lunes, marzo 31, 2014

Web oficial de Adolfo García Ortega

El Greco




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19 de febrero 
El Greco nunca fue un pintor de mi interés. Pero, en cambio, ahora ha pasado a ser para mí un pintor inquietante e inesperado. Reconozco que mi rechazo se debía a un prejuicio: lo asociaba a una España rancia, a la religiosidad negra de la Contrarreforma y al hecho de ser secuestrado por los intelectuales (es un decir) del franquismo. El cuadro ‘Pentecostés’, en el que los discípulos y la Virgen están reunidos en una cripta y se les aparecen llamas sobre sus cabezas, me abrió los ojos.
Todo se debió a un encargo que me hicieron, hace no mucho tiempo, para que escribiese un cuento inspirado por ese cuadro. Para ello, acudí al Museo del Prado y entré en una de las salas dedicadas al Greco. De pronto me vi en medio de una inmensa hoguera, como si fuese el fuego la característica movediza de todos los cuadros allí reunidos, el fuego y los colores, de muy similares tonos en todas las obras, ascendentes e imperfectos. También me chocó otra cosa más inaudita: vi al Greco como al gran autor de cómics de su época. Sé que no es una idea muy ortodoxa, pero fue una clara intuición. Si veo varios cuadros del Greco seguidos, lo primero que me viene a la cabeza es el nombre de algunos grandes dibujantes de cómic: Paco Roca, Alfonso Zapico, Rutu Modan, Tardi, entre otros muchos. ¿Qué tiene que ver El Greco con todos ellos? Obviamente, nada. Salvo que, desde este ángulo, el Greco cobra otro relieve. Al imaginármelo como una especie de dibujante de cómics de su tiempo, lo admiro más y lo entiendo mejor. Tal vez los puristas no me lo perdonen, pero adquiere para mí un cariz canalla y ligero que quiebra la seriedad aparente de su obra y filtra una sutil vena humorística, deformante y subversiva. Quizá el Greco fuese más guerrillero de lo que nadie podría imaginar.
La realidad es que la importancia del Greco, hoy tenida por mucha, ha tardado varios siglos en ser reconocida. El Greco era un pintor extraño en su tiempo y aún hoy lo es en el nuestro. Tenía una gran personalidad, y supo unificar el Renacimiento con el estilo oriental de los iconos bizantinos. Es un pintor, además, que tiene una percepción de movilidad y verticalidad muy acusada, como si pintara delicuescencia e inestabilidad. ¿No es esa la marca de la liviandad? Si duda que un aliento profundo lo impulsaba, quién sabe cuál, pero hoy en día se impone para mí la sensación de que su pintura es tan luminosa, física y profana como la de Goya.
Era un pintor anómalo a nivel formal, pero no a nivel temático. No le interesaba el contenido de sus obras, casi todas de motivo religioso instructivo. Su mente estaba anclada en el pasado, quizá no hubiera salido nunca del taller de su Candía natal, en Creta, donde se formó dibujando iconos, pero su mano, su pincel, su trazo, estaban adentrándose en un futuro que todavía no ha llegado.
Su vida no es muy conocida. De lo poco que se sabe de ella, lo que más me atrae es, precisamente, esa falta de información. Se presta a fabular sin medida sobre cualquier aspecto oscuro. Y es fácil intuir que algún secreto tendría, si se da pábulo a la sospecha de que su pintura encierra un lenguaje de otro nivel, el rastro críptico de otra intención. Desde este punto de vista, totalmente fabuloso, comprendo mejor el sentido del fuego en el Greco, y entiendo por qué me sobrevino esa sensación de ‘hoguera’ al verme rodeado de ‘grecos’ en las salas del Prado. ¿Y si el Greco tuviera una ‘cuestión abierta’ con el sentido último de las llamas, algo turbador? No sé si el fuego fue para él directamente una obsesión, una fascinación o una señal de identificación con una colectividad oculta y minoritaria; esto sería un extremo muy difícil de confirmar. El hecho de que todas sus figuras sean flamígeras guarda relación con una necesidad de expresión personal. Si se observan con detalle sus pinceladas, también poseen la marca etérea, sinuosa y movediza de la llama. Es un pintor que tenía muy presente en su vida la transcendencia de la pintura como umbral alegórico de otra cosa. ¿De cuál?
Se acercó al erasmismo, que tentó a los místicos, como a Santa Teresa de Jesús, cuyos libros y persona tal vez el propio pintor conociera. Un erasmismo transmitido mediante la herejía de los Alumbrados. No hay que descartar que esa corriente mística lo atrajera a escondidas. El ‘dejamiento’ de los Alumbrados se basaba en la unión quietista con Dios, ‘dejada el alma en Él’, como si flotara en un líquido o en un gas ardiente. Y justamente es innegable la sensación de ‘dejamiento’ que hay en las figuras movedizas y aéreas del Greco. Los ‘alumbrados’ o ‘iluminados’ creían en la fuerza del Espíritu Santo y en el poder simbólico de la llama como figura espiritual. ¡El cuadro ‘Pentecostés’ reúne todos esos elementos como un mapa en un libro abierto! 
Visto así, el Greco se nos presenta como un pintor intelectualmente más rico y complejo que lo que la historia de la pintura se empeña en encorsetar. Pero no dejó más pistas sobre esa complejidad que su propia obra, aún susceptible de interpretaciones más jugosas que la mera ilustración católica. Habría que acercarse al Greco con la inocencia de la curiosidad, para descubrir lo que, en un mundo inquisitorial y represivo, un artista tan volátil y huidizo como él trataba de expresar realmente. Pero ya todo son y serán especulaciones.

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