierto se desarrolla a partir de El extranjero de Albert Camus. Esta novela, que leí por primera vez en la adolescencia, me marcó de manera muy profunda e instaló en mí la potencia del desierto humano. En contraposición a esto, en mí yace firme la presencia bíblica que se refleja en las vidas de mis tres protagonistas: para ellos el desierto es vacío y plenitud; condición indispensable para transformar las heridas en luz.
Sería injusto para con el impulso creativo que originó este libro, que yo elaborara ad-posteriori un fundamento racional. Releyéndolo me doy cuenta que en él cohabitan numerosas claves, y que en realidad no tiene importancia ni el cuándo ni el dónde ni el cómo, porque el tema es la existencia. Y la existencia, por su naturaleza, se impregna de lo circunstante pero lo trasciende.
¿Cómo se da esto de escribir preferentemente en español siendo italiana de origen? ¿Por qué crees que se genera esta dinámica inusual?
Yo pasé mi infancia en Costa Rica, llevé a cabo mis estudios en inglés, y en casa siempre y sólo escuché hablar italiano. Mis primeras composiciones poéticas (a los 12 años) fueron en inglés. Supongo que el ritmo de las palabras que retumbaba en mí con mayor fuerza era el de mis lecturas escolásticas. Con el tiempo, migré hacia el italiano, en paralelo con los estudios universitarios (Economía) que cursé en Roma, en italiano. Finalmente, al mudarme de nuevo a Centroamérica, a los 27 años y por asuntos profesionales, encontré mi resonancia en el idioma castellano. Es en Nicaragua donde comencé a descubrir matices del idioma que me pertenecían desde tiempos antiguos, y poco a poco me fui afianzando en él.
En Nicaragua también aconteció el Amor. El idioma del amor es el idioma del corazón, y el corazón es aquel que origina todos los latidos. Por ende, aunque a veces pueda cometer errores en español, debidos a su similitud con el italiano, sé que mi pulsación poética le pertenece. Es un latido hispanoamericano. Ya el idioma de mis lecturas se ha vuelto indiferente; a la hora de tomar la pluma entre las manos, los versos surgen en español. Esta dinámica no aplica ni a la narrativa ni al ensayo, géneros en los que me expreso libremente en italiano, inglés y español.
Sin embargo, en respuesta concreta a la pregunta ¿por qué creo que se genera esta dinámica inusual?, tengo que apelar nuevamente al misterio poético.
A la luz de tu experiencia ¿qué diferencias claves adviertes entre la poesía italiana actual y la que se hace en Latinoamérica?
Aclaro que no soy una experta en esta materia, menos una gran lectora de poesía contemporánea (todavía tengo mucho por leer del mundo clásico)…
En términos generales, en la poesía actual italiana percibo más concepto que entrañas. Se siente cierta sumisión a las grandes voces del siglo pasado, y el refugio en un refinamiento estético, salida que se convierte en cerco. Parte de la poesía sigue aferrada a las ideologías difuntas, mientras que otra busca un espacio en el cerrado panorama cultural. Esto último, pareciera ser más importante que la mera esencia del acto creativo, que tiende naturalmente hacia la “ruptura de los esquemas”.
Me atrevo a decir que esta situación responde en parte al estancamiento de la sociedad: los grandes sufrimientos (guerras y pobreza) son sólo recuerdos, y por ende un concepto, y no un sentimiento vivo. Así mismo, la esperanza, que no se vislumbra ni en la economía, ni en la política, ni en la reconquista de los valores fundamentales, constituye una especie de concepto frustrado.
