Chavs: La demonización de la clase obrera
Traducción de Íñigo Jáuregui
En la Gran Bretaña actual, la clase trabajadora se ha convertido en objeto de miedo y escarnio. Desde la Vicky Pollard de Little Britain a la demonización de Jade Goody, los medios de comunicación y los políticos desechan por irresponsable, delincuente e ignorante a un vasto y desfavorecido sector de la sociedad cuyos miembros se han estereotipado en una sola palabra cargada de odio:chavs.
En este aclamado estudio, Owen Jones analiza cómo la clase trabajadora ha pasado de ser «la sal de la tierra» a la «escoria de la tierra». Desvelando la ignorancia y el prejuicio que están en el centro de la caricatura chav, retrata una realidad mucho más compleja: el estereotipochav, dice, es utilizado por los gobiernos como pantalla para evitar comprometerse de verdad con los problemas sociales y económicos y justificar el aumento de la desigualdad. Basado en una investigación exhaustiva y original, este libro es una crítica irrefutable de los medios de comunicación y de la clase dirigente, y un retrato esclarecedor e inquietante de la desigualdad y el odio de clases en la Gran Bretaña actual. La edición incluye un nuevo capítulo que explora las causas y las consecuencias de los episodios de violencia que ocurrieron durante el verano de 2011 en Inglaterra.
Lumpen del siglo XXI
El País » 16.01.2013
A mediados del siglo XIX, Marx definió la categoría de lumpemproletariado.Con la vibrante literatura que practica cuando ejerce de periodista, escribe en El 18 Brumario de Luis Bonaparte: “Se organizó el lumpemproletariado de París en secciones secretas (…) junto a roués arruinados con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia, junto a vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos, en una palabra toda la masa informe, difusa y errante que los franceses llaman la bohème”.
Desde aquí se acuñó el concepto de lumpen, que ha evolucionado con la sociedad de cada tiempo pero que ha aglutinado siempre, como elementos constantes de sus componentes, los de ser la clase social más baja, sin conciencia de clase (la clase en sí frente a la clase para sí) y sin organización política ni sindical. Así, la estratificación social estaba formada por los andrajosos, la clase obrera y la clase alta. Un siglo y pico después, cuando la revolución conservadora que inició Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en EE UU se hizo hegemónica, irrumpieron con fuerza las hasta entonces incipientes clases medias, las sociedades de propietarios, a las que trataron de sumarse en el ejercicio del progreso social los proletarios y parte de los más abajo. El icono principal de esas clases medias era la vivienda en propiedad, para lo cual debían endeudarse para toda la vida y depender del crédito de los bancos.
Los efectos de la Gran Recesión inaugurada en el verano del año 2007, que se trata de la crisis más larga y profunda del capitalismo desde la Gran Depresión de los años treinta, suprimen la movilidad de las clases sociales y quiebran esa idea del progreso lineal. El empobrecimiento de las clases medias las está arrastrando, de nuevo, a la parte más baja de la escala social. Como el mito de Sísifo. Y ello en un contexto de desigualdad (de ingresos, de patrimonios, de oportunidades) brutal. Muchos analistas comienzan a hablar de una nueva estratificación social en esta segunda década del siglo XXI, cuyos extremos son los desafiliados (Robert Castel), aquellos que van quedándose al margen del progreso, y las elites que se rebelan (Christopher Lasch), abandonan al resto de las clases sociales a su albur y traicionan la idea de una democracia concebida por todos los ciudadanos. Estas élites, financieras, políticas o mediáticas, redistribuyen los estereotipos de la clase trabajadora a la que culpabilizan por haber vivido por encima de sus posibilidades, y los de las subespecies como la de los chavs de Owen Jones, parte del nuevo lumpemproletariado del siglo XXI: jóvenes que ni estudian ni trabajan, parados o con sueldos tan bajos que ser mileuristas es su utopía factible, poco reivindicativos pero con sensación de pertenencia a una tribu, y siempre con un teléfono móvil en su mano y ataviados con alguna prenda (original o copia) de marca. Con mucho acierto, Jones ha pretendido con su libro sobre la demonización de la clase obrera deconstruir los mitos de la revolución conservadora (todos somos clase media) y los efectos de la desigualdad extrema (como desigualdad natural) en la calidad de la democracia y en la cohesión social.
Joaquín Estefanía
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