En Latinoamérica, en cambio, la pobreza sigue vigente y las heridas son más frescas; también, es más palpable la esperanza de salir adelante y superar los históricos abusos. Esto se transmite a la lírica, que todavía logra involucrar al lector, provocando en él un movimiento desde adentro hacia fuera y no viceversa. En una tierra que funda sus orígenes en el conflicto entre amerindios y conquistadores, el modus vivendi es la “ruptura de esquemas”. No hay estática en esta lengua rica de resonancias, que engendra poesía como expresión propia de su existir. Y en este sentido, me parece iluminante un trozo del diálogo entre Jung y el indio de Nuevo México “Lago de montaña” (Carl G. Jung, Recuerdos, sueños pensamientos):
«Los blancos quieren siempre algo, están inquietos y desasosegados. No sabemos lo que quieren. No les comprendemos. Creemos que están locos». Le pregunté por qué creía que todos los blancos están locos. Me respondió: «Dicen que piensan con la cabeza.» «¡Pues claro! ¿Con qué piensas tú?», le pregunté. «Nosotros pensamos aquí», dijo señalando su corazón. Quedé sumido en largas reflexiones.
Zingonia Zingone. Poeta, narradora y traductora. Creció entre Italia y Costa Rica, y es licenciada en Economía. Escribe en castellano y vive en Roma.
Poemarios: Máscara del delirio (Perro Azul, 2006; Lietocolle, 2008), Cosmo-agonía (Perro Azul, 2007), Tana Katana (Perro Azul, 2009), Equilibrista del olvido (Raffaelli Editore, 2011; Editorial Germinal, 2012; Poetrywala, 2011; Aharnishi Prakashana, 2012), y Los Naufragios del Desierto (Vaso Roto Ediciones, 2013). Novela en Italiano:Il velo (Elephanta Press, 2000).
Su obra ha sido incluida en numerosas revistas literarias y ha sido traducida a varios idiomas como inglés, chino, hindi, kannada, malayalam, marathi y albanés.
Obras traducidas al español: Alarma de Virus (Ediciones Espiral, 2012) del poeta marathi Hemant Divate y La Cruz es un camino (Edizioni della Meridiana, 2013) del poeta italiano Daniele Mencarelli.
Integrante de la junta organizadora del festival internacional de poesía “Kritya” (India). Desde el 2007 ha participado en numerosos festivales internacionales de poesía en América Latina, Europa y Asia.
El hecho de dominar varios idiomas te ha permitido leer en lengua original textos fundamentales y traducir también a importantes autores ¿Cómo te sientes en esta labor de traductora?
Traducir es mi forma natural de hablar. Me muevo mucho entre Europa, la India y Latinoamérica, e intercambio con frecuencia mensajes con poetas diseminados por el mundo, por lo que ya se me hizo costumbre pasar de un idioma a otro. Traducirlos y traducirme.
Ahora bien, la labor de traducir poesía no implica sólo dominar los idiomas, sino que entender la cultura que un idioma encierra, para así poder trasponer una cultura en otra, un idioma en otro, un poema en su equivalente traducido. Por esta razón, me siento más cómoda trabajando con la poesía procedente de una cultura que conozco bien.
Prefiero siempre traducir al español. Y aclaro que no es español de España.
Tengo sensibilidad cultural y lingüística para con Italia, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Canadá y la India. Pero también me atrevo a traducir la poesía árabe desde el inglés y el francés conjuntamente, y la poesía de los países nórdicos desde el inglés.
Donde se me dificulta la labor, es en el desencuentro con un texto. Si no logro sintonía con el poema que traduzco, es difícil que el resultado me satisfaga, por lo tanto, mi política es traducir sólo lo que me gusta.
Tu relación con Latinoamérica es muy cercana. Viviste algunos años en Costa Rica y has viajado por varios países de este continente. ¿Por qué se produce esta empatía? ¿Te sientes parte de una cultura, de un tejido social en permanente ebullición?
La empatía está fuera de nuestro control: o se manifiesta o no se manifiesta; no se puede construir a partir de la racionalidad.
Al pasar mi infancia en Costa Rica, por simple osmosis ambiental, quedé permeada de latinoamericanidad. Me refiero, entre otras cosas, a la lengua, a la música, al dulce de leche y a la tortilla, a la devoción por la Virgen, y a la baraja étnica. Sobre todo, quedé llena de trópico, de esa relación entrañable con la naturaleza.
Más que sentirme parte de un tejido social, siento un vínculo más íntimo, una afinidad profunda. Tan es así, que al mudarme a Nicaragua ya como adulta, sentí que de alguna forma estaba regresando a casa.
En Costa Rica falleció mi padre. En Costa Rica nació mi hijo. La familia paterna de mi hijo es nicaragüense y peruana, por lo que en los últimos diez años, mi vínculo con América Latina se ha ido fortaleciendo siempre más. El amor es el más poderoso de los motores y del amor por una persona, puede nacer el amor por un pueblo, por un territorio.
Regresando al tema de la empatía, creo que vale la pena mencionar que mi memoria sensorial juega un papel importante. Desde niña, siempre la he tenido muy desarrollada, en contraposición con la pésima memoria para con números, datos y textos. El hecho de retener impresiones, las convierte en algo mío, extendiendo mi zona de confort. Esto no sólo me pasa a través de la experiencia personal, sino que a través de la lectura. El ejemplo más impactante implica a Neruda. Estando en el colegio, leí Entierro en el este, un poema que describe un ritual crematorio en las orillas del río Ganges. Me impactaron tanto los ruidos (“pasan sonando cadenas y flautas de cobre” y “el creciente monótono de los tamtam”), los olores punzantes (“azafrán y frutas”, “el humo de las maderas que arden y huelen”), así como colores y texturas (“envueltos en muselina escarlata”), que al visitar la India, hace 5 años, sentí que el país me pertenecía. Esto seguramente se debe también a mi domino del inglés y al trópico que vive en mí.
En resumidas cuentas, sí me identifico profundamente con América Latina, pero tengo empatía fácil con otras regiones del mundo.
Aparte de las lecturas de rigor ¿crees que los viajes han sido funcionales a tu proceso creativo?
Definitivamente. Los viajes amplían los horizontes. Y, como dije anteriormente, mi memoria sensorial engloba rápidamente las impresiones.
Has incursionado en otros géneros literarios, especialmente la narrativa. Publicaste en 2000 una novela que lleva por título Il velo. ¿Crees que el poeta tiene esa capacidad de desdoblamiento cuando aborda otro escenario? ¿Cómo fue la experiencia en tu caso?
No podría generalizar. Hay poetas que son también ensayistas, dramaturgos, cuentistas y novelistas brillantes, como hay otros que sólo tienen vocación de poeta. Es algo muy personal.
A mí, desde que era niña me fascinaba contar cuentos, inventar historias. Como también tuve siempre amigos imaginarios que me acompañaban y con los cuales compartía unas historias elaboradísimas. El paso siguiente hubiera sido ponerlas por escrito.
Creo que para aprender a narrar, se necesita práctica y disciplina. Existen técnicas, pero lo que más me resultó a mí, fue la lectura de buenos cuentos y novelas, escritos en la estética contemporánea. Una vez organizadas las ideas en forma esquemática, sigue lo metódico: sentarse a diario frente al papel y avanzar hacia el objetivo. Así fue como escribí Il Velo y mi novela inédita, La leyenda del mendigo. Para esta última me nutrí de Stienbeck, Scott Fitzgerald y Hemingway; está escrita en tercera persona, y cada capítulo corresponde a una escena, como en una película.Il Velo, en cambio, es una novela intimista, escrita en primera persona y con un lenguaje más poético, menos fluido. Peculiarmente, el protagonista es un hombre.
Como reto personal, hace años incursioné también en el teatro. Era una época en la que estaba obsesionada por la obra del dramaturgo francés Jean Anouilh, y leía una o dos piezas suyas al día. Entré en el ritmo del teatro y escribí una obra en tres actos, Desideria. No era más que un ejercicio, pero no descarto retomarla en algún momento.
Volviendo a tu proceso creativo, ¿qué cambios adviertes desde tus primeros libros a lo que vienes haciendo en la actualidad?
Soy poeta por nacimiento, por instinto, y no llevé a cabo estudios literarios, por lo cual mi poesía se encontraba inicialmente en su “estado bruto”. El tiempo y las lecturas han ido depurando mi voz.
Soy de aquellos reticentes a sacar su primer libro del armario. Sin embargo, como me dijo el dueño de la editorial costarricense Perro Azul, “si no se le apoya al poeta la edición de su primer libro, puede que se frustre y deje de escribir. El reto es que cada libro supere al anterior.” O, yo agregaría, cuando la voz es madura, que no se repita, que explore nuevos entornos. Siempre que las musas sigan cantando.
En estos 7 años (Máscara del delirio se publicó en el 2006) fui aprendiendo a hacer mi trabajo: leer mucho y leer bien; vivir con todos los sentidos desplegados, sentarme a escuchar el dictado, y recogerlo sobre el papel en blanco. Acto seguido: el reposo del texto y la pulida correspondiente. También ha resultado útil la confrontación con poetas de mayor trayectoria.
Este proceso me ha servido para entender que tengo que tomar las distancias del poema. Estar en él sin invadirlo. Tratar de que mi presencia pase desapercibida. Creo que esto último es precisamente lo que le da fuerza a Los naufragios del desierto.
Existe una incapacidad de reconocer al otro cuando no pertenece a un grupo determinado. Este sentido de competitividad mal entendido hace que la poesía muchas veces sea un medio y no un fin. ¿Por qué piensas que se da este fenómeno?
Esta pregunta me hace sonreír porque me recuerda algo que leí en Pensadores de Oriente: Los sufí, es comúnmente reconocido, han producido parte de la grande literatura mundial, particularmente en lo que se refiere a cuentos, obras ilustradas y poesía. Sin embargo, a diferencia de los “trabajadores literarios” o escritores profesionales, ellos ven esto como un medio para trabajar y no como el fin de su trabajo: “Cuando el Hombre Elevado hace algo admirable, es una evidencia de su maestría, no el objeto de la misma”.
Sonrío porque pienso parecido a los sufí. Soy reticente a eso de pertenecer a un grupo y, sobre todo, pienso que la creación está por encima de su creador. Entiendo bien el problema que planteas, sin embargo, me tiene sin cuidado. Es triste pensar que en la poesía existan círculos de poder, pero el poder, como todos sabemos, es un reflejo de cierta parte oscura del hombre. Yo pienso que todo cae por su propio peso y que la verdad (en este caso me refiero al talento) de una u otra manera, con tiempos ajenos a nuestros tiempos, sale a flote.
Paul Celan afirmaba que la poesía es una especie de regreso a casa. ¿Qué sería para ti?
Parecido a Celan: es la vía del regreso a casa, porque el camino de la poesía, para mí, coincide con el camino espiritual. Ese trabajo de eliminar lo superfluo para llegar a la esencia, a la palabra precisa, a la verdad desnuda.
La poesía es búsqueda, pero hay que preguntarse ¿qué busco? Personalmente, no creo en los ejercicios estilísticos, en la búsqueda de la forma sin contenido. Creo más bien en el escarbado profundo. Es allí donde se descubren horizontes siempre nuevos. Bien lo dice el poeta argentino Hugo Mujica en su Poéticas del vacío: “El hombre, lo supo también Pascal, es un ser finito habitado por la infinitud.”
Mario Meléndez (Linares, Chile, 1971). Estudió Periodismo y Comunicación Social. Entre sus libros figuran: “Apuntes para una leyenda”, “Vuelo subterráneo”, “El circo de papel” y “La muerte tiene los días contados”. En 1993 obtiene el Premio Municipal de Literatura en el Bicentenario de Linares. Sus poemas aparecen en diversas revistas de literatura hispanoamericana y en antologías nacionales y extranjeras. A comienzos del 2005 obtiene el premio "Harvest International" al mejor poema en español otorgado por la University of California Polytechnic, en Estados Unidos. Parte de su obra se encuentra traducida al italiano, inglés, francés, portugués, holandés, alemán, rumano, búlgaro, persa y catalán. Durante cuatro años vivió en Ciudad de México, donde dirigió la serie Poetas Latinoamericanos en Laberinto ediciones y realizó diversas antologías sobre la poesía chilena y latinoamericana. Actualmente radica en Italia. A comienzos del 2013 recibe la medalla del Presidente de la República Italiana, concedida por la Fundación Internacional don Luigi di Liegro.